lunes, 30 de noviembre de 2009

A MONSEÑOR REIG ¡LAUS DEO!


¡Impresionante! Y más aun por lo inesperado del hecho, por ser un hecho singular que no se daba desde hacía décadas. Ayer, en la sacrosanta tierra de Paracuellos del Jarama, donde yacen silenciosos los restos gloriosos de los miles de asesinados en 1936 por la vesania roja, revolucionaria, marxista, atea y antiespañola, un rayo de luz apostólica irrumpió con fuerza desmedida abriéndose paso no sólo entre el espeso muro de nubes plomizas que encapotaban el cielo, sino más aun entre la cobardía y la traición del clero, de los militares, de los civiles y vulgares españoles que olvidando su más reciente y magnífica historia, hunde a España cada día un poco más en el lodazal.

Allí, en aquella tierra sacrosanta empapada aun por la sangre que mana de las viles heridas inferidas a tantos españoles de pro que un día dieron generosos su último adiós, por España y por Dios, ayer, 29 de Noviembre de 2009, un rayo de luz fulgurante se expandió brillando esplendoroso sobre la faz de aquel campo que lo es de vida y de honor.

Ayer, el nuevo obispo de Alcalá de Henares, monseñor Reig, hombre adusto, de rostro tranquilo, sereno en sus gestos, firme en sus hechos, que viene de Murcia doliente, repleta su alma de dolor tras haber sido injustamente expulsado no sólo por los “kikos” mentecatos, sino, lo que es peor, por sus homólogos de apostolado, tuvo el gesto valiente, después de que hace décadas que nadie se atreviera a tener tanto valor, de celebrar una Misa especial por el eterno y glorioso descanso de los miles de españoles de pro que Carrillo y sus secuaces --esos mismos a los que el PP, Rouco y los militares aplauden desde hace años con vigor--, les diera muerte vilmente previo atarles las manos a la espalda de dos en dos, pues libres les daban pavor.

Ayer, por fin y al fin, un prelado español se sacudió el sueño, la pereza, el acomodo, el indolente sopor, la soberbia, la ambición, la premeditada distracción, y elevándose por encima de esa legión de pseudoapóstatas que sólo buscan el aplauso de los necios y la alabanza de los sin Dios, piso tierra sagrada, la más sagrada de España, como él mismo en su homilía la definió, y alzó la voz firme, henchida y llena de emoción al cielo de la España que no muere, ni se rinde, ni traiciona, ni se entrega, ni busca “equilibrios”, ni componendas, y dijo lo que hay que decir, que aquellos cuyos cuerpos allí yacen, tienen sus almas con Dios; que son ejemplo de españoles; que dieron su vida por Él y por su amor; que en esta tierra sagrada hay que levantar la basílica más grande y afamada, la mayor de toda la cristiandad, porque no hay lugar que se le parezca, no tiene rival, no hay catedral más hermosa que la propia que forma aquella tierra donde reposan los mártires de la Cruzada española más gloriosa que los siglos vieron ni verán nunca jamás.

¡Qué emoción, señores! ¡Qué emoción! No se pueden imaginar lo que fue ayer en aquel lugar. Estaba Paracuellos como nunca desde hace décadas. Allí no cabía un alfiler. El sacrosanto lugar estaba atestado de vivos, que eran contemplados por los muertos que desde el Paraíso les miraban llenos también de emoción. Allí, en torno al obispo --el único obispo que hoy hay en España, pues los demás no valen nada--, miles de familiares, amigos y españoles, los de la gran tribulación, agradecidos participaron del Santo Sacrificio que en acción de gracias se elevó hacia el eterno trono del Todopoderoso Dios.

Allí, mayores y pequeños --pues ya germina vigorosa la semilla regada con la sangre de tanta injusticia y dolor--, varias generaciones juntas, como aquellas que acudieron al sonar de la trompeta el 18 de Julio de 1936, rezaron con el obispo, con él los himnos entonaron y no dejarán ya de acudir a la cita que será a partir de ahora obligada --como siempre debió ser-- para todo español de buen nacer.

Si el abad del Valle de los Caídos nos ha cerrado las puertas de aquel mausoleo magnífico donde reposan los restos del nuestro siempre invicto Caudillo, del siempre presente José Antonio, de miles de gloriosos caídos por España y por Dios, y de los que lo hicieron para su desgracia y deshonor por la mísera república revolucionaria, este obispo de Alcalá nos ha abierto de par en par la cancela del sacrosanto lugar, ese cementerio de Paracuellos desde el que no dejan de gritar a nuestras conciencias los allí sepultados exigiendo, no venganza, pero sí justa compensación.

Los que no asistieron no se pueden hacer una idea de lo que ayer se realizó en Paracuellos. Junto a las tumbas inertes una aglomeración de gentes, un gentío, una manifestación, un mar de españoles valientes y agradecidos llenos de emoción, apretados al señor obispo que sin cubrirse bajo la lluvia, sin arrugarse bajo el dolor, cual apóstol de Cristo y mártir de Nuestro Señor, igual que aquellos que antes y hace años dieron atados esos mismos pasos, recorrió en gesto sin par cada osario, cada fosa, cada tumba, bendiciéndolas de una en una, esparciendo sobre ellas el agua milagrosa, dando así a los que allí yacen un abrazo consolador y al tiempo reparador de la terrible injusticia que con ellos han hecho estos curas, militares, civiles y españoles de la “traición”, de la democracia, del aborto enaltecido y de la corrupción; y con dicha agua bendita les infundió de nuevo el valor que todos tuvieron aquel día en que atados de dos de dos fueron conducidos a Paracuellos para recibir en el altar del holocausto la corona inmarcesible, sublime, divina del martirio y con ella el beso más amoroso que puede ser humano recibir de Dios, Nuestro Padre y Señor.

Ayer, españoles de pro, fue un día grande, tan grande como el que más, pues después de décadas de vil silencio, de villana traición, de olvido repugnante, de cobardes canalladas, un obispo, por fin un prelado, un apóstol de la Iglesia por la que tantos dieron su vida, fuera en Paracuellos, en la tenebrosa checa o en el campo del honor, alzó su voz potente y dijo lo que hay que decir: que clama al cielo tanta injusticia, tanto miedo, cobardía y traición.

¡Españoles de pro! Españoles que sentís a España con cada latido de vuestro corazón. Españoles que sabéis que España es imposible sin Dios. Españoles que sabéis que España sólo puede ser Una entre un millón; Grande como el Sol y Libre de los antiDios, alzad vuestros brazos al cielo, levantad la cara al Sol, mirad que los de Paracuellos os miran desde los luceros impasible el ademán, y corred en ayuda de este obispo de Alcalá que ha dado el primer paso al frente, paso que ya no tiene rival ni vuelta atrás, y quemando junto a él las naves gritad hasta enronquecer ¡Viva Cristo Rey! ¡Arriba España! ¡Viva siempre España! y arropad con las obras más que con las palabras a este valiente apóstol que camina entre lobos y en peligro está. No os importe que el peor enemigo esté dentro, que ya lo sabemos, y con fe, fe y fe, pues el que la tiene puede mover montañas, salid a su encuentro seguros que junto a él está esa legión de mártires ya eternos, indestructibles, intocables como ángeles, pues España empieza a despertar, se atisba el amanecer, suenan ya de nuevo las trompetas que nos llaman a la eternidad, que no hay forma mejor de vivir ni de morir que hacerlo por Dios y por España, que lo demás nada vale, nada importa y no es nada.

Paco Berrocal
Alto y Claro

2 comentarios:

  1. Subnormal profundo!!!

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  2. No sé que os pasa con los "kikos"... tanta tírria a una de las mayores cosas que me han pasado en la vida. Allí he profundizado en la fe de una forma no prevista antes. Esas críticas no hacen ningún favor a la Iglesía.

    Yo estuve, además, el domingo allí y asistí malamente por el clima y por la falta de megafonía a una de las más bonitas homilías que he escuchado. Felicidades Monseñor Reig.
    Un abrazo.

    FER

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