ADALID DE LA BUENA DOCTRINA
El 13 de enero pasado murió Rafael Gambra Ciudad, y tengo que decir que me ha invadido una sensación de orfandad doctrinal. Creo, sin temor a equivocarme, que ha sido el más grande y el más fiel filósofo español de la segunda mitad del siglo XX, una época especialmente turbulenta también para la filosofía. Estoy convencido, y ejemplos abundantes tenemos en altas esferas, de que no puede haber recto pensamiento, sana doctrina, sin una buena filosofía. Y también de que no es posible una acción correcta sin un pensamiento adecuado.
Rafael Gambra es un adalid, el más importante en las últimas décadas, de la filosofía cristiana de siempre. Cómo olvidar esa magnífica síntesis que es su Historia Sencilla de la Filosofía. O el Curso elemental de Filosofía, del que han bebido varias generaciones de jóvenes españoles, y a cuya fuente hay que seguir acudiendo. Supo resistir a la nueva filosofía, perniciosa, impulsada por hombres como Maritain o Theilard de Chardin, que ha acabado por imponerse, momentáneamente, en el universo católico. Y que ha traído, como consecuencia, una nueva teología que se distancia del Magisterio tradicional de la Iglesia; una moral de situación, alejada de las normas objetivas; y, por último, la consiguiente secularización, casi total, de la vida pública de los hombres y de las sociedades.
Gracias a la rectitud de su filosofía pudo mantenerse Gambra, fiel en lo dogmático y en lo moral, y siguió proclamando siempre los deberes de la comunidad política para con la religión. Y, pese a que fue un hombre más de pensamiento, por cierto brillantísimo, que de acción, no dudó en acudir en defensa de la Fe a los campos de batalla, cuando sólo contaba con dieciséis años de edad. Le esperaba el Requeté, como buen navarro que era. Me consta lo mucho que sufría al contemplar el contraste entre la Navarra de entonces y la de hoy. Fue un carlista militante hasta el final de sus días. En Tradición y Mimetismo perfiló magistralmente el concepto de Tradición, como algo dinámico, que se enriquece con el paso del tiempo rescatando lo mejor del pasado para sumarlo a lo bueno del presente y lograr con ello un futuro mejor. Pienso que podemos encontrar fácilmente la esencia de la Tradición en la parábola de los talentos. Y creo que, aún cuando sea perfectamente lícito encuadrarse en uno de sus compartimentos, no debe rehusarse la contemplación de todo ese más amplio sector del pensamiento hispano que el profesor Francisco Torres ha definido últimamente como Tradicionalidad. Confieso que no logro encontrar más españoles (de proyección y repercusión nacional, se entiende), que hayan defendido expresamente en los últimos tiempos la aplicabilidad de la doctrina cristiana en todos los ámbitos de la vida, también el sociopolítico, que Rafael Gambra y Blas Piñar. Ellos fueron los abanderados, Blas Piñar en Las Cortes y Rafael Gambra fuera de ellas, de la resistencia a la primera gran incursión del liberalismo en la España contemporánea, con ocasión del debate sobre la Ley de Libertad Religiosa, en 1967. Y es que me parece que es un deber moral, sobre todo en tiempos difíciles, procurar una mínima unidad de acción entre los que, por pertenecer a esa Tradicionalidad, mantienen una unidad de pensamiento.
En su obra La Unidad Religiosa y el Derrotismo Católico dejaba constancia del cambio doctrinal, en el terreno católico, sobre los deberes de la comunidad política para con la Verdadera Religión, e incluso del retroceso anímico de aquél que comienza a hacer más concesiones al error que defensas de la Verdad.
En El Lenguaje y los Mitos denunció el juego de los vocablos, principalmente en la mutación de los conceptos, como trascendental instrumento para, alterando la mentalidad de las personas, provocar el cambio en la concepción de la existencia del hombre y, por consiguiente, en la razón de ser de los pueblos. Y tantos elementos más de una obra colosal que nos deja, cumpliendo maravillosamente ese deber de tradición.
Admirado profesor Rafael Gambra, que su magisterio le valga el premio eterno. Descanse en paz.
Camilo Menéndez
2004
Rafael Gambra es un adalid, el más importante en las últimas décadas, de la filosofía cristiana de siempre. Cómo olvidar esa magnífica síntesis que es su Historia Sencilla de la Filosofía. O el Curso elemental de Filosofía, del que han bebido varias generaciones de jóvenes españoles, y a cuya fuente hay que seguir acudiendo. Supo resistir a la nueva filosofía, perniciosa, impulsada por hombres como Maritain o Theilard de Chardin, que ha acabado por imponerse, momentáneamente, en el universo católico. Y que ha traído, como consecuencia, una nueva teología que se distancia del Magisterio tradicional de la Iglesia; una moral de situación, alejada de las normas objetivas; y, por último, la consiguiente secularización, casi total, de la vida pública de los hombres y de las sociedades.
Gracias a la rectitud de su filosofía pudo mantenerse Gambra, fiel en lo dogmático y en lo moral, y siguió proclamando siempre los deberes de la comunidad política para con la religión. Y, pese a que fue un hombre más de pensamiento, por cierto brillantísimo, que de acción, no dudó en acudir en defensa de la Fe a los campos de batalla, cuando sólo contaba con dieciséis años de edad. Le esperaba el Requeté, como buen navarro que era. Me consta lo mucho que sufría al contemplar el contraste entre la Navarra de entonces y la de hoy. Fue un carlista militante hasta el final de sus días. En Tradición y Mimetismo perfiló magistralmente el concepto de Tradición, como algo dinámico, que se enriquece con el paso del tiempo rescatando lo mejor del pasado para sumarlo a lo bueno del presente y lograr con ello un futuro mejor. Pienso que podemos encontrar fácilmente la esencia de la Tradición en la parábola de los talentos. Y creo que, aún cuando sea perfectamente lícito encuadrarse en uno de sus compartimentos, no debe rehusarse la contemplación de todo ese más amplio sector del pensamiento hispano que el profesor Francisco Torres ha definido últimamente como Tradicionalidad. Confieso que no logro encontrar más españoles (de proyección y repercusión nacional, se entiende), que hayan defendido expresamente en los últimos tiempos la aplicabilidad de la doctrina cristiana en todos los ámbitos de la vida, también el sociopolítico, que Rafael Gambra y Blas Piñar. Ellos fueron los abanderados, Blas Piñar en Las Cortes y Rafael Gambra fuera de ellas, de la resistencia a la primera gran incursión del liberalismo en la España contemporánea, con ocasión del debate sobre la Ley de Libertad Religiosa, en 1967. Y es que me parece que es un deber moral, sobre todo en tiempos difíciles, procurar una mínima unidad de acción entre los que, por pertenecer a esa Tradicionalidad, mantienen una unidad de pensamiento.
En su obra La Unidad Religiosa y el Derrotismo Católico dejaba constancia del cambio doctrinal, en el terreno católico, sobre los deberes de la comunidad política para con la Verdadera Religión, e incluso del retroceso anímico de aquél que comienza a hacer más concesiones al error que defensas de la Verdad.
En El Lenguaje y los Mitos denunció el juego de los vocablos, principalmente en la mutación de los conceptos, como trascendental instrumento para, alterando la mentalidad de las personas, provocar el cambio en la concepción de la existencia del hombre y, por consiguiente, en la razón de ser de los pueblos. Y tantos elementos más de una obra colosal que nos deja, cumpliendo maravillosamente ese deber de tradición.
Admirado profesor Rafael Gambra, que su magisterio le valga el premio eterno. Descanse en paz.
Camilo Menéndez
2004
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