Queridos hermanos en Cristo Jesús:
Acabamos de oír en el Evangelio de San Lucas que, después de su encuentro con Jesús, Pedro y los hijos del Zebedeo “dejándolo todo, lo siguieron”.
¡Con cuánta fuerza han resonado estas palabras en el corazón de quienes hemos recibido la vocación religiosa y/o sacerdotal! Ellas han sido capaces de remover interiormente a gran número de hombres y mujeres, hasta el punto de dejarlo todo para seguir a Cristo.
Jesucristo es capaz, hoy como hace dos mil años, de suscitar entregas absolutas a Él. Ningún hombre puede lograr esto con una actualidad permanente como Él, porque además de Hombre verdadero, es Dios verdadero. Los líderes humanos mueren, los gobiernos caen, los sistemas políticos y económicos sucumben, las ideologías se desvanecen como quimeras que sólo fueron capaces de engendrar utopías teóricas que, las más de las veces, terminaron y terminarán en la frustración y no raramente en la tragedia y el genocidio. Sólo Cristo permanece, con Él su Santa Iglesia, y con ella el sacerdocio y la vida religiosa.
El mayor peligro para los sacerdotes y los religiosos no es la persecución, la muerte violenta, la expulsión y el cierre de sus iglesias, de sus centros de formación y de sus casas de comunidad, porque en todo ello se han enfervorizado más y han resurgido en múltiples ocasiones a lo largo de la Historia. El mayor peligro para los sacerdotes y los religiosos puede venir de que nosotros mismos perdamos la ilusión por nuestra vocación y nos adaptemos a las costumbres del mundo: es decir, la secularización, hasta el punto de abandonar por completo nuestra vocación. Fuera de esto, el Demonio poco puede conseguir con éxito.
En una ocasión, haciendo alarde de la capacidad militar del Ejército soviético, Stalin preguntó con cierta sorna: “¿De cuántas divisiones dispone el Papa?” En el silencio que se hizo, hubo alguien que pensó, sin querer decirlo para evitar mayores persecuciones: “Las divisiones del Papa son los religiosos” [i]. Y es verdad: si los sacerdotes y los religiosos son fieles a su vocación, la Iglesia avanza con fruto en su labor apostólica de anunciar la Resurrección de Cristo, como nos señala San Pablo en la segunda lectura.
Y por eso el Espíritu Santo sigue suscitando vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, como lo hiciera ya con el profeta Isaías, según hemos visto en la primera lectura. El encuentro profundo con la persona de Cristo remueve las entrañas más profundas del hombre.
Dios desea almas que se consagren a Él por completo en la vida religiosa; las anhela, clama por ellas, las llama por su nombre para que se entreguen de lleno a su servicio amoroso y para hacerlas participar de su Amor infinito. Eso es la vocación religiosa: una llamada interior de Dios a una persona para que le dé toda su vida mediante la profesión de unos votos, por los que se liga a Él de manera especial. Por lo tanto, es una llamada que espera una respuesta. La libertad del ser humano para amar es interpelada por un Dios que es Amor.
Y ese Dios llama porque desea otorgar el don de la vocación religiosa. Las almas consagradas a Él se convierten en almas de reparación, dedicadas a desagraviar tantas ofensas e ingratitudes cometidas contra su Amor. Almas volcadas por entero al servicio de Dios en la alabanza, en la adoración, en el espíritu de caridad comunitaria, en la atención a los necesitados, en la educación de los niños… Almas que, siendo sólo de Dios, viven para todos con un amor universal. Almas que participan de la obra redentora de Cristo, con quien se configuran como su Modelo y Maestro. Almas que gozan contemplando su rostro y escuchando en silencio sus palabras, y almas que se abrazan a Él en la Cruz aliviando los dolores ajenos. Almas que han descubierto en la renuncia incluso de muchos deseos lícitos la más seria afirmación de su personalidad y la raíz más profunda de su felicidad. Almas a las que se ha prometido el ciento por uno en esta vida y además la vida eterna.
¡Dios tiene sed de amor, de almas consagradas, de almas de reparación, de almas entregadas a Él de un modo absoluto, que le correspondan en el amor no correspondido por tantos hombres, almas que le amen por los que no le aman, almas sobre las que Él deje derramar todo su Amor para así misteriosamente derramarlo sobre todos esos hombres que no le aman! ¡Almas de Dios por entero, fieles a su vocación religiosa, para quienes Dios tenga en todo la primacía en sus vidas! ¡Almas de Dios y para Dios!
Que María, Modelo de toda vocación religiosa, alcance de Dios el que muchos jóvenes abran sus corazones al Señor y dejen escuchar en su interior si acaso su voz les susurra amorosamente o si incluso clama con fuerza, solicitando su total entrega y consagración a Él.
P. Santiago Cantera Montenegro, OSB (Santa Cruz del Valle de los Caídos).
HOMILÍA – V DOMINGO DE T. O. (CICLO C)
[i] También se cuenta que, al conocer Pío XII esta pregunta de Stalin, contestó: “Dígale a mi hijo José [Stalin] que el Papa podría pedir al Cielo que le enviaran numerosas legiones de ángeles”.
Acabamos de oír en el Evangelio de San Lucas que, después de su encuentro con Jesús, Pedro y los hijos del Zebedeo “dejándolo todo, lo siguieron”.
¡Con cuánta fuerza han resonado estas palabras en el corazón de quienes hemos recibido la vocación religiosa y/o sacerdotal! Ellas han sido capaces de remover interiormente a gran número de hombres y mujeres, hasta el punto de dejarlo todo para seguir a Cristo.
Jesucristo es capaz, hoy como hace dos mil años, de suscitar entregas absolutas a Él. Ningún hombre puede lograr esto con una actualidad permanente como Él, porque además de Hombre verdadero, es Dios verdadero. Los líderes humanos mueren, los gobiernos caen, los sistemas políticos y económicos sucumben, las ideologías se desvanecen como quimeras que sólo fueron capaces de engendrar utopías teóricas que, las más de las veces, terminaron y terminarán en la frustración y no raramente en la tragedia y el genocidio. Sólo Cristo permanece, con Él su Santa Iglesia, y con ella el sacerdocio y la vida religiosa.
El mayor peligro para los sacerdotes y los religiosos no es la persecución, la muerte violenta, la expulsión y el cierre de sus iglesias, de sus centros de formación y de sus casas de comunidad, porque en todo ello se han enfervorizado más y han resurgido en múltiples ocasiones a lo largo de la Historia. El mayor peligro para los sacerdotes y los religiosos puede venir de que nosotros mismos perdamos la ilusión por nuestra vocación y nos adaptemos a las costumbres del mundo: es decir, la secularización, hasta el punto de abandonar por completo nuestra vocación. Fuera de esto, el Demonio poco puede conseguir con éxito.
En una ocasión, haciendo alarde de la capacidad militar del Ejército soviético, Stalin preguntó con cierta sorna: “¿De cuántas divisiones dispone el Papa?” En el silencio que se hizo, hubo alguien que pensó, sin querer decirlo para evitar mayores persecuciones: “Las divisiones del Papa son los religiosos” [i]. Y es verdad: si los sacerdotes y los religiosos son fieles a su vocación, la Iglesia avanza con fruto en su labor apostólica de anunciar la Resurrección de Cristo, como nos señala San Pablo en la segunda lectura.
Y por eso el Espíritu Santo sigue suscitando vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, como lo hiciera ya con el profeta Isaías, según hemos visto en la primera lectura. El encuentro profundo con la persona de Cristo remueve las entrañas más profundas del hombre.
Dios desea almas que se consagren a Él por completo en la vida religiosa; las anhela, clama por ellas, las llama por su nombre para que se entreguen de lleno a su servicio amoroso y para hacerlas participar de su Amor infinito. Eso es la vocación religiosa: una llamada interior de Dios a una persona para que le dé toda su vida mediante la profesión de unos votos, por los que se liga a Él de manera especial. Por lo tanto, es una llamada que espera una respuesta. La libertad del ser humano para amar es interpelada por un Dios que es Amor.
Y ese Dios llama porque desea otorgar el don de la vocación religiosa. Las almas consagradas a Él se convierten en almas de reparación, dedicadas a desagraviar tantas ofensas e ingratitudes cometidas contra su Amor. Almas volcadas por entero al servicio de Dios en la alabanza, en la adoración, en el espíritu de caridad comunitaria, en la atención a los necesitados, en la educación de los niños… Almas que, siendo sólo de Dios, viven para todos con un amor universal. Almas que participan de la obra redentora de Cristo, con quien se configuran como su Modelo y Maestro. Almas que gozan contemplando su rostro y escuchando en silencio sus palabras, y almas que se abrazan a Él en la Cruz aliviando los dolores ajenos. Almas que han descubierto en la renuncia incluso de muchos deseos lícitos la más seria afirmación de su personalidad y la raíz más profunda de su felicidad. Almas a las que se ha prometido el ciento por uno en esta vida y además la vida eterna.
¡Dios tiene sed de amor, de almas consagradas, de almas de reparación, de almas entregadas a Él de un modo absoluto, que le correspondan en el amor no correspondido por tantos hombres, almas que le amen por los que no le aman, almas sobre las que Él deje derramar todo su Amor para así misteriosamente derramarlo sobre todos esos hombres que no le aman! ¡Almas de Dios por entero, fieles a su vocación religiosa, para quienes Dios tenga en todo la primacía en sus vidas! ¡Almas de Dios y para Dios!
Que María, Modelo de toda vocación religiosa, alcance de Dios el que muchos jóvenes abran sus corazones al Señor y dejen escuchar en su interior si acaso su voz les susurra amorosamente o si incluso clama con fuerza, solicitando su total entrega y consagración a Él.
P. Santiago Cantera Montenegro, OSB (Santa Cruz del Valle de los Caídos).
HOMILÍA – V DOMINGO DE T. O. (CICLO C)
[i] También se cuenta que, al conocer Pío XII esta pregunta de Stalin, contestó: “Dígale a mi hijo José [Stalin] que el Papa podría pedir al Cielo que le enviaran numerosas legiones de ángeles”.
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