Para aquellos necesitados de distinciones y que honestamente quieran saber la verdad histórica, diremos ante todo que en vida nos separaron diferencias. Algunas importantes, otras menores. Diremos asimismo que a nosotros al menos, nacionalistas católicos, las tales diferencias nos causaban dolor antes que antipatía, perplejidad a veces, desazón en ocasiones.
Nada de eso importa demasiado ya; excepto, claro, a quienes legitímamente debamos salvar posiciones -sin enconos ni agravios- por respeto a la naturaleza de los hechos, de los hombres y de las ideas.
Pero en vida o ahora que ha muerto, nunca dejamos de reconocer y de admirar en el Coronel Mohamed Ali Seineldin cualidades estupendas, tanto más encomiables cuanto que parecen extintas entre Ios hombres de armas. Un patriotismo acendrado, un catolicismo práctico y devotísimo, una confianza mariana a prueba de adversidades, un sentido providencial de la historia, una honestidad privada y pública nunca desmentida, un arrojo personal legendario, una sencillez criolla y gaucha, una capacidad innata para querer y hacerse querer por los mas humildes, una disposición al sacrificio con ribetes estoicos. No se deje fuera de este enunciado de virtudes su condición' de varón fiel, como esposo, amigo, jefe, camarada y padre. Y padre doIiente de un hijo muy enfermo que se Ie adelantó en el camino de la muerte.
Seineldin protagonizó activamente las dos contiendas justas que honran a la Argentina en el siglo XX. La batalla contra la Guerra Revolucionaria del Marxismo Internacional, y la Guerra del Atlántico Sur. En ambas situaciones supo estar a la altura de las circunstancias y de su temple heroico, y si algún reproche ha de caberle por su desempeño en Malvinas -como a veces se ha sostenido, tal vez con exceso- no guarda este relación con su valentia, su pericia bélica y su espíritu de entrega sino con su verticalismo a ultranza. El mismo verticaIismo que lo llevó al fracaso en sus levantamientos castrenses, genuinamente ejecutados para salvar el honor de las Armas Nacionales y no para repartirse los despojos del poder politico.
Se engrandeció en la carcel, en el infortunio, en la persecución, en la vejez trabajadora y' franciscana. Tanto como por contraste se envilecían y se degradan aún los que se han convertido en soldadesca dócil de la tirania, en generalatos ruines o en punteros asalariados de algun mafioso peronista suburbano.
Seineldín fue realidad y leyenda, y lo que la primera podia opacar, transfiguraba la segunda. Lo que no daba su natura lo suplía el mito. Envuelto silencioso en su ostracismo hablaba mejor que cuando concretamente hablaba.
Después de muchísimos años sin vernos, y sin trato alguno, la Divina Providencia nos puso juntos, muy pocos días antes de su muerte, ante la tumba del Coronel Guevara. A varios nos tocó el honor de dirigir la palabra en aquel cristianísirno eutierro, pero "el Turco" fue quien mejor estuvo. Coronó las palabras con un gesto marcial emocionante: se cuadró ante la cabecera del féretro, y haciéndole la venia a quien despedíamos, gritó con su fuerza habitual: "Mi Coronel: ¡Dios y Patria o Muerte!". Una sentida ovación coronó el ademán. Me acerqué para abrazarlo, estrechamente, y fue la última vez que pude hacerlo.
Ahora advierto que se estaba también despidiendo a sí mismo.
Ante la noticia de su muerte súbita, y ante la proximidad de aquel encuentro postrinero que todavía conservaba fresco, un buen amigo me recordó los versos de Borges:
Si para todo hay término
y hay tasa
y última vez y nunca más
y olvido
¿quién nos dirá de quién,
en esta casa,
sin saberIo, nos hemos
despedido?
Fue así que sin saberlo, y ante una tumba abierta, me reencontré y me despedí para siempre del Coronel Seineldín.
Las dolorosas diferencias, que no debo disimular ni blandir sino dejar sobriamente asentadas, no me inhiben de repetir -respetuosa y esperanzadamante- su propio gesto y su propio lema en aquel cercano y premonitor cortejo fúnebre: "Mi Coronel: ¡Dios y Patria o Muerte!".
Antonio Caponnetto
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