lunes, 2 de febrero de 2009

REMINISCENCIAS DEL IMPERIO

Nunca me gustó frivolizar en la mezcla y comparación de hechos heroicos con aquellos estrictamente deportivos. Los primeros cimentaron su historia en el mismo solar patrio donde derramaron su sangre sus máximos protagonistas. Era la culminación espiritual y física de un combate, hasta el final, sin tregua. Los últimos, en su gran mayoría, son impulsados por el dinero y la fama. La fama y el dinero, cuando son meta y objetivo, se convierten en incompatibles con la humildad y el honor, virtudes que distinguen al héroe del fantoche.

Ayer vi un partido de tenis. La final de un Grand Slam, el de Australia, uno de los cuatro en toda la temporada. Ningún español se había alzado con la victoria. Jamás. La estadística es contundente pero más lo es el oponente. Era Roger Federer, el mejor jugador de tenis de todos los tiempos. El más completo. Sólo alquila las pistas por un máximo de dos horas. No le hace falta más para machacar a los contrarios. El mejor hasta que aparece y se bate con él un español de veintidós años, nacido en Manacor. Es Rafael Nadal, Rafa, que va camino de pulverizar todos los records. Le arrebató el año pasado el número uno a Federer y parece que es para siempre. Rafa le ha ganado las últimas finales contra todos los pronósticos. Ahora todos apostarán por Rafa. Le ha vencido en París consiguiendo cuatro Roland Garros consecutivos siendo coronado en tierra por derecho de conquista; le ganó en Londres, el año pasado, en una final histórica, arrebatándole el Wimbledon, territorio, hasta entonces, exclusivo de Federer. Se colgó el oro en los Juegos Olímpicos.

Rafa, la fuerza y la raza, la juventud, el sacrificio y el esfuerzo. Su nombre resuena en todos los rincones del mundo acompañado de reconocimientos y halagos. Se cantan sus hazañas con los acordes del Himno Nacional. Rafa es español, la única condición de la que presume. Junto a la simpatía, la humildad de un hombre joven que, tras una victoria como la de ayer, es capaz de disculparse ante tamaño rival por haberle ganado. Todo un caballero.

Quizá la raza hispánica no haya desaparecido. Es posible que habite todavía en hombres como Nadal, cuyas cualidades humanas son innegables y nos recuerden a otros tiempos, pasados y gloriosos, de aquella España Imperial. Soñemos con el Imperio y volvamos a construirlo. Pero únicamente cimentado sobre la Cruz y defendido con la Espada.

Cada vez que Rafa Nadal conquista un torneo se escucha el eco de las palabras del Cid Campeador: “Dios qué buen vasallo si hubiese buen Señor”.

Miguel Menéndez Piñar

1 comentario:

  1. Anónimo5/2/09 11:42

    Sois ridículos. Nadal, el Imperio y el trapo rojigualda. ¡¡¡¡Vivassshhhpañaaa!!!!

    Gora Europa Askatuta eta Sozialismoa!!

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