lunes, 30 de mayo de 2011

ARENGA DEL GENERAL YAGÜE EN BARCELONA


Al terminar la santa misa, el general Yagüe dirigió a través del micrófono la arenga siguiente:

Tenéis la suerte de haber nacido en esta tierra bendita por Dios y admirada por todos. ¡Catalanes! Yo, en nombre del Gobierno español y en nombre de la España de Franco, os saludo y os traigo a vosotros, a los que gritabais antes ¡Viva España! con emoción, os traigo, repito, un emocionado abrazo de hermanos.

Y a vosotros, catalanes, que os envenenaron con doctrinas infames, que os hicieron maldecir a España, que vivíais engañados por la propaganda, os traigo también el perdón, porque España es grande y fuerte y puede perdonar.

A vosotros, soldados de mi Patria, luchadores incansables, mi admiración, mi cariño y gratitud.

Habéis empleado una hora para dar gracias a Dios, que nos ha traído hasta Barcelona, protegiéndonos en la empresa, y al mismo tiempo para rezar también por los caídos aquí en la Plaza de Cataluña, cuajada de banderas de España y de Franco, y jurar que sabremos cumplir con el deber, por el que ellos cayeron, y que en nuestro camino nada ni nadie nos podrá contener.

Catalanes: ¡Arriba España! ¡Viva Cataluña española! ¡Viva España! ¡Viva Franco!

General Juan Yagüe
BARCELONA 26 DE ENERO DE 1939

miércoles, 18 de mayo de 2011

HABLA UN CURA CATÓLICO, SIN COMPLEJOS: EL PADRE ALBA

Nosotros estamos llamados a la gran batalla que hemos de luchar a las órdenes de la Mujer vestida de Sol. Tened coraje y combatid. Hemos de estar hechos para el ideal y no para el engaño. Si alguno de vosotros obra así, pido a Dios que pronto le aparte de nosotros. Que se quede con sus juegos, con sus novias, con sus ligerezas y con sus cobardías y mentiras.

Queremos hombres, y hombres verdaderos. Prefiero mil veces tener tres o cuatro hombres de verdad, que cuatrocientos o cuatro mil farsantes. Los primeros sabrán morir para con su sangre fructificar la tierra. Los cuentistas y farsantes no servirán más que para estorbar entre los que se tomarían en serio la santidad. Que se vayan con sus entretenimientos a otra parte. Que jueguen a sus diversiones privadas en otro lugar. Que hagan su vida con otras asociaciones. Y que nos dejen en paz, solos y felices, porque Jesús hará que empecemos un nuevo sendero de salvación de juventudes.

¿Falsos, cuentistas, ennoviadores, zánganos, comodones, aburguesados, hombres de ir tirando...? NO GRACIAS.

Padre José María Alba Cereceda S.J

lunes, 16 de mayo de 2011

BLAS PIÑAR A LA UNIÓN SEGLAR DE BARCELONA

Palabras de Blas Piñar a la Unión Seglar con motivo del Cenáculo de Mayo dedicado a los Héroes del Alcázar en el Colegio Corazón Inmaculado de María de Sentmenat fundado por el padre José María Alba.

Unas palabras para comenzar un acto en el que se conmemora, ya próximo, el 75 aniversario de la Liberación del Alcázar de Toledo. Convoca este acto la “Unión Seglar de San Antonio María Claret” y se celebra en la sede de la “Sociedad Misionera de Cristo Rey” a las que doy las gracias, de todo corazón, como hijo de uno de los defensores de la fortaleza y como padre de quien hoy está al frente de la Hermandad que agrupa a los que sobreviven y a sus familiares.

Y les doy las gracias porque rompen, en la medida en que les es posible, la hostilidad manifiesta de unos y el silencio cobarde de otros. Un gesto de valor como este trata de dar a conocer la verdad histórica y, además, se la aprecia y ensalza. Es una prueba de que los convocantes son fieles a las exigencias de la Fe cristiana y del Patriotismo como virtud.

No puedo olvidar tampoco mi vinculación con esta casa que conocí con motivo de una conferencia. Me invitó a pronunciarla el padre Alba, jesuita ejemplar, ignaciano hasta la médula y especialmente amigo del que os habla por medio de este escrito. Para él os pido no sólo una oración sino un aplauso cargado de emoción.

Y los recuerdos -fruto de la nostalgia, del afecto y la ejemplaridad- en la figura señera e inolvidable del que llamábamos “Obispo de España”, monseñor Guerra Campos, que aquí estuvo en muchas ocasiones, que aquí murió, y que nos ha dejado, para reflexionar y actuar, las páginas más elocuentes sobre la crisis de la Iglesia y la Transición política de España.

No quiero terminar sin una brevísima referencia a lo que significa la defensa del Alcázar de Toledo. Para mí, y creo que para los convocantes de este acto, para los que aquí están. Y para muchos españoles, el Alcázar es

- Un símbolo de resistencia heroica, como lo fueron Sagunto y Numancia
- Una constante histórica, en la que el entonces Coronel Moscardó se comportó como Guzmán el Bueno.
- Una victoria moral, que anunciaba la del 1 de Abril de 1939.
- Un precepto incorporado a la deontología castrense, que sintetizó Antonio Rivera, el Ángel del Alcázar: “Tirad, que es vuestro deber como soldados; pero sin odio, que es vuestro deber como cristianos”.
- Una prueba, en el Siglo XX, de que la Fe no se impone pero se propone, y añado, se defiende con una Cruzada.
- Un estímulo para seguir luchando, en el combate ideológico, por Dios y por España, como lo hacéis vosotros.

Blas Piñar López
15 de Mayo de 2011

viernes, 13 de mayo de 2011

AGNOSTICISMO Y LIBERALISMO PRODUCEN EL ESTADO NEUTRO

Cómo se declara a un tiempo imbécil y pedagogo único.

El concepto de la libertad ilimitada y arbitraria, y el concepto agnóstico del mundo inasequible al entendimiento humano, donde se relegan las verdades religiosas, han producido como aplicación política un monstruo singular que se llama Estado neutro. ¡La neutralidad del Estado en materia religiosa! En una sociedad dividida en creencias, ya se refieran al orden natural o al sobrenatural, el Estado no puede tener más que tres posiciones y adoptar tres actitudes: puede representar la mayoría de creencias de esa sociedad, puede representar un fragmento, aun cuando sea la minoría de ellas, o puede intentar la representación de aquello en que coincidan todos.

En el primer caso, hará de lo común regla, que tratará de extenderse y convertirse en única. En el segundo, elevará la excepción a regla común, no expresando la opinión de los más, sino imponiendo la de los menos, aunque, por supuesto, invocando la democracia y la voluntad colectiva.

En el tercer caso, la representación de lo que es común por encima de lo que es diferente, es la que suele invocarse para disfrazar el segundo, que es el que se practica. ¿Puede existir ese Estado neutral?

Cuando la división entre las creencias es tan honda que del orden sobrenatural trasciende a las primeras verdades del orden natural; cuando los hombres no están conformes ni acerca de su origen, ni de su naturaleza, ni de su destino, ni, por consiguiente, acerca de sus relaciones, ni de las normas de su conducta, entonces la oposición es tan grande, que el Estado que cruce los brazos en presencia de esas diferencias se encontrará colocado en una situación muy extraña: él se declarará indiferente ante las diferencias, y no será raro que los creyentes y los no creyentes le vuelvan la espalda y se declaren también indiferentes, con una indiferencia que haga causa común con el desprecio, hacia una entidad que no toma parte en aquellas cosas que más interesan a los hombres.

¡Estado neutral! Estado que no sabe nada ni afirma nada acerca de las creencias en un mundo sobrenatural y de las relaciones con él, que no sabe nada acerca del origen del hombre, que ignora cuál es la naturaleza humana, cuál es su destino y cuáles son las normas de su vida individual y social, es un Estado tan extraño, que, al no afirmar nada de lo que a los hombres más importa, al elevar a dogma la ignorancia, que por ser de cosas supremas es la suprema ignorancia, viene a declararse inútil e imbécil.

Imbécil, sí, porque el Estado idiota, como le llamaba gráficamente Campoamor, es aquel que no sabe nada de los problemas que el sepulcro plantea y de los problemas que el sepulcro resuelve. Se declara incapaz de gobernar a nadie quien dice, refiriéndose al orden religioso y al orden moral y al fundamentalmente jurídico: ”Yo no puedo afirmar nada de esas cosas, porque no sé nada”. ¿Y cuál es la consecuencia inmediata de ese concepto de Estado neutro? La de no intervenir en esos problemas que él mismo declara que ignora, la de declararse incompetente y dejarlos a los que los conocen, puesto que él se expide a sí mismo patente de incompetencia y hasta de imbecilidad.

Y, sin embargo, hace todo lo contrario. Es el Estado que más interviene. ¿Y por qué interviene? Porque su neutralidad en relación con todas las creencias que luchan y que combaten en la sociedad, no es más que el resultado de un juicio en que las declara dudosas, reduciéndolas a meras opiniones; y al trasladar su parecer a los actos y a las leyes, impone ese juicio, afirmando la negación o la duda, es decir, imponiendo la impiedad, o imponiendo el escepticismo como dogmas negativos de un Estado que, después de ser idiota, viene a declararse Pontífice al revés.

Ese Estado interviene en la enseñanza; y ¡cosa singular, señores! El Estado, que no es agricultor; el Estado, que no es industrial; el Estado, que no es comerciante, aunque tenga la obligación de cooperar y de favorecer al comercio, a la agricultura y a la industria, el Estado se declara a sí mismo, no cooperador ni fomentador de la enseñanza, sino pedagogo supremo y hasta maestro único. ¡Y qué contradicción tan singular! No sabe nada de los problemas más transcendentales, de los que han sido siempre los primeros en todos los momentos de la Historia, y al mismo tiempo no tolera competencias y quiere ser ¡el maestro único! De las generaciones presentes y venideras. Se concibe que un Estado que afirme un orden natural y sobrenatural, que un Estado creyente como el de las edades cristianas, y hasta un Estado budista, o un Estado musulmán, trate, sirviendo como de instrumento a la creencia que profesa, de llevarla a la práctica y de infundirla; pero que un Estado que se declara a sí mismo interconfesional, que declara que no sabe nada de lo que no debe ignorar nadie, ni por obligación, ni por cultura, se declare a sí mismo incompetente, primero, y el más competente, después, para intervenir en la enseñanza, eso es el absurdo. Y, sin embargo, ved cómo interviene. La gradación es la siguiente: primero se declara potestativa en la enseñanza la enseñanza religiosa; después se declara neutra la escuela, y más tarde se suprime la religión hasta en las escuelas privadas, centralizando la enseñanza en las públicas, y dispersando a los maestros religiosos para que detrás de la ignorancia religiosa venga el odio de la escuela francamente atea.

Fragmento del discurso: “Examen del nuevo derecho a la ignorancia religiosa” del excelentísimo señor Don Juan Vázquez de Mella y Fanjul

jueves, 12 de mayo de 2011

El 13 de Mayo de 2011, Santa Misa y Santo Rosario en Lavapiés

Ante su extraordinaria importancia, rogamos la máxima difusión del siguiente comunicado:

El 13 de Mayo de 2011, Santa Misa y Santo Rosario en Lavapiés

En el madrileño barrio de Lavapiés ha sido autorizada la manifestación convocada por una llamada “Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores” para el viernes 13 de mayo de 2011.

Comenzará a las 20:30 horas en la calle Santa Isabel 21 y finalizará en la plaza de Lavapiés. Se desconoce por ahora el itinerario exacto.

Pues bien, ese mismo día, el 13 de Mayo, Conmemoración de Nuestra Señora de Fátima, un grupo de católicos vamos a escuchar en Lavapiés la Santa Misa de 19:00 horas en la Parroquia de San Lorenzo, Calle Doctor Piga, 4, Madrid.

Y en ese mismo barrio de Lavapiés, rezaremos, en la calle, delante de la iglesia y de quien haga falta, el Santo Rosario, en desagravio por las ofensas cometidas en España contra Dios, la Virgen María y los santos.

“El Santo Rosario es arma poderosísima”.
S.S. LEÓN XIII, Octobri Mense, n. 8

Con nosotros quien quiera, ¡contra nosotros quien pueda!

Acude y difunde ☩ Santiago y Cierra, España

REPORTAJE SOBRE LOS JÓVENES DE SAN JOSÉ

Reportaje sobre la Asociación Benéfica Jóvenes de San José, nacida en el seno de la Unión Seglar de San Antonio María Claret, fundada por el padre José María Alba Cereceda S.J.

lunes, 9 de mayo de 2011

CAMILO MENÉNDEZ VIVES O LA EXALTACIÓN DEL HONOR Y LA AMISTAD


"Camilo Menéndez añadió que antes de acudir al Congreso fue a su destino, vestido de militar, y comunicó a su superior inmediato, el contraalmirante Martín de la Oliva, que iba a dirigirse al Congreso, cuando ya estaba todo perdido, para dar un abrazo a Tejero".

"El Capitán de Navío Camilo Menéndez Vives, abandona la sala en donde se celebra el juicio con un puro apagado en la boca".

miércoles, 4 de mayo de 2011

MIENTRAS ALGUNOS BUSCAN DRAGONES...

Al Jefe del Estado Francisco Franco.

Excelencia,

No quiero dejar de unir a las muchas felicitaciones que habría recibido, con motivo de la promulgación de los Principios Fundamentales, la mía personal más sincera.

La obligada ausencia de la Patria en servicio de Dios y de las almas, lejos de debilitar mi amor a España, ha venido, si cabe, a acrecentarlo. Con la perspectiva que se adquiere en esta Roma Eterna he podido ver mejor que nunca la hermosura de esa hija predilecta de la Iglesia que es mi Patria, de la que el Señor se ha servido en tantas ocasiones como instrumento para la defensa y propagación de la Santa Fe Católica en el mundo.

Aunque apartado de toda actividad política, no he podido por menos de alegrarme, como sacerdote y como español, de que la voz autorizada del Jefe del Estado proclame que “la Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única y verdadera y Fe inseparable de la conciencia nacional que inspirará su legislación”. En la fidelidad a la tradición católica de nuestro pueblo se encontrará siempre, junto con la bendición divina para las personas constituídas en autoridad, la mejor garantía de acierto en los actos de gobierno, y en la seguridad de una justa y duradera paz en el seno de la comunidad nacional.

Pido a Dios Nuestro Señor que colme a Vuestra Excelencia de toda suerte de venturas y le depare gracia abundante en el desempeño de la alta misión que tiene confiada.

Reciba, Excelencia, el testimonio de mi consideración personal más distinguida con la seguridad de mis oraciones para toda su familia.

De Vuestra Excelencia affmo. in Domino
Josemaría Escrivá de Balaguer
Roma, 23 de mayo de 1958.

martes, 3 de mayo de 2011

BAJO EL PODER...


Siempre hemos dicho al recitar el Credo o Símbolo de la Fe que Nuestro Señor Jesucristo padeció “bajo el poder de Poncio Pilato” (sub Pontio Pilato). No deja de resultar sorprendente que se mencione en tan alta ocasión a un mero gobernador romano de provincia que no buscó ni deseó la muerte de Jesús —que trató de eludirla—, y no a Herodes o a Caifás o a los Príncipes de los Sacerdotes que la promovieron y consiguieron, o a Judas que lo entregó, o, en otro caso, al Emperador de Roma de quien Pilato era un simple delegado.

La actual traducción al castellano, realizada por la Iglesia posconciliar, sustituye la expresión “bajo el poder de” por “en tiempos de”. La inepcia es demasiado fuerte para que pueda admitirse simplemente como un “aggiornamento” de lenguaje. Nadie en el mundo conservaría hoy memoria de Poncio Pilato si no hubiera intervenido en el proceso de Nuestro Señor Jesucristo. Un biógrafo de Pilato podría haber dicho que vivió en tiempos de Cristo, pero que Cristo murió en tiempos de Pilato carece por completo de sentido y posee cierto carácter grotesco. Sería como decir de Napoleón que murió en tiempos de Fouché. Incluso decir que murió en tiempos del Emperador Tiberio hubiera resultado extraño, porque la situación histórica de Cristo es incomparablemente más relevante que la cronología de los emperadores romanos. Pero ¡colocar la referencia en Poncio Pilato…!

Es evidente que nunca se trató en esta alusión a Pilato de una referencia temporal, y mucho menos al otorgarle ahora este carácter a los dos mil años de aquellos hechos. Se trata más bien de sustituir por esa localización histórica otra cosa. Y de hacer esa sustitución por algún motivo. ¿Qué cosa y qué motivo? He aquí la cuestión.

Ante todo, ¿por qué se menciona en el Credo a Poncio Pilato y no a aquellas otras figuras más directamente interesadas en la muerte de Cristo? ¿Por qué se ha condenado a ser mencionado en la muerte de Cristo durante siglos y siglos a un hombre que únicamente se mostró débil y atemorizado, que procuró, hasta cierto punto, evitar el desenlace?

Hay una primera respuesta, que quizá pudiera ser suficiente: porque en Pilato residió el poder —y el libre albedrío— para decidir la muerte y suplicio de Cristo. Los judíos no hubieran tenido ese poder si Pilato no hubiera accedido. El César estaba muy lejos y no se enteró siquiera de lo que sucedía y de lo que en su nombre se decidió en Jerusalén.

Significaría esta explicación la responsabilidad personal que incumbe a cada hombre en sus grandes decisiones, y la responsabilidad muy especial del gobernante que no ejerce una mera función moderadora y dialogante, sino un ministerio sagrado de justicia. Pilato no quería la muerte de Cristo, pero fue el único que pudo evitarla, y el que no la evitó, antes bien, la sancionó con su inhibición y su venia. Esta extraña mención de aquel oscuro gobernador de provincia sería así como una proclamación, en el Símbolo de nuestra fe, de la realidad del libre albedrío humano, de la responsabilidad personal, y del sagrado ministerio del gobernante o del juez.

Pero cabe otra interpretación (entre otras muchas, dado que la Palabra inspirada es insondable):

¿Qué sabemos nosotros de Poncio Pilato? Según el Evangelio de San Juan, cuando Cristo se declara ante él testimonio de la verdad y afirma que cuantos son de la verdad escuchan su voz, Pilato pregunta: ¿qué es la verdad? (quid est veritas?) No pregunta ¿qué verdad es ésa? o ¿de qué verdad hablas?, sino ¿qué es la verdad? A lo que Cristo no respondió.

Pilato, como tantos romanos decadentes y escépticos, no creía en la verdad ni servía a ninguna verdad. Creería en la verdad de cada uno, en la verdad relativa al hombre, a cada hombre, verdad subjetiva, en evolución. Si hubiera hablado el lenguaje de hoy habría contestado: “¡La verdad! ¿Es que eres un ultra? Querrás decir tu verdad, tu opinión, no más valiosa que cualquier otra opinión”.

Pilato no profesaba el liberalismo como doctrina pública porque tal teoría no existía en su tiempo: sólo se daba entonces el escepticismo personal y el relativismo de la verdad. Él pertenecía a un pueblo religioso —el romano— que sacralizaba el poder y hasta a la misma figura del Emperador. Tampoco los judíos eran liberales, antes bien se gobernaban por una teocracia. Sólo Pilato era allí un precursor a título individual de la teoría que niega la verdad (y el bien) objetivos, por referencia a los cuales ha de juzgarse y gobernar. Como liberal subjetivo acudió para resolver la cuestión a la única fuente que queda a quien no cree en una verdad y un orden subjetivos: a la opinión de la multitud. Gobernar en tal caso es responder a los deseos de la mayoría, “oír al pueblo”, facilitar la paz y la convivencia, dado que la sociedad no es más que convivencia y nadie puede arrogarse el monopolio de la verdad, porque, ¿qué es la verdad? En consecuencia, se lavó las manos en el asunto para que no se alborotara el pueblo: una solución “democrática”. Además, al César, como a todo hombre, no gustarían las complicaciones, y tampoco escudriñaría demasiado la justicia de aquel remoto proceso que sólo tendría una víctima…

Cabría pensar entonces que al decirse en el Credo “padeció bajo el poder de Poncio Pilato” (al otorgar tal relevancia a este nombre) se significa —viendo en Pilato un símbolo— algo así como que “Cristo murió bajo el poder del liberalismo y la democracia”. (No como régimen jurídico o político válido, sino como disposición subjetiva en la mente y en el corazón de un hombre). Si sólo supiéramos de Pilato que autorizó la muerte de Cristo por debilidad o por miedo, tal alusión única permanecería misteriosa, pero esa pregunta previa ¿qué es la verdad? posee a esta distancia un gran valor aclaratorio.

Lo que, en consecuencia, intenta encubrir la iglesia posconciliar en las traducciones actuales con esa absurda localización cronológica en Poncio Pilato, es la referencia a su poder, a la índole de su poder y al liberalismo de su corazón. Y el motivo es que el espíritu que anima a esta Iglesia actual (en tanto que actual) está sumamente cerca del espíritu de Pilato: lo comprende y comparte cordialmente. Ella también crucificaría (o permitiría la crucifixión) de quien afirme una verdad y el deber de pertenecer a esa verdad y sólo a ella.

En los albores de nuestro siglo, San Pío X —el único pontífice santo de la modernidad— hubo de enfrentarse (y de juzgar) a una doctrina —y una actitud— que él llamó “modernismo”. Se trataba, en rigor, del liberalismo dentro de la propia Iglesia.

El modernismo afirmaba que el conjunto de verdades o dogmas de los que la Iglesia se supone depositaria son, en realidad, patrimonio de la humanidad entera, y que la religión —que debe ser dinámica y no estática— se identifica con la razón humana en su desarrollo, es decir, con el progreso de la ciencia. Todas las religiones —según esta teoría— poseen una parte de verdad, y su evolución las acerca en convergencia hacia una religión del futuro, racional y humana por entero. Las verdades absolutas o dogmáticas no existen: la religión, como las otras manifestaciones culturales, debe responder a la mentalidad y las necesidades del hombre en cada época. El evolucionismo (vitalista o dialéctico), el liberalismo, la democracia y aún el socialismo no se oponen en absoluto al cristianismo ni a esa futura religión planetaria, sino que han de verse como creaciones cripto-cristianas, es decir, cristianas aún sin saberlo. Su oposición al cristianismo es —según el modernismo— fruto sólo del enquistamiento o de la inmovilización dogmatista de la fe. Esta teoría, expuesta y condenada por San Pío X en su encíclica “Pascendi”, es lo que hoy nos aparece como doctrina extendida en toda la Iglesia posconciliar con el nombre de progresismo o “humanismo” cristiano.

¿Cómo juzgó el santo pontífice a esta doctrina? Simplemente: como “movimiento de apostasía general” y como “germen y compendio de todas las herejías”. Y no se limitó a condenarla, sino que estableció para todas las ordenaciones, consagraciones episcopales y tomas de posesión de cátedras eclesiásticas el previo “juramento antimodernístico” (suprimido bajo el pontificado de Juan Pablo II) por el que clérigos y obispos se comprometían a luchar hasta el fin contra tales doctrinas: tal era la extrema peligrosidad para la fe que en ella reconocía.

Los hechos se me antojan así parejos en su significación y simétricos: en los orígenes de la Iglesia, al redactar en Nicea el Símbolo de la fe, se destaca con mención especial y única a Poncio Pilato, que profesa un liberalismo y un democratismo personales o subjetivos (al desconocer la verdad y recurrir a la multitud), por encima de quienes por traición o malevolencia procuraron la muerte de Cristo. Pasan los siglos, casi dos milenios: el liberalismo se ha convertido en teoría, primero política, después religiosa, y ha pasado de la teoría a la vigencia como forma de gobierno. En nuestro siglo un Papa santo la destaca sobre todas las herejías y cismas, ve en ella la fuente de todos los males para la fe, y trata de preservar de ella a la Iglesia mediante un juramento insólito y solemne que habrían de prestar todos los eclesiásticos y todas las jerarquías de la Iglesia.

La razón, por lo demás, es obvia: si una herejía niega una o varias verdades de la fe, por ejemplo, la Trinidad o la Virginidad de María, no por eso deja Dios de ser Uno y Trino ni María Virgen. Pero si una herejía pone en duda —con una quiebra de su propia identidad— el Sacramento de la Eucaristía y reduce la Misa a una asamblea o a un “memorial de la Pasión”, puede lograr que deje de producirse el hecho de la Transubstanciación sobre la tierra. Es decir, que se rompa definitivamente el lazo principal entre el Cielo y los hombres, el efecto vivo de la Redención.

Rafael Gambra