viernes, 29 de enero de 2010

REFERÉNDUM SOBRE LA VIDA DE NACHO ARSUAGA - HAZTE OIR

Al visitar Las Cruces de las Espadas encontrarás desde hoy, 29 de Enero de 2010, un referéndum cibernético. Imaginándonos por un momento que compartimos las propuestas de Hazte Oír para con los niños no nacidos, vamos a aplicarlas sobre Ignacio Arsuaga, dirigente de esta plataforma cívica que pide al gobierno someter a votación la vida de los inocentes.

¿Cómo se sentiría Nacho Arsuaga al saber que su vida depende de una votación? Intentemos hacérselo sentir cibernéticamente. ¿Vida o muerte?

En el margen izquierdo podrás ejercer tu derecho a voto, que se unirá al de la mayoría para saber qué decide sobre Ignacio Arsuaga.

La votación terminará el día 7 de Marzo a las 12:00, coincidiendo con la manifestación de HazteOír en Madrid.

Adelante.

IDEAL DEL CABALLERO CRISTIANO: GODOFREDO DE BOUILLON

Nació en Boulogne-sur-Mer en 1060, hijo de Eustaquio II, Conde de Boloña, y de Ida, hija de Godofredo el Barbudo, duque de la Baja Lorena. Godofredo, como vasallo del Sacro Imperio Romano Germánico, apoyó las pretensiones de Enrique IV en la Guerra de las Investiduras contra el Papa Gregorio VII (1080-1084). En pago, el emperador devolvió el ducado de la Baja Lorena, que había anexionado, y del cual era heredero el joven noble valón. El nuevo duque de la Baja Lorena, de espíritu idealista y extremadamente religioso, vio removerse su interior ante las predicas iniciadas a favor de recuperar los Santos lugares. El Papa Urbano II suplicaba a la nobleza europea porque se sumasen a una Cruzada que permitiese la libre peregrinación delos cristianos a Jerusalén, que los principados turcos impedían con su fundamentalismo. En 1096, Godofredo, junto a sus hermanos Eustaquio y Balduino, tomó la cruz. El 15 de agosto de 1096 un ejército de cerca de cuatro decenas de miles de cruzados se ponía en camino hacia Oriente.

El otoño, los cruzados negociaron con el rey Coloman el paso libre a través del reino húngaro. El ejército pasó con estricta disciplina, a diferencia del contingente popular que anteriormente había seguido a Pedro el Ermitaño, quienes tuvieron que ser atacados por sus saqueos y desmanes con la población campesina. El emperador bizantino, Alejo I Comneno, abasteció de tropas al contingente cruzado, pero estrechamente vigilado por las tropas pechenegas, que hacían su labor de policía, deteniendo a los rezagazos e incluso matando a los cruzados que realizaban actos de saqueo. No obstante, el 23 de diciembre, el ejército de cruzados flamencos y valones estaba en los arrabales de Constantinopla, la segunda Roma. El emperador quiso evitar que el contingente borgoñón se juntase con el normando-siciliano y el aquitano. Los recelos con los bizantinos eran constantes. Los caballeros del norte, eran vistos por los educados griegos, como bárbaros semisalvajes, que en poco se diferenciaban de aquellos que en el siglo V habían arruinado la parte occidental del Imperio Romano. Por su parte, los cruzados veían en aquellos griegos cultivados, hombres pragmáticos, enriquecidos por el comercio con el Oriente, tolerantes con las otras culturas, y desconfiados de todo ideal. La muerte en combate, era algo honorable para un guerrero germano, sí, además se hacía por liberar los Santos lugares, el motivo contraía un mayor honor. Por el contrario, los bizantinos no consideraban la muerte en combate como honorable, ni siquiera si se había luchado en defensa de la religión frente a las tribus nómadas turcas, de religión musulmana. La divergencia de mentalidades debía contraer problemas. Además, Alejo I, como emperador bizantino exigía el juramento de vasallaje de los cruzados en su marcha hacia oriente. Ante la superioridad militar del ejército bizantino, los jefes de la cruzada debieron jurar su fidelidad al emperador. Godofredo, fue uno de los que intervinieron a favor de realizar el juramento, para evitar problemas y asegurar el abastecimiento de los bizantinos a su ejército.

La cruzada estaba bajo la dirección de Raimundo IV de San-Gilles, Conde de Tolosa, de Bohemundo de Sicilia, de Roberto de Flandes y de Roberto de Normandía. Los cruzados fueron enfrentándose con éxito a las tropas turcas que les hicieron frente, y que anteriormente habían exterminado los veinte mil peregrinos que había dirigido Pedro el ermitaño. Los cruzados, no tuvieron un jefe efectivo, aunque Raimundo de Tolosa, destacaba sobre todos ellos. Sin embargo, su jefatura tenía que ser colegiada por la presencia del conde Normandia, jefe natural de los normandos; del de Flandes, que lideraba a los borgoñones; la de Bohemundo, que venía con sus normandos sicilianos y en un grado menor, Godofredo con sus loreneses, aparte de contingentes menores de alemanes e italianos. A pesar de la división en el mando, los cruzados consiguieron derrotar a los turcos seleúcidas en Nicea y en la batalla de Dorylæum (el 1 de julio de 1097).

La travesía del Asia Menor fue dura. La península de Anatolia estaba arrasada por los ataques de los nómadas turcos y los contraataques bizantinos. En aquel momento, la región se encontraba dividida en pequeños señoríos turcos y armenios cristianos. La principal acción de la cruzada fue la recuperación de la ciudad de Antioquia. Antioquia fue una de las antiguas ciudades del Imperio, Sede de un patriarcado y uno de los centros culturales helénicos. La toma de la gran ciudad se contó con la valentía de Godofredo y sus loreneses que consiguieron asaltar sus fuertes murallas. No obstante, la toma de la ciudad contraería el problema de no devolver Antioquía al Imperio, contrariando al emperador, quien vería, como los cruzados no serían vasallos suyos, sino que se comportarían como señores independientes de un nuevo poder cristiano en la zona. En Antioquía el poder político estaría en manos de los cruzados latinos, pero compartido en el aspecto eclesiástico con los griegos, proimperiales. Godofredo, entretanto, se dirigió hacia Edesa, donde ayudó a su hermano Balduino a establecer otro señorío latino. Edesa sería el principado más adelantado de los señoríos que se conformaran por la irrupción de los cruzados. En este caso, Edesa, la más expuesta en el interior musulmán, contaría con la menor presencia de caballeros francos, pero a su vez, sería el señorío más orientalizado por la colaboración con los francos de la población armenia cristiana. De regreso a Antioquía, participó junto a Roberto, Duque de Normandía, en el consejo de arbitraje organizado para reconciliar la fuerte rivalidad entre Bohemundo y Raimundo de Tolosa. Después del 23 de noviembre de 1098, los provenzales abandonaron Antioquía con Raimundo, pero Godofredo de Bouillon y Roberto, Conde de Flandes, iniciaron la marcha hacia Jerusalén a finales de febrero de 1099. Después de sitiar Gibel, el ejército principal se reagrupó ante Arka (el 12 de marzo), después de un recorrido triunfador que les dio la posesión de las principales ciudades de la costa levantina, como Trípoli y Beirut.

El 7 de junio, los cruzados llegaron ante Jerusalén e iniciaron el sitio de la ciudad. El 15 de julio de 1099, Godofredo y su hermano Eustaquio colocaron una torre de asalto en los muros, siendo los primeros en entrar en la ciudad. La conquista de la ciudad se hizo de manera sangrienta, los musulmanes fueron exterminados y la minoría judía, refugiada en la principal sinagoga, lo fue también por su colaboración con el poder islámico. Únicamente las minorías cristianas árabes fueron respetadas (jacobitas, ortodoxos y armenios). Godofredo, por su parte, se despojó de sus armas y, descalzo y en camisón, se dirigió a rezar al muro del Santo Sepulcro. Los cruzados victoriosos decidieron nombrar un rey que administrase el nuevo estado formado por los territorios conquistados de Palestina. El jefe reconocido de la cruzada era Raimundo IV de San-Gilles, quien rechazó la corona, al saber que no contaba con la unanimidad de todos los componentes de la cruzada. Finalmente, se establecería con sus caballeros provenzales en Trípoli, donde establecería otro señorío latino, donde la lengua de la nueva nobleza fue la lengua de Oc. Con respecto a Roberto de Normandía y a Roberto de Flandes, los otros dos jefes de peso de la cruzada, cumplida la finalidad de liberar Jerusalén y los santos lugares, sólo deseaban volver de nuevo a su dominios europeos, tanto tiempo fuera de ellos. Finalmente, Godofredo de Bouillon fue elegido por unanimidad, aunque rechazó utilizar el término de rey, donde el Señor había sido coronado en con la Corona de Espinas. Godofredo se establecería como defensor del Santo Sepulcro.

Godofredo de Bouillon era el único de los grandes que estaba dispuesto a quedarse, a diferencia de su hermano, Eustaquio, quien volvió a Europa. Godofredo era duque de Lorena, por herencia materna, descendiente del propio Carlomagno. No obstante, este señorio había sido conquistado por el emperador, quien se lo había enfeudado de nuevo, por su lealtad en la guerra de las Investiduras contra el Papa, pero sin carácter hereditario. Por tanto, a Godofredo más le convenía quedarse en Tierra Santa, que volver a tomar el mando de un territorio cuestionado por la autoridad imperial. En cuanto, a su persona, era el único que podía tener la unanimidad del resto de los componentes de la cruzada. Su idealismo caballeresco siempre se había resaltado, intercediendo en las disputas de los compañeros y demostrando su adhesión a la cruzada por su noble religiosidad. Este aspecto era visto por sus soldados hasta como un defecto, por ser Godofredo, famoso por su intensa vida religiosa y llevar una vida ascética. A diferencia de su hermano, Balduino, señor de Edesa, quien era más político y pragmático en el arte de gobernar. Sin embargo, su aspecto físico impresionó a los cristianos árabes, su altura y rubia cabellera, adornada por una barba dorada, representaba la imagen del guerrero venido del norte de Europa, que llevaba pocas generaciones cristianizado, pero que conservaba las virtudes guerreras de sus antepasados.

Godofredo resultó una persona de grandes cualidades, y un gran guerrero, pero siempre se mostró sensible ante las peticiones de la Iglesia, que ante la fuga que había protagonizado la jerarquía griega ante los musulmanes, el patriarcado y el resto de las sedes episcopales fueron ocupadas por francos de rito latino. Godofredo realizó numerosas donaciones al patriarcado, convirtiendo a la Iglesia en uno de los pilares económicos y políticos del nuevo Estado. Como guerrero, Godofredo consiguió derrotar a los egipcios, quienes siempre habían ejercido de potencia regional en la zona. La conquista de la fortaleza de Ascalón, proporcionaba la seguridad del Estado ante una posible invasión egipcia, proveniente desde el desierto del Sinai. Después buscó una salida segura en la costa, por donde pudiesen venir las peregrinaciones y las ayudas militares al nuevo reino, para cuya defensa resultaban imprescindibles. Para ello reconstruyó Jaffa, que se convirtió en el nuevo puerto del reino de Jerusalén. Por la mejor bahía, pensó en sitiar Acre, para lo que solicitó la ayuda de los venecianos. Venecia, Génova, Pisa y Amalfi pronto acudieron a las costas del nuevo reino, solicitando privilegios para sus comerciantes, quienes se instalaron en barrios separados, en las ciudades de la costa. Ellos harían de intermediarios entre las caravanas procedentes de Asia y los consumidores del occidente europeo. A cambio, los señoríos italianos, que rivalizaban entre sí, proporcionaban su ayuda naval a las operaciones militares del nuevo reino. Sin embargo, Tierra Santa se mostrará una tierra fatal para los cruzados. El clima y las enfermedades daban pronto con la vida de los cruzados. La población latina establecida en Palestina, siempre fue poco numerosa y la mortalidad de los niños varones fue grande. Además, la vida guerrera traería siempre un fuerte déficit de caballeros en el reino. Los estados latinos siempre dependerían para su defensa de la ayuda exterior de sus hermanos europeos. El 18 de julio de 1100, Godofredo moría en Jerusalén, un año después de la conquista de la ciudad Santa. El primer monarca jerosolomilitano sería enterrado en la iglesia del Santo Sepulcro, siendo sucedido por su hermano Balduino, señor de Edesa. Godofredo pasaría a la leyenda, como el ideal del caballero cruzado, idealista, cumplidor de su palabra, fiel a la Iglesia, obediente a la autoridad imperial y buen amigo de sus compañeros. Aunque, su corta vida como mandatario no reflejo categoría de estadista, su vida si demostró las cualidades que debía adornar a un guerrero y aun fiel servidor de la Iglesia.

José Luis Orella

jueves, 28 de enero de 2010

SANTO TOMÁS DE AQUINO: LA PIEDAD Y LA PATRIA

El hombre se hace deudor de los demás según la excelencia y según los beneficios que de ellos ha recibido. Por ambos títulos Dios ocupa el primer lugar, por ser sumamente excelente y por ser principio primero de nuestro existir y de nuestro gobierno. Después de Dios, los padres y la patria son también principios de nuestro ser y gobierno, pues de ellos y en ella hemos nacido y nos hemos criado. Por lo tanto, después de Dios, a los padres y la patria es a quienes más debemos. Y como a la religión toca dar culto a Dios, así en un grado inferior, a la piedad pertenece rendir un culto a los padres y a la patria. En este culto de los padres se incluye el de todos los consanguíneos, pues que son consanguíneos precisamente por proceder todos de unos mismos padres. Y en el culto de la patria se incluye el de los conciudadanos y de los amigos de la patria. Por lo tanto, a éstos principalmente se refiere la virtud de la piedad.

Santo Tomás de Aquino
Doctor de la Iglesia

domingo, 24 de enero de 2010

LAS CONQUISTAS DE DIOS: CONVERSIÓN DE FABIO MCNAMARA

La imagen de McNamara está inevitablemente ligada a los años 80, a la movida, a Almodóvar y a todos aquellos iconos vinculados a la música, al rock y a los excesos, la degeneración, las drogas, el sexo... Buscando en internet su nombre podemos darnos cuenta de dónde viene McNamara y la gran distancia que desde allí ha recorrido hasta abrazar, radicalmente, la Fe. Escuchen la entrevista. Merece la pena.

viernes, 22 de enero de 2010

SUBLIME ORACIÓN DEL COMBATIENTE CRISTIANO Y DEL SOLDADO DE LA PATRIA

Oh Dios, señor de los que dominan, Guia Supremo que tienes en tus manos las riendas de la vida y la muerte.

Escúchame:

Haz, Señor, que mi alma no vacile en el combate, y mi cuerpo no sienta el temblor del miedo. Haz que te sea fiel en la guerra, como lo fui en la paz. Haz que el silbido agudo de los proyectiles alegren mi corazón. Haz que mi espíritu no sienta la sed, el hambre, el cansancio y la fatiga, aunque lo sientan mis carnes y mis huesos.

Haz que mi alma, Señor, esté siempre dispuesta al sacrificio y al dolor, que no rehuya, ni en la imaginación siquiera, el primer puesto de combate, la guardia mas dura en la trinchera, la misión más difícil en el ataque. Pon destreza en mi mano para que el tiro sea certero, y caridad en mi corazón. Haz, por favor, que sea capaz de cumplir lo imposible, que desee morir y vivir al mismo tiempo. Morir como tus Santos Apóstoles, como tus Viejos Profetas, para llegar a Ti. Señor te pido que mi cuerpo sepa morir con la sonrisa en los labios, como murieron tus mártires.

Te ruego mantengas mi arma en vela y mi oído atento a los ruidos de la noche. Te pido por mi guardia constante en el amanecer de cada día y por mis jornadas de sed, hambre, fatiga y dolor. Si llegara a cumplir estos anhelos, podrá entónces mi sangre correr con júbilo por los campos de mi Patria, y mi alma subir tranquila a gozarte en el tiempo sin tiempo de la eternidad.

Señor, ayúdame a vivir, y de ser necesario, a morir como un soldado.

Concédeme Oh! Rey de las Victorias, el perdón de la soberbia. He querido ser el soldado mas valiente de mi Ejército y el argentino más amante de mi Patria. Perdóname este orgullo, Señor.

Escrito encontrado en la libreta de combate del Sargento Mario Antonio "perro" Cisnero.
Caído en combate en la Gesta de Malvinas en 1982.

miércoles, 20 de enero de 2010

MI PRINCIPAL RAZÓN EN CONTRA DE UN REFERÉNDUM SOBRE LA LEY DEL ABORTO



La vida o la muerte del inocente no puede estar jamás sujeta a la voluntad de la mayoría (casí siempre manipulada).

lunes, 18 de enero de 2010

PALABRAS DE BLAS PIÑAR EN EL ACTO DE HOMENAJE A ION MOTA Y VASILE MARÍN

Camaradas y amigos:

Volvemos aquí, como todos los años, a beber del manantial que en este cabezo brota y que nos ofrece agua limpia y fresca que ahoga la sed; una sed que nos urge a buscar la buena doctrina y a fortalecer la voluntad que necesitamos para proseguir el combate por la causa nobilísima de Dios y de la Patria.

Esta causa sufre el mayor acoso, el mas intenso de la historia, porque hace penetrar su bisturí en lo mas hondo del ser humano, y, a su vez, el mas extenso, porque no tiene fronteras. Es un acoso superior al de las tres revoluciones, la religiosa de Lutero, la política de 1789, en Francia, y la social, de 1917, en Rusia. Hoy nos enfrentamos a una revolución cultural que pretende, no un cambio de las estructuras de la Iglesia, del Estado o de la Sociedad, sino un cambio del hombre, y por consiguiente, de su identidad. Se trata de olvidar y de sustituir los principios ideológicos y morales de la civilización cristiana, que nos han conformado, por otros diametralmente distintos, que nos hagan pensar, hablar, obrar y omitir, de otra manera. La conquista del alma es lo que importa, para que, sin resistencia, se haga realidad la teología de la muerte de Dios, desparezcan las naciones bajo la rectoría de un gobierno mundial, y las sociedades, amordazadas y teledirigidas, se conviertan en masas muertas sin posibilidad de levadura que las vitalice. Conquistar las almas y arrancar o corromper las raíces históricas de nuestros pueblos. He aquí las dos consignas fundamentales de la revolución cultural.

Para la revolución cultural, el hombre es un ser intrascendente, que puede construir el utópico paraíso marxista del proletariado, o el paraíso burgués del bienestar. A lo sumo, al hombre lo contemplan como elector o elegible, en política, o como productor o consumidor, en economía.

Pues bien, la buena doctrina, que nos ofrece el manantial que aquí brota, nos enseña que el hombre es, ante todo, un hijo de Dios, portador de valores eternos, y que el combate por la Patria exige la presencia activa de militantes “mitad monjes, mitad soldados”, dispuestos, como decía José Antonio, “a dar la existencia por la esencia”.
Este concepto del hombre y del quehacer político, lo representan y lo personifican, como arquetipos Mota y Marín, los dos camaradas rumanos que voluntariamente, vinieron a España para combatir y morir en una guerra a la que se ha llamado, y con razón, la última Cruzada del Occidente cristiano.

¡Qué curioso y que significativo, que sin haberse conocido, Codreanu y José Antonio compartieran la doctrina y la táctica!

No puede sorprendernos, porque ambos sabían que en el cielo, como nos cuenta el Apocalipsis, se había librado una batalla en la que se enfrentaron San Miguel y los ángeles fieles contra el dragón, diablo o Satanás y sus ángeles, rebelados contra Dios, Y sabían también Codreanu y José Antonio, que la lucha angélica en el cielo y en la eternidad se continúa en el tiempo y en la tierra.

El mismo texto sagrado nos informa que el diablo, “lanzado a la tierra con sus ángeles rebeldes, lleno de furor, guerrea contra los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen la confesión de Jesucristo”. (Apc. Cap.12).

Por eso, San Pablo nos advierte que nuestra pelea no es tanto contra los hombres, sino en realidad, contra los espíritus malignos. Hemos de estar, por lo tanto “en guardia y a pie firme, ceñidos con el cíngulo de la verdad, armados con la coraza de la justicia, calzados los pies, prontos a seguir y predicar el Evangelio, embrazando en todos los encuentros la virtud de la fe”.

Solo así podremos apagar los dardos encendidos del diablo. ( Efesio, 6, 12). Y así lo hicieron Mota y Marín, porque solo con esas armas se vence en esta batalla en el tiempo y en la tierra; y se vence no solo con la Victoria, sino con la muerte para conseguirla. Ellos, por Dios, por Rumania, por España, por la civilización cristiana “entregaron sus vidas hasta perderlas por obedecer a Dios” (Apc. 12,11).

Blas Piñar
Majadahonda, 17 de Enero de 2010

sábado, 16 de enero de 2010

SOBRE MALES MAYORES. DE HAITÍ Y EL ABORTO


Ante la tremenda catastrofe de Haití, donde ha sido arrasada la tierra y su población, Monseñor Munilla nos ha invitado a reflexionar sobre los diversos tipos de males. Sin quitar ni un ápice de la gravedad tremenda del terremoto -y con la urgente necesidad de ayudar a aquellas gentes- debajo cuelgo gráficamente un mal mayor. Un mal protegido y amparado por la Ley y el Estado que descuartiza los cuerpos con vida de aquellos niños inocentes que crecen en el vientre de sus madres. En número, por cierto, ampliamente mayor que las víctimas del reciente terremoto. Allí ha muerto la gente en circunstancias trágicas; aquí, y en muchas partes, ASESINAN a seres humanos inocentes todos los días.

De ellos nadie se acuerda... ¡hipócritas!







Al aborto dedicó hace pocos días su homilía Monseñor Martínez, arzobispo de Granada. Aquí les dejo el video.


jueves, 14 de enero de 2010

EL ODIO CONTRA LOS HÉROES


La memoria de este tipo de héroes y sus hazañas es lo que quiere borrar el gobierno de España.

miércoles, 13 de enero de 2010

EN RECUERDO DEL "ADALID DE LA BUENA DOCTRINA", DON RAFAEL GAMBRA CIUDAD




ADALID DE LA BUENA DOCTRINA

El 13 de enero pasado murió Rafael Gambra Ciudad, y tengo que decir que me ha invadido una sensación de orfandad doctrinal. Creo, sin temor a equivocarme, que ha sido el más grande y el más fiel filósofo español de la segunda mitad del siglo XX, una época especialmente turbulenta también para la filosofía. Estoy convencido, y ejemplos abundantes tenemos en altas esferas, de que no puede haber recto pensamiento, sana doctrina, sin una buena filosofía. Y también de que no es posible una acción correcta sin un pensamiento adecuado.

Rafael Gambra es un adalid, el más importante en las últimas décadas, de la filosofía cristiana de siempre. Cómo olvidar esa magnífica síntesis que es su Historia Sencilla de la Filosofía. O el Curso elemental de Filosofía, del que han bebido varias generaciones de jóvenes españoles, y a cuya fuente hay que seguir acudiendo. Supo resistir a la nueva filosofía, perniciosa, impulsada por hombres como Maritain o Theilard de Chardin, que ha acabado por imponerse, momentáneamente, en el universo católico. Y que ha traído, como consecuencia, una nueva teología que se distancia del Magisterio tradicional de la Iglesia; una moral de situación, alejada de las normas objetivas; y, por último, la consiguiente secularización, casi total, de la vida pública de los hombres y de las sociedades.

Gracias a la rectitud de su filosofía pudo mantenerse Gambra, fiel en lo dogmático y en lo moral, y siguió proclamando siempre los deberes de la comunidad política para con la religión. Y, pese a que fue un hombre más de pensamiento, por cierto brillantísimo, que de acción, no dudó en acudir en defensa de la Fe a los campos de batalla, cuando sólo contaba con dieciséis años de edad. Le esperaba el Requeté, como buen navarro que era. Me consta lo mucho que sufría al contemplar el contraste entre la Navarra de entonces y la de hoy. Fue un carlista militante hasta el final de sus días. En Tradición y Mimetismo perfiló magistralmente el concepto de Tradición, como algo dinámico, que se enriquece con el paso del tiempo rescatando lo mejor del pasado para sumarlo a lo bueno del presente y lograr con ello un futuro mejor. Pienso que podemos encontrar fácilmente la esencia de la Tradición en la parábola de los talentos. Y creo que, aún cuando sea perfectamente lícito encuadrarse en uno de sus compartimentos, no debe rehusarse la contemplación de todo ese más amplio sector del pensamiento hispano que el profesor Francisco Torres ha definido últimamente como Tradicionalidad. Confieso que no logro encontrar más españoles (de proyección y repercusión nacional, se entiende), que hayan defendido expresamente en los últimos tiempos la aplicabilidad de la doctrina cristiana en todos los ámbitos de la vida, también el sociopolítico, que Rafael Gambra y Blas Piñar. Ellos fueron los abanderados, Blas Piñar en Las Cortes y Rafael Gambra fuera de ellas, de la resistencia a la primera gran incursión del liberalismo en la España contemporánea, con ocasión del debate sobre la Ley de Libertad Religiosa, en 1967. Y es que me parece que es un deber moral, sobre todo en tiempos difíciles, procurar una mínima unidad de acción entre los que, por pertenecer a esa Tradicionalidad, mantienen una unidad de pensamiento.

En su obra La Unidad Religiosa y el Derrotismo Católico dejaba constancia del cambio doctrinal, en el terreno católico, sobre los deberes de la comunidad política para con la Verdadera Religión, e incluso del retroceso anímico de aquél que comienza a hacer más concesiones al error que defensas de la Verdad.

En El Lenguaje y los Mitos denunció el juego de los vocablos, principalmente en la mutación de los conceptos, como trascendental instrumento para, alterando la mentalidad de las personas, provocar el cambio en la concepción de la existencia del hombre y, por consiguiente, en la razón de ser de los pueblos. Y tantos elementos más de una obra colosal que nos deja, cumpliendo maravillosamente ese deber de tradición.

Admirado profesor Rafael Gambra, que su magisterio le valga el premio eterno. Descanse en paz.

Camilo Menéndez
2004

martes, 12 de enero de 2010

EXEQUIAS MOSÉN MARINÉ









Celebradas por el padre Pedro de la Inmaculada Muñoz Iranzo, asistido como diácono por el Rdo. Miguel-Ángel Barco López y como subdiácono por el Rdo. Carlos Bey García. Parroquia de San Félix Africano. Rito extraordinario.

lunes, 11 de enero de 2010

11 DE ENERO DE 2010: HACE OCHO AÑOS MURIÓ EL PADRE JOSÉ MARÍA ALBA




¡POR CRISTO, POR MARÍA, POR ESPAÑA; MÁS, MÁS Y MÁS!

ELOGIO FÚNEBRE EN HONOR DE MOSÉN MARINÉ


Por alguno de esos incomprensibles designios que la Providencia nos tiene reservados fui el último sacerdote que tuvo el privilegio de conversar con mosén Mariné. En varias ocasiones lo habíamos visitado en estos últimos años en alguno de sus ingresos hospitalarios. Intuíamos que esta era la última ocasión en que íbamos a verlo.

Su pensamiento era lucidísimo. Hablaba con normalidad aunque en varias ocasiones se le veía agitado por las molestias que ciertamente le causaban alguno de los aparatos que le ayudaban a mantenerse en vida. El trato que recibió del personal sanitario del Hospital del mar fue excelente. A su lado la fiel señora Amparo, verdadero ángel tutelar, estuvo pendiente de cualquier detalle que pudiera hacer menos dolorosos los momentos por los que atravesaba. También desde el punto de vista religioso estuvo bien atendido tanto por el capellán del hospital como por los diversos sacerdotes que en días anteriores le habían visitado. Detalle de extraordinaria cortesía, que le honra como obispo y como caballero, fue la visita del Cardenal-Arzobispo de Barcelona en la noche de Navidad.

Mosén Mariné sabía que se estaba muriendo, pero pudimos charlar con absoluta serenidad, como si de un día cualquiera se tratase. Confiando quizá en las muchas ocasiones que en su vida había practicado la comunión de los nueve primeros viernes ó en la asistencia que su santo patrón, que lo es también de la buena muerte, le dispensaría, nuestro querido mosén se tomaba esos últimos momentos de su existencia con absoluta tranquilidad. Como los santos que, aún advertidos del final de su existencia, no dejan de hacer lo que están haciendo, porque están cumpliendo con la voluntad de Dios, porque están siempre en su presencia.

Pocas horas después las nubes derramaban su llanto sobre la ciudad de San Paciano y Santa Eulalia, como si se hubiesen querido unir al de quienes tanto lo estimábamos. No se trataba de un agua de rocío vivificador, pero tampoco de una tormenta estridente, sino de una lluvia resignada como lo fueron las lágrimas de Nuestro Señor ante la muerte de su amigo Lázaro.

Noventa años de vida y sesenta y cinco de sacerdocio dan para mucho y más cuando se trata de un infatigable y esforzado sacerdote como lo fue nuestro padre.
Tuvimos el placer de conocerlo hace ya muchos años, en la Parroquia que durante muchos años regentó y materialmente edificó, San Félix Africano. A veces -bromeando- le decíamos que aquello parecía la piscina de Siloé a la que iban esperando el milagro tullidos, ciegos y paralíticos. Allí acudía gente de toda Barcelona. No importaba la clase social. Salía una duquesa y entraba un grupo de gitanos. Lo llamaban el padre de los gitanos, porque allí los acogía, los bautizaba, los casaba y respetaba sus antiguas tradiciones. Pero daba igual que se tratase de personas opulentas como de mendigos. Todos se beneficiaban de su ayuda tanto espiritual como material. Y es que mosén Mariné a todos acogía. Aquellos a los que las puertas de las iglesias se les cerraban encontraban acogida en San Félix. ¡Cuántos bautizos y bodas allí se celebraron de personas a quienes en otras parroquias se había despreciado! ¡Cuántos sacerdotes de paso por Barcelona podían allí celebrar la Santa Misa, mientras muchas parroquias estaban siempre cerradas! Y -sobre todo- ¡cuántas vocaciones fructificaron en seminarios de todo el mundo -gracias a mosén Mariné- mientras en la Archidiócesis de Barcelona disminuían aceleradamente! Si el sacerdote es el dispensador de sacramentos, mosén Mariné fue esencialmente eso, sacerdote, como lo fuera el Santo Cura de Ars.

Nació al año siguiente de finalizar la Primera Guerra mundial. Como tantos de sus coetáneos vivió momentos de sufrimiento. Fue movilizado durante nuestra Guerra civil y conoció a muchos que sufrieron el martirio durante la persecución religiosa.
Descubrió en edad muy tierna su vocación sacerdotal y fue siempre fiel a ella. Gustaba mucho de recordar como a sus quince años tuvo la oportunidad de ver personalmente en Barcelona al cardenal Pacelli, legado pontificio al Congreso eucarístico de Buenos Aires, quien años después sería S.S. el Papa Pío XII, el Pastor Angelicus. Y algo de ese carácter angélico tenía también la personalidad de mosén Mariné. Siempre dispuesto, haciéndose todo para todos. Nunca tenía una negativa para nadie: innumerables moribundos recibieron su atención en cualquier lugar y a cualquier hora.

Llamaba mucho la atención el hecho de que era querido no sólo entre sus feligreses, que incluso acudieron a él para que nos solicitase el pronunciar el pregón de las fiestas del barrio, sino que encontramos personas que le apreciaban mucho en casas regionales, en celebraciones castrenses, en parroquias distantes... Al contrario que el héroe de Zorrilla, subió a los palacios y bajó a las cabañas pero para enaltecer la virtud y para dejar recuerdo dulce de si. En este Año sacerdotal fallece a uno de los más eximios modelos de sacerdote que hemos conocido.

Con el fallecimiento de mosén Mariné la archidiócesis de Barcelona pierde quizá al último representante de una tradición de eclesialidad. El esplendor de las grandes figuras sacerdotales del siglo XIX y comienzos del XX, después del implacable tamiz del martirio -como el que sufrió el próximamente beato Dr. Samsó- fue recuperado después de la contienda. Ordenado sacerdote por el Dr. Modrego, mosén Mariné vivió el desafío de restaurar la vida religiosa de Barcelona, de apagar los odios, de reconciliar. Él y muchos otros eclesiásticos de gigante talla se empeñaron en ello. ¡Y vaya si lo consiguieron! Basta pensar en lo que eclesial y socialmente significó el XXXV Congreso eucarístico internacional celebrado en Barcelona en 1952. Mosén Mariné tuvo la suerte de vivir unos momentos -privilegiados en la historia- en los que la Catolicidad se respiraba en el ambiente, en que Dios era debidamente honrado en todas las esferas de la sociedad. Y convencido de su vocación y fiel a la Tradición de la Iglesia, nunca vaciló cuando muchos de sus integrantes iniciaron aquello que con patéticas palabras Pablo VI definió como autodemolición.

Mientras muchos eclesiásticos abandonaban el camino por el que a lo largo de la Historia de la Iglesia los santos habían transitado, mientras corrientes teológicas absurdas se interrogaban sobre la identidad sacerdotal, mosén Mariné siempre lo tuvo claro, el sacerdote era el alter Christus, el que renovaba en el altar el sacrificio de Cristo.

Con el fallecimiento de mosén Mariné evocamos hoy el recuerdo de muchos religiosos que en torno a la Asociación de sacerdotes y religiosos de San Antonio María Claret y la Hermandad sacerdotal española, arropados por monseñor Guerra Campos, el cardenal Marcelo González y algún otro prelado, continuaron fieles a la Tradición de la Iglesia. Nos vienen a la memoria las figuras de mosén Bachs, Vilaseca, del padre Oltra, de los jesuitas Roig Gironella, Solá, Alba, Udina Martorell, Piulachs, del sagrado orador Ricart Torrens, del latinista Félix Lasheras, de mosén Serinanell, del salesiano Ángel García… Es conmovedor el relato de aquellos momentos que el canónigo Luis Madrid Corcuera detalla en su libro “Historia de un gran amor a la Iglesia no correspondido”. Sólo Cristo y nosotros el día del Juicio final sabremos lo que estos meritorios eclesiásticos llegaron a sufrir. Mosén Mariné no cejó nunca en su empeño de llevar las almas a Cristo. Fue humilde, fiel servidor de Cristo, trabajador infatigable. No es extraño que cuando la maledicencia de muchos hermanos suyos en el sacerdocio urdían manejos contra su persona un eclesiástico de gran inteligencia, cual fue el cardenal Jubany, los acallara con autoridad diciendo que nadie molestase a mosén Mariné. Aunque no estuviese de acuerdo con algunas de sus decisiones, su fino olfato le decía que mosén Mariné era un abnegado sacerdote que irradiaba santidad.

Admirador de ese personaje providencial que fue Juan Pablo II y del entusiasmo del pueblo polaco por la devoción a María, cuando gran parte del clero los ridiculizaban, mosén Mariné entronizó una imagen de la Virgen de Czestokova en su parroquia y ningún domingo, después de la misa solemne, dejaba de invocar a María sin pecado concebida.

Cuando en la mayor parte del mundo la misa codificada por san Pío V era marginada y sus devotos perseguidos y humillados, mosén Mariné no dejó nunca de celebrarla y qué satisfacción fue para él ver como el Papa felizmente reinante, Benedicto XVI, afirmaba finalmente que siempre estuvo en la verdad, que nunca el rito fue abolido, como lo fue el constatar hace sólo algunas semanas que aquel legado apostólico cuya visión tanto impresionó al adolescente Mariné, el Papa Pacelli, veía aprobado el decreto reconociendo sus virtudes heroicas.

Con el fallecimiento del padre Mariné acaba un capítulo de la historia de la archidiócesis de Barcelona. Aquellos clérigos formados en la ortodoxia de la Teología, de los latines y de los gregorianos han dejado de existir. La Iglesia triunfante de otrora, norte de la sociedad, casi pregustación del Reino de los cielos no es hoy en día más que una organización como tantas otras, que tiene que acostumbrarse a vivir en minoría cuando no en persecución, con una mínima aceptación social, con unos servidores fracasados y desmotivados, con todos sus tesoros echados a perder, y sus fieles como un pequeño resto de Israel agonizante.

Encomendemos a Quien todo lo puede el alma de nuestro amado mosén José Mariné para que el Sumo Sacerdote, al que tantas veces tuvo entre sus manos bajo la especie del Pan de la Eucaristía, lo acoja ahora en las suyas, porque mosén Mariné fue esencial y ontológicamente sacerdos, sacerdote, siempre sacerdote, sólo sacerdote.

José-Apeles Santolaria de Puey y Cruells, pbro.

martes, 5 de enero de 2010

CORTOS DE RAZONES, LARGOS DE ESPADA


Eres joven y guipuzcoano, según deduzco por tu carta y el remite.

Escribes como lector reciente de la última aventura de nuestro amigo Alatriste, contándome que es el primer libro de la serie que cae en tus manos. Te ha gustado mucho, dices, excepto el hecho «poco riguroso» y «poco creíble» de que una galera española estuviera tripulada por soldados vizcaínos que combatían al grito de "Cierra España" ; en referencia a la Caridad Negra , que en los últimos capítulos combate a los turcos, en las bocas de Escanderlu, llevando a bordo a la compañía del capitán Machín de Gorostiola. Y añades, joven amigo -lo de joven es importante-, que eso no disminuye tu entusiasmo por la historia que has leído; pero que el episodio de los vizcaínos te chirría, pues parece forzado. «Metido con calzador -son tus palabras- para demostrar que los vascos (y no los vascongados, don Arturo) estábamos perfectamente integrados en las fuerzas armadas españolas, lo que no era del todo cierto.»

Son las siete últimas palabras del párrafo anterior las que me hacen, hoy, escribir sobre esto; la triste certeza de que realmente crees en lo que dices. Te gusta la novela, pero lamentas que el autor haga trampas con la Historia real; la auténtica Historia que -eso no lo cuentas, pero se deduce- te enseñaron en el colegio. Así que, con buena voluntad y con el deseo de que yo no cometa errores en futuras entregas, me corriges. Debería, a cambio, escribirte una carta con mi versión del asunto. El problema es que nunca contesto el correo.

No tengo tiempo, y lo siento. Esta página, sin embargo, no es mala solución. La lee gente, y así quizá evite otras cartas como la tuya. De paso, extiendo mi respuesta a la cuadrilla de embusteros y sinvergüenzas de los sucesivos ministerios de Educación, de la consejería autonómica correspondiente, de los colegios o de donde sea, que son los verdaderos culpables de que a los diecisiete años, honrado lector, tengas -si me permites una expresión clásica- "la picha histórica hecha un lío".

Machín de Gorostiola es un personaje ficticio, como su compañía de infantería vizcaína. En efecto. Pero uno y otros deben mucho al capitán Machín de Munguía y a los soldados de su compañía, «la mayor parte vascongados», que, según una relación del siglo XVI conservada en el Museo Naval de Madrid, pelearon como fieras durante todo un día contra tres galeras turcas, en La Prevesa.

En cuanto a lo de "Cierra España", ni es consigna franquista ni del Capitán Trueno. Quien conoce los textos de la época sabe que, durante siglos, ése fue usual grito de ataque de la infantería española -en su tiempo la más fiel, sufrida y temible de Europa-, que en gran número, además de soldados castellanos y de otras regiones, estaba formada por vizcaínos; pues así, vizcaínos, solía llamarse entonces a los vascos en general, «a veces cortos de razones pero siempre largos de bolsa y espada». Y guste o no a quien manipuló tus libros escolares, amigo mío, con sus nombres están hechas las viejas relaciones militares, de Flandes a Berbería, de las Indias a la costa turca.

Los oprimidos vascos fuisteis -extraño síndrome de Estocolmo, el vuestro- protagonistas de todas las empresas españolas por tierra y mar desde el siglo XV en adelante. Ése fue, entre otros muchos, el caso de los capitanes de galeras Iñigo de Urquiza, Juan Lezcano y Felipe Martínez de Echevarría, del almirante Antonio de Oquendo, su padre y su hijo Miguel, o de tantos otros embarcados en las galeras del Mediterráneo o en la empresa de Inglaterra. Las relaciones de Ibarra, Bentivoglio, Benavides, Villalobos o Coloma sobre las guerras del Palatinado y Flandes, los asedios, los asaltos con el agua por la cintura, las matanzas y las hazañas, las victorias y las derrotas, hasta Rocroi y más allá incluso, están salpicadas de tales apellidos, sin olvidar las guerras de Italia: en Pavía, por ejemplo, un rey francés fue capturado por un humilde soldado de Hernani, en el curso de una acción sostenida por tenaces arcabuceros vascos. Y te doy mi palabra de honor de que aquel día todos gritaron, hasta enronquecer, "Cierra España": voz que, en realidad, no tenía significado ideológico alguno. Sólo era un modo de animarse unos a otros -eran tiempos duros- diciéndole al enemigo de entonces, fuera el que fuera: Cuidado, que ataca España.

Así que ya ves, amigo mío. No inventé nada. El único invento es el negocio perverso de quienes te niegan y escamotean la verdadera Historia: la de tu patria vasca -«La gente más antigua, noble y limpia de toda España», escribía en 1606 el malagueño Bernardo de Alderete- y la de la otra, la grande y vieja. La común. La tuya y la mía. ¡¡¡¡¡ E S P A Ñ A !!!!!


Arturo Pérez-Reverte

lunes, 4 de enero de 2010

Para este nuevo año: ATREVERSE Y ARRIESGARSE

Atreverse y arriesgarse. He aquí dos verbos reflexivos, para tratar de conjugar ideológicamente.

Cuando reflexionaba sobre lo que debía escribir pensé en dos posibilidades: una, poner el énfasis en la situación actual de España; otra, acudir a los Principios, que, por un lado, nos son consustanciales, y por otro, pueden proporcionar la luz indispensable que se precisa para conocer las causas que han provocado esa situación, a fin de buscar, encontrar y ofrecer las soluciones adecuadas.

Opté por la segunda de las posibilidades; y de aquí la alusión a los verbos reflexivos atreverse y arriesgarse; porque el atrevimiento de la opción elegida, comporta el riesgo de que pudiera entenderse que me despego de la realidad, que evado lo concreto que nos inquieta y acucia, para irme por las ramas de lo abstracto y subirme a las nubes de las teóricas exposiciones doctrinales.

Espero, sin embargo, que se interprete así, y ello por dos razones: porque el drama español de nuestro tiempo -enmarcado en la crisis profunda de la civilización que heredamos- es tan evidente y tan conocido que parece innecesario que nos recreemos en su examen, y porque sólo la contemplación, asimilación e incidencia operativa de un manojo de ideas hará posible un proceso de purificación y de restauración, necesario a dos niveles: el individual y el colectivo.

La semilla ideológica que hemos de echar en nuestro propio surco y cuidar después con esmero, es la del rescate del hombre, porque el hombre, como decía un gran Pensador, es el eje del Sistema. ¿Y por qué hay que rescatar al hombre? Pues, sencillamente, porque el hombre, seducido, está secuestrado. No se trata de un secuestro físico -aunque halla secuestros físicos- sino de un secuestro de su interioridad, de su mente y de su conciencia. Al hombre, campo específico de un combate espiritual, o se le concibe como un ser sólo inmanente o como un ser transcendente. Pues bien, de acuerdo con una u otra concepción, el Régimen, que presupone la sociedad en que el hombre vive, será configurado de una u otra manera.

Para nosotros, el hombre es un ser que está en el tiempo y en el espacio, es decir, en el Cosmos, influido y condicionado por él, pero no aprisionado y encorsetado en él. El destino del hombre no se encierra e incluye con el del resto de lo creado, sino que salta sus fronteras y las trasciende para encontrarse con el Creador. El hombre es criatura, evidentemente, pero es, por delegación vicaria, "dominus", por decreto divino, "icono Dei", y por la gracia, hijo de Dios.

Del lado opuesto, la concepción inmanente del hombre, le expolia de tales calificaciones, para reducirlo a un ser biológicamente más desarrollado, fruto de una larga evolución -por cierto no probada- que ha permitido hacer de un bípedo implume un animal dotado de razón y lenguaje. Con esa excepción, que le singulariza en el muestrario del Cosmos, el hombre se inscribe y circunscribe en éste de manera absoluta. El Cosmos le envuelve, le absorbe, le incrusta, le identifica con él, sin que le sea posible sustraerse ni liberarse de la finitud y caducidad del mismo.

Pero hay más. El hombre es, por su propia naturaleza -y el hecho nadie lo discute desde cualquiera de las dos posiciones señaladas- un ser social. El hombre vive en sociedad, y esta sociedad, "civitas hominis", una de dos: o contempla al hombre como icono "Dei", y en tal caso ha de construirse, como quería San Agustín, al modo de la ciudad de Dios, "civitas Dei", o despoja al hombre de esa cualidad sublime, lo achata e imanta a este mundo, y en tal caso, el Príncipe de este mundo acaba convirtiendo la ciudad del hombre en "civitas diaboli". De este modo, el combate, que se presenta "ab initio" como una lucha en la intimidad del ser de cada uno, individualmente considerado, deviene una lucha por la configuración de la sociedad en la que vivimos y, en consecuencia, por la superestructura, es decir, por el Sistema, que cultural, económica y políticamente la preside y gobierna.

El ambiente en que nos movemos y el entorno que contemplamos, nos ofrecen, con respecto al hombre, una visión secularizada o mundanizada, que acaba desconociendo o marginando su condición de icono "Dei", y con respecto a la sociedad, un alejamiento de Dios, una quiebra constante de la ley divina, como rectora de su dinámica, que la va corrompiendo hasta el laberinto sin escape de la "civitas diaboli".

Toda empresa de restauración de la comunidad exige, pues, la primacía del rescate del hombre. Cualquier intento que pretenda eludir la clave -el hombre - para sustituir, reemplazándolo, al Sistema vigente, supone un trabajo, aunque ilusionado, inútil, porque equivale a edificar sobre arena movediza.

Dibujemos, pues, las líneas maestras de la "civitas hominis" si la queremos, para que cumpla su cometido, como imagen o icono de las "civitas Dei". No me refiero ahora a la Jerusalén celestial, ni a la Iglesia triunfante. Pongo ante la vista, la convivencia trinitaria de las Personas, que no está reñida con la unidad consustancial e indivisible de un solo Dios. Esta diversidad de la unidad es la pauta de la "civitas" o comunidad de la misteriosa, pero revelada vida trinitaria.

La unidad de la "civitas hominis", por su origen-naturaleza del hombre -y por su objeto- el bien común- presenta, como la vida trinitaria, la diversidad de los que rezan, de los que trabajan y de los que combaten. No quiere decir ello que se excluya a los que integran cada uno de los tres estamentos del quehacer de los otros, de que una barrera los separe e incomunique en compartimentos estancos, de que no recen los que trabajan, o de que no trabajen los que han de combatir. Se trata del quehacer "ex oficio" o ministerial de cada uno de ellos; y los tres quehaceres son fundamentales, de tal modo que si en la sociedad no se reza, no se trabaja o no se combate para defenderla, la sociedad se deshilacha y autodestruye.

¿Y acaso, el ambiente en el que nos movemos y el entorno que contemplamos, no nos ofrecen una sociedad en la que apenas se ora, en la que el desempleo es estructural, en la que se ha adormecido la voluntad de combatir? La disminución de vocaciones, el paro y la objeción de conciencia son síntomas que permiten un diagnóstico escasamente optimista sobre el futuro de una sociedad en la que el deterioro de lo trinitario -sotana, mono y uniforme; cruz, martillo y espada- afecta inexorablemente a su unidad y, por ello, a la convivencia pacífica de aquellos que la integran.

Tratemos, pues, de rescatar al hombre, para que sea posible el rescate de la comunidad. Para ello es indispensable que haya rescatadores, y que estos rescatadores tengan la dotación doctrinal suficiente y el ánimo decidido de acometer la empresa con el temple heroico que la misma, por su enorme dificultad, demanda.

A tal fin sirve lo que me atrevo a llamar alegoría política del fuego, porque el rescatador ha de recibir, como los Apóstoles en la jornada de Pentecostés, su llama de amor viva, en frase de San Juan de la Cruz, una llama que hace inasequible al desaliento, que como en la escena bíblica de la zarza la hace arder sin cesar pero no la consume nunca.

Las propiedades del fuego las han de hacer suyas los rescatadores, porque el fuego calienta, ilumina, purifica, endurece y ablanda. Y de todo ello necesitan los hombres y la sociedad de hoy.

El fuego de los rescatadores desentumece y ha de calentar, apasionar, poner en ebullición, acabando con la tibieza del tiempo presente. A los tibios los vomita Dios.

El fuego de los rescatadores ha de iluminar hacia dentro la inteligencia obnubilada por la confusión, y hacia fuera el camino cubierto por la oscuridad. Hay que devolver la transparencia.

El fuego de los rescatadores ha de purificar, quemando el rastrojo, para arar de nuevo la tierra, y el magma que impide sobre el metal la obra del orfebre. Hace falta la alegría contagiosa de los corazones limpios.

El fuego de los rescatadores ha de endurecer nuestro barro personal, que se deshace, con la fortaleza que tanto precisan las voluntades debilitadas por las victorias del enemigo y por el abandono de los viejos camaradas. Perseverar hasta el fin.

El fuego de los rescatadores, por último, ha de ablandar el corazón de piedra, que se escuda en mil pretextos -disfraces del orgullo y del egoísmo- para continuar impasible ante el caos. Sin la fragua no podrá trabajarse el hierro en el yunque. El amor de caridad a la Patria así lo exige.

El capítulo de la Historia que estamos viviendo es decisivo, pero no está decidido el desenlace como un maleficio que no se puede evitar y ante el que sólo es posible la resignación.

La esperanza es virtud del hombre itinerante y desaparece por ello en la eternidad. Esa desaparición se hace cruel para el hombre condenado. El dejar toda esperanza, que decía Dante al referirse al infierno, adquiere el tono sublime de la maldición divina.

Pero nosotros estamos todavía en el tiempo, y todo tiempo, como devenir, incluye con la espera la esperanza. Continuar en la empresa, a pesar de todo, es una cuestión de esperanza; y la esperanza sólo se conserva y perfecciona con el amor, con el fuego del amor sobrenatural, que calienta, ilumina, purifica, endurece y ablanda lo que está frío, oscuro, manchado, petrificado o débil.

¿Y acaso no padecen de esta múltiple enfermedad los españoles de hoy? Queremos ser, con todas sus consecuencias, los rescatadores que el momento demanda; y para lograrlo queremos ser, igualmente, los hombres de fuego que España necesita. Lo demás nos será dado por añadidura.

Blas Piñar