Bienaventurado eres, Simón Bar lona, porque eso ni la carne ni la sangre te lo reveló, sino mi Padre que está en los Cielos. Y Yo te digo a ti, que tú eres Piedra (Kephâ, Petra, Petrus) y. sobre esto Piedra edificaré mi Iglesia; y las Puertas del Infierno no prevalecerán contra ella; y te daré las LLAVES del Reino de los Cielos; y cuanto atares sobre la tierra será atado en el cielo y cuanto desatares sobre la tierra será desatado en el cielo...” (Mat. XVI, 18).
¡Cuántas veces hemos oído este texto! Pero ¿entendido? ¿Reducido a la práctica? Es la institución del Primado de Pedro y sus sucesores en la Iglesia de Cristo; se puede decir, la fundación misma de la Iglesia en su nudo central. En el tercer año de la vida pública, después de la tercera Pascua, entre la promesa de la Eucaristía y la primera predicción de la Pasión, cerca de Ce¬sarea de Filippo en el confín norte de Judea, allí donde había un templo idolátrico levantado al César por Herodes el Grande y un antiguo templo al dios Pan biforme, allí se hizo la proclama formal de la divinidad de Cristo y la fundación de su Iglesia, entre la adoración de las fuerzas de la Natura, y la adoración del Poder político, los dos polos eternos de la idolatría. Después de esto Cristo comenzó libre neta y repetidamente a declararse en público el Hijo de Dios, igual al Padre. Esta misma expresión “Hijo del Dios vivo” suena en los labios de los dos Kepha (Ke¬phâ, Pedro; Khaiaphas, Caifás) en uno para profesarla, en el otro para condenarla como blasfemia. Sobre la Piedra se dividieron los futuros dos campos eternos.
Esta parábola, triple al parecer, es el signo de contradicción entre católicos y protestantes, todos los demás puntos de diferencia dependen desto: todas las religiones que no reconocen al Sumo Pontífice son aliadas en el fondo, aunque ellas mismas no lo sepan; de donde “todo cismático es esencialmente un hereje”, pronunció el Conde de Maistre; y la inversa es también verda¬dera. El protestantismo en nuestros días, a medida que cree menos, se vuelve más símismo; es decir, “protesta”, pura negatividad; hasta llegar a un “antipapismo” puro, como en los furibundos Kensititas; de donde viene su tentativa de caracterizar a los católicos con el sobrenombre despreciativo de “papistas”; que no prosperó mucho, pues ninguna persona educada, en Inglaterra, lo toma en sus labios, según me dicen: se contentan con decirles “católicos” a secas, o bien “romanocatólicos”, o a lo más R. C. (err-cí) las iniciales, también despreciativo un poco. Bueno, quiero decir con todo esto que lo que caracteriza a los católicos es el Papa: son “petrinos”.
Interroga solemnemente Cristo a los Apóstoles, ¿quién era él, según ellos? Y Pedro, responde por todos: asume la representación de todos sin consultarlos, sin que lo nombren, sin requerir su asentimiento, dado empero por un elocuente silencio; y su profesión es, como dijo Cristo, sobrehumana; pues confesarlo el Mesías era bastante lógico, aunque siempre grandioso; pero añadir “el Hijo de Dios vivo” era inesperable: es entrar en las tinieblas misteriosas de la Encarnación. Entonces Jesús, con una imagen enteramente inteligible para los Orientales (y ahora para todo el mundo) lo proclama Cabeza de la Sociedad Visible que había de continuarlo sobre la tierra, sociedad ya preparada y comenzada.
Por eso en este texto convergen todos los tiros de la teología protestante, a la cual las claras palabras de Cristo parten por el medio: desde el pedir que se borre por ser “interpolado”, o sea falsificado (Harnack, Resch), hasta interpretarlo alegóricamente de todas las maneras posibles imaginables, nada se ha dejado de usar contra él; pero resulta que parece tan testarudo como la Roca a la cual alude, la Ciudad que sobre ella promete, las Llaves de la Ciudad Venidera; como lo sabe cualquier estudiante de Teología que haya recorrido un poco los libros de los herejes.
Enumeremos sus “interpretaciones” aunque sea como curiosidad: 1ª, que Cristo allí no da a Pedro ninguna autoridad; 2ª, que le da autoridad de enseñar solamente; 3ª, de enseñar y de perdonar pecados y nada más; 4ª, le da autoridad personal, pero no a sus sucesores; 5ª, también a los sucesores, pero éstos no son los Obispos de Roma, pues Pedro jamás estuvo en Roma; 6ª, también para los Obispos de Roma, pero solamente hasta el si¬glo IV, o bien hasta el VI, “mientras los Papas fueron parecidos a Pedro”, y 7ª, los Papas tienen autoridad de Cristo pero no autoridad de jurisdicción sino sólo de honor... Esto, calvinistas y anglicanos. Mas los “modernistas” actuales, mucho más sencillo: que se borre simplemente esa perícopa, que es una “interpolación evolutiva” (dice Harnack) o al menos que se elimine el versillo 18, que es “netamente espúreo”, dice Resch. Pero la voz unánime y gigante de los Santos Padres desde el comienzo de la Iglesia atestigua que no es “espúrea”. ¡Buenos eran los Santos Padres y Doctores antiguos para tragarse callados un versículo espúreo!, ¡y menos Ése!
La “Ciudad sobre un Monte” es una anterior metáfora de Cristo, que ya hemos visto, tomada de una profecía de Isaías, que retorna aquí. La “Puerta” de la Ciudad se tomaba entonces por la ciudad misma, así como la ciudad capital se tomaba por el Reino mismo (como en los griegos: la Polis). Las ciudades de entonces, amuralladas (en cuyo recinto se amontonaba la pobla¬ción en tiempo de guerra) tenían Puertas celosamente guardadas y cerrojables por el Poder; y la misma palabra Puerta designaba por sinécdoque el Poder (Sublime Puerta = Sultán de Turquía); y la Llave de la Puerta también significaba o simbolizaba la autoridad, como vemos que aun hoy el símbolo se conserva, y la ciudad de Londres por ejemplo ofrece por manos de su alcalde o "Major" sus llaves al huésped de honor Adenauer; y las Corporaciones o “Guildas” se las presentan al Alcalde en su nom¬bramiento, e incluso al Rey en su coronación; aunque esas llaves de oro ya no abran nada ni obren nada, sino un simbolismo. Y voy a esto: aunque parece que Cristo en este solemnísimo nombramiento y coronación, usa tres metáforas diferentes (lo cual es un pecado contra la retórica), en realidad usa una sola metáfora desarrollada, como en todas sus parábolas. No es una casa a edificar, y después una llave, y después un reino, y des pués unas cuerdas ataderas, como dicen tantos comentaristas ramplones; es una Ciudad sobre un monte de piedra, y la Puer¬ta de esa ciudad, y la Llave de ella; y por tanto, el Poder de determinar en ella; que eso significa “atar y desatar” en la lengua original. Y toda la comparación se desenvuelve sobre el nombre propio de “Pedro”, antes Simón, que se lo impuso Cristo; y que en arameo, Kephâ, significa “piedra”, pero no es femenino; de modo que Cristo dijo: “Tú eres Kephâ, y sobre este Kephâ (como cumple a un buen retórico) Yo levantaré mi Sociedad o Congregación”, la cual tendrá la forma y las propiedades de un Reino.
Esta escena capital no fue un exabrupto; había sido largamente preparada en una cantidad de hilillos que vienen a anudarse aquí: en la soledad, en este camino de Cesarea, después de “haber orado” Cristo, como nota el Evangelista. Antes de entronizar a Pedro, el Maestro había preguntado a los Doce: “¿Quién dicen los hombres que Es el Hijo del Hombre?”. Respondieron ellos, sin atadura de lengua: “Dicen que eres Juan el Bautizador resucitado, o Elías, o Jeremías, o alguno de los otros Profetas...” El sufragio universal (“las turbas”, dice Marco) no se lució mucho en esta ocasión: a la pregunta más importante que ha habido, hay y por siempre habrá en el mundo, dio respuestas diferentes y divergentes; y lo que es peor, TODAS falsas: no acertó ni una. Lo mismo hemos visto les pasa a los protestantes acerca de este texto; los cuales inauguraron una especie de “sufragio universal”, o democracia en materia religiosa, la libre interpretación, o sea el famoso “Libre Examen” de la Biblia, padre de las más famosas “libertades” (o Libertad con mayúscula mejor dicho) del liberalismo. “Lutero fue el hombre más plebeyo que ha existido: sacando al Papa de su trono, puso en su lugar a la Opinión Pública” —exclama al luterano Kirkegor: en realidad y bien mirado, puso la Confusión Pública. Para evitar la cual, vemos que inmediatamente después de la Confesión de Pedro (que así la llamamos hoy, y así se llama el altar en Roma donde están sus restos) Cristo prohíbe formalmente a los Discípulos decir a las turbas... aquello mismo que había aprobado tan altamente en boca de Pedro. Se reservaba a sí mismo por entonces esa revelación: prevenía que los Apóstoles no salieran a los gritos a anunciar a las turbas el Mesías para que lo ungieran “REY” como quisieron hacer en Galilea, después de la Primera Multipanificación. “No hará alborotos por las plazas”, dijo de Jesús el Profeta: los alborotos los hicieron sus enemigos. De los alborotos populares sale regularmente la muerte; y no la vida. Y del sufragio universal hasta ahora han salido pocos aciertos y muchos embrollos. De hecho, con el sufragio universal (puro o fraudulento) la Argentina es gobernada hace tiempo por gente inferior, e incluso degradada. Que los que quieran hacerles “homenajes” a esa gente, se los haga; y se haga semejante a ellos, y su fin sea como el de ellos.
¿El mejor del país? ¡Échele un galgo! No va a salir de las sa¬gradas urnas, ni lo van a encontrar las masas, sobre todo, dopadas por la propaganda mentirosa. ¿Cómo podrían encontrarlo? Para fundar una religión, Jesús fundó primero una aristocracia religiosa... y una Monarquía eclesiástica.
Se dirá: pero el pueblo argentino, cada vez que lo han dejado votar libremente, ha elegido más o menos bien. Puede ser; y eso es justamente lo que me hace esperar que hay a pesar de todo una grandeza escondida en este pueblo improvisado y mescolado, que hoy parece tan abajo: esperar contra toda esperanza y exclamar: “¡Cristo, qué buen vasallo, si hobiesse buen Señor!” Bien, pero no dejemos caer el “más o menos”. Las masas argen¬tinas han acertado más o menos como las masas palestinas, que vieron en Cristo “un profeta resucitado”, algo sobrenatural sí, pero absurdo, no lo que Él realmente era. Lo que quiero decir es que el “sufragio” del pueblo, reducido previamente a “masa” no vertebrado ni organizado, no es medio apto para acertar en puntos que están... (perogrullada) fuera del alcance de una masa, y solamente al alcance de una minoría noble, es decir "virtuosa" y de una Cabeza excelente, es decir, un Monarca: Rey, Caudillo, Jefe, Conductor, o como quieran decir: un hombre prácticamente infalible en su materia, como en otro orden lo es el Papa en la suya. Esa es la idea que han tenido del gobierno los pueblos cristianos; cuando había pueblos y había cristianos.
El que niega al Papa suprime el cristianismo: no hay vuelta de hoja. Demasiado lo vemos en el Cisma griego del siglo IX, de donde salió la Iglesia separada sedicente “ortodoxa”, hoy deshecha por el bolchevismo; y en la Protesta del siglo XVI, conver¬tida hoy en un cristismo vago y nebuloso, y en una polvareda de sectas, contradictorias en sus dogmas e inseguras en su moral; donde ni la creencia central en la Divinidad de Cristo ha quedado incólume. Se han ido por el camino de “las turbas”, que llega a la turbación: “fue Juan el Bautista, o Elías o Jeremías o algún Profeta”: pues lo que profesan hoy día los protestantes acerca de Cristo (aun cuando le conserven el nombre de Hijo de Dios) no pasa en general de tenerlo por algo así como un profeta, o un hombre extraordinario: por lo mismo que lo tuvo Mahoma. Sólo Pedro sigue confesando eternamente a Cristo; y el que se arranca de Pedro, pierde a Cristo.
Cuando los novadores del siglo XVI, en la revolución religiosa más vasta de la historia, cortaron el nudo central del cristianismo, voltearon la Puerta, y se fueron a edificar sobre arena llena de pedruzcos, algunos doctores católicos horrorizados dijeron que esa era la herejía última y total: que no se podía ir más allá en materia de herejía; y con razón en cierto sentido, pues por esa brecha pueden entrar todos los errores religiosos; como de hecho entraron. Del seno del protestantismo nórdico nació el filosofismo o deísmo, y luego el liberalismo, que contagiaron a los países latinos; más tarde el comunismo, que triunfó en la región religiosamente devastada por el Cisma Griego; y en el seno de estos errores nació el modernismo teológico (o naturalis¬mo religioso, o “aloguismo”, o como quieran llamarle) , que por todas partes comenzó a ablandar como un ácido no sólo la fe, sino la misma razón incluso; por lo cual Belloc lo bautizó “aloa guismo” (Las Grandes Herejías, trad. cast. Espiga de Oro, 1946).
No era pues el protestantismo la herejía “total”; se podía ir más allá, pues de hecho se fue. Pero ahora, si se llegan a unir, fundir o combinar entre sí capitalismo liberal, comunismo y mo¬dernismo (como no es imposible), entonces se habrá tocado fondo, “las profundidades de Satán”; y ya está hecha la cuna del Anticristo. Estas tres herejías, dominantes hoy, son las Tres Ra¬nas del Apocalipsis “que eran tres espíritus impuros”, dice san Juan: “tres grandes herejías”, interpreta 'san Agustín; “los cuales salieron haciendo prodigios a preceder a los Reyes de toda la tierra para la Guerra Grande”, que precederá al “día grande del Omnipotente Dios”, añade el Profeta (Apoc. XVI, 13).
Ya que estamos con Satán y sus cositas, veamos lo que siguió en seguida de la Confesión de Pedro. Les predijo después Cristo por primera vez su Pasión e ignominiosa Muerte. Pedro protestó y comenzó muy acalorado a disuadirlo (“no digas macanas”) a la manera de los criados viejos cuando reprenden al patrón mozo. Cristo le reprendió a su vez con una violencia increíble: lo llamó “¡Satán!” ¿Ayer no más era “bienaventurado” e “inspirado por el Padre” y hoy es Satán?, se asombra san Agustín. Así es. La razón la dio antes Cristo: “No es la carne y la sangre, Simón Pedro, quien te ha dictado esta palabra, sino mi Padre que está en los cielos”:quien te la ha dictado AYER; pero HOY (distingue témspora et concordabis jura), es el afecto natural de Pedro a Cristo quien dicta y habla; y su ambición, y sus ilusiones acerca del Rei¬no Mesiánico, tan pertinaces. Y el Evangelista o Cristo mismo quiso marcar este contraste y enseñar esto: que no es necesario para el gobierno de la Iglesia, y la guarda de la Revelación, que el hombre Pedro, o el hombre Pío, o el hombre Juan, sean puros e inmaculados; aunque sea deseable. Pedro representa a Cristo y está en lugar de Cristo; y cuando reconoce, confiesa, profesa y proclama a Cristo, habla con la voz de Dios; pero el mismo Pedro como persona privada, hablando por sus fuerzas naturales y con su entendimiento humano... puede decir y hacer en efecto cosas indignas, escandalosas e incluso satánicas. Existen entre nosotros fulanos que piensan es devoción al Sumo Pontificado decir que el Papa “gloriosamente reinante” en cualquier tiempo “es un santo y un sabio”, “ese santazo que tenemos de Papa”, aunque no sepan un comino de su persona. Eso es fetichismo africano, es mentir sencillamente a veces, es ridículo; y nos vuelve la irri¬sión de los infieles. Lo que cumple es obedecer lo que manda el Papa (como estos no siempre hacen) y respetarlo en cualquier caso, como Pontífice; y amarlo como persona, cuando merece ser amado.
Los defectos y los pecados personales son pasajeros; la función social del Monarca Eclesiástico es permanente. “Satán”, desapareció de allí al grito de Cristo: “¡Atrás, Satanás!”; y quedó Pedro el Primado. El Papa como Papa está en lugar de Cristo; como hombre será juzgado (gravemente) por Cristo; y no necesita ni que nosotros lo juzguemos ni que lo andemos alabando a lo bobo.
Leonardo Castellani
“Las parábolas de Cristo”
Itinerarium, Buenos Aires 1959.
¡Cuántas veces hemos oído este texto! Pero ¿entendido? ¿Reducido a la práctica? Es la institución del Primado de Pedro y sus sucesores en la Iglesia de Cristo; se puede decir, la fundación misma de la Iglesia en su nudo central. En el tercer año de la vida pública, después de la tercera Pascua, entre la promesa de la Eucaristía y la primera predicción de la Pasión, cerca de Ce¬sarea de Filippo en el confín norte de Judea, allí donde había un templo idolátrico levantado al César por Herodes el Grande y un antiguo templo al dios Pan biforme, allí se hizo la proclama formal de la divinidad de Cristo y la fundación de su Iglesia, entre la adoración de las fuerzas de la Natura, y la adoración del Poder político, los dos polos eternos de la idolatría. Después de esto Cristo comenzó libre neta y repetidamente a declararse en público el Hijo de Dios, igual al Padre. Esta misma expresión “Hijo del Dios vivo” suena en los labios de los dos Kepha (Ke¬phâ, Pedro; Khaiaphas, Caifás) en uno para profesarla, en el otro para condenarla como blasfemia. Sobre la Piedra se dividieron los futuros dos campos eternos.
Esta parábola, triple al parecer, es el signo de contradicción entre católicos y protestantes, todos los demás puntos de diferencia dependen desto: todas las religiones que no reconocen al Sumo Pontífice son aliadas en el fondo, aunque ellas mismas no lo sepan; de donde “todo cismático es esencialmente un hereje”, pronunció el Conde de Maistre; y la inversa es también verda¬dera. El protestantismo en nuestros días, a medida que cree menos, se vuelve más símismo; es decir, “protesta”, pura negatividad; hasta llegar a un “antipapismo” puro, como en los furibundos Kensititas; de donde viene su tentativa de caracterizar a los católicos con el sobrenombre despreciativo de “papistas”; que no prosperó mucho, pues ninguna persona educada, en Inglaterra, lo toma en sus labios, según me dicen: se contentan con decirles “católicos” a secas, o bien “romanocatólicos”, o a lo más R. C. (err-cí) las iniciales, también despreciativo un poco. Bueno, quiero decir con todo esto que lo que caracteriza a los católicos es el Papa: son “petrinos”.
Interroga solemnemente Cristo a los Apóstoles, ¿quién era él, según ellos? Y Pedro, responde por todos: asume la representación de todos sin consultarlos, sin que lo nombren, sin requerir su asentimiento, dado empero por un elocuente silencio; y su profesión es, como dijo Cristo, sobrehumana; pues confesarlo el Mesías era bastante lógico, aunque siempre grandioso; pero añadir “el Hijo de Dios vivo” era inesperable: es entrar en las tinieblas misteriosas de la Encarnación. Entonces Jesús, con una imagen enteramente inteligible para los Orientales (y ahora para todo el mundo) lo proclama Cabeza de la Sociedad Visible que había de continuarlo sobre la tierra, sociedad ya preparada y comenzada.
Por eso en este texto convergen todos los tiros de la teología protestante, a la cual las claras palabras de Cristo parten por el medio: desde el pedir que se borre por ser “interpolado”, o sea falsificado (Harnack, Resch), hasta interpretarlo alegóricamente de todas las maneras posibles imaginables, nada se ha dejado de usar contra él; pero resulta que parece tan testarudo como la Roca a la cual alude, la Ciudad que sobre ella promete, las Llaves de la Ciudad Venidera; como lo sabe cualquier estudiante de Teología que haya recorrido un poco los libros de los herejes.
Enumeremos sus “interpretaciones” aunque sea como curiosidad: 1ª, que Cristo allí no da a Pedro ninguna autoridad; 2ª, que le da autoridad de enseñar solamente; 3ª, de enseñar y de perdonar pecados y nada más; 4ª, le da autoridad personal, pero no a sus sucesores; 5ª, también a los sucesores, pero éstos no son los Obispos de Roma, pues Pedro jamás estuvo en Roma; 6ª, también para los Obispos de Roma, pero solamente hasta el si¬glo IV, o bien hasta el VI, “mientras los Papas fueron parecidos a Pedro”, y 7ª, los Papas tienen autoridad de Cristo pero no autoridad de jurisdicción sino sólo de honor... Esto, calvinistas y anglicanos. Mas los “modernistas” actuales, mucho más sencillo: que se borre simplemente esa perícopa, que es una “interpolación evolutiva” (dice Harnack) o al menos que se elimine el versillo 18, que es “netamente espúreo”, dice Resch. Pero la voz unánime y gigante de los Santos Padres desde el comienzo de la Iglesia atestigua que no es “espúrea”. ¡Buenos eran los Santos Padres y Doctores antiguos para tragarse callados un versículo espúreo!, ¡y menos Ése!
La “Ciudad sobre un Monte” es una anterior metáfora de Cristo, que ya hemos visto, tomada de una profecía de Isaías, que retorna aquí. La “Puerta” de la Ciudad se tomaba entonces por la ciudad misma, así como la ciudad capital se tomaba por el Reino mismo (como en los griegos: la Polis). Las ciudades de entonces, amuralladas (en cuyo recinto se amontonaba la pobla¬ción en tiempo de guerra) tenían Puertas celosamente guardadas y cerrojables por el Poder; y la misma palabra Puerta designaba por sinécdoque el Poder (Sublime Puerta = Sultán de Turquía); y la Llave de la Puerta también significaba o simbolizaba la autoridad, como vemos que aun hoy el símbolo se conserva, y la ciudad de Londres por ejemplo ofrece por manos de su alcalde o "Major" sus llaves al huésped de honor Adenauer; y las Corporaciones o “Guildas” se las presentan al Alcalde en su nom¬bramiento, e incluso al Rey en su coronación; aunque esas llaves de oro ya no abran nada ni obren nada, sino un simbolismo. Y voy a esto: aunque parece que Cristo en este solemnísimo nombramiento y coronación, usa tres metáforas diferentes (lo cual es un pecado contra la retórica), en realidad usa una sola metáfora desarrollada, como en todas sus parábolas. No es una casa a edificar, y después una llave, y después un reino, y des pués unas cuerdas ataderas, como dicen tantos comentaristas ramplones; es una Ciudad sobre un monte de piedra, y la Puer¬ta de esa ciudad, y la Llave de ella; y por tanto, el Poder de determinar en ella; que eso significa “atar y desatar” en la lengua original. Y toda la comparación se desenvuelve sobre el nombre propio de “Pedro”, antes Simón, que se lo impuso Cristo; y que en arameo, Kephâ, significa “piedra”, pero no es femenino; de modo que Cristo dijo: “Tú eres Kephâ, y sobre este Kephâ (como cumple a un buen retórico) Yo levantaré mi Sociedad o Congregación”, la cual tendrá la forma y las propiedades de un Reino.
Esta escena capital no fue un exabrupto; había sido largamente preparada en una cantidad de hilillos que vienen a anudarse aquí: en la soledad, en este camino de Cesarea, después de “haber orado” Cristo, como nota el Evangelista. Antes de entronizar a Pedro, el Maestro había preguntado a los Doce: “¿Quién dicen los hombres que Es el Hijo del Hombre?”. Respondieron ellos, sin atadura de lengua: “Dicen que eres Juan el Bautizador resucitado, o Elías, o Jeremías, o alguno de los otros Profetas...” El sufragio universal (“las turbas”, dice Marco) no se lució mucho en esta ocasión: a la pregunta más importante que ha habido, hay y por siempre habrá en el mundo, dio respuestas diferentes y divergentes; y lo que es peor, TODAS falsas: no acertó ni una. Lo mismo hemos visto les pasa a los protestantes acerca de este texto; los cuales inauguraron una especie de “sufragio universal”, o democracia en materia religiosa, la libre interpretación, o sea el famoso “Libre Examen” de la Biblia, padre de las más famosas “libertades” (o Libertad con mayúscula mejor dicho) del liberalismo. “Lutero fue el hombre más plebeyo que ha existido: sacando al Papa de su trono, puso en su lugar a la Opinión Pública” —exclama al luterano Kirkegor: en realidad y bien mirado, puso la Confusión Pública. Para evitar la cual, vemos que inmediatamente después de la Confesión de Pedro (que así la llamamos hoy, y así se llama el altar en Roma donde están sus restos) Cristo prohíbe formalmente a los Discípulos decir a las turbas... aquello mismo que había aprobado tan altamente en boca de Pedro. Se reservaba a sí mismo por entonces esa revelación: prevenía que los Apóstoles no salieran a los gritos a anunciar a las turbas el Mesías para que lo ungieran “REY” como quisieron hacer en Galilea, después de la Primera Multipanificación. “No hará alborotos por las plazas”, dijo de Jesús el Profeta: los alborotos los hicieron sus enemigos. De los alborotos populares sale regularmente la muerte; y no la vida. Y del sufragio universal hasta ahora han salido pocos aciertos y muchos embrollos. De hecho, con el sufragio universal (puro o fraudulento) la Argentina es gobernada hace tiempo por gente inferior, e incluso degradada. Que los que quieran hacerles “homenajes” a esa gente, se los haga; y se haga semejante a ellos, y su fin sea como el de ellos.
¿El mejor del país? ¡Échele un galgo! No va a salir de las sa¬gradas urnas, ni lo van a encontrar las masas, sobre todo, dopadas por la propaganda mentirosa. ¿Cómo podrían encontrarlo? Para fundar una religión, Jesús fundó primero una aristocracia religiosa... y una Monarquía eclesiástica.
Se dirá: pero el pueblo argentino, cada vez que lo han dejado votar libremente, ha elegido más o menos bien. Puede ser; y eso es justamente lo que me hace esperar que hay a pesar de todo una grandeza escondida en este pueblo improvisado y mescolado, que hoy parece tan abajo: esperar contra toda esperanza y exclamar: “¡Cristo, qué buen vasallo, si hobiesse buen Señor!” Bien, pero no dejemos caer el “más o menos”. Las masas argen¬tinas han acertado más o menos como las masas palestinas, que vieron en Cristo “un profeta resucitado”, algo sobrenatural sí, pero absurdo, no lo que Él realmente era. Lo que quiero decir es que el “sufragio” del pueblo, reducido previamente a “masa” no vertebrado ni organizado, no es medio apto para acertar en puntos que están... (perogrullada) fuera del alcance de una masa, y solamente al alcance de una minoría noble, es decir "virtuosa" y de una Cabeza excelente, es decir, un Monarca: Rey, Caudillo, Jefe, Conductor, o como quieran decir: un hombre prácticamente infalible en su materia, como en otro orden lo es el Papa en la suya. Esa es la idea que han tenido del gobierno los pueblos cristianos; cuando había pueblos y había cristianos.
El que niega al Papa suprime el cristianismo: no hay vuelta de hoja. Demasiado lo vemos en el Cisma griego del siglo IX, de donde salió la Iglesia separada sedicente “ortodoxa”, hoy deshecha por el bolchevismo; y en la Protesta del siglo XVI, conver¬tida hoy en un cristismo vago y nebuloso, y en una polvareda de sectas, contradictorias en sus dogmas e inseguras en su moral; donde ni la creencia central en la Divinidad de Cristo ha quedado incólume. Se han ido por el camino de “las turbas”, que llega a la turbación: “fue Juan el Bautista, o Elías o Jeremías o algún Profeta”: pues lo que profesan hoy día los protestantes acerca de Cristo (aun cuando le conserven el nombre de Hijo de Dios) no pasa en general de tenerlo por algo así como un profeta, o un hombre extraordinario: por lo mismo que lo tuvo Mahoma. Sólo Pedro sigue confesando eternamente a Cristo; y el que se arranca de Pedro, pierde a Cristo.
Cuando los novadores del siglo XVI, en la revolución religiosa más vasta de la historia, cortaron el nudo central del cristianismo, voltearon la Puerta, y se fueron a edificar sobre arena llena de pedruzcos, algunos doctores católicos horrorizados dijeron que esa era la herejía última y total: que no se podía ir más allá en materia de herejía; y con razón en cierto sentido, pues por esa brecha pueden entrar todos los errores religiosos; como de hecho entraron. Del seno del protestantismo nórdico nació el filosofismo o deísmo, y luego el liberalismo, que contagiaron a los países latinos; más tarde el comunismo, que triunfó en la región religiosamente devastada por el Cisma Griego; y en el seno de estos errores nació el modernismo teológico (o naturalis¬mo religioso, o “aloguismo”, o como quieran llamarle) , que por todas partes comenzó a ablandar como un ácido no sólo la fe, sino la misma razón incluso; por lo cual Belloc lo bautizó “aloa guismo” (Las Grandes Herejías, trad. cast. Espiga de Oro, 1946).
No era pues el protestantismo la herejía “total”; se podía ir más allá, pues de hecho se fue. Pero ahora, si se llegan a unir, fundir o combinar entre sí capitalismo liberal, comunismo y mo¬dernismo (como no es imposible), entonces se habrá tocado fondo, “las profundidades de Satán”; y ya está hecha la cuna del Anticristo. Estas tres herejías, dominantes hoy, son las Tres Ra¬nas del Apocalipsis “que eran tres espíritus impuros”, dice san Juan: “tres grandes herejías”, interpreta 'san Agustín; “los cuales salieron haciendo prodigios a preceder a los Reyes de toda la tierra para la Guerra Grande”, que precederá al “día grande del Omnipotente Dios”, añade el Profeta (Apoc. XVI, 13).
Ya que estamos con Satán y sus cositas, veamos lo que siguió en seguida de la Confesión de Pedro. Les predijo después Cristo por primera vez su Pasión e ignominiosa Muerte. Pedro protestó y comenzó muy acalorado a disuadirlo (“no digas macanas”) a la manera de los criados viejos cuando reprenden al patrón mozo. Cristo le reprendió a su vez con una violencia increíble: lo llamó “¡Satán!” ¿Ayer no más era “bienaventurado” e “inspirado por el Padre” y hoy es Satán?, se asombra san Agustín. Así es. La razón la dio antes Cristo: “No es la carne y la sangre, Simón Pedro, quien te ha dictado esta palabra, sino mi Padre que está en los cielos”:quien te la ha dictado AYER; pero HOY (distingue témspora et concordabis jura), es el afecto natural de Pedro a Cristo quien dicta y habla; y su ambición, y sus ilusiones acerca del Rei¬no Mesiánico, tan pertinaces. Y el Evangelista o Cristo mismo quiso marcar este contraste y enseñar esto: que no es necesario para el gobierno de la Iglesia, y la guarda de la Revelación, que el hombre Pedro, o el hombre Pío, o el hombre Juan, sean puros e inmaculados; aunque sea deseable. Pedro representa a Cristo y está en lugar de Cristo; y cuando reconoce, confiesa, profesa y proclama a Cristo, habla con la voz de Dios; pero el mismo Pedro como persona privada, hablando por sus fuerzas naturales y con su entendimiento humano... puede decir y hacer en efecto cosas indignas, escandalosas e incluso satánicas. Existen entre nosotros fulanos que piensan es devoción al Sumo Pontificado decir que el Papa “gloriosamente reinante” en cualquier tiempo “es un santo y un sabio”, “ese santazo que tenemos de Papa”, aunque no sepan un comino de su persona. Eso es fetichismo africano, es mentir sencillamente a veces, es ridículo; y nos vuelve la irri¬sión de los infieles. Lo que cumple es obedecer lo que manda el Papa (como estos no siempre hacen) y respetarlo en cualquier caso, como Pontífice; y amarlo como persona, cuando merece ser amado.
Los defectos y los pecados personales son pasajeros; la función social del Monarca Eclesiástico es permanente. “Satán”, desapareció de allí al grito de Cristo: “¡Atrás, Satanás!”; y quedó Pedro el Primado. El Papa como Papa está en lugar de Cristo; como hombre será juzgado (gravemente) por Cristo; y no necesita ni que nosotros lo juzguemos ni que lo andemos alabando a lo bobo.
Leonardo Castellani
“Las parábolas de Cristo”
Itinerarium, Buenos Aires 1959.
Estimado Angel:
ResponderEliminarA propósito de lo escrito en http://lascrucesdelasespadas.blogspot.com/2009/07/valle-de-los-caidos-no-pasaran.html
pásate por
http://mi-libre-opinion.blogspot.com/2009/09/sobre-la-impiedad.html
Un saludo.
Gracias por la información. Todavía no doy crédito a esa medida. Habrá reacciones desde aquí. Y por supuesto, la Misa se celebrará, dentro o fuera de la Basílica.
ResponderEliminarUn saludo