Ayer por la tarde un buen amigo me decía que lo importante en los políticos son sus declaraciones públicas. Es así, según él, cómo ellos se comprometen a una determinada actuación con el pueblo, sus votantes al fin y al cabo, como si la palabra precediera a la acción. No puedo estar de acuerdo con su teoría.
Primero hay que decir que la palabra ha perdido todo sentido ontológico, de forma general, y en lo que se refiere a la clase política, en particular. Antes, en otros tiempos, la palabra se asentaba en la fidelidad a una idea, para representar y defender un determinado pensamiento. Ahora, en cambio, la palabra sólo sirve para acariciar las emociones y hasta la conciencia del receptor. Es el arte de la simulación y el engaño. Digámoslo claro. Es la artimaña a la que siempre se llamó mentira y que ahora, ni el oído ni la mente, son capaces de detectarlo.
En segundo término, lo anterior responde a la forma de proceder que es parte esencial de la perversión del sistema actual. La palabrería barata, la demagogia sucia o la gratuidad en afirmaciones falsas y embusteras para defender, de cara al exterior y según el público o el foro donde se hable, cosas radicalmente opuestas a la actuación general del emisor. El objetivo de todo político es gobernar, llegar al poder democráticamente por las urnas. Y para ganar necesita más votos que su rival, lográndolo si consigue convencer al votante. Para eso, lógicamente, tendrá que decirle al receptor aquello que este quiera escuchar. Dicho de otra manera más clara y rotunda. Mentir se ha convertido en profesión y ha tomado el nombre de política, despedazando etimológicamente este término, que no es otra cosa, en su definición clásica, que las acciones del gobernante en beneficio del bien común, de la sociedad, del pueblo.
Entenderán si les digo, y quizá lo compartan, que detesto a la clase política actual que vive de la mentira y el engaño a costa de nosotros, españoles, a los que debían defendernos. Que nadie se equivoque: los políticos, los partidos y el mismo sistema del que forman parte nos prostituyen, a nosotros y nuestras vidas y familias, y lo que es peor, lo hacen con España a la que vemos y contemplamos con profunda tristeza en trance de muerte.
Por la noche, ayer, vi un video de Rajoy llenando su torpe boca de un discurso pró-vida y sentimental en contra de la nueva ley del aborto. Afirmando, incluso, que “el aborto es un asesinato” y que “no hay mayor progreso que reconocer y defender el derecho a la vida de todos, cuanto más, -añadió, el de los más indefensos”. Lo dijo en un programa de Intereconomía TV, El Gato al Agua, donde el presidente del Partido Popular sabía que iba a lidiar en un ambiente contrario al aborto. Hace un año, el mismo personaje, ante Iñaki Gabilondo y en una cadena de televisión, sensiblemente favorable al aborto, defendió el derecho de las mujeres a asesinar a sus hijos y se comprometió a mantener y hacer cumplir los tres supuestos de despenalización del crimen. Ya fue dicho anteriormente y las declaraciones de Mariano Rajoy son un ejemplo sencillo de la manipulación, el falseo de la palabra y el engaño a la gente. Sencillamente, la profesión política hecha carne en Rajoy.
¿Es importante lo que diga o prometa un político, gratuitamente? O quizá ¿no es preferible que los hechos sean la expresión de la política? ¿Nadie va a exigir a la llamada casta parasitaria honradez en su quehacer y veracidad en sus exposiciones? ¿Es legítimo disociar los hechos de la palabra cuando ésta es continua promesa?
Hay que recuperar la palabra que distinguía al caballero del malhechor y a las damas de las adulterinas. Urge custodiar la verdad, exaltarla y vitorearla, y denunciar la mentira y la manipulación de los bribones al servicio de sí mismos, costeados por todos y cada uno de los españoles.
Miguel Menéndez Piñar
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