A través de los años, nuestros abuelos, nuestros padres, incluso nosotros mismos de niños, nos acostumbramos a honrar a los mártires de la Cruzada.
S.S. Juan Pablo II, al conmemorar a los mártires de Otranto ya nos decía: "No olvidemos a los mártires de nuestro tiempo. No nos comportemos como si no existieran... Permanezcamos en comunión con los mártires". Y enseñando con supremo magisterio doctrina martirial: "El martirio es una gran prueba, es la mayor prueba de la dignidad del hombre delante de Dios mismo... A través de esta prueba, han pasado en el curso de la historia, numerosos confesores y discípulos de Cristo. A través de ella pasaron los mártires del siglo XX, mártires muchos desconocidos, aun cuando no se hallan lejos de nosotros."
Y saliendo al paso de quienes niegan o ponen en duda, por razones de índole social o política, la condición como tales de los mártires de nuestro tiempo, añadió: "Muy frecuentemente, se trata de calificar a los mártires como víctimas de cuestiones políticas. También Cristo fue condenado a muerte aparentemente por este motivo... Por esto no olvidemos a los mártires de nuestro tiempo."
Y llevando más adelante el concepto de mártires, para aquellos que dieron su vida por la Patria, precisó: "El cristiano ama a su patria terrena; el amor hacia la Patria es una virtud cristiana; sobre el ejemplo de Cristo, los primeros discípulos manifestaron siempre un profundo amor por la patria terrena."
Nunca podemos dudar acerca de la realidad martirial de nuestra guerra; S.S. Pió XI declaró en Castelgandolfo, el día 14 de septiembre de 1936, apenas pasados días desde el comienzo de la guerra y la persecución: "Todo esto es un esplendor de virtudes cristianas y sacerdotales, de heroísmos y de martirios; verdaderos martirios en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra..."
Y seis meses más tarde, conociendo los tremendos holocaustos martiriales, sobre millares de presos en toda la zona roja, el mismo Santo Padre Pió XI, en la encíclica "Divini Redemptoris" del 19 de marzo de 1937, se expresaba de este modo: "El furor comunista no se ha limitado a matar obispos y millares de sacerdotes, sino que ha hecho un número mayor de víctimas entre los seglares de toda clase y condición, que diariamente puede decirse, son asesinados en masa por el hecho de ser buenos cristianos."
Recordemos también en palabras pontificias, las del Papa Pió XII en su radio-mensaje a los españoles, al concluir nuestra guerra: "Inclinamos, ante todo nuestra frente, a la santa memoria de los obispos, sacerdotes, religiosos de uno y otro sexo y fieles de todas clases y condiciones, que en tan elevado número, han sellado con sangre la fe en Jesucristo y su amor a la religión Católica".
Tales fueron las enseñanzas y mandatos que recibimos de los sumos pontífices, cumplidos y respetados durante muchos años por la Iglesia española, que entonaba cantos de gloria a los mártires, erigía monumentos y altares y oraba ante sus sepulcros, hasta que llegó el silencio sistemático, salvo honrosas excepciones, como si gracias a este silencio los mártires fueran culpables de su muerte, tratando de ocultar ante los jóvenes, los seminaristas y en general las nuevas generaciones del pueblo de Dios, el recuerdo de quienes, sin duda alguna, fueron los mejores hijos de la Iglesia, los elegidos de Dios.
Ésta no es la doctrina de Cristo. Si Nuestro Señor hubiera querido enseñarnos convivencia y negociación con los enemigos no hubiera muerto en la cruz, Juan el Bautista no hubiera sido decapitado, ni los apóstoles serían mártires. La doctrina de Cristo es sencillamente la expresada por los sumos pontífices, declarando, exaltando y glorificando la santidad y virtudes de nuestros mártires.
El silencio que se observa para con ellos, es quizá de los mayores pecados de los españoles de esta hora, y las calamidades sobrevenidas a nuestra desdichada Patria, la degradación religiosa y moral y hasta la quiebra económica, pueden constituir tan sólo el comienzo del castigo de Dios, que tenemos merecido por nuestra infidelidad a la memoria de quienes forman la más grande y gloriosa corona de la Iglesia Española de todos los tiempos; castigo penitencial que no se nos levantará en tanto no volvamos a honrarlos debidamente, aceptando la lección ejemplar que nos dieron con su sacrificio por amor a Dios y a la Patria.
Los mártires constituyen una gran legión celestial en la que tenemos los mejores y más poderosos aliados, porque su poder de mediación ante la Divina Providencia, ha de ser tan grande como grande fue su sacrificio.
Y como quiera que nuestros mártires, en su terrible trance, murieron confesando a Cristo Rey y a España, ante los fusiles que les encañonaban, repitamos todos los que les admiramos, con intencionalidad de jaculatoria, el sagrado grito de fe y patriotismo, con el que despedían su vida terrena, para ascender a la gloria de Dios:
¡VIVA CRISTO REY!
¡VIVA ESPAÑA!
Camilo Menéndez
GLORIA Y HONOR A LOS MILES DE MARTIRES QUE HAN ENTREGADO SU VIDA EN DEFENSA DE NUESTRA SANTA FE, CATOLICA APOSTOLICA ROMANA.
ResponderEliminarCarlos Alberto, San Justo, Buenos Aires.
Dios tiene en su Gloria a los mártires católicos de la Cruzada Española, que defendieron hasta el final su fe cristiana y su patria.
ResponderEliminarHoy, día de la Inmaculadaa Concepción (la Virgen fue concebida sin pecado original, dogma de fe), roguemos a la Madre de Dios porque España vuelva a sus fundamentos y creencias.