Las crines encrespadas de la sierra
se bañan en nube y en espuma.
La luz del sol besa la tierra,
mientras el verde pino la perfuma.
Cantan los ríos su canción eterna,
como venas de savia entre la piedra
y se siente latir la fuerza interna,
que se alza en oración, como la hiedra.
Estatuas colosales, impasibles,
vigilan el Valle con su espada
y cantan en silencios inaudibles,
que bajan del monte a la cañada;
recortada en el Cielo, a contra luz,
se extienden como brazos protectores,
los pétreos brazos de una Cruz,
que demanda, de nuevo, redentores.
La sonrisa de Dios, sobre las losas,
acaricia las tumbas de los héroes,
transformando, con su efluvio, en rosas
las marchitas coronas de laurel.
¡Suene el clarín de nuevo!
¡Redoblen sin descanso los tambores!
Que en los hombres de España aún queda fuego,
y aún existen en la Patria redentores.
Mas si todo es traición, todo mentira,
que se rompa esa cruz en mil pedazos,
que nos arrase la divina ira,
que nos niegue la tierra su regazo,
que se levanten los muertos de sus fosas,
que abandonen los caídos sus luceros,
que se confundan las vidas y las cosas
y que se parta en dos el universo entero.
Comandante Ricardo Sáenz de Ynestrillas Martinez
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