lunes, 31 de agosto de 2009

LOS "PRUDENTES"

Confieso que me conturba leer o escuchar a quienes podrían autocalificarse como "prudentes".

Los "prudentes" son un grupo escogido de cidudadanos que perciben y están dispuestos a obedecer una sugerencia casi instintiva: la de no definirse, la de alejarse de esto y de aquello, la de lavarse las manos y apartarse del conflicto, sin ignorarlo ni desconocerlo; la de observar a quienes libran el combate con una mirada de desprecio cariñoso, la de repretir entre dientes o en voz alta, según los momentos: "¡Qué locos!" "¡Este es un país de locos!"

Los "prudentes" han sustituido en su papel de magisterio a los que en una distribución clásica se conocían como los sabios.

Estos no entraban en el fragor de la contienda, pero militaban en la misma.

Los sabios, por la ancianidad, que era un ingrediente de la sabiduría, no bajaban al campo de la lucha, pero desempeñaban un papel por su aportación ideológica y su presencia sin deserciones, en la totalidad del conflicto.

Pero los "prudentes" no.

Los "prudentes" se cargan de paciencia, y ante el binomio juez-criminal no están ni con uno ni con otro, y ante el que rasga la bandera y aquel que la repone en el mastil procuran guardar silencia significativo, y ante el que niega la transubstanciación eucarística y el que la confiesa hablan de puras controversias doctrinales, sin aludir al dogma, etc…

Yo no sé si tales "prudentes" acampan en el terreno de los miedosos, de los inmaduros o de los tíbios.

Es muy posible que de todo haya en la viña del Señor, porque son muy distintos los temperamentos de los hombres.

En cualquier caso, y del mismo modo que se busca justificación "a posteriori" al hecho inmoral realizado, también se pretende, con anticipación, presentarse al público con argumentos que ante los mayores desastres permitan hablar con optimismo.

Hay un método que utilizan con frecuencia los "prudentes" y que consiste en salir por peteneras, en encauzar la conversación hacia un tema distinto, o desplazar, si es posible, las preocupaciones del auditorio o del espectador hacia cuestiones de indudable importancia, pero inferiores al planteado y, sobre todo, ajeno a la competencia más inmediata y urgente del que pontifica.

Así se proyectan planes de reforma de alcance sustantivo, para un futuro tan largo como incierto, cuando la tierra está temblando a nuestro pies; o se hacen incursiones sobre lo temporal, el desarrollo o la técnica, cuando las almas sienten el escalorfrío de la duda allí mismo donde ardía muy poco antes una llama encendida de la fe.

Pero el método de la distracción evasiva no es el único que emplean los "prudentes".

El más ordinario, el que mueve a mayores simpatías, el que despierta más admiraciones de una parte y la máxima desilusión en otras, es el que condena las posiciones adoptadas por los demás y aspira a centrar y asumir lo que puede haber "de noble y de puro en cada una de ellas".

Es algo así como un "ecumenismo" en pequeño, como una tercera posición más elevada, como un producto de laboratorio o de alquimia, que aspira a concentrar las emanaciones laudables de quienes se situan en los polos opuestos.

Decia que los "prudentes" acampaban en terrernos distintos.

Unos, los miedosos, no quieren embanderarse con ninguno, pero tampoco quedar mal con nadie, por lo que pueda sucedesr.

Si escarbamos en sus ideas, las encontraresmo capaces de servir a todos.

Podríamos espigar en su cosecha y ofrecerlas en haces como sentencias de autoridad para que ambos ejércitos las utilicen como armas.

Son como los proveedores de material de guerra para los dos frentes.

Los estados mayores y los soldados de filas acuden al provverdor, pero, conociendo su habilidad, aunque le utilizan, le desprecian.

Los "prudentes" inmaduros son, para mi, los más honestos, porque su falta de decisión, sus titubeos y declaraciones anfibias, aunque siembran la confusión y la incertidumbre y a la confusión del mismo que las formula.

Su fallo está no tanto en su "prudencia" como en su audacia, o en su temeridad, para expresarse sin tener juicio formado, dejándose arrastrar por la novelería o por el viento de las palabras de cuño reciente que la moda ha puesto en uso y que ya, por archisabidas, carecen de impacto, como ahora se dice.

Los que más me preocupan del campo de los "prudentes" son los tíbios, los desapasionados, los incapaces para la lágrima y la cólera por las causas que merecen llorar y reñir, los frios y los asépticos, los que levantan el picaporte con el codo por no mancharse las manos, los que abandonan al herido en la carretera para no ensuciar la tapicería reluciente de su vehículo, los que desconocen la infamia o se ausencian para no verse envueltos en la formalidades y molestias del proceso…

Esta tibieza de los "prudentes" nos acongoja y nos acecha, y pretende tentarnos cuando la fatiga del esfuerzo nos agota.

Al oido acostumbra a susurrarnos: "¡De qué te sirve todo esto!" "Mientras tú peleas, ellos se solapan en los puesto clave y se ríen de tu forcejeo inútil" "Parece mentira que seas inteligente y aún no te hayas dado cuenta de que el éxito se consigue medrando, pero nunca con la voz clara y a pecho descubierto"

Pero a los tibios los vomita Dios, y me permitiría añadir que los vomita el pueblos, si es verdad aquello que tanto se repite de "¡vox populi, vox Dei!".

Los "prudentes", ya sean tibios, inmaduros o miedosos, suelen ser las primeras víctimas de su iniquidad, y, en cualquier caso, las víctimas sin honor, de una causa neutra y esteril.

La historia, maestra de la vida está plagada de ejemplos.

La frase evangélica es tan clara como aleccionadora: "El que no está Conmigo está contra Mí".

Hay casos en los que no est posible la componenda, la actitud centrista o mediadora, al corte por la mitad como en el juicio de Salomón, en lo que, en suma, hay que definirse.

Pero el vómito de los tibios no impurificará ni aplastará la vida mientras haya en el mundo hombres y mujeres que hayan hecho suyo el lema subyugante: "Hemos amado la justicia y hemos odiado la iniquidad"

Blas Piñar López

jueves, 27 de agosto de 2009

EVOCACIÓN DEL CORONEL JUAN FRANCISCO GUEVARA


Si hubo una vez en la historia de nuestra Argentina en que Dios y Patria estuvieron entrañablemente unidos, fue en aquella Córdoba heroica del 16 de septiembre de 1955. El Capitán de Artillería D Juan Francisco Guevara estuvo allí como Ayudante del General Lonardi. En los meses previos -de terrible persecución religiosa- los jóvenes católicos salíamos a la calle entonando el Cristo Jesús, y enarbolando el signo de la V y la Cruz, Cristo vence.

La voz de la esperanza amanecida.

A los catorce años, de la mano de mi padre, hice mis “primeras armas” en las luchas callejeras. Mi “arma” era aquella Cruz del Cristo Vence. La prohibida Procesión de Corpus Christi, las manifestaciones que surgían, espontáneas, después de las misas en las iglesias del centro de Buenos Aires, ese era el clima que se vivía. Nos habían vuelto a sacar a Dios de las escuelas y de la vida pública. Los católicos salimos a las calles. En ocasiones sin distinción de peronistas y antiperonistas pues con nosotros marchaban, incluso, no pocos que habían pertenecido al partido peronista pero que, cuando Perón se opuso a Cristo, privilegiaron la Cruz sobre el partido.

Una noche ardieron las iglesias, como se esperaba. Mi padre ya estaba preso y nuestros amigos iban y venían entre Buenos Aires y Córdoba porque hacia Córdoba se dirigía nuestra esperanza.

Allí estaba el General Lonardi con un pequeño grupo. Guevara, como dije, era su Ayudante. Estaban dispuestos a todo. El Gobierno envió unos cuatro mil hombres pero no tuvo en cuenta que en aquella época todavía los militares argentinos eran católicos. El gran fuego de las iglesias quemadas iluminaba la Argentina y ningún militar argentino quiso combatir en nombre de ese fuego. Los cuatro mil se rindieron ante ese puñado de hombres convencidos. El General Lonardi hizo desfilar a sus hombres para rendirle honores a los vencidos. Después acuñó el lema “ni vencedores ni vencidos” porque si algo animaba a los que se levantaron en Córdoba era la justicia y la concordia nacional.

Ciertos “pactos preexistentes” con algunos sectores políticos y militares aguardaban, sin embargo, en Buenos Aires al Jefe vencedor y, con tales pactos, la imposición de algunos nombres para integrar el Gobierno Provisional que nada o muy poco tenían que ver con el espíritu católico del pronunciamiento. El 13 de noviembre de 1955 un golpe palaciego quitó la Cruz de Cristo de la V de la victoria y a Lonardi del gobierno. El “sin vencedores ni vencidos” (que Franco plasmó en España en el Valle de los Caídos) fue reemplazado por la persecución, la venganza y el odio irracional simbolizados en los fusilamientos de junio de 1956. Aquella gesta católica y patriótica se malogró.

Pero si hubo un hombre que continuó en la lucha “por la patria redimida”, ese fue, precisamente, Juan Francisco Guevara. Construir la Ciudad Católica fue “su ruta iluminada”. Tuvo una vida católica y argentina que culminó en esa fiesta que fue su entierro de soldado católico y argentino. Por esa vida -que se resume en el “¡Dios y Patria!” que le dedicó un camarada cuadrándose ante su tumba- “perdurará su nombre entre los héroes de la Patria amada” y estará de guardia, “allá en la gloria peregrina” esperando e intercediendo ante el Padre para que seamos capaces de sostener, una vez más, la Cruz del Cristo Vence.

En su sepelio resonaron las estrofas de esa marcha que después otros nos arrebataron pero que nació cantada y grabada en los sótanos de una iglesia.

A pesar de la noche que se cierne sobre la Patria conservo intacta la “luz de la esperanza amanecida”. Creo firmemente que todavía hay en nuestra Fuerzas Armadas soldados para quienes el Coronel Juan Francisco Guevara es paradigma del soldado argentino.

María Lilia Genta

miércoles, 26 de agosto de 2009

¿POR QUÉ SE DETIENE AL ASESINO CUANDO MATA A LA MADRE Y NO SE LE DETIENE CUANDO MATA AL HIJO?

Una de las incongruencias del estado democrático, liberal y perverso, lo vemos en la noticia que se copia a continuación. Un hombre mata a la madre de su hijo, estando éste aún en el seno materno. Rápidamente la policía detiene al asesino. Los médicos, tomando a la madre a punto de morir, consiguen salvar al niño que vive en su vientre. Es un niño, por eso le salvan. Si fuera un conjunto de células, como dicen los demócratas de todo pelaje, nadie hubiera actuado así. Como ninguno de los médicos se preocupó en intentar conservar la vida del dedo meñique del pie derecho de la pobre señora moribunda.

Vean la noticia y pregúntense: ¿POR QUÉ SE DETIENE AL ASESINO CUANDO MATA A LA MADRE Y NO SE LE DETIENE CUANDO MATA AL HIJO?

Noticia de El Mundo

Detenido un hombre de 20 años por matar a su mujer embarazada en Barcelona

Los Mossos d'Esquadra han detenido a un hombre de 20 años como presunto autor de la muerte de su pareja sentimental en el barrio de la Guineueta de Barcelona. La víctima, en avanzado estado de gestación, falleció a causa de una herida de arma de fuego, pero el bebé, una niña, pudo ser salvado.

La policía autonómica y los Servicios de Emergencias Médicas (SEM), se desplazaron al edificio donde sucedieron los hechos poco antes de las 3 de la pasada madrugada. Allí se encontraron a la mujer con un disparo en la cabeza.

Los servicios médicos, que habían recibido la alerta a las 2.36 horas de la madrugada, intentaron reanimar a la mujer pero, dada la gravedad de su estado y el grave riesgo que suponía para el feto, no consiguieron salvarla.

Fue entonces cuando le realizaron una cesárea de emergencia post mortem. El recién nacido, en parada cardiorrespiratoria, fue reanimado y trasladado con respiración artificial al Hospital de la Vall d'Hebrón de Barcelona. Allí se encuentra ingresado en la UCI especializada en neonatos con problemas graves de este centro hospitalario.

Los Mossos d'Esquadra detuvieron a la pareja sentimental de la víctima, Daniel D.T., de nacionalidad española, como la víctima, cerca del lugar de los hechos. Está acusado de homicidio y tenencia ilícita de armas.

Esta mujer es la sexta víctima mortal por violencia machista que se registra en Cataluña en lo que va de año. En toda España, con este caso ya se cuentan 35 víctimas mortales.

martes, 25 de agosto de 2009

DESPEDIDA DEL CORONEL JUAN FRANCISCO GUEVARA

Tuvo el Coronel en vida ,durante tres ocasiones,la generosa deferencia de pedirme que despidiera sus restos. Y aunque supe recusar el convite arguyendo –amén de mi escaso mérito- que ninguna prisa teníamos en cumplir el mandato, él insistía con su habitual señorío y su impaciencia de eternidad.

Es que para los hombres singulares, para los hidalgos de la estirpe del Coronel Guevara, la muerte es un acto de servicio,tan previsto como un cambio de guardia en la batalla, tan natural como un ocaso pueblerino.

Para estos hombres esenciales que no fingen apariencias, que han alcanzado la mirada sobrenatural de todo cuanto acontece, llega la muerte como una hermana silente e irremisible.

Y ante ella son capaces de plantarse con humilde altivez para decirle,como en las Coplas de Manrique

“…Y consiento en mi morir
con voluntad placentera
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura”

Al fin le llegó la muerte al Coronel Guevara, entre dos festividades hechas para su estatura: la fiesta de San Pío X, y la celebración de María Reina.

La fiesta del Papa San Pío X, que combatió la herejía modernista, haciendo suyo el más viril de los lemas paulinos: Omnia instaurare in Christo.

¿Cómo podía faltar el cobijo del Pontífice de la Pascendi, en la despedida terrena de quien consagró su vida a este imperativo irrenunciable de la Ciudad Católica?

Y la celebración de María Reina. Porque ubi Rex, Regina, según dijera Pío XII cuando proclamó formalmente la reyecía de la Madre del Señor, en 1954.

Volvemos a preguntarnos: ¿Cómo podía faltar el trono de María, en el adiós de quien fuera, con voluntad acrisolada, su vasallo leal y corajudo?

Vestida de sol y coronada de estrellas, María Reina quiso hacerse patente.

Así la veneró el Coronel en sus diarias letanías: Reina de los Patriarcas, de los Profetas, de los Mártires, de los Confesores, de los Angeles,de la Paz.

Reina de la Argentina y de Hispanoamérica. Desde el Santuario de Guadalupe hasta ese recodo soberano de Malvinas, donde manos guerreras dejaron un rosario enterrado, para rezarlo invicto el día del regreso inaplazable.

Nuestro amigo sabía que la Virgen anda alistando cruzados para el Combate Postrimero, y acudió a su llamado.

Se le aplican, pues, los versos de Agustín de Foxá:

“Para la muerte, hermano, te vestirás de fiesta,
haciendo honor al limpio linaje de tu casta”.

Así pude verlo ayer, por última vez, cuando caía a pleno el sol sobre su casa de Bellavista.

Vestido para la grande y duradera fiesta del cielo. Amortajado para ese gozo al que cantó el Salmista, reservado a las almas que ingresan triunfales a la alegría del Padre.

Su sotana de novicio, la bandera nacional nimbada con su sol guerrero, sobre el pendón su sable, veterano de tantas lides.

Sobre el hábito dos condecoraciones castrenses, y entre sus manos definitivamente canceladas, una antigua cruz recibida en familiar herencia.

Ei ideal bernardiano y falangista, asumido desde siempre por el Nacionalismo Católico Argentino: mitad monje, mitad soldado.

La espada del espíritu, y el acero firmísimo desenvainado con honor.

En el austero lecho parecía leerse el Evangelio de San Lucas: “Señor, aquí hay dos espadas”.

El doble gladio revestía mansamente su cadáver, que ya no era un difunto sino una heráldica de la patria antigua.Cruz y Fierro, la tradición cristiana, diría el Padre Castellani.

Por eso ante sus restos escuché a sus hijos y parientes cantar el Christus Vincit, pero también dar vivas sostenidas a la patria.

Y por eso, queridos amigos, tras la semblanza religiosa que es lo primero en el orden de las jerarquías, no ha de cerrarse esta tumba sin que yo agregue algo a mi testimonio público.

Y ese algo que no debo callar es la fisonomía político-militar del Coronel Guevara.

Tito -para llamarlo al fin como todos universalmente lo llamábamos- fue un arquetipo de soldado.

De aquellos forjados a la antigua usanza, criados en la emulación de las gestas de nuestros grandes caudillos.

Soldado con estilo y porte, con palabra firme y conducta veraz.
Soldado de ese último pelotón spengleriano, que no vacila en custodiar el Bien Común, aún a riesgo de caer en la demanda.
Soldado de prosapia hispanocatólica, y por eso mismo eminentemente volcada al amor de nuestras genuinas raíces.

Arquetipo de soldado.
Tan lejos de los que abundan hoy, sirvientes de forajidos, cómplices de terroristas,custodios viles de quienes ayer mataron a sus camaradas, y ahora tienen prisioneros, para vergüenza de la nación toda, a quienes supieron combatir al enemigo marxista.

Era natural entonces que en las horas tenebrosas de la historia –cuando la ruindad de los demagogos, de la que no termina el país de librarse- ultrajaba a la Fe, profanabalos templos y vejaba con su incurable ignominia a la Nación Real, el Coronel Guevara eligiera estar en el costado limpio de la batalla.

No era el costado liberal, masónico y democratista que después se impondría para continuar nuestro sometimiento y espanto.

Era el flanco del Cristo Vence, del Dios es Justo, de la restauración cristiana de esta tierra. Eran las filas del General Eduardo Lonardi.

Precisamente a la muerte de Lonardi, Augusto Falciola, desde las páginas de Presencia, le escribía estas estrofas que hoy se le aplican a quien amigo tan leal supo serle en la contienda:

“…Como vuelve el recuerdo de septiembre,
Buenos Aires lujosa de glicinas…
Las horas mancilladas, los oscuros designios
y el indecible oprobio de esos días…

Por los flecos del aire conmovido
Mi desconsuelo anda buscando
tu espada transparente…

El aire lento. Lento y minucioso.
Y tú, mi General, y las glicinas”

He aquí la imagen del Coronel Guevara: una espada transparente.

Capaz de partir el aire para rescatar la flor intacta de una patria cautiva.
Una espada con el filo templado en la pasión nacional.

Deben sentirse orgullosos quienes fueron y son sus familiares. Debemos sentirnos comprometidos quienes hemos tenido el honor de estar entre sus amigos.

Descanse Coronel.

Entre rezos y arpegios, que Nuestra Generala custodia su reposo.

Descanse para siempre, después de tantas luchas, después de tantos sueños, y de tantas vigilias transidas de esperanza.

Descanse Coronel.
La Argentina y su sombra, como Usted la llamara, conserva todavía destellos de la luz fundacional, de la diafanidad primera que no sabe rendirse.

Descanse Coronel, con la certeza aquella de la limpia marcha:

Y SI LA MUERTE QUIEBRA TU VIDA
AL FRIO DE UNA MADRUGADA,
PERDURARÁ TU NOMBRE
ENTRE LOS HÉROES DE LA PATRIA AMADA.

Y CUANDO EL PASO FIRME
DE LA ARGENTINA ALTIVA DE MAÑANA
TRAIGA EL ECO SERENO
DE LA PAZ CON TU SANGRE CONQUISTADA
CANTARÁS CON NOSOTROS CAMARADA
DE GUARDIA ALLA EN LA GLORIA PEREGRINA
POR ESTA TIERRA DE DIOS TUVIERA
MIL VECES UNA MUERTE ARGENTINA

Coronel, Usted ha tenido una muerte argentina.

El ejemplo de sus actos no se entierra este domingo, en este tiempo de separarse del que habla el Eclesiastés.

Quede para nosotros la vida hecha milicia, patriotismo de la tierra y patriotismo del Cielo.

Para Usted la guardia enhiesta en la gloria peregrina.
Para nosotros la fatiga diaria en el puesto más duro.

Coronel Juan Francisco Guevara:¡Presente!

Antonio Caponnetto
23-Agosto-2009

jueves, 20 de agosto de 2009

EL PRINCIPIO DE LA CABALLERÍA


1. Faltó en el mundo caridad, lealtad, justicia y verdad; comenzó enemistad, deslealtad, injuria y falsedad, y de ahí nació error y turbación en el pueblo de Dios, que fue creado para que los hombres amasen, conociesen, honrasen, sirviesen y temiesen a Dios.

2. Al comenzar en el mundo el menosprecio de la justicia por disminución de la caridad, convino que justicia recobrase su honra por medio del temor; y por eso se partió todo el pueblo en grupos de mil, y de cada mil fue elegido y escogido un hombre más amable, más sabio, más leal y más fuerte, y con más noble espíritu, mayor instrucción y mejor crianza que todos los demás.

3. Se buscó entre todas las bestias la más bella, la más veloz y capaz de soportar mayor trabajo, la más conveniente para servir al hombre. Y como el caballo es el animal más noble y más conveniente para servir al hombre, por eso fue escogido el caballo entre todos los animales y dado al hombre que fue escogido entre mil hombres; y por eso aquel hombre se llama caballero.

4. Una vez reunidos el animal y el hombre más nobles, convino que se escogiesen y tomasen de entre todas las armas aquellas que son más nobles y más convenientes para combatir y defenderse de las heridas y de la muerte; y aquellas armas se dieron y se hicieron propias del caballero. Quien quiere, pues, entrar en la orden de caballería debe meditar y pensar en el noble principio de la caballería; y conviene que la nobleza de su corazón y su buena crianza concuerden y convengan con el principio de la caballería, pues, si no lo hace así, sería contrario a la orden de caballería y a sus principios. Y por eso no conviene que la orden de caballería reciba en sus honras a sus enemigos, ni a aquellos que son contrarios a sus principios.

5. Amor y temor convienen entre sí contra desamor y menosprecio; y por eso convino que el caballero, por nobleza de corazón y de buenas costumbres, y por el honor tan alto y tan grande que se le dispensó escogiéndolo y dándole caballo y armas, fuese amado y temido por las gentes, y que por el amor volviesen caridad y cortesía, y por el temor volviesen verdad y justicia.

6. El hombre, en cuanto posee mayor cordura y entendimiento, y es de naturaleza más fuerte que la mujer, puede ser mejor que la mujer; pues si no fuese tan capaz de ser bueno como la mujer, se seguiría que la bondad y la fuerza de la naturaleza serían contrarias a la bondad del corazón y de las buenas obras. De donde, así como el hombre por su naturaleza se halla en mejor disposición de tener noble corazón y de ser bueno que la mujer, así también el hombre se halla más predispuesto a ser aleve que la mujer; pues, si así no fuese, no sería digno de tener mayor nobleza de corazón y mayor mérito de ser bueno que la mujer.

7. Mira, escudero, qué vas a hacer si tomas la orden de caballería; pues si te haces caballero, recibes la honra y la servidumbre que corresponden a los amigos de la caballería; que, cuantos más nobles principios tienes, más obligado estás a ser bueno y agradable a Dios y a las gentes; y si eres aleve, tú eres el mayor enemigo de la caballería y el más contrario a sus principios y a su honra.

8. Tan alta y noble es la orden de caballería que no bastó a la orden nutrirse de las personas más nobles, ni que se le dieran las bestias más nobles y las armas más honradas; antes, convino que se hiciera señores de las gentes a aquellos hombres que están en la orden de caballería. Y como el señorío tiene tanta nobleza, y la servidumbre tanto sometimiento, si tú, que tomas la orden de caballería, eres vil y malvado, puedes imaginar qué injuria sería para tus súbditos y para tus compañeros que son buenos; pues, por la vileza en que estás, deberías ser súbdito, y por la nobleza de los caballeros que son buenos eres indigno de ser llamado caballero.

9. Elección, caballo, armas y señorío no bastan aún al alto honor que es propio del caballero; antes, conviene que se le dé escudero y palafrenero que lo sirvan y se ocupen de las bestias. Y conviene que las gentes aren y caven y arranquen la cizaña, para que la tierra dé frutos de que viva el caballero y sus bestias; y que el caballero cabalgue y señoree y obtenga bienandanza de aquellas cosas en que los hombres pasan fatigas y malandanza.

10. Ciencia y doctrina tienen los clérigos para poder, saber y querer amar, conocer y honrar a Dios y a sus obras, y para dar doctrina a las gentes y buen ejemplo en amar y honrar a Dios; y para ser ordenados en estas cosas, aprenden y frecuentan las escuelas. De donde, así como los clérigos, por vida honesta y por buen ejemplo y por ciencia, tienen orden y oficio de inclinar a las gentes a devoción y santa vida, así los caballeros, manteniendo la orden de caballería con la nobleza de su corazón y la fuerza de sus armas, tienen la orden en que están para inclinar a las gentes a temor, por el cual temen los hombres delinquir los unos contra los otros.

11. La ciencia y la escuela de la orden de caballería es que el caballero haga que a su hijo se le enseñe a cabalgar en su juventud, pues si no aprende a cabalgar en su juventud no lo podrá aprender en su vejez. Y conviene que el hijo del caballero, mientras es escudero, sepa cuidar del caballo; y conviene que el hijo del caballero sea antes súbdito que señor, y que sepa servir a señor, pues de otro modo no conocería la nobleza de su señorío cuando fuere caballero. Y por eso el caballero debe someter a su hijo a otro caballero, para que aprenda a esgrimir y justar, y las demás cosas que son propias del honor del caballero.

12. Quien ama la orden de caballería conviene que, así como aquel que quiere ser carpintero necesita un maestro que sea carpintero, y aquel que quiere ser zapatero precisa de un maestro que sea zapatero, así quien quiere ser caballero conviene que tenga maestro que sea caballero; pues tan inconveniente cosa es que escudero aprenda la orden de caballería de otro hombre que no sea caballero, como lo sería si el carpintero enseñase su oficio al hombre que quiere ser zapatero.

13. Así como los juristas y los médicos y los clérigos tienen ciencia y libros, y oyen la lección y aprenden su oficio por doctrina de letras, tan honrada y alta es la orden de caballero que no basta que al escudero se le enseñe la orden de caballería para cuidar del caballo, servir al señor, ir con él en hechos de armas u otras cosas semejantes a éstas, sino que sería conveniente cosa que se hiciese escuela de la orden de caballería y que fuese ciencia escrita en libros, y que fuese arte enseñada, así como son enseñadas las demás ciencias; y que los hijos de los caballeros aprendiesen primero la ciencia que es propia de la caballería, y luego fuesen escuderos y anduviesen por las tierras con los caballeros

14. Si no hubiese falta en clérigos ni en caballeros, apenas habría falta en las demás gentes; pues por los clérigos tendrían devoción y amor a Dios, y por los caballeros temerían delinquir contra el prójimo. De donde, si los clérigos tienen maestro y doctrina, y frecuentan las escuelas para ser buenos, y si hay tantas ciencias que están en doctrina y en letras, muy grande injuria se hace a la orden de caballería no haciendo de ella una ciencia enseñada por letras y de la que se haga escuela, como sucede con las otras ciencias. Por todo ello, el que escribe este libro suplica al noble rey y a toda la corte que se ha reunido para honor de la caballería que empleen el libro a satisfacción y restitución de la honrada orden de caballería, que es agradable a Dios.

Beato Raimundo Lulio (Ramón Llull)
Fragmento de Libro de la Orden de Caballería

miércoles, 19 de agosto de 2009

JOSÉ JAVIER ESPARZA: "ME GUSTA VIVIR EN COMBATE"

"En las devociones me traiciona mi biografía".

Si hace unos años le hubieran pedido que diese testimonio de su fe, quizás hubiera dicho que no. No por respetos humanos -¿respetos humanos? ¿Esparza? ¡Venga, hombre!-, sino por haberlo visto innecesario. Entonces la cuestión religiosa no era tan polémica. Pero hoy… Vamos, que iba él a perderse una ocasión así para meterse en la boca del laicismo feroz.

-Dicen de usted que entiende la vida como combate.
-Es que de jovencito fui soldado. Entonces quería ser héroe. Aquellos dos años fueron de honda influencia en mi vida; tanto, que sigo reconociéndome en lo militar.

-Esa etapa, ¿le marcó también en lo religioso?
-Sí. En las devociones me traiciona mi biografía personal e intelectual: Santiago, san Jorge, san Miguel Arcángel, la Inmaculada…

-¿Sólo en sus devociones?
-También cuando me preguntan cuáles son mis pasajes favoritos del Evangelio.

-¿Cuáles son sus pasajes…?
-La expulsión de los mercaderes del templo y la curación del hijo del centurión. Quizá sea demasiado políticamente incorrecto decirlo.

-Veo incorrección política en el primero, no en el segundo.
-La hay. Al hijo del centurión le salva, por encima de toda racionalidad consciente, la fe de su padre. Eso hoy es difícil de explicar.

-Tal vez si se apela a la fe del carbonero…
-Tal vez. Porque todos llevamos dentro a un carbonero. O, si se prefiere, a un labrador que cuando ve salir el sol y sucederse las estaciones, inevitablemente cree.

-¿De verdad lo piensa?
-¿Sabe? Conozco un montón de gente que dice que no cree y que, sin embargo, reza. Creo que no se puede vivir sin rezar. Deberíamos ser todos un poco más sinceros con estas cosas.

-¿A qué se refiere?
-A que estoy convencido de que la espiritualidad forma parte de las reacciones naturales, mecánicas y espontáneas del hombre.

-Entonces, ¿cómo explica que haya tantos ateos, tantos agnósticos?
-Buena parte de la desafección de la gente a lo sagrado, a lo divino, proviene, más que de una convicción, de un prejuicio, de una pose.

-Conclusión.
-Sustituir la espiritualidad por la superstición de la ciencia o por cosas del estilo me parece un error.

-Hablamos de los demás. Pero ¿y usted? ¿Reza?
-Rezo. De la forma más íntima posible. Y mi familia -extensa- es la principal beneficiaria de las oraciones.

-El hogar en que nació, ¿era cristiano?
-Sí. Sin estridencias, pero profundamente.

-¿Y la educación que recibió?
-Estudié el bachillerato en un colegio del Opus.

-Le pregunto por su familia, por el colegio, porque usted pertenece a una generación…
-Que ha atravesado por cuantiosas vicisitudes personales e intelectuales y, con frecuencia, a lo bestia.

-Resumiendo.
-En cuarenta y cinco años me he acercado y alejado de Dios reiteradas veces, en una y otra dirección, hacia arriba y hacia abajo, convulsamente y sin parar.

-Echa la vista atrás y… ¿qué ve?
-Que en el fondo nunca he dejado de dar vueltas en torno al mismo sitio, y ese sitio es precisamente Dios.

-¿No le da pudor hablar de Él?
-Ya no. Hoy, menos que nunca.

-¿Alguna vez se lo dio?
-No exactamente. Lo que pasa es que hace ocho, diez años, la religiosa no era una cuestión palpitante en la vida pública.

-Hoy sí lo es.
-Por eso hay que hablar. Porque a medida que la situación se va crispando, las posiciones deben delinearse con mucha mayor claridad.

-Le van a llamar de todo.
-Ya lo han hecho. Pero en el caso de un periodista y un escritor, que está todos los días en la plaza pública, eso forma parte del combate cotidiano.

-O sea, que no se siente perseguido.
-Me siento, ya digo, en combate, pero es así como me gusta vivir.

-Y un hombre de acción y de pensamiento como usted, ¿cómo se imagina a Dios?
-Cuestión de cuestiones. Me gusta demasiado la historia del arte como para pensar en una imagen que no se parezca a algo que haya sido pintado, escrito o compuesto ya.

-¿Por ejemplo?
-Cuando pienso en Dios, oigo la cantata 140 de Bach y veo un bosque bajo un cielo pintado por Patinir.

-¿Por qué Bach y Patinir y no otros?
-¡Vaya usted a saber! Otras veces, veo un prado interminable, o un acantilado besado por olas furiosas, o una mano que se le tiende a uno…

-¿Y de una forma más interior, menos visible?
-Lo asimilo inevitablemente a conceptos de fusión, de absorción, de luz que abarca hasta el infinito, y también como fuente de toda vida, y como centro del orden milagroso que nos rodea, y como…

Gonzalo Altozano

Entrevista en Semanario Alba

martes, 18 de agosto de 2009

ISLAM


Hace algún tiempo nos preguntábamos cuál era el significado, la función del islam en el misterioso plan divino. ¿Por qué, después de Jesucristo, Mahoma? ¿Qué misión iba a cumplir en la organización pro­videncial este monoteísmo surgido de improviso e imprevisto?

A estas consideraciones que intentamos hacer al plantearnos estas cuestiones, tal vez se le añadiría otra de igual importancia, cuyo rango se pone de especial manifiesto a causa de la guerra en el golfo Pérsico contra el Iraq de Saddam Hussein.

El despliegue en los desiertos de Arabia de la mayor coalición de la historia, con una potencia de alcance varias veces superior a la exhibida en toda la segunda guerra mundial, sería del todo incomprensible desde una perspectiva puramente política o militar. ¿Se ha hecho todo este gigantesco esfuerzo sólo para permitir el retorno a la patria a un emir multimillonario y a su corte de esposas, concubinas, eunucos y demás acaudalados cortesanos? ¿Las democracias occidentales en acción de guerra —y, por si fuera poco, ondeando motivaciones idealistas— para reinstaurar un régimen semifeudal? ¿El mundo entero decidido a llegar hasta el final en nombre de un país como Kuwait que prácticamente no «existe», siendo poco más que una construcción artificiosa del colonialismo europeo, trazada con una regla sobre el desierto más estéril y sin casi población «indígena», puesto que casi todos los habitantes son emigrados recientes?

En efecto, creemos que, tras la rendición de Iraq, nadie se conmovió viendo a emires y cortesanos abandonar, con sus gruesos anillos y relojes de oro macizo, el lujoso hotel de Arabia Saudí utilizado como «sede del gobierno en el exilio» para regresar a Kuwait City con un cortejo de Rolls Royce. Por otro lado, Kuwait era famoso (y criticado) en el mundo por su fuerte rechazo a compartir con los «hermanos musulmanes» la increíble riqueza producida por el petróleo. Alguna que otra dádiva, como la efectuada para la construcción de la mezquita de Roma, no anulaba en modo alguno la fama de avaricia egoísta. ¿Se había enviado a la juventud de Occidente a sufrir y a arriesgar la vida por amor a estos sátrapas mi­mados?

Por supuesto, el petróleo explica algunas cosas. Estados Unidos e Inglaterra, los líderes de la coalición pro Kuwait, poseen en sus respectivos territorios pozos suficientes como para llegar a la autosuficiencia. Pero el pequeño país del golfo Pérsico no interesa tanto por ser proveedor de crudo como por su enorme concentración financiera: de sus miles de millones de dólares (de los que sólo una pequeña parte se consigue invertir en el propio país) dependen increíbles intereses con sede en las bolsas de Londres y Nueva York. Estados Unidos (y, en parte también Gran Bretaña) tienen además una deuda pública alarmante apuntalada con los medios financieros que obtienen sin esfuerzo los magnates kuwaitíes de esos novecientos pozos que los iraquíes han incendiado por el camino.

Probablemente, la cruzada internacional proclamada por Estados Unidos, con la cobertura de la ONU, a favor de aquel remoto arenal es uno de los poquísimos casos en los que el tosco esquematismo marxista (la guerra como medio de defensa y ofensa del capitalismo) se ha acercado en cierto punto a la realidad. Pero tampoco aquí, como de costumbre, puede explicarlo todo la economía. En esta guerra ha habido «algo» más. Ese «algo» que se esconde detrás del «Nuevo Orden Mundial» del que tantas veces habló el presidente norteamericano Bush, al igual que el líder británico y el presidente francés.

¿No parecería demasiado excesivo sacar a colación un «Nuevo Orden Mundial» para una guerra de trasfondo regional, contra un país cuyo ejército, a pesar de estar armado por rusos y también por occidentales, prácticamente no pudo reaccionar? El balance de víctimas en la coalición occidental fue al final igual a una pequeña parte de los muertos en las carreteras de cualquier fin de semana.

Un principio de explicación puede venir del hecho, recordado explícitamente por el Gran Maestro de la masonería italiana, Di Bernardo, en una entrevista publicada en La Stampa en marzo de 1990. Al igual que casi todos sus predecesores desde los tiempos de George Washington, George Bush es desde siempre un seguidor de las logias. Es más, posee «un grado 33 del Rito Escocés Antiguo y Asmitido». O sea, ocupa el grado más alto de la pirámide de los «Hermanos». El Dios tantas veces invocado por el presidente, antes, durante y después de la guerra es, sin la menor duda - según la tradición del poder americano, por otro lado-, el Gran Arquitecto, cuya simbología se basa antes en el dólar que en el Dios de Jesucristo.

Éstas son ideas complejas, que han de exponerse con mucha prudencia dado el peligro de caer en el delirio del «ocultismo» esotérico o en la obsesión de quien detrás de la Historia sólo ve el «gran complot» de sociedades secretas. Sin embargo, es cierto que el término «Nuevo Orden Mundial» pertenece desde siempre al vocabulario masónico, es más, representa la meta final de esta orden. Un mundo «nuevo», una humanidad «nueva», una religión «nueva», sincretista y, por consiguiente, tolerante y universal que se alzará sobre las ruinas de los credos «dogmáticos», los grandes enemigos contra los cuales combate el «humanismo» masónico desde 1717.

El cristianismo y el islamismo son los «grandes enemigos». El primero, al menos en su versión protestante, hace tiempo que además de capitular se unió sin rodeos a la lucha de las logias: la presencia de los grandes dignatarios anglicanos (seguidos luego por los de otras confesiones) es constante desde los inicios de la masonería. Algo similar ocurrió en la ortodoxia oriental, cerrada en parte sobre su arqueologismo y, al nivel de las altas jerarquías, en parte también convertidas al Gran Arquitecto. Es un dato cierto, por ejemplo, que el difunto y prestigioso patriarca de Constantinopla, Atenágoras, perteneció a las logias. Respecto al catolicismo, es muy evidente la actual conversión de al menos una parte de la intelligentsia clerical de Occidente a un «humanismo» entreverado de sincretismo, defendido en nombre de la «tolerancia».

El islamismo permanece como un resistente baluarte, enrocado en la defensa del «dogmatismo» religioso. Como ya se dijo: «El único grave y, por el momento, insuperable obstáculo para el Nuevo Orden, para el Gobierno Mundial masónico lo constituye el islam: aunque las altas cúpulas de esos pueblos también estén infiltradas, las masas musulmanas no están dispuestas a aceptar una ley que no sea la del Corán y un poder político basado en un "Dios" impreciso y no en el Alá del que habló Mahoma. Si tiene que haber un gobierno mundial, el islam no está dispuesto a aceptar ninguno que no lleve el sello del Corán y sus mandamientos.»

¿Es éste, pues, el significado providencial (que sólo ahora empieza a quedarnos claro) de la aparición y la persistencia del islam? ¿Tal vez se encuentra en su oposición radical a un mundo unificado por la economía occidental y por un vago espiritualismo basado en una divinidad desvinculada de cualquier verdad revelada, y que por eso pone a todos de acuerdo? ¿Son aquellos que quieren seguir creyendo en el monoteísmo revelado por las Santas Escrituras semíticas y no en el que subyace en la Carta de la ONU los que, al constituir un verdadero obstáculo para el programa masónico, cumplen así el papel establecido ab aeterno por la Providencia?

No hay que olvidar, para seguir con el Golfo, la campaña de odio y difamación desarrollada en Occidente contra la teocracia del Irán de Jomeini: precisamente, para destruir este régimen fue por lo que Estados Unidos armó a Iraq, al que ahora combaten para premiarlo por su espíritu «laico», o, más aún, «agnóstico». Y puede que el conocimiento de todo este entramado explique la tenaz oposición a la guerra de un Papa que, por esta muestra de pacifismo, ha tenido que sufrir la campaña de difamaciones de los líderes «atlánticos» y sus medios de comunicación.

Vittorio Messori

lunes, 17 de agosto de 2009

¿CUÁL ES LA LLAMADA VOCACIONAL ESPAÑOLA?


La situación actual de España no es fruto de la casualidad. Aun cuando, según lo revela el Apocalipsis, los resucitados conservan el sello de su nacionalidad, del mismo modo que Cristo conserva sus cicatrices en la Gloria, lo cierto es que la vida de las naciones no es eterna, pues el Reino de Dios no es como los reinos de este mundo. Pero aún no siendo eternas las naciones, es en el tejido social de su historia donde se va forjando no sólo la personalidad del hombre, sino también, y con ella, su destino sobrenatural.

De ahí que sobre el lienzo de la historia profana de la humanidad se vaya entretejiendo la historia de la salvación. Ambas historias, siendo distintas, no son tangenciales. Si el Antiguo Testamento prueba la interpenetración de ambas, el Nuevo Testamento rubrica y aúpa el hecho, y lo magnifica, con la entrada de Dios, que se hace hombre, en el tiempo y en el espacio. A partir de ese momento no es posible contemplar la historia de las naciones marginando la dimensión trascendente de las mismas.

Pero así como cada hombre tiene su propia vocación, así también a las naciones se les hace un distinto llamamiento. Se quiere subrayar aquí, para que sirva de criterio orientador e interpretativo de cuanto se va exponer seguidamente, que de la fidelidad o infidelidad de España a su propia y especifica vocación nacional depende su grandeza o su envilecimiento.

¿Cuál es esa llamada vocacional española en la perspectiva de una historia de la salvación que se entreteje con su historia temporal?

Entiendo -y ahí están los capítulos apasionantes de nuestro quehacer histórico- la inserción de España en la tarea redentora; y ello en sus dos vertientes, es decir, mediante lo que podríamos llamar acción directa, manteniendo la fe y predicándola (servicio al Cristianismo), y la acción indirecta, conformando comunidades políticas configuradas según el Evangelio (servicio a la Cristiandad).

De aquí que haya podido calificarse a España con razón de pueblo bíblico, en el que se enfrentan de modo, hasta visible, el misterio de la gracia y el misterio de la iniquidad. El velad y orad tiene aquí un énfasis colectivo para no caer en las tentaciones del abandono o de la traición que Satanás, como león rugiente y artífice de este último misterio, de continuo ofrece a España.

Por su carácter de pueblo bíblico, España fue calificada de reserva espiritual de Occidente, y no sólo de Europa. La distinción es importante, sobre todo cuando se halla en fase de ejecución el proyecto Europa. El encierro geográfico de Europa sería un tremendo error, porque una cosa es el continente y otra el contenido; y el contenido cultural de Europa, lo constituyente europeo, traspasó su propia geografía para enraizarse en América; y ello por obra fundamentalmente de la España descubridora y evangelizadora, que inició la tarea hace ahora quinientos años; lo que hoy, por muchas razones, conviene subrayar a una y otra orillas del Océano.

Que España ha hecho de su historia nacional una empresa injertada en la Historia de la salvación, en sus dos vertientes, Cristianismo y Cristiandad, lo ponen de relieve: primero, la defensa de Europa, deteniendo la invasión mahometana y dedicando ocho siglos a la reconquista del territorio nacional; segundo, la reforma de la Iglesia, impulsada par los Reyes Católicos, que hizo imposible en España la ruptura del luteranismo; tercero, el mensaje cristiano de las tres carabelas, en las que el Cristo personal de la Eucaristía atravesó la mar océana y España, como pueblo, cumplió el mandato universal de la predicación y del bautismo; cuarto, la lucha, en la guerra de la independencia y en las guerras carlistas, contra la secularización del Evangelio, que sustituía, con la revolución de 1789, al Dios de los altares por los altares a la diosa razón; quinto, la Cruzada de liberación de 1936, con su cortejo de héroes y de mártires, en proceso de canonización por Juan Pablo II, contra los principios de la revolución marxista y antitea de 1917, que hacía del hombre un puro instrumento al servicio de la economía y que, negando su fin trascendente, destruye la religión, acusándola de opio del pueblo.

He aquí cinco gestas con las que España, fiel a su vocación, y como pueblo bíblico, fue y es bandera alzada y signo de controversia, que ha despertado en el mundo el amor o el odio, pero el desprecio jamás.

Pero España ha caído en la tentación. Al terminar la Cruzada, el Cardenal Gomá -con el que España tiene contraída una deuda de honor- hizo pública una pastoral titulada: "lecciones de la guerra y deberes de la paz". En ella prevenía y alertaba contra dicha tentación, que arreciaría tan pronto como se olvidase la tensión espiritual de la lucha, se esfumara el recuerdo de los mártires, se reconstruyera el país y fuese superada la pobreza que el enfrentamiento llevó consigo. El bienestar material, el aumento del nivel de vida, no acompañado de la honestidad en las costumbres, invita a la despreocupación por lo sobrenatural y al hedonismo. La España fiel a su vocación, que había luchado por el Altar y el Hogar, y que había construido un Estado católico que se enorgullecía de reconocer a la religión católica como la religión verdadera y de inspirar en la misma su ordenamiento jurídico, cedió ante el embate; un embate en el que a la quiebra de lo trascendente se unió el ataque brutal de quienes, en la oscuridad de un trabajo secreto o en el combate sin escrúpulos a la luz del día, jugaban como herederos de la revolución religiosa, de la revolución política y de la revolución social, de las que España había sido vencedora en defensa del Cristianismo y de la Cristiandad.

No vamos a exponer los sucedido en los últimos años ni destacar aquí las responsabilidades de la presente y dramática situación moral en España

El texto constitucional que nos rige desconoce la idea de Dios e ignora el origen divino del poder. A partir de este principio desconstituyente de la comunidad política, podemos comprender el proceso de disolución y decadencia en que nos encontramos.

¿Cómo reaccionar ante ese panorama? ¿Desentendiéndonos? ¿Amargándonos? ¿Aceptando la situación para aprovecharnos de ella mientras subsista?

Nuestra postura la debemos adoptar desde la Teología de la historia, como fondo, y desde la asunción teológica del quehacer política, como protagonistas.

Sin una restauración moral de nuestra Patria, todo es imposible. Desde un reencuentro de España con las raíces espirituales que la han configurado históricamente como nación, si que es posible. Si a un pueblo le secuestran el alma se convierte en rebaño. Si un pueblo se queda sin misión, se adocena y se pudre. Si un pueblo se pregunta, de un modo consciente o inconsciente, por su razón de ser y no halla respuesta, se disuelve o coloniza.

Nosotros, en España, con esa visión bíblica y sobrenatural de nuestra historia profana, sabemos que es posible la restauración nacional. El servicio de España a la Cristiandad y al Cristianismo, la intercesión de sus santos, la sangre de sus mártires, no son estériles.

De aquí que ni la difamación, ni el silencio, ni el cansancio explicable de muchos, que renuncian a la tarea y sucumben ante la presión de los signos de los tiempos, no nos aparten de una labor difícil pero esperanzada.

En estos términos que acabamos de exponer, la labor metapolítica y social no es una carrera ni una coyuntura oportunista, sino una vocación a lo divino urgida par la caridad.

La España de hay no nos gusta, porque es la España que ha sucumbido ante el misterio de la iniquidad. Pero, a su vez, el gran secreto de España está en que, siendo pecadora, puede arrepentirse de su pecado colectivo y recuperar su estado colectivo de gracia.

Para ello es imprescindible un puñado de almas de oro que, precisamente porque España no les gusta, porque está a punto de desmembrarse y corromperse, de presentar su renuncia para el futuro histórico, la aman más intensamente; de igual forma que con mayor intensidad se ama al niño que carece de salud que al sano, al leproso que al que goza de plenitud vital.

Se trata, como decía un gran pensador, de un amor que supera el instinto, lo propiamente telúrico del paisaje y la música, para convertirse en amor de perfección, impulsado par la virtud de la caridad, que es la virtud que nunca se extingue.

La vertiente política de la caridad puede traducirse en dos frases, una de San Agustín y otra de San Juan de la Cruz.

La de San Agustín dice: ."Ama a tu prójimo, y más que a tu prójimo, a tus padres, y más que a tus padres a tu Patria, y más que a tu Patria a Dios.»

La de San Juan de la Cruz reza así: "Al caer de la tarde serás examinado en el amor», pero -y esto es mío-no sólo en el amor a tu prójimo y a tus padres, sino en el amor con que serviste a tu Patria.

Blas Piñar

sábado, 15 de agosto de 2009

HOMILÍA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN


Queridos hermanos y hermanas:

En su gran obra "La ciudad de Dios", san Agustín dice una vez que toda la historia humana, la historia del mundo, es una lucha entre dos amores: el amor a Dios hasta la pérdida de sí mismo, hasta la entrega de sí mismo, y el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios, hasta el odio a los demás. Esta misma interpretación de la historia como lucha entre dos amores, entre el amor y el egoísmo, aparece también en la lectura tomada del Apocalipsis, que acabamos de escuchar. Aquí estos dos amores se presentan en dos grandes figuras. Ante todo, está el dragón rojo fortísimo, con una manifestación impresionante e inquietante del poder sin gracia, sin amor, del egoísmo absoluto, del terror, de la violencia.

Cuando san Juan escribió el Apocalipsis, para él este dragón personificaba el poder de los emperadores romanos anticristianos, desde Nerón hasta Domiciano. Este poder parecía ilimitado; el poder militar, político y propagandístico del Imperio romano era tan grande que ante él la fe, la Iglesia, parecía una mujer inerme, sin posibilidad de sobrevivir, y mucho menos de vencer. ¿Quién podía oponerse a este poder omnipresente, que aparentemente era capaz de hacer todo? Y, sin embargo, sabemos que al final venció la mujer inerme; no venció el egoísmo ni el odio, sino el amor de Dios, y el Imperio romano se abrió a la fe cristiana.

Las palabras de la sagrada Escritura trascienden siempre el momento histórico. Así, este dragón no sólo indica el poder anticristiano de los perseguidores de la Iglesia de aquel tiempo, sino también las dictaduras materialistas anticristianas de todos los tiempos. Vemos de nuevo que este poder, esta fuerza del dragón rojo, se personifica en las grandes dictaduras del siglo pasado: la dictadura del nazismo y la dictadura de Stalin tenían todo el poder, penetraban en todos los lugares, hasta los últimos rincones. Parecía imposible que, a largo plazo, la fe pudiera sobrevivir ante ese dragón tan fuerte, que quería devorar al Dios hecho niño y a la mujer, a la Iglesia. Pero en realidad, también en este caso, al final el amor fue más fuerte que el odio.

También hoy el dragón existe con formas nuevas, diversas. Existe en la forma de ideologías materialistas, que nos dicen: es absurdo pensar en Dios; es absurdo cumplir los mandamientos de Dios; es algo del pasado. Lo único que importa es vivir la vida para sí mismo, tomar en este breve momento de la vida todo lo que nos es posible tomar. Sólo importa el consumo, el egoísmo, la diversión. Esta es la vida. Así debemos vivir. Y, de nuevo, parece absurdo, parece imposible oponerse a esta mentalidad dominante, con toda su fuerza mediática, propagandística. Parece imposible aún hoy pensar en un Dios que ha creado al hombre, que se ha hecho niño y que sería el verdadero dominador del mundo.

También ahora este dragón parece invencible, pero también ahora sigue siendo verdad que Dios es más fuerte que el dragón, que triunfa el amor y no el egoísmo. Habiendo considerado así las diversas representaciones históricas del dragón, veamos ahora la otra imagen: la mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, coronada por doce estrellas. También esta imagen presenta varios aspectos. Sin duda, un primer significado es que se trata de la Virgen María vestida totalmente de sol, es decir, de Dios; es María, que vive totalmente en Dios, rodeada y penetrada por la luz de Dios. Está coronada por doce estrellas, es decir, por las doce tribus de Israel, por todo el pueblo de Dios, por toda la comunión de los santos, y tiene bajo sus pies la luna, imagen de la muerte y de la mortalidad. María superó la muerte; está totalmente vestida de vida, elevada en cuerpo y alma a la gloria de Dios; así, en la gloria, habiendo superado la muerte, nos dice: "¡Ánimo, al final vence el amor! En mi vida dije: "¡He aquí la esclava del Señor!". En mi vida me entregué a Dios y al prójimo. Y esta vida de servicio llega ahora a la vida verdadera. Tened confianza; tened también vosotros la valentía de vivir así contra todas las amenazas del dragón".

Este es el primer significado de la mujer, es decir, María. La "mujer vestida de sol" es el gran signo de la victoria del amor, de la victoria del bien, de la victoria de Dios. Un gran signo de consolación. Pero esta mujer que sufre, que debe huir, que da a luz con gritos de dolor, también es la Iglesia, la Iglesia peregrina de todos los tiempos. En todas las generaciones debe dar a luz de nuevo a Cristo, darlo al mundo con gran dolor, con gran sufrimiento. Perseguida en todos los tiempos, vive casi en el desierto perseguida por el dragón. Pero en todos los tiempos la Iglesia, el pueblo de Dios, también vive de la luz de Dios y —como dice el Evangelio— se alimenta de Dios, se alimenta con el pan de la sagrada Eucaristía. Así, la Iglesia, sufriendo, en todas las tribulaciones, en todas las situaciones de las diversas épocas, en las diferentes partes del mundo, vence. Es la presencia, la garantía del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y del egoísmo.

Ciertamente, vemos cómo también hoy el dragón quiere devorar al Dios que se hizo niño. No temáis por este Dios aparentemente débil. La lucha es algo ya superado. También hoy este Dios débil es fuerte: es la verdadera fuerza. Así, la fiesta de la Asunción de María es una invitación a tener confianza en Dios y también una invitación a imitar a María en lo que ella misma dijo: "¡He aquí la esclava del Señor!, me pongo a disposición del Señor". Esta es la lección: seguir su camino; dar nuestra vida y no tomar la vida. Precisamente así estamos en el camino del amor, que consiste en perderse, pero en realidad este perderse es el único camino para encontrarse verdaderamente, para encontrar la verdadera vida.

Contemplemos a María elevada al cielo. Renovemos nuestra fe y celebremos la fiesta de la alegría: Dios vence. La fe, aparentemente débil, es la verdadera fuerza del mundo. El amor es más fuerte que el odio. Y digamos con Isabel: "Bendita tú eres entre todas las mujeres". Te invocamos con toda la Iglesia: Santa María, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Benedicto XVI
Parroquia Pontificia de Santo Tomás de Villanueva,
Castelgandolfo, Miércoles 15 de agosto de 2007

jueves, 13 de agosto de 2009

CARTA DE UN SACERDOTE SOBRE MILITARES ARGENTINOS PRESOS

Nota: esta carta me la mandó un sacerdote amigo, el RP José Agustín Orellana, quien manifestó lo siguiente:

"Queridos amigos.

Hace tiempo que no me comunico con ustedes, reconozco que he sido ingrato, pero les tengo muy presente en el Santo Sacrificio del Altar.

Les envío una carta de un sacerdote amigo, acerca de quienes están en la cárcel pagando por delitos que no han cometido, pero en estos casos las razones políticas pesan más que la verdad. Conozco al padre de Javier, don Jorge Olivera , y tengo el honor de contar con su amistad. Un gran hombre .

Les bendigo con gran afecto

P. Agustin."


A continuación, la carta:

“Hay que seguir combatiendo esta misma guerra que pelearon ellos. No es poco lo que podemos hacer y es mucho lo que nuestros padres han hecho y siguen haciendo por nosotros; en sus prisiones...”

Quitándole tiempo al sueño y aprovechando las pequeñas vacaciones que mi ministerio sacerdotal me permite, en los últimos días pude cumplir con un deber cristiano y, más aún de gratitud: visitar a algunos de los que se hallan presos por haber defendido la Patria en la década del ’70.

Por gracia de Dios, hace ya algunos años que pude romper el cerco que nos separa a los ciudadanos comunes de ese terrible lugar que es la cárcel; fue durante los estudios del seminario cuando, junto a otros compañeros, alcancé a visitar algunas cárceles y correccionales, palpando en cuero ajeno lo que significa el estar privado de la libertad y alejado de los seres queridos. Sin embargo, hay una diferencia, ya que una cosa es pagar por algo injusto que uno sí ha hecho y otra muy distinta es pagar injustamente por algo que no se ha hecho. El visitar a estos presos es una experiencia inolvidable que implica, a la vez, un gran dolor y un poco de gozo.

Dolor, por la cruz que deben llevar y gozo porque uno se sabe estar cumpliendo un mandato evangélico: “estuve preso y me visitasteis” (Mt. 25,36).

Se trata de ayudarlos a cargar la Cruz, la de ellos y la de sus familias, porque todos estamos presos con ellos. Es compartiendo esta bendita Cruz como se les hace más liviana; es compartiéndola y abrazándola como la Cruz nos puede llegar a redimir.

Dos semanas; fue poco nomás. Sólo dos semanas de vacaciones que pensaba aprovechar para leer, para rezar, para visitar a algunos amigos; dos semanas que venía proyectando desde hacía meses y que – como siempre – no saldrían tal cual lo esperaba. Dos semanas en las que quería descansar, “desenchufarme” un poco, estar un poco más entre los míos; sin embargo, una y otra vez, resulta imposible acallar la conciencia y dormir cuando se sabe que se está cometiendo una injusticia (“todos los que militáis bajo esta bandera, ya no durmáis, ya no durmáis, que no hay paz en esta tierra”, decía Santa Teresa).

Había que ver a nuestros presos; no sólo a mi padre, a quien visito mensualmente en la vieja cárcel de San Juan, sino a muchos otros a los que no pueden asistir a la Santa Misa, a los que – normalmente – no pueden recibir el Cuerpo de Cristo, a los que pocas veces reciben un consuelo o un conforto.

Porque hay que seguir peleando, hay que seguir combatiendo esta misma guerra que pelearon ellos. No es poco lo que podemos hacer y es mucho lo que nuestros padres han hecho y siguen haciendo por nosotros; en sus prisiones, aún hoy nos siguen dando ejemplo de entereza cristiana; en su prisión siguen edificando a cada uno de nosotros cuando vamos a visitarlos.

Tres cárceles fueron y tres espadas parecían clavarse en cada requisa, en cada lista y espera; comencé por San Luis, donde un viejo amigo de mi padre “reside” desde hace casi tres años; seguí por Mendoza visitando a otros y terminé en San Juan para culminar mis vacaciones. Tres cárceles y varios prisioneros de guerra. Historias similares, combates, desilusiones, pero siempre, siempre, un solo protagonista; uno solo aparecía tras las rejas: era Cristo en la cárcel.

Era Cristo quien sufría por los suyos, por la injusticia, por los pecados de nuestra Patria; era Cristo el que una vez más pasaba la noche del Jueves Santo, injustamente encadenado y sometido a un juicio que da risa, por no decir llanto. Era Cristo que ahora padecía una vez más el odio satánico de quienes todavía tienen un corazón de piedra (misterio que mete miedo).

Pero no sólo eso: era Cristo en los presos y era Cristo en la Misa.

Era un solo el protagonista: sufría Él en la cárcel y se ofrecía en el Altar; figuradamente en uno y realmente en otro; era Cristo en la cara de nuestros presos y era Cristo elevado en el altar, un altar de campaña, improvisado en la celda: sin mantel, sin velas y sin música; era Crito que bajaba nuevamente a una mesa de hierro, sin pretender demasiados ornamentos más que algunas lágrimas de los fieles y su ministro.

Pude ofrecer el Santo Sacrificio y elevar a la Víctima en tanto cuanto me lo permitía el tiempo y las circunstancias y siempre, siempre, pedí una vez más por la pronta libertad e insistiendo como la viuda del evangelio que finalmente le ganó por cansancio al Buen Dios (Lc. 18,1-5).

Un solo protagonista, que sigue obrando ocultamente en ellos y que nos ofrece una vez más la Cruz, para que la besemos, para que la carguemos sin arrastrarla hasta configurarnos con ella. Un solo Dios que quiere que ayudemos a redimir el mundo con nuestros sufrimientos. Un solo Dios exige nuestra cooperación para que Él reine “haciendo de cuenta que todo depende de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios” (como decía San Ignacio).

Un solo Dios que está esperando que le pidamos y que nos volvamos hacia Él.

Ruego a Dios y a los de buena voluntad que aligeremos este Cáliz uniéndonos en la oración y en los sacrificios; cuanto antes lo hagamos, antes pasará.

Y no temamos “Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Jn. 15,20).

Dios ha vencido al mundo.

Con mi bendición

P. Javier Olivera, IVE
Miembro de “Hijos y nietos de presos políticos de Argentina”

miércoles, 12 de agosto de 2009

¿POR QUÉ ME CONVERTÍ AL CATOLICISMO?


Aunque sólo hace algunos años que soy católico, sé sin embargo que el problema "por qué soy católico" es muy distinto del problema "por qué me convertí al catolicismo". Tantas cosas han motivado mi conversión y tantas otras siguen surgiendo después... Todas ellas se ponen en evidencia solamente cuando la primera nos da el empujón que conduce a la conversión misma. Todas son también tan numerosas y tan distintas las unas de las otras, que, al cabo, el motivo originario y primordial puede llegar a parecernos casi insignificante y secundario. La "confirmación" de la fe, vale decir, su fortalecimiento y afirmación, puede venir, tanto en el sentido real como en el sentido ritual, después de la conversión. El convertido no suele recordar más tarde de qué modo aquellas razones se sucedían las unas a las otras. Pues pronto, muy pronto, este sinnúmero de motivos llega a fundirse para él en una sola y única razón. Existe entre los hombres una curiosa especie de agnósticos, ávidos escudriñadores del arte, que averiguan con sumo cuidado todo lo que en una catedral es antiguo y todo lo que en ella es nuevo. Los católicos, por el contrario, otorgan más importancia al hecho de si la catedral ha sido reconstruida para volver a servir como lo que es, es decir, como catedral.

¡Una catedral! A ella se parece todo el edificio de mi fe; de esta fe mía que es demasiado grande para una descripción detallada; y de la que, sólo con gran esfuerzo, puedo determinar las edades de sus distintas piedras.

A pesar de todo, estoy seguro de que lo primero que me atrajo hacia el catolicismo, era algo que, en el fondo, debería más bien haberme apartado de él. Estoy convencido también de que varios católicos deben sus primeros pasos hacia Roma a la amabilidad del difunto señor Kensit.

El señor Kensit, un pequeño librero de la City, conocido como protestante fanático, organizó en 1898 una banda que, sistemáticamente, asaltaba las iglesias ritualistas y perturbaba seriamente los oficios. El señor Kensit murió en 1902 a causa de heridas recibidas durante uno de esos asaltos. Pronto la opinión pública se volvió contra él, clasificando como "Kensitite Press" a los peores panfletos antirreligiosos publicados en Inglaterra contra Roma, panfletos carentes de todo juicio sano y de toda buena voluntad.

Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable.

En el primer caso —creo que se trataba de Horton y Hocking— se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: "Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!" Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender.

En el segundo caso, alguien del diario "Daily News" (entonces yo mismo era todavía alguien del "Daily News"), como ejemplo típico del "formulismo muerto" de los oficios católicos, citó lo siguiente: un obispo francés se había dirigido a unos soldados y obreros cuyo cansancio físico les volvía dura la asistencia a Misa, diciéndoles que Dios se contentaría con su sola presencia, y que les perdonaría sin duda su cansancio y su distracción. Entonces yo me dije otra vez a mi mismo: "¡Qué sensata es esa gente! Si alguien corriera diez leguas para hacerme un gusto a mi, yo le agradecería muchísimo, también, que se durmiera enseguida en mi presencia".

Junto con estos dos ejemplos, podría citar aún muchos otros procedentes de aquella primera época en que los inciertos amagos de mi fe católica se nutrieron casi con exclusividad de publicaciones anticatólicas. Tengo un claro recuerdo de lo que siguió a estos primeros amagos. Es algo de lo cual me doy tanta más cuenta cuanto más desearía que no hubiese sucedido. Empecé a marchar hacia el catolicismo mucho antes de conocer a aquellas dos personas excelentísimas a quienes, a este respecto, debo y agradezco tanto: al reverendo Padre John O'Connor de Bradford y al señor Hilaire Belloc; pero lo hice bajo la influencia de mi acostumbrado liberalismo político; lo hice hasta en la madriguera del "Daily News".

Este primer empuje, después de debérselo a Dios, se lo debo a la historia y a la actitud del pueblo irlandés, a pesar de que no hay en mí ni una sola gota de sangre irlandesa. Estuve solamente dos veces en Irlanda y no tengo ni intereses allí ni sé gran cosa del país. Pero ello no me impidió reconocer que la unión existente entre los diferentes partidos de Irlanda se debe en el fondo a una realidad religiosa; y que es por esta realidad que todo mi interés se concentraba en ese aspecto de la política liberal. Fui descubriendo cada vez con mayor nitidez, enterándome por la historia y por mis propias experiencias, cómo, durante largo tiempo se persiguió por motivos inexplicables a un pueblo cristiano, y todavía sigue odiándosele. Reconocí luego que no podía ser de otra manera, porque esos cristianos eran profundos e incómodos como aquellos que Nerón hizo echar a los leones.

Creo que estas mis revelaciones personales evidencian con claridad la razón de mi catolicismo, razón que luego fue fortificándose. Podría añadir ahora cómo seguí reconociendo después, que a todos los grandes imperios, una vez que se apartaban de Roma, les sucedía precisamente lo mismo que a todos aquellos seres que desprecian las leyes o la naturaleza: tenían un leve éxito momentáneo, pero pronto experimentaban la sensación de estar enlazados por un nudo corredizo, en una situación de la que ellos mismos no podían librarse. En Prusia hay tan poca perspectiva para el prusianismo, como en Manchester para el individualismo manchesteriano.

Todo el mundo sabe que a un viejo pueblo agrario, arraigado en la fe y en las tradiciones de sus antepasados, le espera un futuro más grande o por lo menos más sencillo y más directo que a los pueblos que no tienen por base la tradición y la fe. Si este concepto se aplicase a una autobiografía, resultaría mucho más fácil escribirla que si se escudriñasen sus distintas evoluciones; pero el sistema sería egoísta. Yo prefiero elegir otro método para explicar breve pero completamente el contenido esencial de mi convicción: no es por falta de material que actúo así, sino por la dificultad de elegir lo más apropiado entre todo ese material numeroso. Sin embargo trataré de insinuar uno o dos puntos que me causaron una especial impresión.

Hay en el mundo miles de modos de misticismo capaces de enloquecer al hombre. Pero hay una sola manera entre todas de poner al hombre en un estado normal. Es cierto que la humanidad jamás pudo vivir un largo tiempo sin misticismo. Hasta los primeros sones agudos de la voz helada de Voltaire encontraron eco en Cagliostro. Ahora la superstición y la credulidad han vuelto a expandirse con tan vertiginosa rapidez, que dentro de poco el católico y el agnóstico se encontrarán lado a lado. Los católicos serán los únicos que, con razón, podrán llamarse racionalistas. El mismo culto idolátrico por el misterio empezó con la decadencia de la Roma pagana a pesar de los "intermezzos" de un Lucrecio o de un Lucano.

No es natural ser materialista ni tampoco el serlo da una impresión de naturalidad. Tampoco es natural contentarse únicamente con la naturaleza. El hombre, por lo contrario, es místico. Nacido como místico, muere también como místico, sobre todo si en vida ha sido un agnóstico. Mientras que todas las sociedades humanas consideran la inclinación al misticismo como algo extraordinario, tengo yo que objetar, sin embargo, que una sola sociedad entre ellas, el catolicismo, tiene en cuenta las cosas cotidianas. Todas las otras las dejan de lado y las menosprecian.

Un célebre autor publicó una vez una novela sobre la contraposición que existe entre el convento y la familia (The Cloister and the hearth). En aquel tiempo, hace 50 años, era realmente posible en Inglaterra imaginar una contradicción entre esas dos cosas. Hoy en día, la así llamada contradicción, llega a ser casi un estrecho parentesco. Aquellos que en otro tiempo exigían a gritos la anulación de los conventos, destruyen hoy sin disimulo la familia. Este es uno de los tantos hechos que testimonian la verdad siguiente: que en la religión católica, los votos y las profesiones más altas y "menos razonables" —por decirlo así— son, sin embargo, los que protegen las cosas mejores de la vida diaria.

Muchas señales místicas han sacudido el mundo. Pero una sola revolución mística lo ha conservado: el santo está al lado lo superior es el mejor amigo de lo bueno. Toda otra aparente revelación se desvía al fin hacia una u otra filosofía indigna de la humanidad; a simplificaciones destructoras; al pesimismo, al optimismo, al fatalismo, a la nada y otra vez a la nada; al "nonsense", a la insensatez.

Es cierto que todas las religiones contienen algo bueno. Pero lo bueno, la quinta esencia de lo bueno, la humildad, el amor y el fervoroso agradecimiento "realmente existente" hacia Dios, no se hallan en ellas. Por más que las penetremos, por más respeto que les demostremos, con mayor claridad aún reconoceremos también esto: en lo más hondo de ellas hay algo distinto de lo puramente bueno; hay a veces dudas metafísicas sobre la materia, a veces habla en ellas la voz fuerte de la naturaleza; otras, y esto en el mejor de los casos, existe un miedo a la Ley y al Señor.

Si se exagera todo esto, nace en las religiones una deformación que llega hasta el diabolismo. Sólo pueden soportarse mientras se mantengan razonables y medidas. Mientras se estén tranquilas, pueden llegar a ser estimadas, como sucedió con el protestantismo victoriano. Por el contrario, la más exaltación por la Santísima Virgen o la más extraña imitación de San Francisco de Asís, seguirían siendo, en su quintaesencia, una cosa sana y sólida. Nadie negará por ello su humanismo, ni despreciará a su prójimo. Lo que es bueno, jamás podrá llegar a ser DEMASIADO bueno. Esta es una de las características del catolicismo que me parece singular y universal a la vez. Esta otra la sigue:

Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo. El otro día, Bernard Shaw expresó el nostálgico deseo de que todos los hombres vivieran trescientos años en civilizaciones más felices. Tal frase nos demuestra cómo los santurrones sólo desean —como ellos mismos dicen— reformas prácticas y objetivas. Ahora bien: esto se dice con facilidad; pero estoy absolutamente convencido de lo siguiente: si Bernard Shaw hubiera vivido durante los últimos trescientos años, se habría convertido hace ya mucho tiempo al catolicismo. Habría comprendido que el mundo gira siempre en la misma órbita y que poco se puede confiar en su así llamado progreso. Habría visto también cómo la Iglesia fue sacrificada por una superstición bíblica, y la Biblia por una superstición darwinista. Y uno de los primeros en combatir estos hechos hubiera sido él. Sea como fuere, Bernard Shaw deseaba para cada uno una experiencia de trescientos años. Y los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diecinueve siglos. Una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años. Esto significa, si lo precisamos todavía más, que una persona, al convertirse, crece y se eleva hacia el pleno humanismo. Juzga las cosas del modo como ellas conmueven a la humanidad, y a todos los países y en todos los tiempos; y no sólo según las últimas noticias de los diarios Si un hombre moderno dice que su religión es el espiritualismo o el socialismo, ese hombre vive íntegramente en el mundo más moderno posible, es decir, en el mundo de los partidos. El socialismo es la reacción contra el capitalismo, contra la insana acumulación de riquezas en la propia nación. Su política resultaría del todo distinta si se viviera en Esparta o en el Tibet. El espiritualismo no atraería tampoco tanto la atención si no estuviese en contradicción deslumbrante con el materialismo extendido en todas partes. Tampoco tendría tanto poder si se reconocieran más los valores sobrenaturales. Jamás la superstición ha revolucionado tanto el mundo como ahora. Sólo después que toda una generación declaró dogmáticamente y una vez por todas, la IMPOSIBILIDAD de que haya espíritus, la misma generación se dejó asustar por un pobre, pequeño espíritu. Estas supersticiones son invenciones de su tiempo —podría decirse en su excusa—. Hace ya mucho, sin embargo, que la Iglesia Católica probó no ser ella una invención de su tiempo: es la obra de su Creador, y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud: y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas, han perdido ya la esperanza de verla morir algún día.

G. K. Chesterton

martes, 11 de agosto de 2009

Hablando de sectas: ¿QUÉ EDAD TIENE SU IGLESIA?

• Si usted es Luterano, su religión fue fundada por Martín Lutero, un ex-monje de la Iglesia, el año 1517.

• Si Ud. pertenece a la Iglesia de Inglaterra, su religión fue fundada por el rey Enrique VIII el año 1534, porque el Papa no le permitió el divorcio con derecho de volver a casarse.

• Si Ud. es Presbiteriano su religión fue fundada en Escocia por John Knox, el año 1560.

• Si Ud. es Congresionalista, su religión fue originada por Roberto Brown, en Holanda, el año 1582.

• Si Ud. es Bautista, debe el contenido de su religión a John Smith, quien la comenzó en Amsterdam en 1606.

• Si Ud. es Holandés reformista, reconoce a Michael Jones como fundador de su Iglesia, porque originó su religión en Nueva York en 1628.

• Si Ud. es Protestante anglicano, su religión es una rama de la Iglesia de Inglaterra fundada por Samuel Seabury en las colonias americanas en el siglo XVII.

• Si Ud. es Metodista, su religión comenzó por medio de John y Charles Wesley en Inglaterra en 1744.
• Si Ud. es Unitario, Teófilo Lindley fundó su Iglesia en Londres en 1774.

• Si Ud. es Mormón (los Santos de los últimos días), Joseph Smith comenzó su religión en Palmyra, Nueva York en 1829.

• Si Ud. es Adventista, debe reconocer a G. Miller como fundador de su secta en 1831, y que de ella se separó en 1845 el grupo de los Adventistas del Séptimo Día, formado por José Bages, Santiago White y Elena G. White.

• Si Ud. forma parte del llamado Ejército de salvación, su secta comenzó en Londres, con Guillermo Booth, en 1865.

• Si Ud. pertenece a la secta llamada Testigos de Jehová, debe saber que su religión fue fundada por Carlos Taze Russell en 1870, y modificada por su discípulo Rutherford en 1918.

• Si Ud. es un científico cristiano, mirará el año 1879 como el año en que nació su religión, que fue fundada por la señora Mary Baker Eddy.

Y éstos tan sólo son algunos ejemplos de las incontables sectas protestantes.

Ahora bien, desde la predicación de Nuestro Señor Jesucristo hasta el nacimiento de éstas y otras sectas, pasó mucho tiempo... pasaron siglos, en que estas sectas no existieron. ¿Dónde se encontraban esas religiones desde Cristo hasta la fecha de su fundación?

Por lo tanto, si no fueron obra de Cristo, ¿de quién fueron obra? ¿Se da usted cuenta que las sectas son invenciones de hombres y no Obras de Dios?

Pero si es CATOLICO APOSTÓLICO Y ROMANO, usted sabe que su Religión fue fundada el año 33 de la era cristiana por Jesucristo, Dios y hombre verdadero, y que no ha cambiado desde entonces. Los que han pretendido cambiarla han quedado fuera de ella, porque no es posible cambiar la verdad sin abandonarla. Los protestantes nunca fueron de Jesucristo. Jesús Dios fundó su Iglesia sobre la roca inconmovible de Pedro (San Mateo, XVI, 18).

Sabe también que Jesucristo dijo: «Guardaos de los falsos profetas, los cuales que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces. De modo que por sus frutos los conoceréis» (San Mateo, VII, 15-16).

Y que asimismo Jesucristo dijo: «Si entonces os dicen: Ved, el Cristo está aquí o allá, no le creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si fuera posible, aún a los elegidos» (San Mateo, XXIV, 23-24).

Por consiguiente, no se deje engañar por los llamados «Pastores» protestantes, de cualquier secta que sean, que quieren con sus falsas doctrinas apartarle de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que es la única verdadera, fundada por Nuestro Señor Jesucristo, que es, como El mismo lo dijo, «el Camino, la Verdad y la Vida» (San Juan, XIV, 6).

lunes, 10 de agosto de 2009

¡DESTRUIR A GOLIAT!


Frente al avance arrollador del Comunismo y al espíritu de entrega servil de las Democracias occidentales, no dejaremos de clamar que la única salida es la restauración católica, nacionalista, jerárquica y militar de la Patria.

No existe para nosotros nada más que una alternativa: restauración católica o revolución comunista.

El tiempo apremia y sólo nos queda repetir una vez más la sentencia de San Agustín: “No es ésta la hora de plantear cuestiones, sino de confesar a Cristo”.

Confesarlo en todo, en la vida privada y en la vida pública, en el pensamiento, en la conducta y en la política. Y en primer término en la política, que el liberalismo ha laicizado; esto es hasta el extremo de que la mayor parte de los católicos suman su tontera a la sagacidad de los enemigos de Cristo, gritando con ellos en la plaza pública: ¡Fuera la Religión de la política!

Lo peor es que muchos sacerdotes precisan que así debe ser, en contra de lo que repetía el Cardenal Pie: “Tratar de convertir a los individuos, sin querer cristianizar a las instituciones, hace frágil la obra… lo que se edifica por la mañana, se derrumba por la tarde”.

Urge que se entienda y se haga entender que la concepción democrática liberal, burguesa o proletaria, prepara y sirve al advenimiento del comunismo en la medida que predomina en las instituciones públicas. Así es como el Estado de Derecho, la Constitución Nacional, la familia, la escuela, la universidad, los gremios y las Fuerzas Armadas en la Argentina de hoy, con su estructura y sentido liberales, preparan y sirven al comunismo, sean cuales fueren las intenciones de los que dirigen o mandan.

Es tarea vana e inoperante enseñarles a los Jefes y Oficiales de las Fuerzas Armadas Argentinas, la Ontología, la Ética, e incluso, la Política según la filosofía perenne, sin demostrarles al mismo tiempo, que nuestras instituciones están inspiradas en su negación más radical y absoluta. ¿De qué sirve ante las inminencias que se precipitan, hablar del ser y de los transcendentales, del acto y de la existencia, de la sustancia y de los accidentes, de las causas y de los medios, sin denunciar a la luz de esas distinciones primordiales que somos una República sin religión ni metafísica?

¿Qué significa exponer teóricamente la Verdad, predicar la Palabra de Dios y apoyar prácticamente esa anarquía y subversión democráticas que padecemos?

No importa que no se apoye expresamente, basta con el silencio culpable. No es la hora de planes pedagógicos a largo plazo, sino de dar el testimonio entero de la Verdad, combatiendo al error donde se encuentre y sin reservas de ninguna especie.

Cristo tiene que volver a ser el centro en el alma humana, en la ciudad terrena y en la Historia Universal. Tenemos que construirlo todo desde Él, por Él y para Él. Sólo así tendremos la fuerza de Dios para enfrentar al nuevo “Goliat que se viene con su tremenda amenaza” (Juan XXIII).

La civilización occidental moderna no es cristiana, sino que ha venido siendo cada vez menos cristiana. Su origen y raíz es la ruptura con la unidad de la Cristiandad, la filosofía, las ciencias, la ética, las bellas artes, se han ido apartando de la Unidad para caer en la separación, la anarquía, la confusión. Y por esto es que esa misma ciencia del espacio que obra prodigios, desarraigada de la Fe sobrenatural y de las verdades esenciales, “no es crecimiento, sino derrumbamiento” como decía San Agustín.

Nada puede ser más desconcertante que la coincidencia de los viajes a los espacios siderales, con el mundo de esclavos aterrados en que nos estamos convirtiendo. El hombre exterior con su formidable poder sobre las cosas, contrasta con el anonadamiento completo del hombre interior: ¿De qué vale ganar el mundo si pierdes el alma?

Para entender hasta qué punto es verdad lo que estamos diciendo, medite el lector estas instrucciones de Bismarck a su embajador en París, en 1871 y después de la derrota de Francia: “Una política católica de Francia le daría una gran influencia en Europa y hasta en el Extremo Oriente. El medio de contrarrestar su influencia en beneficio de la nuestra es abatir al Catolicismo y al Papado, que es la cabeza. Si podemos alcanzar este fin, Francia está para siempre aniquilada… Los radicales (Gambeta, Bert, Ferry, Littré) nos ayudarán: ellos juegan nuestro juego. Lo que yo ataco por política, ellos lo hacen por fanatismo antirreligioso. Su concurso está asegurado. Sí, poned todos vuestros cuidados en mantener este cambio de servicios mutuos entre los republicanos y Prusia. Francia pagará los gastos”.

Quiere decir que descristianizar a las naciones católicas como Francia, España o la Argentina, es debilitarlas, disminuirlas, abatirlas. Recuerde el lector que los masones y liberales que gobernaban nuestra Patria en el '80, a la zaga de los masones y liberales franceses, descristianizaron la familia y la escuela argentinas. Y ese fue el paso previo indispensable para la Reforma bolchevique de la Universidad en 1918.

Invocar a Moreno, Rivadavia, Sarmiento y los otros falsos próceres liberales, para oponerse al comunismo, es sencillamente estúpido y torpe, cuando no es complicidad y colaboración con el enemigo. Hay que revisarlo todo, no solamente la Historia Argentina; pero revisarlo a la luz de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad sobrenaturales. Hay que volver urgentemente, con la ayuda de Dios, a la Encarnación del Verbo en nuestro pensamiento, en nuestro corazón, en nuestra conducta y en nuestras instituciones públicas. Volver a la Unidad, a la Verdad y a la Realeza de Cristo y de su Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

No hay más que Cristo o el Anticristo. Sólo en Cristo nos haremos fuertes con la fuerza de Dios, como el pequeño David, para enfrentar y abatir al nuevo Goliat.

Jordán Bruno Genta

Tomado de “Combate” nº 98, de julio de 1961, y “Cabildo”, segunda época, año XI, nº 105, de octubre de 1986.

jueves, 6 de agosto de 2009

CARTA A DOS OBISPOS VASCOS

Queridos Obispos Vascos: Mateo Mújica y Marcelino Olaechea:

Permitidme que me dirija al cielo donde vivís, para comentaros una carta de los actuales obispos de las diócesis vascongadas, dirigida personalmente a todos y cada uno de sus sacerdotes, sobre un problema que os afecta, porque lo sufristeis en vuestra propia carne en el año 1936.

La carta en cuestión, comienza recordando la atención prestada por la Iglesia, después de 71 años, el 7 de octubre de 2007, beatificando a 498, casi todos sacerdotes, martirizados en 1936 por los rojos (comunistas y socialistas), para, acto seguido, subrayar con queja amarga la desatención olvidadiza por parte de la Iglesia de los 14 sacerdotes vasco-separatistas, “ ejecutados por quienes vencieron en la contienda”.

Tú, Mateo Mújica, obispo de Vitoria que entonces comprendía las tres provincias Vascongadas, y que antes fuiste obispo de Pamplona, y de tus manos recibí el sacramento de la Confirmación en Vidángoz (Valle del Roncal), y tú, Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, que vivisteis en el mismo crater del volcán el estallido inevitable de la guerra, para salvar la Iglesia del exterminio comunista y salvar a la Patria de convertirse en una colonia soviética; a vosotros que tanto empeño pusisteis en evitar una guerra también fratricida entre vasco-navarros con raíces profundas cristianas, separados por el “matiz político” del separatismo, os suplico, por favor, decidles a los actuales 4 obispos firmantes y al 5º obispo que no firma por estar jubilado o por esconder la mano, que si quieren hacer, como dicen, un ejercicio de “purificación de la memoria”, lo cuenten todo con transparencia sin dejarse nada en el tintero. Porque vosotros lo dejasteis todo escrito para evitar tergiversaciones futuras, en medio de trabajos y sufrimientos; y publicasteis en el Boletín Diocesano de Vitoria y Pamplona el 6 de agosto del 36, a los 19 días del inicio de la guerra, el primer documento de paz, obligados “por la colaboración de un sector grande de católicos vascos (los separatistas), con las fuerzas del Frente Popular, al que califican de “marxista”, declarando la improcedencia o ilicitud de la conducta del nacionalismo vasco”.

Fracasasteis en el intento con vuestra petición angustiosa, porque “…uno de los dos bandos de hijos nuestros, amantísimos de la Iglesia y seguidores de sus doctrinas, han hecho causa común con enemigos declarados, encarnizados de la Iglesia, han sumado sus fuerzas a las de ellos; por lo que Nos, con toda la autoridad de que nos hallamos investidos… os decimos : no es lícito” “Pensad que la ruina de España es la de todos”

Pero, la desobediencia flagrante, también de vuestros sacerdotes, entre los cuales los 14 fusilados, se impuso; tal era la ceguera de su pasión política, que se hicieron los sordos cuando les dijisteis que sus hermanos sacerdotes en zona roja eran fusilados por miles por sus compañeros de lucha; y las consecuencias se hicieron inevitables, porque la conquista de la cornisa cantábrica en lugar de durar 15 días duró 15 meses con miles de muertos.

Aquí está el nudo de la cuestión de la carta de vuestros sucesores como obispos: que no hacen alusión a la desobediencia a vosotros los dos obispos vascos, de Vitoria y de Pamplona, que llorabais con angustia el desastre que se echaba encima entre vuestros hijos vascos y navarros.

Y vino la consecuencia del fusilamiento de los 14 sacerdotes tras combate con muchas bajas. Yo no puedo aprobar esta acción del comandante Llamas. El cardenal Gomá corrió a quejarse personalmente a Franco en Salamanca; y Franco cortó por lo sano actuaciones de este talante; tú Mateo Mújica saliste en defensa de todos y cada uno de los 14; y hasta Pío XI se refirió públicamente al hecho. En una palabra, no se soslayó el gravísimo tema, antes bien se zanjó la cuestión al más alto nivel. No podemos decir lo mismo de los más de 56 sacerdotes asesinados por el bando en que militaba el clero separatista, a pesar de que Pío XI dijera: “El comunismo es intrínsecamente perverso, y no se puede admitir que colaboren con él en ningún terreno los que quieran salvar la civilización cristiana” Los católicos separatistas, alucinados por el señuelo del Estatuto vasco prometido por el ateo marxista Prieto, prefirieron hacerse cómplices de las matanzas que se sucedieron en las cárceles flotantes de los barcos “Quilates” y “Altuna Mendi” y cárceles por un total de 853 asesinados en las tres provincias, como bien publicó José Echeandía, párroco de Durango, excautivo, testigo del “Altuna Mendi, en su libro “La persecución roja en el país vasco”

Señores obispos vascos de hoy: Si publicáis en vuestra carta los nombres de los 14 sacerdotes fusilados por el bando nacional, y reconocéis que el resto hasta más de 70, pasan de 56, fueron fusilados en las Vascongadas por el bando rojo-separatista ¿por qué no publicáis al mismo tiempo sus nombres? ¡Por favor! díganlo todo; y no comparen los 6871 sacerdotes martirizados en España por odio a la fe, con los 14 separatistas, que fueron fusilados por el bando nacional, no por odio a la fe, ni por ser sacerdotes, sino por empecinados en su odio a España, que, contra la voluntad “pública y autoritativa” de sus obispos, Mújica y Olaechea,“han hecho causa común con enemigos declarados, encarnizados de la Iglesia; han sumado sus fuerzas a las de ellos; han fundido su acción con la de ellos, y acometen fieramente con todo género de armas mortíferas a los enemigos de ellos, que son sus propios hermanos”? ¿Acaso les cabe duda, señores” obispos, de que hoy, durante 30 años de esta Democracia, el PNV tiene por fuerza armada a la ETA que se declara abiertamente marxista-leninista?¿Han iniciado en sus respectivas diócesis algún proceso de beatificación de sus sacerdotes mártires? ¿No? Yo les acuso de silenciadores de Cristo de nuevo crucificado.

¡Por favor! dígan también que el ejército de batallones gudaris con sus 90 capellanes se comprometieron a conquistar Oviedo para botín del Frente Popular en febrero de 1937. El Comandante jefe de los Capellanes de Gudaris, José María Corta Uribarren, antiguo alumno de Comillas, 32 años, a la hora de seleccionar en Bilbao capellanes para luchar en Oviedo, oyó que alguno le dijo: Tú el primero, que para eso eres el jefe. Tengo testigo.

Pernoctaron en Avilés; algún gudari se dejó en el baño de la casa donde se hospedó la medallita de la Virgen que le había puesto su amachu. Oyeron misa muy devotos, mientras los curas de Avilés, que no habían sido fusilados, se escondían como ratas por la cuenta que les traía. Desfilaron camino de El Escamplero con sus uniformes flamantes y el primer día de entrar en fuego, una bala en el pecho acabó con la vida del Comandante Jefe de Capellanes, José María Corta Uribarren, a quien se le dio solemne entierro por la Gran Vía de Bilbao.

Los más de 30.000 atacantes no sabían que los pocos defensores de Oviedo habían demostrado durante el largo asedio que la ciudad era “invicta”. Pero, señores obispos vascos de hoy, si hubieran tomado Oviedo, ¿qué botín se llevarían en sus conciencias a Bilbao los gudaris y sus capellanes? Se lo voy a asegurar con absoluta certeza: Serían testigos de que los 100 sacerdotes que vivían en Oviedo habrían sido fusilados por los mismos que mataron a 193 sacerdotes en la Asturias roja; serían testigos de que todas las iglesias de Oviedo, incluida la catedral, habrían sido quemadas por los mismos que quemaron las iglesias de Gijón, de Avilés y de las Cuencas mineras. Ese es el botín que, con alegría de locos borrachos de odio a España, llevarían en su conciencia los supercatólicos vascos aliados del Frente Popular.

Entre sus consideraciones, los obispos vascos de hoy nos aseguran: “Deseamos prestar un servicio a la verdad, que es uno de los pilares básicos para construir la justicia , la paz y la reconciliación”; pues dígannos toda la verdad y no reabran heridas por decir sólo verdades a medias; y si tanto interesa la reconciliación, sería interesante que nos dijeran la fecha en que el clero separatista pidió perdón por la desobediencia flagrante a sus obispos uniéndose como cómplices al Frente Popular y sus consecuencias gravísimas de tal desobediencia.

Si nos dicen: “Queremos contribuir a la dignificación de quienes (los 14) han sido olvidados o excluidos y a mitigar el dolor de sus familiares y amigos” lo han podido también demostrar lamentando el olvido y exclusión de los altares de miles de mártires que dieron su vida por la fe sin una sola apostasía, hasta que Juan Pablo II puso empeño en beatificarlos; lo han podido demostrar también presidiendo los funerales de las víctimas de ETA, que hasta que llegó Blázquez a Bilbao, no había obispo que los presidiera, ni mitigara el dolor de sus familiares y proporcionara una caricia a miles de niños huérfanos, víctimas de ETA.

Si nos dicen: “Queremos pedir perdón e invitar a perdonar también nuestras limitaciones no sólo en el pasado sino en el presente”, que nos expliquen porque había tantas dificultades a la hora de encontrar un cura para presidir el funeral de un guardia civil o de un policía asesinado por ETA; que nos expliquen esa extraña Teología de quien se defiende diciendo que “Dios no nos manda amar a todos de la misma manera”.

Totalmente de acuerdo con que “El perdone nuestra ofensas y nos enseñe así a perdonar a los que nos ofenden”, sin excluir que nos dé coraje de soldados cristianos para defender hasta la muerte a Dios y España, frente a los enemigos que, contra toda justicia, pretendían exterminar la Iglesia y convertir nuestra Patria en una colonia o república soviética.

Suscribo la conclusión final de la carta de los obispos vascos de hoy: “Purificando la memoria, sirviendo a la verdad, (se entiende la verdad íntegra)…queremos mirar al pasado, (se entiende no sólo lejano sino también de 40 años para acá con elementos como Arzalluz), para construir un presente y un mañana nuevos” (se entiende con clero joven pletórico de espiritualidad y fervientes católicos vascos al estilo de los eminentes vascos españoles de la historia, desde Ignacio de Loyola a Unamuno, desde Juan de Zumárraga a Zacarías de Vizcarra)

Perdonadme obispos Mújica y Olaechea: no he pretendido interrumpir vuestra visión beatífica de Dios. He salido en defensa de vuestra verdad.

Padre Ángel Garralda