miércoles, 18 de julio de 2012

18 DE JULIO: DISCURSO EN EL PALACIO DE CONGRESOS

“Un pueblo amenazado o víctima de una agresión injusta, si quiere pensar y obrar cristianamente, no puede permanecer en una indiferencia pasiva”,nos dijo el Papa Pío XII a los españoles y nos sirve hoy para explicar el lema de este acto: “El Derecho al Alzamiento”.

Pero, ¿qué es el Derecho al Alzamiento? ¿Por qué el 18 de Julio de 1936 existió el derecho al alzamiento? Y, por último, ¿fue positivo ejercer el derecho al alzamiento el 18 de Julio?

El derecho al alzamiento es la facultad que tienen los pueblos para rebelarse contra una situación que atenta directamente contra la unidad, la esencia y la independencia de la Patria. Y este derecho queda consagrado a lo largo de los siglos de nuestra gloriosa historia donde el pueblo español supo actuar como tal. Queda consagrado también en la misión y destino de nuestros ejércitos. Pero queda consagrado, sobre todo, en la Doctrina Tradicional de la Iglesia que nosotros profesamos. Porque, sencillamente, nosotros, hombres de Fe, veneramos a los santos que nos dieron ejemplo de caridad, como la Madre Teresa de Calcuta; que nos dieron ejemplo de pobreza, como San Francisco de Asís; que nos aportan luz, como Santo Tomás de Aquino; que nos ayudan a confiar en la Providencia, como San Isidro. Pero también aquellos que se santificaron empuñando la espada para defender la Fe y la Patria, el Altar y el Hogar, como San Fernando, San Luis, Santa Juana de Arco o, recientemente, Antonio Rivera, “el Ángel del Alcázar”, que animaba a disparar diciendo “tirad, pero tirad sin odio”.

Pero, ¿qué pasó el 18 de Julio para que se pusiera en marcha un Alzamiento Nacional? Conviene repasar la historia y tener memoria de lo ocurrido, sobre todo en los tiempos de la calumnia y la mentira que nos ha tacado vivir. España venía de un proceso decadente de más de un siglo, desorientada y desubicada, sin encontrar su esencia. La Segunda República nos trajo un proceso revolucionario marxista para dilapidar definitivamente a España. Trataron de arrancar la Fe del pueblo, con la persecución religiosa más cruel de la historia de la Iglesia. Romper nuestra unidad, política y social, con los separatismos y la lucha de clases. Y regalar nuestra soberanía y nuestro oro al poder soviético. El Derecho al Alzamiento se ejerce el 18 de Julio de 1936 y la España auténtica se levanta en armas frente a la situación de caos y descontrol. El Alzamiento llevó hasta el extremo las cuatro virtudes esenciales del pueblo español: La Fe, el Patriotismo, el Valor y la Unidad.

- La primera de estas virtudes es la Fe, la Fe Católica de España. Fue, el 18 de Julio, el inicio de un Alzamiento bélico ajustado clarísimamente al derecho cristiano. Por eso, lo recuerde o no el pueblo, lo recuerde o no la jerarquía de la Iglesia, la guerra de 1936, fue una cruzada, una cruzada por Dios y por España, donde dio su vida la mejor generación española de todos los tiempos. Una Cruzada que fue precedida y compaginada por una persecución religiosa, asesinando por odio a la Fe a trece obispos y cerca de siete mil sacerdotes y religiosos. Miles de edificios eclesiásticos quemados, santuarios arrasados y hasta profanación de cementerios por las bestias rojas, hoy camufladas en sindicados subvencionados, asociaciones de los “deshechos” humanos, “plataformas contra la intolerancia” y abanderados de la democracia “de toda la vida”. A un lado, en 1936, los gritos blasfemos, de odio y de rencor contra el Cielo. En el otro, la Fe, la Fe Católica, la conjugación cristiana del amor y la guerra, vivando a Cristo Rey y confiando en las fuerzas que vienen de lo Alto. Frente a Santiago Carrillo y sus matanzas de Paracuellos del Jarama nos dejó José Antonio, en un párrafo de su testamento, el deseo de que su sangre “fuera la última que se vertiera en discordias civiles”.

- La segunda virtud que hizo posible el 18 de Julio fue el ejercicio práctico, constante, del Patriotismo. Un patriotismo llevado hasta el sacrificio supremo, porque en 1936 el pueblo español fue consciente del ataque perverso que desde el comunismo apátrida y la derecha liberal y burguesa se estaba llevando a cabo para la destrucción de la Patria. Y mientras en un lado, el oro de nuestro patrimonio nacional se entregó a Rusia o a Méjico, y que jamás nos devolvieron, en el otro, eran las gentes sencillas y humildes de España, quienes despojándose de sus pertenencias, entregaron, voluntariamente, lo poco que tenían para la Causa Nacional. Fue la encarnación viva de la consigna: ¡todo por la Patria!. Un patriotismo vertebrado en el amor más profundo por la estirpe, por la sangre, por la cultura, por la historia y por la religión de nuestro pueblo.

- El Valor demostrado en nuestra Cruzada Nacional, por aquellos hombres, paradigmas del valiente cruzado, es una virtud, no sólo de la guerra, sino también de la Victoria. “¿Dónde van estos locos? -se preguntaban los rojos hace hoy más de 75 años- si nosotros tenemos todos los medios, la aviación, la armada y el oro”. El Caudillo Franco, sólo supo decir: “lo tenéis todo menos la razón. Nosotros tenemos la Fe en la Victoria.” En aquellos años, las gestas intrépidas por la Causa Nacional se cuentan por miles. Quedan escritas en el libro de la historia, miles de épicos hechos y miles de héroes españoles. Por ejemplo, la victoria alcanzada por don Teodosio Herrera Fuente, requeté defensor del Santuario de Covadonga, que voluntariamente se enfrentó en solitario a quince milicianos en aquellas memorables montañas. O la defensa hasta la muerte del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza. O la hazaña inigualable del Alcázar de Toledo, donde el Coronel Moscardó, junto con sus hombres, resistió la embestida roja de fusiles, cañones, bombardeos y minas durante 70 días. Mientras los rojos huían al extranjero, el Coronel Moscardó arengaba a su hijo Luis para que tuviera el valor de morir por España.

- Junto a la Fe, al Patriotismo y al Valor, la Unidad. La unidad cierra el eje fundamental de las virtudes que nos sitúan en el Alzamiento Nacional del 18 de Julio. La unidad que bien se dice, hace la fuerza, se dio, con todo su esplendor, entre las tropas acaudilladas por Francisco Franco. Era el gran pueblo español quien se levantada bajo el liderazgo indiscutible de quién hoy aquí nos congrega. El Movimiento Nacional al que se unía el Caballero Legionario y el obrero de la fábrica, el falangista valeroso y el oficial del ejército, el carlista catalán, vasco o castellano y el Guardia Civil que muere pero jamás se rinde. En el caso de España, son válidas las palabras del Evangelio, “quien no está conmigo, está contra mí”. Qué bien sintetizó la unidad don Manuel de Góngora,


mientras España exista

y rece y jure en español su credo,

siempre habrá en Somosierra un falangista,

un requeté en Navarra y un cadete en Toledo.


Valió la pena, por supuesto, ejercer el derecho al Alzamiento. Se derrotó al comunismo, venció España a la antiespaña y se pudo reconstruir una Patria Grande y Libre. Fue Francisco Franco, no lo olvidemos, quien comandando a un pueblo de virtudes tan excelsas, logró en pocos años poner en marcha la agricultura y la ganadería, aprovechando el clima y la tierra productiva de España. Creó el Instituto Nacional de la Industria, para el fomento de un motor económico potente de empresas e industrias de primer nivel. Elaboró, reconoció y protegió al trabajador, ya en plena guerra, con unos derechos sociales únicos en el mundo. Fundó e implantó la Seguridad Social, teniendo todos los españoles una sanidad gratuita y de calidad con unas cotizaciones que fueron la envidia del mundo. Hizo que el pueblo de verdad estuviera representado, con la “Ley Constitutiva de las Cortes”, por cauces directos y naturales con los Consejeros Nacionales, los presidentes de altos organismos, los sindicatos verticales, por sectores y gremios, los representantes de la familia, los rectores de universidad, los presidentes de instituciones culturales, los presidentes de asociaciones y colegios profesionales. Mantuvo la paz y el orden durante cuarenta años, algo jamás repetido en la historia de España.

Y de todo eso hemos vivido hasta ahora, de las rentas del franquismo que se han acabado después de más de treinta años de estafa democrática. Lo estamos sufriendo en la España de hoy. No tenemos paz ni orden y sólo hay que mirar las noticias para darse cuenta. El pueblo no tiene ningún cauce de representación, salvo depositar cada cuatro años una papeleta en una cloaca. Con esa papeleta, se autoriza la corrupción, la mafia política de unos partidos que están enterrando todo lo que ganamos después de mucho esfuerzo y sufrimiento. ¿Qué decir de la Seguridad Social? Absolutamente quebrada, ya están en marcha las medidas para el copago, desestabilizando a las economías más humildes, y nadie tiene asegura su pensión. Los derechos sociales, la protección laboral, es ya historia. Ahora manda un capitalismo socialista, diseñado por este sistema democrático, retirando la paga extra de navidad y pronto, también, la del 18 de Julio que, todos, socialistas y liberales, quieren recibir aunque sean antifranquistas. ¿Y el Instituto Nacional de la Industria? ¿Dónde han quedado las empresas nacionales que creó Franco? Fueron privatizadas unas, vendidas otras a capitales extranjeros y algunas simplemente liquidadas: ENDESA, privatizada por Aznar, donde curiosamente ahora es consejero cobrando 300.000 euros al año. SEAT o PEGASO, vendidas por la democracia, o la liquidación de astilleros, empresas textiles o industrias pesadas. Sin hablar de la agricultura o la ganadería, deshechas a instancias de la Unión Europea, dejando nuestra tierra sin cultivar a cambio de un puñado de euros de subvención.

Ante la situación crítica de la España actual, la lealtad nos exige defender el 18 de Julio, la liberación nacional que supuso y la Victoria que nos trajo el Caudillo de España, Francisco Franco, la espada más limpia de Europa. Enarbolemos esa Bandera, la Bandera de la Lealdad y el Honor frente a la cobardía y la traición. Fue necesario el 18 de Julio. Fue obligatorio ejercer el Derecho al Alzamiento. Todos los españoles salimos ganando de aquella Victoria.

Juremos, como lo hicieron nuestros héroes y nuestros mártires del 18 de Julio, no abandonar jamás la Fe Católica, el Patriotismo, el Valor y la Unidad para reconquistar nuevamente nuestra Patria. Y pese a las mentiras de la memoria histórica, estemos orgullosos de nuestro Caudillo,

Francisco Franco, ¡presente! ¡Arriba España! ¡Viva Cristo Rey!

Miguel Menéndez Piñar
Más información del acto

jueves, 5 de julio de 2012

EL DERECHO AL ALZAMIENTO



No es una Alegoría, representación de una cosa o de una idea abstracta por medio de un objeto que tiene con ella cierta relación real.
La imagen de la Bandera de España; la que tremoló empuñada por heroicos soldados hacia la Victoria o la Muerte en innumerables guerras en defensa del ser sustantivo de España; la que surcó mares en lo más alto del mástil divisando tierras por conquistar para la Cristiandad y el derecho de los pueblos a una Civilización; la que contempló gestas y siglos de flamear indómito, sin desdoro en la tribulación; la que nunca fue arriada sin Honor, defendida sin valor o menospreciada sin dolor y castigo; el símbolo de una Patria imperial y civilizadora, la que cubrió en sudario a tantos muertos para ella inolvidables, ya fueran en combate abierto contra enemigos exteriores o en la emboscada terrorista de la sucia guerra moderna; ondeaba en el Ayuntamiento de San Sebastián, ese feudo de ignominia colectiva: vieja, sucia y deshilachada.
No es casualidad tal afrenta, el silencio cobarde, la complicidad abyecta. Es fruto de una enfermedad colectiva de fácil diagnóstico y difícil solución, por haberse gestado en muchos años de certera inoculación de virus letales para la Nación y pueblo español y también, sí, para la democracia real. Ello es posible por el suicidio controlado de un pueblo confiado, ignoto, manipulado y corrompido, al que se ha hecho creer y practica que “nada puede hacerse de útil y verdadero sin emanciparse de la historia”, Azaña dixit, convirtiendo nuestra fecunda herencia en mera propaganda tribal, sin asidero en la realidad, ni comportamiento superior. Así, el adocenamiento colectivo, más allá de las primarias necesidades y un nivel confortable de bienestar, esta servido.
La indignación refleja un estado de ánimo, es la primitiva reacción del “consciente” humano ante la adversidad incontrolada, similar al llanto de un niño cuando se le retrasa la comida, sin mayor consistencia, incluso fácilmente superable mediante el recurso de la distracción: Pan y circo, futbol y polémicas ficticias, gimnasia mediática y reality show. Nada consistente más allá de la algarada ocupacional de plazas públicas y la manipulación emocional de una injusticia sistémica. También los niños lloran cuando se les lava la cara, sin que ello perturbe la convivencia paterna.
Cosa distinta es la legítima rebelión contra un poder injusto, arbitrario, despótico y pervertidor del orden natural y del bien común de los ciudadanos.
Ello implica un estado superior a la indignación. Requiere de una conciencia del origen del Mal o de la perturbación que lo produce, sus raíces, manifestación del daño, consecuencias del mismo, y de una voluntad, primero individual y luego colectiva de atajarlo, de búsqueda de los medios lícitos para impedirlo, de rebelarse. Es la “justicia correctiva” o rectificadora, aquella que restaura una situación equitativa al revertir una ilegalidad. Es la Ética de Aristóteles que enseña y dirige a su hijo Nicómaco. La virtud moral hace bueno al ser humano. El arte sólo requiere conocimiento, pero la virtud requiere elección racional y ejercicio constante de la misma. Aristóteles divide los actos del hombre en voluntarios e involuntarios. El acto involuntario se debe a un primer principio extrínseco al hombre, como la fuerza o la ignorancia. El acto voluntario se hace por el deseo que es fruto de la deliberación. Se delibera algo que se puede hacer, sobre verdades y sobre las acciones de otros; se deliberan los medios y el fin. Se delibera sobre los fundamentos racionales del poder establecido y las consecuencias que sus actos y leyes tienen en la sociedad.
Entendido así el acto voluntario de la rebelión, los fundamentos de esa actitud racional vienen determinados por la ilegitimidad de un régimen que en su origen, o en su ejercicio, arruinan, tiranizan, abusan de la fuerza, violan el derecho y fomentan la injusticia del pueblo al que representan. Pensemos en la quiebra económica que nos asola; en la casta política endogámica, intervencionista y corruptora; en la justicia “ a la carta”; en la permisividad con el delincuente y la desprotección de las victimas; en la persecución del idioma español y la ofensa pública a sus símbolos; y en la indefensión del bien común y los intereses de la Nación. Ante todo ello, la rebelión ante esos abusos no es resistencia a la autoridad, es legítima oposición a la injusticia, es, pues resistencia lícita. El individuo, la familia y aún la sociedad misma tienen derechos anteriores y superiores al Poder Político. El derecho a ser gobernados de manera equitativa y justa, a que se defienda su vida y hacienda, a que sus derechos sean amparados y puedan ser defendidos, a que el gobierno cumpla con el mandato otorgado en las urnas de conformidad al programa presentado.
El último estadio o peldaño de la rebeldía lo ofrece “el Alzamiento” contra un poder ilegítimo. Entendida como “guerra justa” desde Santo Tomás, Francisco de Vitoria, el P. Suárez, hasta Hugo Grocio “De iure belle at pacis”, todos han coincidido en el derecho a la resistencia defensiva por la fuerza, cuando la sustancia de la legalidad es la injusticia.
No se puede ocultar que los cinco años de la II República concentraron toda la amalgama de frustraciones, odios, arbitrariedades, injusticias y demagogias existentes en España durante dos siglos de turnante Liberalismo, en sus variadas formas y gobiernos.
La ilegitimidad de la II República en su origen deviene de unas elecciones municipales, no plebiscitarias, en las que la opción monárquica/conservadora ganó en el computo global de España. La salida de Alfonso XIII y aquel documento que, al despedirse firmó, no tenía valor alguno al producirse mediante la amenaza y coacción de aquella revolución que rugía ya a las puertas del Palacio Real. Las elecciones del 29 de Junio de 1931 – llamadas "Constituyentes" -, lo mismo que las del 16 de Febrero de 1936, no fueron, en modo alguno, expresión auténtica de la voluntad popular, sino un ominoso conglomerado de intrigas, amaños, coacciones, violencias, injusticias y crímenes. La explotación vergonzosa del poder en provecho propio que hizo la izquierda en el llamado Frente Popular, unido a su deslealtad a la República y a las propias instituciones que habían creado en Octubre de 1934 (Revolución de Octubre), acreditan de modo incontrovertible su ilegitimidad, también, de ejercicio. Al final, el asesinato de Calvo Sotelo, preparado y encubierto por el Gobierno, y la espantosa revolución comunista, organizada también desde el poder y que habría de estallar pocos días después del 17 de Julio de 1936, señaló el momento culminante del Alzamiento contra el decretado “finis hispaniae”. Por cierto, ¿cuándo van a pedir perdón las izquierdas del frente popular o quienes se consideran sus herederos por toda la destrucción y crímenes cometidos?. Han tenido tiempo de hacer examen de conciencia histórica, suponiendo que la tengan individual.
Acertadas e intemporales son éstas palabras de Vázquez de Mella: “Cuando no se puede gobernar desde el Estado, con el deber, se gobierna desde fuera, desde la sociedad, con el Derecho. ¿Y cuándo no se puede gobernar con el Derecho sólo, porque el poder no lo reconoce?. Se apela a la Fuerza para mantener el Derecho y para imponerle. ¿Y cuando no existe la Fuerza?. Nunca falta en las naciones que no han abandonado totalmente a Dios, y menos en España. Pero, si llegara a faltar por la desorganización, ¿qué se hace? ¿transigir y ceder?. No, no. Entonces se va a recibirla a las catacumbas y al circo, pero no cae de rodillas, porque estén los ídolos en el Capitolio”. 
No menos proféticas y crudas fueron las predicciones de Menéndez y Pelayo referidas a 1.808, Guerra de la Independencia: “Para que rompiésemos aquel sopor, para que de nuevo resplandeciesen con majestad no usada las generosas condiciones de la raza, aletargadas, pero no extintas, por algo peor que la tiranía, por el acatamiento moral de gobernantes y gobernados y el olvido de volver los ojos a lo alto; para que tornara a henchir ampliamente nuestros pulmones el aire de la vida y de las grandes obras de la vida; para recobrar, en suma, la conciencia nacional, atrofiada largos días por el fetichismo covachuelista de Su Majestad, era preciso que un mar de sangre corriera desde Fuenterrabía hasta el seno gaditano, y que en esas rojas aguas nos regeneráramos…”.Frente a Napoleón, se escribía en Acción Española, “el pueblo y sus frailes ganaron la guerra; pero, frente a los afrancesados, perdieron la paz, que fue a estrellarse contra el engendro constitucional de Cádiz”.
Nada hay más funesto para las naciones que una embustera Paz. No puede existir sin Justicia. No la confundamos con tranquilidad. Y, sobre todo, no tratemos de comprarla a precio obardías. La Paz no se compra, se la impone por la lucha de la Justicia y el Bien común; es ésa lucha la que lleva en sí y depara los frutos de la verdadera Paz.
El Alzamiento, pues, era para España un derecho, si quería salvarse y salvar su Patrimonio histórico, su Honor y su vida civilizada. Derecho que constituye un deber. Sólo un pueblo de esclavos podía renunciar a las únicas vías justas y legítimas para derrotar la tiranía de la II República. Tanto los individuos como las sociedades, tienen derecho a su legítima defensa, que es sagrada porque es Ley de Naturaleza.
España tenía el derecho y el deber de alzarse en armas contra una autoridad prostituida y usurpadora, antinacional y anticristiana, tiránica y delincuente.
En fin, este mes de Julio se cumplen 76 años de aquel día glorioso en que se despertó, en el alma colectiva de España, el espíritu recio y heroico de su pasado. Y España se puso en pie, la Iglesia con rigor la llamó Cruzada y el progreso material y moral fecundó toda una época, de cuyas rentas aún hemos vivido hasta ahora, a pesar de la infidelidad de sus herederos.
Rendimos honor a ese valor esclarecido, hoy, a quienes hicieron posible esa gesta, entregando su vida, tanto en la Guerra como en la Paz, por Dios y por España.