viernes, 31 de diciembre de 2010

L´ESPANYA CATALANA: UN CRIT DE GUERRA















Allà dalt de la muntanya
ha esclatat un crit de guerra
és l'Espanya catalana
que vol lluitar per la terra

Tant del sud com del nord
tots plegats a la trinxera
sota la nostra gran creu
sota la nostra senyera

Farem fora l'enemic
ondejan la nostra ensenya
amb trons dels nostres canons
i amb els nostres crits de guerra

Espanya és la nostra pàtria
Espanya és la nostra nació
Espanya és la nostra lluita
és nostra revolució

Guerra, guerra per la terra
guerra, guerra catalans
guerra, guerra per la Patria
guerra per la llibertat.

martes, 28 de diciembre de 2010

VALLE DE LOS CAÍDOS: HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA


Queridos hermanos:

La fiesta de la Sagrada Familia es una de las celebraciones más entrañables del año litúrgico. Pero si siempre contiene un mensaje vivo para la espiritualidad cristiana, en nuestros días adquiere una actualidad absoluta, pues la familia, que debería ser la institución más protegida, resulta sin embargo tal vez la más acosada. No en balde celebra hoy la Iglesia Católica la jornada pontificia por la familia y la vida.

En la primera lectura, del libro del Eclesiástico, hemos visto una exposición de la piedad filial, es decir, del amor y reverencia hacia los padres, en términos de respeto, honra y reconocimiento de su autoridad y con una invitación a sostenerles y seguir amándoles en su debilidad senil. La piedad filial es el cuarto mandamiento de la Ley de Dios y de ella deriva, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, el amor a la Patria, porque es el amor a la tierra y a la tradición de los antepasados. En la segunda lectura, San Pablo hace una exhortación a la paciencia, la comprensión y el amor mutuos, necesarios en la vida familiar.

Pero el matrimonio y la familia no son unos valores únicamente del mundo judeocristiano, sino comunes a todas las culturas, porque pertenecen a la Ley Natural: aquella ley inscrita por Dios en el corazón del hombre, que éste puede conocer por la razón y que le inclina a hacer el bien y a evitar el mal. Por eso encontramos en autores clásicos, como Aristóteles y Cicerón, o de otras civilizaciones, como Confucio, apreciaciones muy acertadas sobre el valor del matrimonio y la familia.

El cristianismo no sostiene que Dios actúe por un voluntarismo irracional haciendo lo que quiere caprichosamente. Al contrario, como recordó Benedicto XVI en su discurso en la Universidad de Ratisbona, enseña que Dios obra conforme a razón y por eso ha creado al hombre como ser racional, a su imagen y semejanza. Más aún, en Dios existe el Logos, el Verbo, que es la persona del Hijo, la segunda de la Trinidad. Por eso Dios ha establecido un orden racional bueno para el hombre y para todo el conjunto de la Creación. Cuando se atenta contra este orden, se atenta contra el bien del hombre: esto sucede hoy con el acoso a la familia, la cual es la primera sociedad y el origen de toda otra sociedad. Pero como dice un viejo y sabio adagio: “Dios perdona siempre, el hombre algunas veces, la naturaleza nunca”.

Desde hace ya bastante tiempo, el matrimonio y la familia sufren una embestida en gran medida dirigida. La instauración del matrimonio civil y del divorcio por la Revolución Francesa y por el código napoleónico supuso la negación del valor sagrado y trascendente que toda cultura ha reconocido siempre en la unión de los esposos. Después vendrían, como lógica consecuencia, las uniones de hecho. Muy singularmente la mentalidad divorcista y tendente a nuevos emparejamientos ha gestado un auténtico drama en los hijos que sufren estas situaciones. Frente a la fidelidad y al amor perseverante en medio de la dificultad, se alza hoy el sentimentalismo cambiante, que sólo conduce a una sociedad débil e inestable y a hijos que no encuentran referentes en sus padres.

Por otro lado, se observa en muchos Estados una tendencia a imponer a los niños y los jóvenes una ideología desde la escuela. Y es que desde la antigua Esparta y la República de Platón hasta el comunismo y el nacionalsocialismo y otras variantes que hoy conocemos, todos los totalitarismos han procurado aniquilar o reducir el papel de la familia y trasvasar al Estado la función educadora de ésta, así como de otras sociedades naturales y de la sociedad sobrenatural que es la Iglesia.

Pero lo más sorprendente es contemplar aspectos como el intento de hablar de “nuevos modelos de familia” y de que sea aceptado como matrimonio algo que jamás lo será, o la mentalidad antinatalista neomalthusiana que ha provocado el envejecimiento de Europa, o los ataques directos a la vida humana en sus fases más débiles, como lo hacen el crimen del aborto, la manipulación genética y la eutanasia. En este deseo de crear una nueva sociedad subyace la tentación de la vieja serpiente en el Edén, “seréis como Dios”, que nos lleva a ver en nuestros días el proyecto diabólico de la subversión e inversión completa del orden natural.

Por eso, frente a este proyecto satánico destructivo para el hombre y que está conduciendo al suicidio social de Europa como civilización, debemos afirmar la vigencia de la verdad de la familia, asentada sobre el auténtico matrimonio, constituido por la unión de un hombre y de una mujer con carácter estable y abierto a la transmisión de la vida y a la educación de los hijos. Jesucristo además lo ha elevado a la dignidad de sacramento, ofreciendo así a los esposos la efusión de la gracia divina para alcanzar la santidad y la salvación eterna y mostrándose Él mismo como modelo en su unión esponsal con la Iglesia.

Pero no sólo debemos afirmar una verdad, sino también realzar su hermosura, la belleza de este proyecto divino que vemos reflejado en la lectura del Evangelio, donde se descubre la dimensión natural y sobrenatural del matrimonio y de la familia. Una de las razones por las que Dios ha instituido la familia como fundamento de la sociedad humana es porque en el seno mismo de la Santísima Trinidad se vive una verdadera vida de amor familiar entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Y el Padre, al enviar a su Hijo al mundo para redimir al hombre, quiso envolverlo en las entrañas amorosas de una Madre que por eso ha pasado a formar parte de la familia trinitaria. Quiso envolverlo también en el calor de un hogar familiar humano: cuando nació Jesús, lo hizo en un establo y lo colocaron sobre un pesebre, pero no le faltó el amor de la más excelsa de las madres y de un padre adoptivo que se entregó a su custodia con plena fidelidad a la vocación que Dios le había encomendado.

La familia de Nazaret, en la que transcurrió la vida oculta de Jesús, es, como recordara Pablo VI, ejemplo de silencio, de vida familiar y de trabajo, y como dijera Juan Pablo II, es “el prototipo de todas las familias cristianas”. En ella descubrimos a Jesús que vive obediente bajo la autoridad de María y José, aunque no cede en la prioridad que debe otorgar a su Padre celestial y les enseña a ello; y descubrimos también a un José laborioso y a una María contemplativa que medita los hechos y las palabras referidos a su Hijo en lo más profundo de su Corazón Inmaculado.

Santiago Cantera Montenegro OSB.
Homilía en la Fiesta de la Sagrada Familia (domingo 26-XII-2010), Santa Cruz del Valle de los Caídos

lunes, 27 de diciembre de 2010

SU VIDA ESTÁ EN TUS MANOS



Convocatoria por la vida de los Jóvenes de San José en Barcelona.

viernes, 24 de diciembre de 2010

LOS PASTORES Y EL ÁNGEL

Velaban los pastores haciendo centinela
(la noche encierra cercos y también tentaciones),
el sueño amenazaba ceñido a una candela
pero los ojos cuidan enhebrando razones

del oficio exigente que comporta al zagal
vigilar los rebaños al modo de las almas,
acercarles el agua surgente del brocal,
nutrirlos de los pastos floridos como palmas.

En aquellos contornos, según el de Antioquía,
daban prueba esos hombres del celo rebañiego,
cuando cimbran dos alas y una voz se imponía:
ha nacido el que es Cristo, entre el gozo y el ruego

de José y de María, sólo dos y el establo,
el Monarca del Cielo en terrestre boyera.
Ha nacido, no teman, el Pastor del Retablo,
un lirio su cayado y una cruz su cimera.


Dejó el Angel al irse las señas del camino,
la ciudad de David, la estrella matutina.
No buscó a los escribas ni al letrado rabino
eran sólo pastores y era una luz divina

la que cercó a esos hombres premiando su templanza.
Una gracia prevista, según narra el Salterio
para que dieran sones de bienaventuranza
los fieles al anuncio del sagrado misterio.

Numerosas milicias de las tropas de Arriba
anunciaron Su Gloria y la paz al constante
de voluntad benigna como el trigo o la oliva.
Callan las Escrituras al llegar a este instante.

Pero explican Ambrosio, Gregorio, el Aquinate
que esa leal pastoría prefigura a los Doce
herederos de todo lo que se ate y desate,
mientras ría un converso o un pecador solloce.

Si hoy duermen desarmados, entregando la guardia,
dales, Señor, tu Noche, tus huestes, tu memoria.
Y danos a nosotros un puesto en la vanguardia
hasta que irrumpa el alba trayendo la victoria.

Antonio Caponnetto

jueves, 23 de diciembre de 2010

CORONEL MOHAMED ALÍ SEINELDÍN


Para aquellos necesitados de distinciones y que honestamente quieran saber la verdad histórica, diremos ante todo que en vida nos separaron diferencias. Algunas importantes, otras menores. Diremos asimismo que a nosotros al menos, nacionalistas católicos, las tales diferencias nos causaban dolor antes que antipatía, perplejidad a veces, desazón en ocasiones.

Nada de eso importa demasiado ya; excepto, claro, a quienes legitímamente debamos salvar posiciones -sin enconos ni agravios- por respeto a la naturaleza de los hechos, de los hombres y de las ideas.

Pero en vida o ahora que ha muerto, nunca dejamos de reconocer y de admirar en el Coronel Mohamed Ali Seineldin cualidades estupendas, tanto más encomiables cuanto que parecen extintas entre Ios hombres de armas. Un patriotismo acendrado, un catolicismo práctico y devotísimo, una confianza mariana a prueba de adversidades, un sentido providencial de la historia, una honestidad privada y pública nunca desmentida, un arrojo personal legendario, una sencillez criolla y gaucha, una capacidad innata para querer y hacerse querer por los mas humildes, una disposición al sacrificio con ribetes estoicos. No se deje fuera de este enunciado de virtudes su condición' de varón fiel, como esposo, amigo, jefe, camarada y padre. Y padre doIiente de un hijo muy enfermo que se Ie adelantó en el camino de la muerte.

Seineldin protagonizó activamente las dos contiendas justas que honran a la Argentina en el siglo XX. La batalla contra la Guerra Revolucionaria del Marxismo Internacional, y la Guerra del Atlántico Sur. En ambas situaciones supo estar a la altura de las circunstancias y de su temple heroico, y si algún reproche ha de caberle por su desempeño en Malvinas -como a veces se ha sostenido, tal vez con exceso- no guarda este relación con su valentia, su pericia bélica y su espíritu de entrega sino con su verticalismo a ultranza. El mismo verticaIismo que lo llevó al fracaso en sus levantamientos castrenses, genuinamente ejecutados para salvar el honor de las Armas Nacionales y no para repartirse los despojos del poder politico.

Se engrandeció en la carcel, en el infortunio, en la persecución, en la vejez trabajadora y' franciscana. Tanto como por contraste se envilecían y se degradan aún los que se han convertido en soldadesca dócil de la tirania, en generalatos ruines o en punteros asalariados de algun mafioso peronista suburbano.

Seineldín fue realidad y leyenda, y lo que la primera podia opacar, transfiguraba la segunda. Lo que no daba su natura lo suplía el mito. Envuelto silencioso en su ostracismo hablaba mejor que cuando concretamente hablaba.

Después de muchísimos años sin vernos, y sin trato alguno, la Divina Providencia nos puso juntos, muy pocos días antes de su muerte, ante la tumba del Coronel Guevara. A varios nos tocó el honor de dirigir la palabra en aquel cristianísirno eutierro, pero "el Turco" fue quien mejor estuvo. Coronó las palabras con un gesto marcial emocionante: se cuadró ante la cabecera del féretro, y haciéndole la venia a quien despedíamos, gritó con su fuerza habitual: "Mi Coronel: ¡Dios y Patria o Muerte!". Una sentida ovación coronó el ademán. Me acerqué para abrazarlo, estrechamente, y fue la última vez que pude hacerlo.

Ahora advierto que se estaba también despidiendo a sí mismo.

Ante la noticia de su muerte súbita, y ante la proximidad de aquel encuentro postrinero que todavía conservaba fresco, un buen amigo me recordó los versos de Borges:

Si para todo hay término
y hay tasa
y última vez y nunca más
y olvido
¿quién nos dirá de quién,
en esta casa,
sin saberIo, nos hemos
despedido?


Fue así que sin saberlo, y ante una tumba abierta, me reencontré y me despedí para siempre del Coronel Seineldín.

Las dolorosas diferencias, que no debo disimular ni blandir sino dejar sobriamente asentadas, no me inhiben de repetir -respetuosa y esperanzadamante- su propio gesto y su propio lema en aquel cercano y premonitor cortejo fúnebre: "Mi Coronel: ¡Dios y Patria o Muerte!".

Antonio Caponnetto

martes, 21 de diciembre de 2010

FRANCO Y LA IGLESIA CATÓLICA


Cualis vita finis ita. Como es la vida es la muerte. “Quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir” (Testamento de Francisco Franco).

Quien se expresaba así personalmente, no podía menos de plasmar esa fe que se hace vida en el ordenamiento político de su gobierno. Ley de Principios Fundamentales del Movimiento del 18 de mayo de 1958, n.2: “La nación española considera como timbre de honor el acatamiento de la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional que inspirará su legislación”. Concordato de 1953, art. 1 y 2: “La Religión Católica, Apostólica y Romana, sigue siendo la única de la nación española y gozará de los derechos y prerrogativas que le corresponden en conformidad con la Ley divina y el Derecho Canónico. El Estado Español reconoce a la Iglesia Católica el carácter de sociedad perfecta y le garantiza el libre y pleno ejercicio de su poder espiritual y de su jurisdicción, así como el libre y público ejercicio del culto”. Recordemos que Pío XII otorgó la medalla de la Orden de Cristo, máxima distinción vaticana, a Franco ese mismo 1953 debido a que el desarrollo y posterior redacción de los acuerdos Iglesia-Estado habían sido realmente modélicos (fotografía de arriba).

Antes de entrar en la materia y ante la tiranía del espacio, es útil aclarar que nos asomamos a una realidad extremadamente compleja y extensa, por cuanto aquí especialmente, generalizar es caer en el reduccionismo más superficial y zafio, debido a las múltiples y necesarias ramificaciones existentes con la historia de la Iglesia y de España no sólo del siglo XX, sino también del XIX.

1. Martirio y Cruzada, no guerra civil

El léxico historiográfico, en ocasiones influenciado por corrientes de pensamiento anticristiano, tiende a deformar la verdad, es decir, la realidad o dicho de otro modo, la historia misma. Ocurre, por ejemplo, con la aplicación del término Reforma utilizado para referirse a Lutero y su obra, cuando lo único que Lutero consiguió fue deformar el dogma, la moral y las instituciones de la Iglesia hasta el punto de que cualquier parecido con el Evangelio -al que pretendía retornar-, resulte pura coincidencia, cuando no simple ficción. Con el término Contrarreforma, utilizado para referirse a la respuesta católica a la revolución religiosa del protestantismo, ocurre exactamente lo mismo, introduciendo además un matiz de temporalidad que no resiste el análisis histórico de los hechos contundentes. La Reforma de la Iglesia Católica había comenzado, por ejemplo en la España de los Reyes Católicos, mucho antes que Lutero destapara la caja de Pandora.

Lo mismo sucede con la guerra de 1936. D. Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, fue el primero en usar el término “cruzada”, en su carta pastoral del 23 de agosto de 1936: “no es una guerra la que se está librando; es una cruzada, y la Iglesia, no puede menos de poner cuanto tiene a favor de los cruzados”. El obispo de Salamanca, Pla y Deniel, dirá el 30 de septiembre de 1936: “Ya no se trata de una guerra civil, sino de una cruzada por la religión, por la Patria y la civilización”. El Cardenal Gomá el 23 de noviembre del mismo año: “Si la contienda actual parece como una guerra puramente civil, en el fondo debe reconocerse en ella un espíritu de verdadera cruzada en pro de la religión católica”. En 1958, el ya Cardenal Plá y Deniel, Arzobispo de Toledo, Primado de España y presidente de la Conferencia de Metropolitanos, lo que equivaldría hoy a la Conferencia Episcopal decía: “La Iglesia no hubiera bendecido un mero pronunciamiento militar, ni a un bando de una guerra civil. Bendijo, sí, una Cruzada”. Repasando los martirios de los 4.184 sacerdotes diocesanos sacrificados en la zona sometida bajo el terror rojo, junto con 2.365 religiosos, 283 religiosas, 13 obispos y cientos de miles de militantes y fieles católicos. Por no hablar de la destrucción de los edificios y del patrimonio cultural de la Iglesia: catedrales, bibliotecas, universidades, colegios, parroquias, monasterios, pinturas, esculturas, etc. En riguroso estudio científico, es decir, atendiendo a las fuentes primarias que son las fieles transmisoras de la objetividad de los hechos, -se puede afirmar sin ningún complejo políticamente correcto-, que realmente Franco en España, salvó a la Iglesia Católica del exterminio, de la mayor persecución que ha conocido en los veinte siglos de su historia, mayor incluso que las sufridas durante tres siglos por el Imperio Romano (Cf. A. Montero, Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939. BAC). Tampoco olvidemos la derogación de Franco de todas las leyes laicistas de la II República como la del divorcio, la enseñanza religiosa, el aborto (1938), culto público y un largo etcétera.

Cuando la Conferencia Episcopal Española utiliza la expresión “mártires españoles del siglo XX”, no deja de ser un eufemismo cruel, injusto y enteramente falso. Las víctimas no se produjeron en todo el territorio nacional, sino solamente en el sometido a la República. Además los martirios no se produjeron a lo largo de todo el siglo XX, sino que amenazaron con producirse durante la quema de iglesias y conventos en Madrid, el 11 de mayo de 1931, al mes escaso de la proclamación de la II República, y ante la absoluta pasividad de las fuerzas de orden público. La persecución religiosa comenzó en octubre de 1934 con la revolución de Asturias; pergeñada por el PSOE y los nacionalistas catalanes como una guerra civil ante las elecciones ganadas por el centro-derecha en 1933, y concluyeron con la rendición del bando republicano en abril de 1939. Uno de los últimos asesinados fue Mons. Anselmo Polanco, obispo de Teruel, el 7 de febrero de ese mismo año.

Caso aparte merecen los 14 sacerdotes vascos asesinados por el bando nacional porque no lo fueron por odio a la fe, “odium fidei”, sino por “odium” al PNV, es decir, mor motivos políticos. Los obispos de Vitoria y Pamplona, desde el primer momento, y coincidiendo con el criterio de la Santa Sede, condenaron la colaboración de los nacionalistas vascos con el gobierno republicano, enemigo declarado de la religión. Por consiguiente, por nacionalista que sea, a ningún obispo vasco se le ocurriría jamás abrir su proceso de beatificación, sencillamente porque no reúne ese requisito esencial para su tramitación. Además Franco en cuanto fue informado de estos sucesos los cortó de forma tajante y castigó severamente a los mandos y soldados implicados en esos asesinatos (Cf. Pío Moa, Los mitos de la Guerra Civil. La Esfera de los libros.).

Ante el hecho de la guerra, que no podía evitar, la Jerarquía no pudo elegir y “no podía ser indiferente”. “De una parte, se iba a la eliminación de religión católica. De otra, garantía máxima en la práctica de la religión”. El 1 de julio de 1937 los obispos españoles que no habían sido martirizados ni se encontraban fuera de España (el cardenal Vidal y Barraquer, de Tarragona y D. Mateo Múgica, de Vitoria) firman la Carta colectiva dirigida al episcopado católico de todo el orbe para explicar los sucesos de España. La opinión católica y la jerarquía se adhieren con entusiasmo al Movimiento Nacional, considerado como verdadera Cruzada aunque sin caer en triunfalismos, como recordará el Cardenal Gomá en 1937 con su carta pastoral sobre el sentido penitencial de la guerra. En ella explica que la guerra es hija del pecado.

Las distinciones entre Cruzada o guerra civil carecen de sentido histórico. Los papas, obispos y fieles –con mayor o menor asimilación, como ocurre con todo-, que la vivieron creyeron firmemente que la guerra civil era toda una Cruzada en defensa de la fe en el sentido más plenamente religioso del término. El sentir de la Iglesia tiene su formulación más autorizada en los papas. Pío XI, el 14 de septiembre de 1936 envía su bendición “a cuantos se han propuesto la difícil tarea de restaurar los derechos de Dios y de la religión”.

Pío XII, al terminar la guerra, envía su mensaje de congratulación “por el don de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano en vuestra fe y caridad, probados en tantos y tan generosos sufrimientos. España, nación católica y evangelizadora, ha dado a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu. Frente a la persecución religiosa, destructora de la sociedad, el pueblo español se alzó decidido en defensa de los ideales de la fe y de la civilización cristiana y supo resistir el empuje de los que engañados con lo que creían un ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo. Este es el primordial significado de vuestra victoria”. (Radiomensaje al pueblo de la católica España, del 16 de abril de 1939).

2. Después de la guerra. El franquismo

El estado de ánimo compartido por la Jerarquía y la inmensa mayoría de los fieles era que el Caudillo suscita un sentimiento unánime de gratitud, admiración, confianza y cariño familiar. Unanimidad que se manifiesta por tres hechos:

a) Personas adversas o cuanto menos discrepantes, expresaron más que nadie, y no una sola vez, su calurosa adhesión: por ejemplo el cardenal Vidal y Barraquer (Cf. R. Aisa, Gomá, pág. 98), el abad de Monserat, Escarré (Cf. Suárez, Franco, IV, pág. 305) y hasta finales de los sesenta el cardenal Tarancón.

b) Algunos, a quienes la opinión pública tiene por adictos, nunca se manifestaron en los primeros decenios, y no por oposición, sino por inserción en un clima familiar que no necesitaba declaraciones (Cardenal D. Marcelo, Mons. Guerra Campos).
c) Cuando en los años setenta llegó un tiempo de maniobras para el cambio político, ningún obispo diocesano eludió el proclamar su estimación positiva de la persona de Franco. Lo cual se constata claramente en las más que elogiosas homilías de la práctica totalidad del episcopado español a la muerte del Caudillo.

La magnitud del fenómeno se agiganta si se atiende a las manifestaciones emitidas acerca de Franco por los papas y obispos: por su contenido, unanimidad y persistencia difícilmente se hallaría nada comparable en relación con ninguna otra persona en los últimos siglos. Van mucho más allá de unas muestras de cortesía o de respeto debido a toda autoridad. No significan identificación con lo opinable de una política. Pero tampoco se limitaban a apreciar buenas intenciones. Se alababa juntamente con la ejemplaridad personal, la voluntad de servir a la Iglesia y la decisión de proyectar en la vida pública su condición de cristiano y la Ley de Dios proclamada por el Magisterio eclesiástico. Las innumerables manifestaciones las resumiremos en estas dos. Una del Papa Juan XXIII al Vicario Apostólico de Fernando Poo, en 1960: “Franco da leyes católicas, ayuda a la Iglesia, es buen católico, ¿qué más se puede pedir?” La otra es del cardenal Bueno Monreal, arzobispo de Sevilla, en 1961, dicha mirando a ciertos sectores de la opinión europea:

“La Iglesia respeta y ha respetado siempre la legítima potestad civil, como S. Pablo nos mandaba respetar incluso a los emperadores paganos. Pero cuando la Iglesia encuentra un gobernante de profundo sentido cristiano, de honestidad acrisolada en su vida individual, familiar y pública –que con justa y eficaz rectitud favorece su misión espiritual, al tiempo que con total entrega, prudencia y fortaleza trata de conducir a la Patria por los caminos de la justicia, del orden, de la paz y de su grandeza histórica-, que nadie se sorprenda de que la Iglesia bendiga, no solamente en el plano de la concordia, sino con afectuosidad de madre, a ese hijo que, elevado a la suprema jerarquía, trata honesta y dignamente de servir a Dios y a la Patria. Ese es precisamente nuestro caso”. Estas palabras fueron pronunciadas durante el acto público de inauguración del seminario de Sevilla, vendido después por el cardenal Amigo y transformado en la sede de la Junta de Comunidades. Ese mismo año Franco también inauguró el nuevo seminario mayor de Burgos –vendido por la diócesis y hoy convertido en un hotel,- y en su discurso dio las cifras que su Gobierno había invertido como ayuda a las edificaciones de la Iglesia. Baste como botón de muestra, desde 1939 a 1959 se habían construido en España de nueva planta, o reconstruido después de los destrozos de la barbarie roja, o notablemente ampliado, 66 seminarios. Las cantidades invertidas en los edificios de la Iglesia ascendían a 3.106.718.251 de pesetas. Pero el Caudillo no se ufanaba de esto, pues todo le parecía poco para Dios y su Iglesia, por eso concluyó su discurso diciendo: “Este es el granito de arena de nuestro régimen a la causa de Dios” (Pensamiento político de Franco, pág. 260).

Es constante, hasta la muerte, el reconocimiento del fervor cristiano y la ejemplaridad en la vida privada, de los que informa secretamente a Roma, desde el principio, el cardenal Gomá. Poco a poco, se conocerán prácticas muy significativas, por ser reservadas: rosario y misa diarios, gran piedad eucarística, retiros espirituales. En una Europa secularizada a Franco se le contempla como gobernante católico por excelencia. Identificado con la fe del pueblo y muy diferente de los hombres públicos del despotismo ilustrado, que halagan al pueblo despreciando su fe.

3. Pablo VI y el “caso Añoveros”

No hay que olvidar, que nunca Pablo VI fue afecto a Franco y a su régimen, de hecho, él dio en 1964 la orden de paralizar todos los procesos de beatificación de los mártires de 1936-1939; orden que después no sólo sería revocada sino apoyada decididamente por Juan Pablo II que sí conocía personalmente las sangrientas garras de la tiranía marxista. Se filtró en la prensa española que en los días de la elección de Pablo VI, un ministro lo lamentó ante Franco y éste cortó inmediatamente la conversación con estas palabras: “Ya no es el cardenal Montini, sino el Papa Pablo VI y todos le debemos obediencia”. El cardenal Tarancón recoge en su obra “Confesiones” (págs. 846 y 852) el viaje que hizo a Roma con respecto al último proceso de Burgos y la agitación que se ocasionó. Era el 2 de octubre de 1975. El cardenal dice que Pablo VI habla con elogio del Caudillo y le dijo estas palabras: “Franco ha hecho mucho bien a España y le ha proporcionado un desarrollo extraordinario y una época larguísima de paz. Franco merece un final glorioso y un recuerdo lleno de gratitud”.

En el incidente gubernamental con el obispo Antonio Añoveros –capellán de los requetés durante la Cruzada-, en 1974, el cardenal Tarancón atribuirá a Franco (“a quien sinceramente queríamos y admirábamos”) la solución pacífica del caso. El detonante había sido la orden del obispo a sus sacerdotes de leer un domingo en la homilía de todas las misas un carta pastoral marcadamente nacionalista. El mismo Añoveros, pocos meses antes, al surgir una situación conflictiva en torno a unos sacerdotes complicados en la violencia de ETA había propuesto a la Conferencia Episcopal una gestión ante el Jefe del Estado, manifestando que tenía una “gran confianza en su genialidad, serenidad, eficacia y ponderación”.

En los últimos diez años del franquismo, permaneciendo intacto el juicio de la Jerarquía, algunos sectores eclesiásticos, promotores del cambio político, envolvieron a la persona de Franco en silencios y veladuras. La actitud de Franco no varió: “Todo cuanto hemos hecho y seguiremos haciendo en servicio de la Iglesia, lo hacemos de acuerdo con lo que nuestra conciencia cristiana nos dicta, sin buscar el aplauso, ni siquiera el agradecimiento” (Mensaje de fin de año, diciembre de 1972).

4. Preparando la Transición

Éste es, sin lugar a dudas, el período más siniestro de la historia de la Iglesia en España pues la serenidad del tiempo demuestra el enorme error del compromiso temporal de la Iglesia con un orden político despojado de todo principio moral –incluida la ley natural, al basarse en el puro positivismo jurídico que instaura el totalitarismo democrático. Es decir, la dictadura de una mayoría ideologizada y manipulada por el relativismo sembrado por doquier por unos medios de comunicación abiertamente anticristianos y sectarios que no dejan de atacar y ridiculizar constantemente los valores morales cristianos. “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (Veritatis Splendor n.101). “La democracia no puede mitificarse convirtiéndose en un sustituto de la moralidad” Evangelium Vitae n. 70). El sector dominante de la Iglesia en España encabezado por el cardenal Tarancón y respaldado por el Vaticano, principalmente por el cardenal Casaroli, ejerció una extraordinaria influencia corrosiva dentro del Régimen. Esto ocurrió así porque, al ser la Iglesia una de los pilares fundamentales del franquismo, por lo tanto, su defección infligía a éste un daño que ni de lejos podían causarle todos los partidos antifranquistas juntos.
Es más, el relativo auge de esos partidos en los años sesenta, en especial de los comunistas y la ETA, debió mucho a la protección eclesial. Ésta se hacía en nombre de un diálogo con el marxismo que benefició enormemente a éste y perjudicó de forma muy grave a la Iglesia. Esto se debía a una lectura sesgada, entre otras, de la encíclica Eclesiam Suam, texto programático del Papa Pablo VI. Esta manipulación ha sido definida por Benedicto XVI como “la ideología del diálogo”, que no busca la conversión a la fe católica del interlocutor sino falsas componendas sincretistas en nombre de una abstracta fraternidad irenista. Un órgano señero de esta nueva y revolucionaria línea fue la revista “cristiana” (por decir algo), Cuadernos para el diálogo, en la que llegó a leerse el deseo de que el gulag soviético se hubiera tragado definitivamente a Solzhenitsin, por no hablar del boletín informativo de la Acción Católica con la foto de Ché Guevarra en su portada; toda una declaración de principios. Ni que decir tiene que la Acción Católica, en la que militaban varios cientos de miles de afiliados, sufrió una demoledora desbandada de sus miembros desapareciendo en la práctica totalidad de las diócesis hasta el día de hoy. Había algo extremadamente majadero, inane y turbio en aquella línea tan desmoralizadora para millones de católicos, uno de los cuales era el propio Franco, que contemplaba con profundo dolor y enorme sorpresa la conducta suicida de la Iglesia en España que se avergonzaba de sus mártires y glorificaba a sus verdugos y apóstatas.

Para definir las nuevas posiciones políticas de la Iglesia se reunió la Asamblea Conjunta de Obispos y sacerdotes en 1971, donde culminó la escenificación de una ruptura con el régimen, al que descalificaban como contrario a los derechos humanos y a la justicia social. La sinceridad de esa declaración viene medida por el apoyo de ese mismo clero a partidos tan respetuosos con los derechos humanos y la justicia como el PCE y la ETA. Incluso en una moción muy votada se descalificó rotundamente la Iglesia martirial: “Pedimos perdón porque nosotros no supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre hermanos”.

Desprecio inimaginable a las víctimas: los miles de mártires que murieron perdonando, se equivocaron. Y Franco junto con todos los que habían combatido para salvar a la Iglesia, directa y físicamente, del exterminio, eran colocados al mismo nivel que los exterminadores. A un nivel en realidad inferior, por cuanto los acusaban de despreciar los derechos humanos. De hecho, pedían perdón a quienes habían pretendido erradicar el cristianismo de la faz de España. En la Asamblea Conjunta junto a las reivindicaciones políticas se mezclaron otras de carácter marcadamente protestante y liberal como la abolición del celibato eclesiástico, de la condena a los métodos anticonceptivos, la defensa del sacerdocio femenino… al final se cerró la Asamblea con un acuerdo tácito de silencio entre obispos y sacerdotes, no obstante, ya en adelante muchos la siguieron como hoja de ruta.

No cabe la menor duda de que ésta actitud episcopal haya colaborado poderosamente a la llegada del ultralaicismo actual. Una de esas razones fue el temor oportunista de que la Iglesia tendría que pagar una factura muy cara al caer el régimen, y el cálculo erróneo de que la oposición de izquierdas iba a jugar entonces un papel determinante por lo que convenía congraciarse y (contagiarse) con ella. Pero el franquismo se transformó en democracia, y la oposición izquierdista tuvo poco peso (el PSOE no había sido nuca oposición real, menos aún el PCE). La factura pagada por la Iglesia ha sido, en efecto muy alta.

5.- Epílogo

“Brille la luz del agradecimiento por el inmenso regalo de realizaciones positivas que nos deja este hombre excepcional, esa gratitud que le está expresando el pueblo y que le debemos todos, la sociedad civil y la Iglesia, la juventud y los adultos, la justicia social y la cultura, extendida a todos los sectores. Recordar y agradecer no será nunca inmovilismo rechazable, sino fidelidad estimulante” (Don Marcelo Gonzalez Martín, Cardenal Arzobispo de Toledo, Primado de España. 23 noviembre de 1975).
Padre Gabriel Calvo

Nota: Palabras pronunciadas en la presentación del libro "Franco, Juan XXIII y la Cruz del Cuelgamuros", de Julio A. Gonzalo, en el Instituto CEU de Estudios Históricos el 1 de Diciembre.

jueves, 16 de diciembre de 2010

ORACIÓN NAVIDEÑA A NUESTRA SEÑORA DE LA RESISTENCIA

El soplo de Judea
cubre el duro pesebre.
No hay frío que te quiebre
el regazo materno que alborea.

Te acecha hasta el rocío,
la fatiga apuñala.
Tu verbo es voz que exhala
un hágase hecho fuego o desafío.

Todo es pobreza en torno,
mulas, bueyes, rastrojos.
Pero alzaste tus ojos
y fue holgura de estrellas el contorno.

Atrás la peripecia
que anunciara Isaías,
las noches con sus días
la niebla indócil, este sol que arrecia.

Por delante el cauterio
sangriento y herodiano:
Al vuelo de tu mano
el himno muerto se volvió salterio.

Un presagio de cruces,
tormentosos calvarios.
Prefiguras rosarios
y el cielo monta guardia de arcabuces.

Simeón que predice
Tu corazón lanceado.
Mas no hay en tí pecado,
el carillón del templo te bendice.

Señora a quien no encierra
su talón la serpiente.
María resistente
devuélvenos la patria en esta tierra.

Si lo quieres, Señora,
al pliegue de tu manto
como ayer en Lepanto
la gracia marchará conquistadora.

Con tu capellanía
será amable el exilio.
Danos, Madre, tu auxilio,
queremos ser las tropas de María.

ANTONIO CAPONNETTO

viernes, 3 de diciembre de 2010

EL PARTIDO POPULAR VUELVE A ABRAZAR A SU HERMANO SANTIAGO CARRILLO

El Partido Popular, partido enemigo de España y de la Fe, vuelve a abrazar a su hermano, Santiago Carrillo, y apoya el nombramiento de este criminal y genocida como "hijo predilecto de la ciudad de Gijón".

Nótese que todos los asesinos y criminales al final son de la misma familia. O para ser más claros, de la misma mafia.

Santiago Carrillo es el responsable, como Director de Seguridad, de la matanza de 12.000 personas inocentes en Paracuellos del Jarama. Pero no olvidemos que el Partido Popular es el responsable de más de medio millón de muertes inocentes producidas en el vientre de sus madres.

Aquí encontrará el lector la noticia, el hermanamiento del Partido Popular con los comunistas y genocidadas, generadores únicamente del hambre y miseria. Primero fue Fraga y ahora es Rodrigo Rato. Santiago Carrillo sigue teniendo las mismas amistades.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

NUESTRO DEBER DE CRISTIANOS PARA CON LOS MÁRTIRES DE LA CRUZADA


A través de los años, nuestros abuelos, nuestros padres, incluso nosotros mismos de niños, nos acostumbramos a honrar a los mártires de la Cruzada.

S.S. Juan Pablo II, al conmemorar a los mártires de Otranto ya nos decía: "No olvidemos a los mártires de nuestro tiempo. No nos comportemos como si no existieran... Permanezcamos en comunión con los mártires". Y enseñando con supremo magisterio doctrina martirial: "El martirio es una gran prueba, es la mayor prueba de la dignidad del hombre delante de Dios mismo... A través de esta prueba, han pasado en el curso de la historia, numerosos confesores y discípulos de Cristo. A través de ella pasaron los mártires del siglo XX, mártires muchos desconocidos, aun cuando no se hallan lejos de nosotros."

Y saliendo al paso de quienes niegan o ponen en duda, por razones de índole social o política, la condición como tales de los mártires de nuestro tiempo, añadió: "Muy frecuentemente, se trata de calificar a los mártires como víctimas de cuestiones políticas. También Cristo fue condenado a muerte aparentemente por este motivo... Por esto no olvidemos a los mártires de nuestro tiempo."

Y llevando más adelante el concepto de mártires, para aquellos que dieron su vida por la Patria, precisó: "El cristiano ama a su patria terrena; el amor hacia la Patria es una virtud cristiana; sobre el ejemplo de Cristo, los primeros discípulos manifestaron siempre un profundo amor por la patria terrena."

Nunca podemos dudar acerca de la realidad martirial de nuestra guerra; S.S. Pió XI declaró en Castelgandolfo, el día 14 de septiembre de 1936, apenas pasados días desde el comienzo de la guerra y la persecución: "Todo esto es un esplendor de virtudes cristianas y sacerdotales, de heroísmos y de martirios; verdaderos martirios en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra..."

Y seis meses más tarde, conociendo los tremendos holocaustos martiriales, sobre millares de presos en toda la zona roja, el mismo Santo Padre Pió XI, en la encíclica "Divini Redemptoris" del 19 de marzo de 1937, se expresaba de este modo: "El furor comunista no se ha limitado a matar obispos y millares de sacerdotes, sino que ha hecho un número mayor de víctimas entre los seglares de toda clase y condición, que diariamente puede decirse, son asesinados en masa por el hecho de ser buenos cristianos."

Recordemos también en palabras pontificias, las del Papa Pió XII en su radio-mensaje a los españoles, al concluir nuestra guerra: "Inclinamos, ante todo nuestra frente, a la santa memoria de los obispos, sacerdotes, religiosos de uno y otro sexo y fieles de todas clases y condiciones, que en tan elevado número, han sellado con sangre la fe en Jesucristo y su amor a la religión Católica".

Tales fueron las enseñanzas y mandatos que recibimos de los sumos pontífices, cumplidos y respetados durante muchos años por la Iglesia española, que entonaba cantos de gloria a los mártires, erigía monumentos y altares y oraba ante sus sepulcros, hasta que llegó el silencio sistemático, salvo honrosas excepciones, como si gracias a este silencio los mártires fueran culpables de su muerte, tratando de ocultar ante los jóvenes, los seminaristas y en general las nuevas generaciones del pueblo de Dios, el recuerdo de quienes, sin duda alguna, fueron los mejores hijos de la Iglesia, los elegidos de Dios.

Ésta no es la doctrina de Cristo. Si Nuestro Señor hubiera querido enseñarnos convivencia y negociación con los enemigos no hubiera muerto en la cruz, Juan el Bautista no hubiera sido decapitado, ni los apóstoles serían mártires. La doctrina de Cristo es sencillamente la expresada por los sumos pontífices, declarando, exaltando y glorificando la santidad y virtudes de nuestros mártires.

El silencio que se observa para con ellos, es quizá de los mayores pecados de los españoles de esta hora, y las calamidades sobrevenidas a nuestra desdichada Patria, la degradación religiosa y moral y hasta la quiebra económica, pueden constituir tan sólo el comienzo del castigo de Dios, que tenemos merecido por nuestra infidelidad a la memoria de quienes forman la más grande y gloriosa corona de la Iglesia Española de todos los tiempos; castigo penitencial que no se nos levantará en tanto no volvamos a honrarlos debidamente, aceptando la lección ejemplar que nos dieron con su sacrificio por amor a Dios y a la Patria.

Los mártires constituyen una gran legión celestial en la que tenemos los mejores y más poderosos aliados, porque su poder de mediación ante la Divina Providencia, ha de ser tan grande como grande fue su sacrificio.

Y como quiera que nuestros mártires, en su terrible trance, murieron confesando a Cristo Rey y a España, ante los fusiles que les encañonaban, repitamos todos los que les admiramos, con intencionalidad de jaculatoria, el sagrado grito de fe y patriotismo, con el que despedían su vida terrena, para ascender a la gloria de Dios:

¡VIVA CRISTO REY!
¡VIVA ESPAÑA!


Camilo Menéndez