Camaradas y amigos:
Volvemos aquí, como todos los años, a beber del manantial que en este cabezo brota y que nos ofrece agua limpia y fresca que ahoga la sed; una sed que nos urge a buscar la buena doctrina y a fortalecer la voluntad que necesitamos para proseguir el combate por la causa nobilísima de Dios y de la Patria.
Esta causa sufre el mayor acoso, el mas intenso de la historia, porque hace penetrar su bisturí en lo mas hondo del ser humano, y, a su vez, el mas extenso, porque no tiene fronteras. Es un acoso superior al de las tres revoluciones, la religiosa de Lutero, la política de 1789, en Francia, y la social, de 1917, en Rusia. Hoy nos enfrentamos a una revolución cultural que pretende, no un cambio de las estructuras de la Iglesia, del Estado o de la Sociedad, sino un cambio del hombre, y por consiguiente, de su identidad. Se trata de olvidar y de sustituir los principios ideológicos y morales de la civilización cristiana, que nos han conformado, por otros diametralmente distintos, que nos hagan pensar, hablar, obrar y omitir, de otra manera. La conquista del alma es lo que importa, para que, sin resistencia, se haga realidad la teología de la muerte de Dios, desparezcan las naciones bajo la rectoría de un gobierno mundial, y las sociedades, amordazadas y teledirigidas, se conviertan en masas muertas sin posibilidad de levadura que las vitalice. Conquistar las almas y arrancar o corromper las raíces históricas de nuestros pueblos. He aquí las dos consignas fundamentales de la revolución cultural.
Para la revolución cultural, el hombre es un ser intrascendente, que puede construir el utópico paraíso marxista del proletariado, o el paraíso burgués del bienestar. A lo sumo, al hombre lo contemplan como elector o elegible, en política, o como productor o consumidor, en economía.
Pues bien, la buena doctrina, que nos ofrece el manantial que aquí brota, nos enseña que el hombre es, ante todo, un hijo de Dios, portador de valores eternos, y que el combate por la Patria exige la presencia activa de militantes “mitad monjes, mitad soldados”, dispuestos, como decía José Antonio, “a dar la existencia por la esencia”.
Este concepto del hombre y del quehacer político, lo representan y lo personifican, como arquetipos Mota y Marín, los dos camaradas rumanos que voluntariamente, vinieron a España para combatir y morir en una guerra a la que se ha llamado, y con razón, la última Cruzada del Occidente cristiano.
¡Qué curioso y que significativo, que sin haberse conocido, Codreanu y José Antonio compartieran la doctrina y la táctica!
No puede sorprendernos, porque ambos sabían que en el cielo, como nos cuenta el Apocalipsis, se había librado una batalla en la que se enfrentaron San Miguel y los ángeles fieles contra el dragón, diablo o Satanás y sus ángeles, rebelados contra Dios, Y sabían también Codreanu y José Antonio, que la lucha angélica en el cielo y en la eternidad se continúa en el tiempo y en la tierra.
El mismo texto sagrado nos informa que el diablo, “lanzado a la tierra con sus ángeles rebeldes, lleno de furor, guerrea contra los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen la confesión de Jesucristo”. (Apc. Cap.12).
Por eso, San Pablo nos advierte que nuestra pelea no es tanto contra los hombres, sino en realidad, contra los espíritus malignos. Hemos de estar, por lo tanto “en guardia y a pie firme, ceñidos con el cíngulo de la verdad, armados con la coraza de la justicia, calzados los pies, prontos a seguir y predicar el Evangelio, embrazando en todos los encuentros la virtud de la fe”.
Solo así podremos apagar los dardos encendidos del diablo. ( Efesio, 6, 12). Y así lo hicieron Mota y Marín, porque solo con esas armas se vence en esta batalla en el tiempo y en la tierra; y se vence no solo con la Victoria, sino con la muerte para conseguirla. Ellos, por Dios, por Rumania, por España, por la civilización cristiana “entregaron sus vidas hasta perderlas por obedecer a Dios” (Apc. 12,11).
Blas Piñar
Majadahonda, 17 de Enero de 2010
Volvemos aquí, como todos los años, a beber del manantial que en este cabezo brota y que nos ofrece agua limpia y fresca que ahoga la sed; una sed que nos urge a buscar la buena doctrina y a fortalecer la voluntad que necesitamos para proseguir el combate por la causa nobilísima de Dios y de la Patria.
Esta causa sufre el mayor acoso, el mas intenso de la historia, porque hace penetrar su bisturí en lo mas hondo del ser humano, y, a su vez, el mas extenso, porque no tiene fronteras. Es un acoso superior al de las tres revoluciones, la religiosa de Lutero, la política de 1789, en Francia, y la social, de 1917, en Rusia. Hoy nos enfrentamos a una revolución cultural que pretende, no un cambio de las estructuras de la Iglesia, del Estado o de la Sociedad, sino un cambio del hombre, y por consiguiente, de su identidad. Se trata de olvidar y de sustituir los principios ideológicos y morales de la civilización cristiana, que nos han conformado, por otros diametralmente distintos, que nos hagan pensar, hablar, obrar y omitir, de otra manera. La conquista del alma es lo que importa, para que, sin resistencia, se haga realidad la teología de la muerte de Dios, desparezcan las naciones bajo la rectoría de un gobierno mundial, y las sociedades, amordazadas y teledirigidas, se conviertan en masas muertas sin posibilidad de levadura que las vitalice. Conquistar las almas y arrancar o corromper las raíces históricas de nuestros pueblos. He aquí las dos consignas fundamentales de la revolución cultural.
Para la revolución cultural, el hombre es un ser intrascendente, que puede construir el utópico paraíso marxista del proletariado, o el paraíso burgués del bienestar. A lo sumo, al hombre lo contemplan como elector o elegible, en política, o como productor o consumidor, en economía.
Pues bien, la buena doctrina, que nos ofrece el manantial que aquí brota, nos enseña que el hombre es, ante todo, un hijo de Dios, portador de valores eternos, y que el combate por la Patria exige la presencia activa de militantes “mitad monjes, mitad soldados”, dispuestos, como decía José Antonio, “a dar la existencia por la esencia”.
Este concepto del hombre y del quehacer político, lo representan y lo personifican, como arquetipos Mota y Marín, los dos camaradas rumanos que voluntariamente, vinieron a España para combatir y morir en una guerra a la que se ha llamado, y con razón, la última Cruzada del Occidente cristiano.
¡Qué curioso y que significativo, que sin haberse conocido, Codreanu y José Antonio compartieran la doctrina y la táctica!
No puede sorprendernos, porque ambos sabían que en el cielo, como nos cuenta el Apocalipsis, se había librado una batalla en la que se enfrentaron San Miguel y los ángeles fieles contra el dragón, diablo o Satanás y sus ángeles, rebelados contra Dios, Y sabían también Codreanu y José Antonio, que la lucha angélica en el cielo y en la eternidad se continúa en el tiempo y en la tierra.
El mismo texto sagrado nos informa que el diablo, “lanzado a la tierra con sus ángeles rebeldes, lleno de furor, guerrea contra los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen la confesión de Jesucristo”. (Apc. Cap.12).
Por eso, San Pablo nos advierte que nuestra pelea no es tanto contra los hombres, sino en realidad, contra los espíritus malignos. Hemos de estar, por lo tanto “en guardia y a pie firme, ceñidos con el cíngulo de la verdad, armados con la coraza de la justicia, calzados los pies, prontos a seguir y predicar el Evangelio, embrazando en todos los encuentros la virtud de la fe”.
Solo así podremos apagar los dardos encendidos del diablo. ( Efesio, 6, 12). Y así lo hicieron Mota y Marín, porque solo con esas armas se vence en esta batalla en el tiempo y en la tierra; y se vence no solo con la Victoria, sino con la muerte para conseguirla. Ellos, por Dios, por Rumania, por España, por la civilización cristiana “entregaron sus vidas hasta perderlas por obedecer a Dios” (Apc. 12,11).
Blas Piñar
Majadahonda, 17 de Enero de 2010
Don Blas Piñar,el mejor orador que ha dado nuestra Patria en el último siglo, todo un ejemplo, de intelecto, lealtad, sacrificio, honor y honradez, el único LIDER que ha tenido el patriotismo en más de 30 años.
ResponderEliminarP.D: Hemos podido observar en el video de El Nuevo Alcazar que don Blas no pudo asistir al homenaje, nuestros mejores deseos de pronta recuperación.
Qué gran hombre. Hombre de España y hombre de Dios. Siempre acertando en sus palabras. Que Dios lo conserve muchos años.
ResponderEliminar