Mientras España exista,
rece y jure en español su credo,
siempre habrá en Somosierra un falangista,
un requeté en Navarra y un cadete en Toledo.
José María Pemán
lunes, 30 de marzo de 2009
domingo, 29 de marzo de 2009
70 ANIVERSARIO 1º ABRIL 1939
MENSAJE DE PÍO XII A ESPAÑA CON MOTIVO DE LA VICTORIA
Con inmenso gozo Nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica España, para expresaros nuestra paternal congratulación por el don de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probadas en tantos y tan generosos sufrimientos.
Anhelante y confiado esperaba nuestro predecesor, de santa memoria, esta paz providencial, fruto, sin duda, de aquella fecunda bendición que, en los albores mismos de la contienda, enviaba “a cuantos se habían propuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la religión”. Y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la misma que Él mismo entonces auguraba, “anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de honor en la prosperidad”.
Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar, una vez más, sobre la heroica España. La nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del nuevo mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu.
La propaganda tenaz y los esfuerzos constantes de los enemigos de Jesucristo parece que han querido hacer de España un experimento supremo de las fuerzas disolventes que tienen a su disposición repartidas por todo el mundo. Y aunque es verdad que el Omnipotente no ha permitido, por ahora, que lograran su intento, pero ha tolerado al menos algunos de sus terribles efectos, para que el mundo viera cómo la persecución religiosa, minando las bases mismas de la justicia y de la caridad, que son el amor de Dios y el respeto a su santa ley, puede arrastrar a la sociedad moderna a los abismos no sospechados de inicua destrucción y apasionada discordia.
Persuadido de esta verdad, el sano pueblo español, con las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó en defensa de los ideales de fe y civilización cristianas, profundamente arraigados en el suelo fecundo de España, y ayudado de Dios, “que no abandona a los que esperan de Él”, supo resistir el empuje de los que, engañados con los que creían un ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo.
Este primordial significado de vuestra victoria Nos hace concebir las más halagüeñas esperanzas de que Dios, en su misericordia, se dignará conducir a España pro el seguro camino de su tradicional y católica grandeza, la cual ha de ser el norte que oriente a todos los españoles amantes de su religión y de su Patria en el esfuerzo de organizar la vida de la nación en perfecta consonancia con su nobilísima historia de fe, piedad y civilización católica.
Por esto exhortamos a los gobernantes y a los pastores de la católica España que iluminen la mente de los engañados mostrándoles con amor las raíces del materialismo y del laicismo, de donde han procedido sus errores y desdichas y de donde podrían retoñar nuevamente.
Proponedles los principios de justicia individual y social, sin los cuales la paz y prosperidad de las naciones, por poderosas que sean, no pueden subsistir. Y son los que se contienen en el Santo Evangelio y en la doctrina de la Iglesia.
No dudamos que así habrá de ser, y la garantía de nuestra firme esperanza son los nobilísimos y cristianos sentimientos de que han dado pruebas inequívocas el Jefe del Estado y tantos caballeros, sus fieles colaboradores, con la legal protección que han dispensado a los supremos intereses religiosos y sociales, conforme a las enseñanzas de la Sede Apostólica. La misma esperanza se funda, además, en el celo iluminado y abnegación de vuestros Obispos y sacerdotes, acrisolados por el dolor, y también en la fe, piedad y espíritu de sacrificio de que en horas terribles han dado heroica prueba las clases todas de la sociedad española.
Y ahora, ante el recuerdo de las ruinas acumuladas en la guerra civil más sangrienta que recuerda la historia de los tiempos modernos, Nos, con piadoso impulso, inclinamos, ante todo, nuestra frente a la santa memoria de los Obispos, sacerdotes, religiosos de uno y otro sexo y fieles de todas edades y condiciones que, en tan elevado número, han sellado con sangre su fe en Jesucristo y su amor a la religión católica. Maiorem hac dilectionem nemo habet. No hay mayor prueba de amor.
Reconocemos también nuestro deber de gratitud hacia todos aquellos que han sabido sacrificarse hasta el heroísmo en defensa de los derechos inalienables de Dios y de la religión, ya sea en los campos de batalla, ya también consagrados a los sublimes oficios de caridad cristiana en cárceles y hospitales…
¡Ea, pues, queridísimos hijos! Ya que el arco iris de la paz ha vuelto a resplandecer en el cielo de España, unámonos todos de corazón en un himno ferviente de acción de gracias al Dios de la paz y en una plegaria de perdón y misericordia para todos los que murieron, y a fin de que esta paz sea fecunda y duradera, con todo el fervor de nuestro corazón os exhortamos a “mantener la unión del espíritu en el vínculo de la paz”. Así, unidos y obedientes a vuestro venerable Episcopado, dedicaos con gozo y sin demora a la obra urgente de reconstrucción que Dios y la Patria esperan de vosotros.
En prenda de las copiosas gracias que os obtendrán la Virgen Inmaculada y el Apóstol Santiago, Patronos de España, y de todas las que os merecieron los grandes santos españoles, hacemos descender sobre vosotros, nuestros queridos hijos de la católica España, sobre el Jefe del Estado y su ilustre Gobierno, sobre el celante Episcopado y su abnegado clero, sobre los heroicos combatientes y sobre todos los fieles, nuestra bendición apostólica.
16 de Abril de 1939
Con inmenso gozo Nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica España, para expresaros nuestra paternal congratulación por el don de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probadas en tantos y tan generosos sufrimientos.
Anhelante y confiado esperaba nuestro predecesor, de santa memoria, esta paz providencial, fruto, sin duda, de aquella fecunda bendición que, en los albores mismos de la contienda, enviaba “a cuantos se habían propuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la religión”. Y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la misma que Él mismo entonces auguraba, “anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de honor en la prosperidad”.
Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar, una vez más, sobre la heroica España. La nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del nuevo mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu.
La propaganda tenaz y los esfuerzos constantes de los enemigos de Jesucristo parece que han querido hacer de España un experimento supremo de las fuerzas disolventes que tienen a su disposición repartidas por todo el mundo. Y aunque es verdad que el Omnipotente no ha permitido, por ahora, que lograran su intento, pero ha tolerado al menos algunos de sus terribles efectos, para que el mundo viera cómo la persecución religiosa, minando las bases mismas de la justicia y de la caridad, que son el amor de Dios y el respeto a su santa ley, puede arrastrar a la sociedad moderna a los abismos no sospechados de inicua destrucción y apasionada discordia.
Persuadido de esta verdad, el sano pueblo español, con las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó en defensa de los ideales de fe y civilización cristianas, profundamente arraigados en el suelo fecundo de España, y ayudado de Dios, “que no abandona a los que esperan de Él”, supo resistir el empuje de los que, engañados con los que creían un ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo.
Este primordial significado de vuestra victoria Nos hace concebir las más halagüeñas esperanzas de que Dios, en su misericordia, se dignará conducir a España pro el seguro camino de su tradicional y católica grandeza, la cual ha de ser el norte que oriente a todos los españoles amantes de su religión y de su Patria en el esfuerzo de organizar la vida de la nación en perfecta consonancia con su nobilísima historia de fe, piedad y civilización católica.
Por esto exhortamos a los gobernantes y a los pastores de la católica España que iluminen la mente de los engañados mostrándoles con amor las raíces del materialismo y del laicismo, de donde han procedido sus errores y desdichas y de donde podrían retoñar nuevamente.
Proponedles los principios de justicia individual y social, sin los cuales la paz y prosperidad de las naciones, por poderosas que sean, no pueden subsistir. Y son los que se contienen en el Santo Evangelio y en la doctrina de la Iglesia.
No dudamos que así habrá de ser, y la garantía de nuestra firme esperanza son los nobilísimos y cristianos sentimientos de que han dado pruebas inequívocas el Jefe del Estado y tantos caballeros, sus fieles colaboradores, con la legal protección que han dispensado a los supremos intereses religiosos y sociales, conforme a las enseñanzas de la Sede Apostólica. La misma esperanza se funda, además, en el celo iluminado y abnegación de vuestros Obispos y sacerdotes, acrisolados por el dolor, y también en la fe, piedad y espíritu de sacrificio de que en horas terribles han dado heroica prueba las clases todas de la sociedad española.
Y ahora, ante el recuerdo de las ruinas acumuladas en la guerra civil más sangrienta que recuerda la historia de los tiempos modernos, Nos, con piadoso impulso, inclinamos, ante todo, nuestra frente a la santa memoria de los Obispos, sacerdotes, religiosos de uno y otro sexo y fieles de todas edades y condiciones que, en tan elevado número, han sellado con sangre su fe en Jesucristo y su amor a la religión católica. Maiorem hac dilectionem nemo habet. No hay mayor prueba de amor.
Reconocemos también nuestro deber de gratitud hacia todos aquellos que han sabido sacrificarse hasta el heroísmo en defensa de los derechos inalienables de Dios y de la religión, ya sea en los campos de batalla, ya también consagrados a los sublimes oficios de caridad cristiana en cárceles y hospitales…
¡Ea, pues, queridísimos hijos! Ya que el arco iris de la paz ha vuelto a resplandecer en el cielo de España, unámonos todos de corazón en un himno ferviente de acción de gracias al Dios de la paz y en una plegaria de perdón y misericordia para todos los que murieron, y a fin de que esta paz sea fecunda y duradera, con todo el fervor de nuestro corazón os exhortamos a “mantener la unión del espíritu en el vínculo de la paz”. Así, unidos y obedientes a vuestro venerable Episcopado, dedicaos con gozo y sin demora a la obra urgente de reconstrucción que Dios y la Patria esperan de vosotros.
En prenda de las copiosas gracias que os obtendrán la Virgen Inmaculada y el Apóstol Santiago, Patronos de España, y de todas las que os merecieron los grandes santos españoles, hacemos descender sobre vosotros, nuestros queridos hijos de la católica España, sobre el Jefe del Estado y su ilustre Gobierno, sobre el celante Episcopado y su abnegado clero, sobre los heroicos combatientes y sobre todos los fieles, nuestra bendición apostólica.
16 de Abril de 1939
viernes, 27 de marzo de 2009
PRÉDICAS CATÓLICAS (II)
Eso es lo que precisa nuestra Patria. El Santo y el héroe. Y que el Santo sea heroico en el testimonio de la Fe, en señalar la mentira, la injusticia, el anti-Dios.. Como el Padre Castañeda, como el Padre Meinvielle, como el Padre Castellani y los héroes cristianos, como aquellos pilotos en Malvinas que, con el rosario en el cuello sabían, al mismo tiempo que, lejos, en el suelo de la Patria, la madre, la novia, la esposa, la hija; tenían en sus manos ese mismo rosario y rezaban por el heroísmo, por la victoria cristiana. Eso es lo que necesitamos.
Y para eso: mirar hacía los santos, porque mirarlos a ellos es mirar hacia Cristo. Y mirar a Cristo y tomar a Cristo como imagen, como modelo, como arquetipo, es encaminarnos nosotros hacia la plenitud, hacia la perfección, como cristianos y como hombres.
Y para eso: mirar hacía los santos, porque mirarlos a ellos es mirar hacia Cristo. Y mirar a Cristo y tomar a Cristo como imagen, como modelo, como arquetipo, es encaminarnos nosotros hacia la plenitud, hacia la perfección, como cristianos y como hombres.
Padre Alberto Ezcurra
Para leer la homilía entera pinchar aquí.
jueves, 26 de marzo de 2009
LA PATRIA EN TENSIÓN
El tiempo enfría el pensamiento, la voluntad y hasta la sangre. Lo hace siempre que aquellos que custodian la Verdad, la Fe y la Historia traicionan su misión protectora y usurpan la herencia sagrada a las generaciones del mañana, pisoteando, sin escrúpulos, el patrimonio perenne que supieron forjar nuestros mayores.
Vivimos el invierno más crudo que ha conocido nuestra Patria a lo largo de su bimilenaria historia. Jamás, como hoy, abundaron los traidores viandantes de nuestros caminos que campean con sus desvaríos proclamados como política de estado. Nunca se encontró la Patria tan sola ante sus feroces enemigos que, a zarpazos, dividen sus tierras, sus gentes y sus clases. En ningún tiempo se pudo observar cuán dañino es el olvido del pasado, repitiéndose ahora tan descarado, al menos, como antaño. Y parace, por añadidura, que hemos replegado nuestras fuerzas y pactado nuestra derrota en aras de la debilidad del pueblo claudicante y tibio.
El ataque es mortal. Lo es porque dispara contra la fuente estimulante de la Patria hiriendo de gravedad los órganos vitales que la vivifican. Y porque los defensores que debían repeler la agresión abandonaron su puesto de guardia por cobardía o traición. Unos, en quién se mantuvo la esperanza de muchos mientras permanecían en su sitio; en otros, el disimulo era incompatible con su espíritu turbio y malvado. El resultado lo tenemos a la vista. Y ya hace años que no faltaron gentes, aunque ciertamente no abundaron, que profetizaban los daños irreversibles que sufriría la Patria a causa del enfriamiento, primero, y del desecho, después, del alma nacional. Obispos, hablando como corresponde sí sí, no no, en la norma evangélica, muy pocos. Don José Guerra Campos. Un Obispo, valiente y santo. Santo por ser valiente entre otras cosas. Que llamó al pan, pan, y al vino, vino. Que condenó a los perjuros, a los divorcistas, a los abortistas, a los servidores del maligno todos ellos, en su papel de actores o colaboradores, llamándoles pecadores públicos – recuérdese auquello de Cristo: “al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino y lo hundiesen en el fondo del mar” (Mat 18,7)-. Que custodió, Guerra Campos, la bandera insigne de la Verdad al desarrollar un pensamiento católico arrinconado en el baúl de ningún recuerdo. Que empuñó, como pedía Cristo en la última cena, la espada de la Fe (Lc 22,36), manteniento recta su postura, con la voluntad ferrea del “doble coraje en tiempos malos” del Cardenal Pie. Que no sólo no se olvidó de la Historia, sino que supo mantenerla viva en muchos españoles ejemplarizándoles con la sangre aún caliente de los mártires que no hacía muchos años la habían derramado por Dios y por España. Sacerdotes, gracias a Dios, los hubo y los hay. Pocos, pero mágnificos formadores de católicos fieles al Dogma, a la Moral, a la Liturgia, a la Disciplina. Seglares, algunos más. Allí estuvieron o siguen estando Blas Piñar, imprimiendo una fuerza nueva en los tejidos vitales del pueblo, en sus tres vertientes esenciales, bajo el lema Dios, Patria, Justicia. Rafael Gambra, bastión seguro de doctrina y magisterio, de confesionalidad católica, pública y social. Y muchos otros que el espacio me priva de nombrar, pero que su recuerdo sigue vivo y presente.
El enemigo, a pesar de la escasa, pero valiosa resistencia, penetró hasta el último rincón de la fortaleza. Y día tras día lo sufrimos. Nos envuelve el alma la turbación apagando el fuego de la reacción ante la enfermedad cancerígena que sufre España.
Hoy mueren asesinados miles de niños inocentes en el vientre de sus madres. Asesinato que protege la ley y el estado. Hoy la homosexualidad ha dejado de ser enferma y se ha convertido en virtud demócratica de primer orden. Hoy los transexuales lucen el tricornio de Guardia Civil como el mayor Honor de una Divisa nueva. Hoy el ejército pasó de ser el brazo armado de la Patria a los zapatos más viejos de cualquier político vendepatrias. Hoy el rojo y gualda ya no es la bandera gloriosa de una gran nación, ni siquiera la simple mortaja de algún buen hijo. Hoy ya no se besa la bandera, sólo se la escupe y se la pisotea aunque esté empapada por la sangre de muchos de los nuestros. Hoy la unidad de la Patria ya no es ningún bien sagrado e inextimable sino la opresión más cruel a las diferentes nacionalidades históricas. Hoy la Cruz ya no redime y santifica, sólo conspira y enfrenta la Fe con el avance, las creencias medievalistas con el progreso humano. Hoy la Iglesia no es Madre ni Maestra pues impera la apostasía generalizada y no se reconoce la autoridad Petrina.
Se tambalea la sociedad por el agrietamiento de los pilares que la sustentan. Fruto de ello, la angustia y la preocupación incrementan. La soledad se cierne sobre nuestros hermanos que no encuentran respuesta a sus problemas. No hay solución ya que nadie tiene interés en el diagnóstico. Con la imposición del egoísmo se suprimió el carácter racional y social del hombre, adentrándose en la dimensión nihilista, hedonista y consumista. Los instintos del “yo” se posicionan sobre el semejante, los padres, la familia, la Patria y Dios. Nada importa la realidad de conjunto, las aspiraciones colectivas, los esfuerzos sumados, el espíritu nacional o la tributación social en el reconocimiento de la Verdad siempre Crucificada. Han confiscado su futuro en la Patria, la terrena y la celeste. Les han robado los talentos del Evangelio que no son otros que la Verdad, la Fe y la Historia.
Pero hay esperanza. Esperanza que reside en la Eternidad que visiona la tierra desde la perspectiva divina que todo lo envuelve, desde el cruce perfecto de dos maderos donde colgaron la Salvación del hombre. Es la visión que recoge el pasado, la sangre derramada y los sacrificios de nuestros ancentros. Que mira al mañana y se apiada de las generaciones que vienen. Una mirada cuyos ojos iluminan con el brillo estelar, fulgurante, del que es la Verdad, de la Fe en sí misma, del que cambió la Historia del hombre elevándola hacia las metas sublimes antaño perdidas. A Él es a quien pertenece la victoria. Dios quiera que nos sea otorgada, también en esta vida. Pero, repito, no es nuestra. A nosotros pertenece la gloria, el honor, la gracia de la lucha. Siendo fieles a nuestro deber como patriotas, nos convertiremos en paradigmas de una Causa cobardemente entregada, que fue ganada con valentía tantas veces. Pero allí donde vayamos, no buscaremos la Victoria sino que ofreceremos la vida y la muerte para que ésta venga a nosotros.
Por eso la reacción es justa. Es necesaria. Es obligatoria. En la ascética militante, la que nos corresponde, sobre todo a la juventud, no hay más camino que el combate. El de San Pablo empuñando la espada de la Fe por Cristo. Y el de San Fernando, esgrimiendo el acero físico e inflexible por España. Ambos al mismo tiempo. Sólo así el espíritu es espuela para la carne y somete todo a la voluntad. La voluntad que todo lo enfrenta con tal de servir a la Verdad, atreviéndose el hombre si corresponde, como sostenía el requeté.
Al contemplar esta España sangrante por las fisuras de su división, abocada a las más bajas cotas de inmoralidad, perpetuadas en las leyes injustas que nos imperan, hacemos eco de Su Santidad Benedicto XVI, ante el cual nos postramos sumisos rindiendo pleitesía, que acaba de recordarnos en su reciente encíclica “Deus Caritas est” las palabras de San Agustín: “Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones”. Así hay que entender a esta sociedad, manejada y manipulada por esta banda y sus secuaces, que ya no sólo no defienden la Patria, como es su misión, sino que la ultrajan y desgarran, la infectan de contaminantes políticas para que en su trance de muerte sea rematada por sus enemigos más declarados.
Así está España. En tensión. No la tensión necesaria y fervosora para la vigilia, sino la delirante tensión que precede al desgarramiento. Por eso hay que posicionarse. Aquellos que con España estén dispuestos a escoltarla, ahí tienen el camino. Un camino duro, inflexible, sacrificado. Un camino lleno de lágrimas, sudor y hasta de sangre. Ruta que atravesaron nuestros mayores, también en épocas dificiles, en aras de la grandeza del Pueblo y del Santuario. No es travesía de recompensas sino de ofrecimientos, de la vida y de la muerte.
Nadie que ame a España espere reconocimientos, alfombras rojas o medallas. No en esta vida. Tendrá, eso sí, algo más austero. El pecho descubierto y el rostro azotado por el frío viento. El privilegio de cabalgar junto a la Verdad. La conciencia serena y tranquila. El deber y la oblicación cumplidos ante la Historia. Y esa Fe inmortal, por ser eterna, que es capaz de mover montañas, de montar guardia firme a pesar de la nevada gélida o de acaudillar una legión de hombres bajo un Credo ascético y militante, místico y guerrero.
Frente a la tensión interna y externa que sufre España, descuartizando cuanto de sublime posee, ofrecemos la tensión de nuestro espíritu, la predicación de la Verdad, oportuna e inoportunamente, la supremacía de la Fe que todo lo reconstruye y el ejemplo perpetuo de la Historia, la de España, que fue forjada por aquellos santos, heroes y mártires, paladines y caudillos, que clamaron al Cielo por sus fuerzas, en el Pilar o en Covadonga, en Guadalupe o en el Alcázar de Toledo, y que desde allí ahora nos exhortan en reconquistar España. Con ellos, bajo su Bandera, nuestra militancia. Por Su Reinado, nuestro combate.
Miguel Menéndez Piñar
miércoles, 25 de marzo de 2009
¿PERO EL PRESTIGIO DE QUÉ MILITARES?
Dicen los liberales del sector tibio, es decir, los peperos, que España pierde su prestigio por la retirada de tropas de Kosovo. Perdonen, pero es que nos entra la risa. Llamar a eso que hay en Kosovo tropas, en lugar de tropelías, es como llamar a esto que padecemos en España gobierno. Ni el Gobierno de España es gobierno, ni las tropas de Kosovo son militares y mucho menos son el Ejército Español, éste subsiste, como hemos dicho en repetidas ocasiones, en la sociedad española, como reducto inexpugnable para los quincalleros de la política democrática, pero como institución esto que llaman Ejército español no lo es más que de sodomitas, transexuales y cobardes que juegan a los soldaditos como el que organiza una partida de “paintball”. Los Ejércitos en regímenes burgués-parlamentarios son elementos burocratizados, pacifistas, estrechos, sin agudeza ni visión histórica. El manejo de instrumentos no hace al militar. Hasta un mono es capaz de manejar un palo, y hasta un burro es capaz de soportarlo. Bien pudiéramos decir que la milicia es una religión de hombres honrados, al estilo calderiano, un manojo de gentes que se exigen las virtudes cardinales (fortaleza, justicia, prudencia, templanza) hasta el heroismo, todo eso lo es el militar.
Mas militar es el que tiene espíritu de milicia, hombre de entereza probada, de fidelidad probada y de angustia profunda y verdadera por el destino histórico del pueblo y de la Patria. Hay más militares fuera del ejército que dentro de él.
El prestigio de España quedó por los suelos cuando ante el palpable perjuricio y traición los españolitos jugaron a eso de “la Constitución que nos hemos dado” y sandeces por el estilo. Cuando desaparezca, porque lo hará, toda esta tromenta de felonías y un puñado de españoles se decidan a recuperar la España que en deber y derecho nos pertenece, entonces el prestigio de España y de los españoles empezará a ser. Pero para eso es necesario comprometerse, dominar las pasiones inferiores y decir con Séneca:
“Yo que he nacido para grandes empresas, no he nacido para ser esclavo de mi carne”. ¡Alístate en la milicia de España! y haz como Martín Fierro:
“No me hago al lao de la güella
aunque vengan degollando;
con los blandos yo soy blando
y soy duro con los duros
y ninguno en un apuro
me ha visto andar mariconeando”
Francisco Requeté
Mas militar es el que tiene espíritu de milicia, hombre de entereza probada, de fidelidad probada y de angustia profunda y verdadera por el destino histórico del pueblo y de la Patria. Hay más militares fuera del ejército que dentro de él.
El prestigio de España quedó por los suelos cuando ante el palpable perjuricio y traición los españolitos jugaron a eso de “la Constitución que nos hemos dado” y sandeces por el estilo. Cuando desaparezca, porque lo hará, toda esta tromenta de felonías y un puñado de españoles se decidan a recuperar la España que en deber y derecho nos pertenece, entonces el prestigio de España y de los españoles empezará a ser. Pero para eso es necesario comprometerse, dominar las pasiones inferiores y decir con Séneca:
“Yo que he nacido para grandes empresas, no he nacido para ser esclavo de mi carne”. ¡Alístate en la milicia de España! y haz como Martín Fierro:
“No me hago al lao de la güella
aunque vengan degollando;
con los blandos yo soy blando
y soy duro con los duros
y ninguno en un apuro
me ha visto andar mariconeando”
Francisco Requeté
Tomado de Alto y Claro
MILITAR LA VIDA
Antes de emprender la marcha
llena tu memoria
con los santos, los héroes y los próceres.
Militar la vida es descubrir el sentido de los días
Es sentirse convocado.
Si te decides, carga tu alma con
plegarias y el rigor de tu credo convencido.
Para los días más oscuros
guarda la luz de la ternura
que encendieron tus padres en los primeros días.
Es necesario responder con el sí que compromete,
y avanzar al objetivo trazado desde arriba.
Iniciar la marcha con la absoluta conciencia de lo arduo
y llevar el corazón colmado de canciones.
Es caer y levantarse.
Marchar con el temor de los que conocen los peligros
y la confianza de los que creen en promesas.
Vencer el cansancio y el desánimo
con el anticipo imaginario del logro conseguido.
Superar los fracasos con nuevos desafíos,
y enterrar las derrotas sembrando la esperanza.
Hacer de las lágrimas
un rosario de consuelos.
Y en los días turbulentos refugiarte
en la inviolable interioridad de los que creen.
Piensa en los que amas, y por ellos
recupera el aliento en el combate.
Busca los ideales juveniles
y en ellos, encontraras la compañía de los que
iniciaron contigo la marcha en los inicios.
Piensa en los mas débiles,
que han puesto en tu combate
los últimos sueños en que creen.
Imagina que un día, un niño escuchara tu historia
e inspirado en ella comenzara a forjar la suya.
Evoca los días felices, las mañanas luminosas y las noches
cálidas de verano, la reunión familiar frente al fuego
el abrazo del amigo que regresa,
el primer beso y el mas puro sentimiento de tu primera novia,
y en el recuerdo serán refugio al desanimo.
Si vez que tu posición está rodeada,
recuerda a Cortez en la noche triste.
Si reniegas, Pedro arrepentido
te marcará el camino de regreso.
Si te acorralan imita a Pringles en Chancay.
A Falucho en el Callao.
A Cisneros que dijo “después de muerto hablamos”.
Si te expulsan repite con Mac Arthur “volveremos”.
Si no tienes armas acude a Giachino
que solo con Su vida conquisto la historia.
Si el aliento te abandona
el héroe de Maratón llegará en tu ayuda.
Si dubitas súmate a Cesar, y cruza el Rubicon.
Si todos se rinden recuerda al araucano
que no entrego su tierra
O a Cáceres en su solitaria lucha de guerrillas.
Si temes, Leónidas te dará las fuerzas.
Si no tienes fuerzas,Güemes te cederá sus “infernales”
para pelear por una causa justa.
Si estas solo Onoda estará a tu lado.
Si piensan que estas loco, recuerda
que el espíritu del Quijote forjo un imperio.
Si estas perdido el clarín de la retreta convocara a los tuyos.
Y si tu cuerpo ya esta inmóvil
el Cid te dará la victoria
y cuando todos te olviden
legiones de soldados desconocidos se presentaran a tu llamado
Y mientras milites
ten la oración entre tus labios
reza, pide, ruega, implora y espera
cada santo te dará lo suyo
Tomas su sabiduría
Francisco su sencillez
Martín su humildad
Ignacio su espíritu aguerrido
Teresita su ternura
Domingo su elocuencia
Catalina su carácter
Carlos su paciencia
Pablo su fortaleza
Agustín su comprensión de los tiempos
Magdalena su esperanza
y cuando no sepas a quien pedir
pídele a todos los santos del cielo
y ellos vendrán en tu ayuda
Y si estás vencido, con Cristo, desafía a la misma muerte
Y cuando eso no baste y el cansancio te agobie
levanta tus ojos y encontrarás al Padre que espera tu regreso.
El siempre estará, y en el más triste momento tendrás su mirada
que es el anuncio de su abrazo, y el retorno al hogar con la misión cumplida.
Milita cánsate, atrévete
y a pesar de todos los pesares
podrás decir un día en el ocaso de tu vida
con el rostro cruzado por arrugas “no fue en vano”e irradiarás la más hermosa sonrisa
de un anciano que no ha envejecido.
Tendrás entonces la eterna juventud
de los herederos del reino de Dios.
Por fin, militar la vida
es conservar el sentido de las cosas y expandir el reino,
de acuerdo al mandato dado.
Militar la vida es fundar la esperanza en el Señor que no defrauda
y mantener la fe en medio de lo efímero
con la absoluta convicción en la promesa.
Pedro Giunta
llena tu memoria
con los santos, los héroes y los próceres.
Militar la vida es descubrir el sentido de los días
Es sentirse convocado.
Si te decides, carga tu alma con
plegarias y el rigor de tu credo convencido.
Para los días más oscuros
guarda la luz de la ternura
que encendieron tus padres en los primeros días.
Es necesario responder con el sí que compromete,
y avanzar al objetivo trazado desde arriba.
Iniciar la marcha con la absoluta conciencia de lo arduo
y llevar el corazón colmado de canciones.
Es caer y levantarse.
Marchar con el temor de los que conocen los peligros
y la confianza de los que creen en promesas.
Vencer el cansancio y el desánimo
con el anticipo imaginario del logro conseguido.
Superar los fracasos con nuevos desafíos,
y enterrar las derrotas sembrando la esperanza.
Hacer de las lágrimas
un rosario de consuelos.
Y en los días turbulentos refugiarte
en la inviolable interioridad de los que creen.
Piensa en los que amas, y por ellos
recupera el aliento en el combate.
Busca los ideales juveniles
y en ellos, encontraras la compañía de los que
iniciaron contigo la marcha en los inicios.
Piensa en los mas débiles,
que han puesto en tu combate
los últimos sueños en que creen.
Imagina que un día, un niño escuchara tu historia
e inspirado en ella comenzara a forjar la suya.
Evoca los días felices, las mañanas luminosas y las noches
cálidas de verano, la reunión familiar frente al fuego
el abrazo del amigo que regresa,
el primer beso y el mas puro sentimiento de tu primera novia,
y en el recuerdo serán refugio al desanimo.
Si vez que tu posición está rodeada,
recuerda a Cortez en la noche triste.
Si reniegas, Pedro arrepentido
te marcará el camino de regreso.
Si te acorralan imita a Pringles en Chancay.
A Falucho en el Callao.
A Cisneros que dijo “después de muerto hablamos”.
Si te expulsan repite con Mac Arthur “volveremos”.
Si no tienes armas acude a Giachino
que solo con Su vida conquisto la historia.
Si el aliento te abandona
el héroe de Maratón llegará en tu ayuda.
Si dubitas súmate a Cesar, y cruza el Rubicon.
Si todos se rinden recuerda al araucano
que no entrego su tierra
O a Cáceres en su solitaria lucha de guerrillas.
Si temes, Leónidas te dará las fuerzas.
Si no tienes fuerzas,Güemes te cederá sus “infernales”
para pelear por una causa justa.
Si estas solo Onoda estará a tu lado.
Si piensan que estas loco, recuerda
que el espíritu del Quijote forjo un imperio.
Si estas perdido el clarín de la retreta convocara a los tuyos.
Y si tu cuerpo ya esta inmóvil
el Cid te dará la victoria
y cuando todos te olviden
legiones de soldados desconocidos se presentaran a tu llamado
Y mientras milites
ten la oración entre tus labios
reza, pide, ruega, implora y espera
cada santo te dará lo suyo
Tomas su sabiduría
Francisco su sencillez
Martín su humildad
Ignacio su espíritu aguerrido
Teresita su ternura
Domingo su elocuencia
Catalina su carácter
Carlos su paciencia
Pablo su fortaleza
Agustín su comprensión de los tiempos
Magdalena su esperanza
y cuando no sepas a quien pedir
pídele a todos los santos del cielo
y ellos vendrán en tu ayuda
Y si estás vencido, con Cristo, desafía a la misma muerte
Y cuando eso no baste y el cansancio te agobie
levanta tus ojos y encontrarás al Padre que espera tu regreso.
El siempre estará, y en el más triste momento tendrás su mirada
que es el anuncio de su abrazo, y el retorno al hogar con la misión cumplida.
Milita cánsate, atrévete
y a pesar de todos los pesares
podrás decir un día en el ocaso de tu vida
con el rostro cruzado por arrugas “no fue en vano”e irradiarás la más hermosa sonrisa
de un anciano que no ha envejecido.
Tendrás entonces la eterna juventud
de los herederos del reino de Dios.
Por fin, militar la vida
es conservar el sentido de las cosas y expandir el reino,
de acuerdo al mandato dado.
Militar la vida es fundar la esperanza en el Señor que no defrauda
y mantener la fe en medio de lo efímero
con la absoluta convicción en la promesa.
Pedro Giunta
martes, 24 de marzo de 2009
ORACIÓN CRISTERA
Oración compuesta por el Beato Anacleto González Flores y rezada por los cristeros de Jalisco al terminar el Santo Rosario.
"¡Jesús misericordioso!
Mis pecados son más que las gotas de sangre que derramaste por mí. No merezco pertenecer al ejército que defiende los derechos de tu Iglesia y que lucha por ti. Quisiera nunca haber pecado para que mi vida fuera una ofrenda agradable a tus ojos. Lávame de mis iniquidades y límpiame de mis pecados. Por tu Santa Cruz, por mi Madre Santísima de Guadalupe, perdóname, no he sabido hacer penitencia de mis pecados; por eso quiero recibir la muerte como un castigo merecido por ellos. No quiero pelear, ni vivir ni morir, sino por ti y por tu Iglesia. ¡Madre Santa de Guadalupe!, acompaña en su agonía a este pobre pecador. Concédeme que mi último grito en la tierra y mi primer cántico en el cielo sea ¡VIVA CRISTO REY!"
"¡Jesús misericordioso!
Mis pecados son más que las gotas de sangre que derramaste por mí. No merezco pertenecer al ejército que defiende los derechos de tu Iglesia y que lucha por ti. Quisiera nunca haber pecado para que mi vida fuera una ofrenda agradable a tus ojos. Lávame de mis iniquidades y límpiame de mis pecados. Por tu Santa Cruz, por mi Madre Santísima de Guadalupe, perdóname, no he sabido hacer penitencia de mis pecados; por eso quiero recibir la muerte como un castigo merecido por ellos. No quiero pelear, ni vivir ni morir, sino por ti y por tu Iglesia. ¡Madre Santa de Guadalupe!, acompaña en su agonía a este pobre pecador. Concédeme que mi último grito en la tierra y mi primer cántico en el cielo sea ¡VIVA CRISTO REY!"
24 DE MARZO: TODO ES MENTIRA
Por enésima vez, ante propios y extraños, y sin asomo de hipérbole, ante la historia, repetiremos que fuimos impugnadores del Proceso, antes, durante y después de su estallido. En sendos tiempos y por motivos múltiples y bien distintos a los que esgrimen de consuno las izquierdas, los fariseos y el mundo. Opositores activos: eso fuimos; con registros documentales de nuestra solitaria toma de posición, y con gestos igualmente verificables, sean los protagonizados por quienes aún vivimos, o por quienes ya se han muerto. Pero es esta irrevocable congruencia la que nos otorga autoridad y libertad para decir lo que hoy se calla, en medio de la ruin vocinglería que pugna por condenar lo sucedido en el trigésimo aniversario del 24 de marzo de 1976.
Se calla la criminalidad marxista que tomó las formas irregulares pero previstas de la guerra revolucionaria, desatada contra nuestro país como parte de la estrategia internacional de la insurrección comunista. Fue esta ofensiva, primera en el tiempo; después y como consecuencia, la reacción de las Fuerzas Armadas; y si de buscar causas eficientes anteriores se tratara, para explicar aquella roja embestida terrorista, aquí entre nosotros, al menos, habría que volver los ojos hacia la quiebra intencional del bien común causada por casi siglo y medio de liberalismo político dominante. El Régimen, que es la democracia liberal en acción, destrozó a la Argentina. A grupas de tamaña ignominia y cultivados por caldo tan maloliente, los marxistas y demás compañeros de ruta asomaron sus depredadoras furias. La reacción de las Fuerzas Armadas era tan legítima como necesaria; y se requería, además, que fuera tan briosa en sus actos bélicos cuanto diáfana en la doctrina con que sustentar aquéllos. En su lugar sobrevino el Proceso, paródica versión castrense del mismo mal regiminoso.
Existía y existe la recta doctrina de la guerra justa, y existieron soldados con porte de guerreros heroicos, caídos gloriosamente en combate unos, o sobreviviendo otros con sus cicatrices a cuestas, en el anonimato o la prisión. Si los altos mandos procesistas trocaron aquella doctrina por casuísticas inmorales, y si en pos de ellas algunos ultrajaron sus uniformes, ni lo uno ni lo otro, que execrable resultan, anulan la licitud de la lucha antisubversiva y el honor y la gratitud debidos a quienes se entregaron limpiamente a ella. Ni lo uno ni lo otro vuelven inocentes y paradigmáticos a los asesinos de la guerrilla, ahora en el disfrute pleno, rencoroso e impune del gobierno. Ni lo uno y lo otro nos autorizan a olvidar los gestos viriles de los que batallaron por Dios y por la Patria.
Cuando el 9 de marzo, el Brigadier General Eduardo Schiaffino, en servil y traidor alineamiento con sus genuflexos pares, declaró que “no hay solidaridad con el delito, con la tortura y con la cobardía”, debió entonces, en un gesto de coherencia, desenvainar su simbólica espada para atravesar con ella a sus mandantes que exigentes lo observan humillarse. ¿O la Garré y el Kirchner, o los cien nombres vergonzosos de este gobierno homicida, tienen las manos limpias del delito de sedición contra la Argentina, de vejámenes y torturas contra aquellos que secuestraban o asesinaban, y de la cobardía innombrable de atacar como lo hacían, ayer al acecho, en emboscadas torvas, y en la actualidad con la sevicia de un poder despótico e infame? Cuando el mismo Brigadier, tras los pasos inicuos de Godoy y de Bendini, o los de Balza otrora, cumple en repudiar “los excesos agraviantes a la dignidad humana”, debería asimismo, si congruo fuera en decoro, estrellar su repudio en los rostros canallescos del presidente y sus secuaces. ¿O no agraviaron ellos la dignidad humana cuando mataron a mansalva a civiles y militares, sin exceptuar niños o personas indefensas? ¿O no agravian ellos la dignidad humana en los días que corren, con sus políticas explícitamente anticristianas a favor de la contranatura y de la ominosa cultura de la muerte? Cuando, al fin, el aéreo jefe, repulsa a los hombres de su oficio por haber “dejado de lado los valores morales que históricamente fueron la fortaleza de la sociedad argentina”, debería extender la repulsa, si no fallase su hombría, a la clase política bajo cuyas órdenes ofrece tan fiero espectáculo de obsecuencia. ¿O esta lacra montoneril y erpiana que gobierna, sicaria por antecedentes, resentida y burdelesca, mentirosa e indocta, ordinaria y procaz, hedonista y frívola, hecha para el latrocinio y la sodomía, representa acaso la encarnadura de los “valores morales que históricamente fueron la fortaleza de la sociedad argentina”? ¿O tenemos que volver a probar que jurídica y éticamente es a los guerrilleros a quienes se les aplica primero el concepto de crimen de lesa humanidad? ¿O es que se pretende instalar la sinrazón de que los siete años del Proceso fueron una epojé infernal en un devenir de períodos históricos angelicales e incruentos?
Muchas cosas más se callan en este aniversario, declarado con demoníaco sarcasmo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Nada nacional hay en los días del oficialismo, signado por la servidumbre al poder mundial del dinero. La memoria que ejercitan es una amnesia selectiva y tergiversadora, en virtud de la cual llaman hazañas a sus depravaciones. La invocada verdad es la falsificación intencional y sistemática de la historia, con peores ardides que los desplegados por la masonería decimonónica. Y la justicia es un tribunal compuesto por aborteros y mamarrachos contranatura.
Ni democracia ni dictablandas. Ni cipayos de overol, de levita o de uniformes. Ni militares emasculados ni la hez izquierdista. Hecha con Chesterton la salvedad semántica, según la cual, la revolución es dar la vuelta entera y regresar al Orden, a 30 años del 24 de marzo de 1976, seguimos repitiendo lo mismo que escribimos entonces, con juveniles brazos, en las paredes de Buenos Aires: No al golpe liberal; sí a la Revolución Nacionalista.
Antonio Caponnetto
Antonio Caponnetto
jueves, 19 de marzo de 2009
MIRE LOS MUROS
Letras recitadas en este blog dedicadas a un amigo militar, de la Armada Española.
¡La espada siempre en alto, camarada y amigo!
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Francisco de Quevedo
¡La espada siempre en alto, camarada y amigo!
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Francisco de Quevedo
LAMENTACIÓN DE LA ESPADA
Fue así la guerra y mi temible lumbre se convirtió por doquier en signo de la Majestad.
Aparecí como sublime instrumento de la providencial efusión de sangre y en mi inconsciencia maravillosa de elegida del Destino, comulgué con todos los sentimientos humanos capaces de acelerarla.
Tengo sin duda el derecho de sentirme orgullosa, pues fui apasionadamente adorada.
Puesto que era la mensajera o la acólita del Señor Altísimo hasta en la aparente iniquidad de mis vías, pronto se apercibieron que cumplía con una tarea divina y llegó el día en que el heroísmo occidental me dio precisamente la forma sagrada del instrumento de suplicio que me había sido preferido para la Redención…
Pero es tan repugnante lo que sucede en este siglo de roña, desautorizado por la misma canalla del infierno, que ya no sé dónde deberá empaparme el Exterminador un día para purificarme de los usos inauditos que de mí se han hecho. Me he convertido en el último recurso y en la amante fatídica de rufianes en litigio y de periodistas vendidos cuya purulencia espantaría a Sodoma.
Proyectos de hombres, microscópicos Judas, logrados quien sabe por qué fétidos ayuntamientos de viejos venenosos, no contentos con volcarse recíprocamente sobre la cabeza sus almas de estiércol, aún se atreven a dirimir por mi intermedio sus querellas de lupanar.
Osan tocar con sus manos podridas, capaces de oxidar los rayos del día, la Espada de los Ángeles y de los Caballeros…
Y soy yo, la antiquísima Espada de los Mártires y de los Guerreros, la empleada en esta tarea de albañal. Pero que tengan cuidado, los palafreneros nocturnos de la yegua popular. Devoro lo que toco y apelaré de mí misma ante mí misma para castigar a mis profanadores. Mis lamentos son misteriosos y terribles. El primero perforó los cielos y ahogó la tierra. El segundo hizo correr dos mil años de Orinocos de sangre humana, pero en el tercero, el de ahora, estoy a punto de recuperar mi forma primera. Voy a volver a ser la espada de llamas y los hombres al fin sabrán, para reventar de espanto, qué cosa es este remolino del que se habla en la Escritura.
León Bloy
Aparecí como sublime instrumento de la providencial efusión de sangre y en mi inconsciencia maravillosa de elegida del Destino, comulgué con todos los sentimientos humanos capaces de acelerarla.
Tengo sin duda el derecho de sentirme orgullosa, pues fui apasionadamente adorada.
Puesto que era la mensajera o la acólita del Señor Altísimo hasta en la aparente iniquidad de mis vías, pronto se apercibieron que cumplía con una tarea divina y llegó el día en que el heroísmo occidental me dio precisamente la forma sagrada del instrumento de suplicio que me había sido preferido para la Redención…
Pero es tan repugnante lo que sucede en este siglo de roña, desautorizado por la misma canalla del infierno, que ya no sé dónde deberá empaparme el Exterminador un día para purificarme de los usos inauditos que de mí se han hecho. Me he convertido en el último recurso y en la amante fatídica de rufianes en litigio y de periodistas vendidos cuya purulencia espantaría a Sodoma.
Proyectos de hombres, microscópicos Judas, logrados quien sabe por qué fétidos ayuntamientos de viejos venenosos, no contentos con volcarse recíprocamente sobre la cabeza sus almas de estiércol, aún se atreven a dirimir por mi intermedio sus querellas de lupanar.
Osan tocar con sus manos podridas, capaces de oxidar los rayos del día, la Espada de los Ángeles y de los Caballeros…
Y soy yo, la antiquísima Espada de los Mártires y de los Guerreros, la empleada en esta tarea de albañal. Pero que tengan cuidado, los palafreneros nocturnos de la yegua popular. Devoro lo que toco y apelaré de mí misma ante mí misma para castigar a mis profanadores. Mis lamentos son misteriosos y terribles. El primero perforó los cielos y ahogó la tierra. El segundo hizo correr dos mil años de Orinocos de sangre humana, pero en el tercero, el de ahora, estoy a punto de recuperar mi forma primera. Voy a volver a ser la espada de llamas y los hombres al fin sabrán, para reventar de espanto, qué cosa es este remolino del que se habla en la Escritura.
León Bloy
miércoles, 18 de marzo de 2009
¿DÓNDE VAS OCCIDENTE?
"Hasta que no llegué a Occidente y pasé dos años observando alrededor mío, no pude nunca imaginar cómo una extrema degradación ha producido un mundo sin voluntad, un mundo cada vez más petrificado frente al peligro que tiene que afrontar. Hoy todos estamos al borde de un cataclismo histórico, una inundación que se tragará la civilización y cambiará las épocas... El alma humana desea cosas más elevadas, más cálidas y más puras de las que se ofrecen hoy a las masas, desde el estupor televisivo a la música insoportable..."
Alexander Solzhenitsin
¡EN PIE!
Cuando se produce una agresión, en este caso a la Patria, flagelando la Fe que la dio vida y esplendor, despedazando la Historia forjada con los más penosos sacrificios, la postura de quienes nos sentimos españoles, a pesar de todo, es la de aquellos ángeles que un poeta y mártir describió a la entrada del paraíso. Una postura firme, erecta, portando en las manos espadas de combate, de vigilia, por cuánto allí se cobija. Ángeles que actúan y no hablan, que se alejan de la palabrería vana para empeñar sus fuerzas en el acto de servicio para el que son requeridos.
Esa postura urge adoptar. Aquella que vela en tensión los destinos de España, acompañando cada paso agonizante de la Patria por el camino hacia la muerte. Sólo así, junto a ella, sabrá la Historia de la existencia de un puñado de hombres, que en el siglo XXI mantuvo viva la llama del Patriotismo. Aquella antorcha que es llama y que llama. Que llama al calor de su entorno a los hijos desconcertados por la enfermedad de la madre.
Para cualquiera que sea el final nos ofrecemos. Si tras la agonía viniera el triste desenlace, podremos llorar a la muerte pues habríamos sabido combatir como hombres lo que otros como mujerzuelas entregaron por treinta monedas. Si por el contrario, la luz de la Victoria iluminara nuestro solar patrio, allí emocionados recordaríamos los sacrificios ofrecidos para que la gesta nunca más apremiara ser reconquistada. Allí nos encontraremos. Solos, quizás, frente a tanta impiedad, pasotismo, bajeza o traición. Pero sin renunciar al pasado que desde atrás nos sigue empujando. Sin menguar la acometividad de la contienda, pese a la soledad que nos envuelve, pues nos sabemos herederos de nuestros ancestros que fueron auténticos novios de la muerte. De la muerte por la Cruz y por la Bandera.
No podemos más que mirar al frente, visionar la Cruz que resplandece en el horizonte y levantarnos. Sí, puestos en pie, recitando el credo inmortal de España, avanzaremos sin importarnos quien nos acompañe. Ondeando se encuentra la enseña roja y gualda, resistiendo la tempestad que anhela su arriada. Pero mientras exista un solo español, orgulloso de su sangre y consecuente con su credo, estará alzada la bandera. Y aquí estaremos nosotros, con España y para España, hasta que Dios nos separe de ella para unirnos a Él eternamente.
Esa postura urge adoptar. Aquella que vela en tensión los destinos de España, acompañando cada paso agonizante de la Patria por el camino hacia la muerte. Sólo así, junto a ella, sabrá la Historia de la existencia de un puñado de hombres, que en el siglo XXI mantuvo viva la llama del Patriotismo. Aquella antorcha que es llama y que llama. Que llama al calor de su entorno a los hijos desconcertados por la enfermedad de la madre.
Para cualquiera que sea el final nos ofrecemos. Si tras la agonía viniera el triste desenlace, podremos llorar a la muerte pues habríamos sabido combatir como hombres lo que otros como mujerzuelas entregaron por treinta monedas. Si por el contrario, la luz de la Victoria iluminara nuestro solar patrio, allí emocionados recordaríamos los sacrificios ofrecidos para que la gesta nunca más apremiara ser reconquistada. Allí nos encontraremos. Solos, quizás, frente a tanta impiedad, pasotismo, bajeza o traición. Pero sin renunciar al pasado que desde atrás nos sigue empujando. Sin menguar la acometividad de la contienda, pese a la soledad que nos envuelve, pues nos sabemos herederos de nuestros ancestros que fueron auténticos novios de la muerte. De la muerte por la Cruz y por la Bandera.
No podemos más que mirar al frente, visionar la Cruz que resplandece en el horizonte y levantarnos. Sí, puestos en pie, recitando el credo inmortal de España, avanzaremos sin importarnos quien nos acompañe. Ondeando se encuentra la enseña roja y gualda, resistiendo la tempestad que anhela su arriada. Pero mientras exista un solo español, orgulloso de su sangre y consecuente con su credo, estará alzada la bandera. Y aquí estaremos nosotros, con España y para España, hasta que Dios nos separe de ella para unirnos a Él eternamente.
Miguel Menéndez Piñar
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martes, 17 de marzo de 2009
A LOS SACERDOTES
"La conciencia de los radicales cambios sociales de las últimas décadas debe movilizar las mejores energías eclesiales para cuidar la formación de los candidatos al ministerio. En particular, debe estimular la constante solicitud de los Pastores hacia sus primeros colaboradores, sea cultivando relaciones humanas verdaderamente paternas, sea preocupándose de su formación permanente, especialmente en el aspecto doctrinal y espiritual. La misión tiene sus raíces, de modo especial, en una buena formación, desarrollada en comunión con la ininterrumpida Tradición eclesial, sin cortes ni tentaciones de discontinuidad. En este sentido, es importante favorecer en los sacerdotes, sobre todo en las jóvenes generaciones, una correcta recepción de los textos del Concilio Ecuménico Vaticano II, interpretados a la luz de todo el bagaje doctrinal de la Iglesia. Es urgente, también, recuperar aquella conciencia que impulsa a los sacerdotes a estar presentes, identificables y reconocibles, sea por el juicio de fe, sea por las virtudes personales, sea también por el hábito, en los ámbitos de la cultura y de la caridad, desde siempre en el corazón de la misión de la Iglesia".
Benedicto XVI.
lunes, 16 de marzo de 2009
PARAÍSO DE LA JUVENTUD
Nos están robando la juventud a base de tergiversar nuestro destino, poniendo barreras y obstáculos a nuestro espíritu reaccionario, entendiendo éste como la rebeldía justa y necesaria ante cualquier descomposición que afecta de forma irreversible a la Causa Nacional, poniendo en grave peligro la existencia misma del pueblo español.
El otro día, un hombre de reconocido prestigio internacional, entre las filas militantes de los que creemos aún en la redención de la Patria cautiva, se despidió de mi exhortándome a disfrutar de la vida. Gozo, me advirtió, que debe ser sano, cuando contempló mi extrañeza por esa dicha. Fue un consejo desafortunado por completo. Al que, por supuesto, no es lícito seguir. La juventud no fue hecha para el placer, sino para el heroísmo, nos dejó dicho Paul Claudel, a modo de consigna imperante y urgente. Es la predicación que se aleja de la sociedad de estos tiempos, la del consumo, la diversión, el materialismo y las aspiraciones personales en busca de un capital que jamás será heredado en la eternidad. El hombre, y mucho menos los jóvenes, nunca deben ser considerados como un conjunto de carne y huesos que vagan por este mundo sin exaltaciones extraordinarias y viriles. Fue un Capitán, precisamente de juventudes, poeta y mártir, césar de nuestra última Cruzada de liberación nacional, el que consideró al hombre como “envoltura corporal de un alma racional capaz de salvarse o condenarse por toda la eternidad”. El mismo que vislumbró en los hombros humanos, no las cargas nihilistas y hedonistas de estos tiempos, sino los valores eternos que son portados hasta el umbral de la muerte.
Hoy no se suscita ni la exaltación de la vida heroica ni los valores eternos. Desde nuestras mismas filas, insisten, una y otra vez, en los grandes ejemplos que suponen la vida de aquellos que forjaron la España imperial, gigantesca, evangelizadora del inca y cruzada contra el invasor. Y la incongruencia está en la palabrería fácil de poner siempre sus nombres en cualquier boca ágil, para después negar su espíritu en el joven que quiere imitar. Nosotros creemos en los arquetipos. Pero porque creemos en ellos, anhelamos sus vidas incorporadas a las nuestras. Nos negamos a que formen únicamente parte del pasado y no puedan serlo del presente y del futuro. Sus páginas, escritas con gloria, en la historia de la Patria, no tendrían valor alguno si después de muchos años, siglos incluso, no hubiera un puñado de hombres dispuestos a recoger el testigo de sus enseñanzas. Enseñanza de palabra, con su doctrina; de obra, con la ejemplaridad de sus vidas; y de sangre, pues la derramaron por esta empresa sublime, que fue suya y ahora es nuestra.
Pero toda aceptación implica una renuncia. Aceptar la vida fácil, de las aspiraciones económicas y la homologación con esta sociedad, trae inseparablemente la renuncia a nuestros Ideales y a las virtudes que lo sustentan. El sacrificio, el honor, la lealtad, la camaradería... todo ello es incompatible con la pusilanimidad, la tibieza y las medias tintas de aquellos que siendo un tiempo de los nuestros, se entregaron, con los brazos abiertos, a la democracia, el liberalismo y la disolución de los valores permanentes. Y si por el contrario el hombre abraza el Ideal de la Patria, gastando y desgastando la vida por ella, no tiene más remedio que despojarse de las ataduras de este mundo, de sus seducciones materiales y sociales, para poner todo al servicio de España. El único patrimonio deseado y amasado por el patriota es aquel que conservan los nuestros, allá arriba, en los luceros.
Jóvenes. Soldados todos de una Causa entregada, traicionada y asesinada. Militantes de la Patria sangrante y despedazada. Hijos de la España inmortal. Porque sois y debéis ser el futuro del que dependa el amanecer arrollador de la nueva primavera, habréis de aceptar que nuestras vidas están contra la comodidad, pues en la calle y en las trincheras jamás lucharon los cuerpos sin almas. Y decimos con José Antonio, siempre presente entre nosotros, que “queremos un paraíso difícil, vertical e implacable, donde no se descanse nunca y que tenga junto a las jambas de las puertas, ángeles con espadas”. Dejad de lado, por tanto, a los señoritos de cabaret. No son de los vuestros, aunque sean capaces de vivar a la Patria urbi et orbe. Enrolados en sus festines no ven más allá de su bolsillo. Nosotros, porque estamos en duelo, huimos de su techo dorado para asumir la austeridad y salir ahí fuera, “al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo y en lo alto las estrellas”
El otro día, un hombre de reconocido prestigio internacional, entre las filas militantes de los que creemos aún en la redención de la Patria cautiva, se despidió de mi exhortándome a disfrutar de la vida. Gozo, me advirtió, que debe ser sano, cuando contempló mi extrañeza por esa dicha. Fue un consejo desafortunado por completo. Al que, por supuesto, no es lícito seguir. La juventud no fue hecha para el placer, sino para el heroísmo, nos dejó dicho Paul Claudel, a modo de consigna imperante y urgente. Es la predicación que se aleja de la sociedad de estos tiempos, la del consumo, la diversión, el materialismo y las aspiraciones personales en busca de un capital que jamás será heredado en la eternidad. El hombre, y mucho menos los jóvenes, nunca deben ser considerados como un conjunto de carne y huesos que vagan por este mundo sin exaltaciones extraordinarias y viriles. Fue un Capitán, precisamente de juventudes, poeta y mártir, césar de nuestra última Cruzada de liberación nacional, el que consideró al hombre como “envoltura corporal de un alma racional capaz de salvarse o condenarse por toda la eternidad”. El mismo que vislumbró en los hombros humanos, no las cargas nihilistas y hedonistas de estos tiempos, sino los valores eternos que son portados hasta el umbral de la muerte.
Hoy no se suscita ni la exaltación de la vida heroica ni los valores eternos. Desde nuestras mismas filas, insisten, una y otra vez, en los grandes ejemplos que suponen la vida de aquellos que forjaron la España imperial, gigantesca, evangelizadora del inca y cruzada contra el invasor. Y la incongruencia está en la palabrería fácil de poner siempre sus nombres en cualquier boca ágil, para después negar su espíritu en el joven que quiere imitar. Nosotros creemos en los arquetipos. Pero porque creemos en ellos, anhelamos sus vidas incorporadas a las nuestras. Nos negamos a que formen únicamente parte del pasado y no puedan serlo del presente y del futuro. Sus páginas, escritas con gloria, en la historia de la Patria, no tendrían valor alguno si después de muchos años, siglos incluso, no hubiera un puñado de hombres dispuestos a recoger el testigo de sus enseñanzas. Enseñanza de palabra, con su doctrina; de obra, con la ejemplaridad de sus vidas; y de sangre, pues la derramaron por esta empresa sublime, que fue suya y ahora es nuestra.
Pero toda aceptación implica una renuncia. Aceptar la vida fácil, de las aspiraciones económicas y la homologación con esta sociedad, trae inseparablemente la renuncia a nuestros Ideales y a las virtudes que lo sustentan. El sacrificio, el honor, la lealtad, la camaradería... todo ello es incompatible con la pusilanimidad, la tibieza y las medias tintas de aquellos que siendo un tiempo de los nuestros, se entregaron, con los brazos abiertos, a la democracia, el liberalismo y la disolución de los valores permanentes. Y si por el contrario el hombre abraza el Ideal de la Patria, gastando y desgastando la vida por ella, no tiene más remedio que despojarse de las ataduras de este mundo, de sus seducciones materiales y sociales, para poner todo al servicio de España. El único patrimonio deseado y amasado por el patriota es aquel que conservan los nuestros, allá arriba, en los luceros.
Jóvenes. Soldados todos de una Causa entregada, traicionada y asesinada. Militantes de la Patria sangrante y despedazada. Hijos de la España inmortal. Porque sois y debéis ser el futuro del que dependa el amanecer arrollador de la nueva primavera, habréis de aceptar que nuestras vidas están contra la comodidad, pues en la calle y en las trincheras jamás lucharon los cuerpos sin almas. Y decimos con José Antonio, siempre presente entre nosotros, que “queremos un paraíso difícil, vertical e implacable, donde no se descanse nunca y que tenga junto a las jambas de las puertas, ángeles con espadas”. Dejad de lado, por tanto, a los señoritos de cabaret. No son de los vuestros, aunque sean capaces de vivar a la Patria urbi et orbe. Enrolados en sus festines no ven más allá de su bolsillo. Nosotros, porque estamos en duelo, huimos de su techo dorado para asumir la austeridad y salir ahí fuera, “al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo y en lo alto las estrellas”
Miguel Menéndez Piñar
miércoles, 11 de marzo de 2009
LA MANIPULACIÓN DE LA PALABRA EN LA POLÍTICA
Ayer por la tarde un buen amigo me decía que lo importante en los políticos son sus declaraciones públicas. Es así, según él, cómo ellos se comprometen a una determinada actuación con el pueblo, sus votantes al fin y al cabo, como si la palabra precediera a la acción. No puedo estar de acuerdo con su teoría.
Primero hay que decir que la palabra ha perdido todo sentido ontológico, de forma general, y en lo que se refiere a la clase política, en particular. Antes, en otros tiempos, la palabra se asentaba en la fidelidad a una idea, para representar y defender un determinado pensamiento. Ahora, en cambio, la palabra sólo sirve para acariciar las emociones y hasta la conciencia del receptor. Es el arte de la simulación y el engaño. Digámoslo claro. Es la artimaña a la que siempre se llamó mentira y que ahora, ni el oído ni la mente, son capaces de detectarlo.
En segundo término, lo anterior responde a la forma de proceder que es parte esencial de la perversión del sistema actual. La palabrería barata, la demagogia sucia o la gratuidad en afirmaciones falsas y embusteras para defender, de cara al exterior y según el público o el foro donde se hable, cosas radicalmente opuestas a la actuación general del emisor. El objetivo de todo político es gobernar, llegar al poder democráticamente por las urnas. Y para ganar necesita más votos que su rival, lográndolo si consigue convencer al votante. Para eso, lógicamente, tendrá que decirle al receptor aquello que este quiera escuchar. Dicho de otra manera más clara y rotunda. Mentir se ha convertido en profesión y ha tomado el nombre de política, despedazando etimológicamente este término, que no es otra cosa, en su definición clásica, que las acciones del gobernante en beneficio del bien común, de la sociedad, del pueblo.
Entenderán si les digo, y quizá lo compartan, que detesto a la clase política actual que vive de la mentira y el engaño a costa de nosotros, españoles, a los que debían defendernos. Que nadie se equivoque: los políticos, los partidos y el mismo sistema del que forman parte nos prostituyen, a nosotros y nuestras vidas y familias, y lo que es peor, lo hacen con España a la que vemos y contemplamos con profunda tristeza en trance de muerte.
Por la noche, ayer, vi un video de Rajoy llenando su torpe boca de un discurso pró-vida y sentimental en contra de la nueva ley del aborto. Afirmando, incluso, que “el aborto es un asesinato” y que “no hay mayor progreso que reconocer y defender el derecho a la vida de todos, cuanto más, -añadió, el de los más indefensos”. Lo dijo en un programa de Intereconomía TV, El Gato al Agua, donde el presidente del Partido Popular sabía que iba a lidiar en un ambiente contrario al aborto. Hace un año, el mismo personaje, ante Iñaki Gabilondo y en una cadena de televisión, sensiblemente favorable al aborto, defendió el derecho de las mujeres a asesinar a sus hijos y se comprometió a mantener y hacer cumplir los tres supuestos de despenalización del crimen. Ya fue dicho anteriormente y las declaraciones de Mariano Rajoy son un ejemplo sencillo de la manipulación, el falseo de la palabra y el engaño a la gente. Sencillamente, la profesión política hecha carne en Rajoy.
¿Es importante lo que diga o prometa un político, gratuitamente? O quizá ¿no es preferible que los hechos sean la expresión de la política? ¿Nadie va a exigir a la llamada casta parasitaria honradez en su quehacer y veracidad en sus exposiciones? ¿Es legítimo disociar los hechos de la palabra cuando ésta es continua promesa?
Hay que recuperar la palabra que distinguía al caballero del malhechor y a las damas de las adulterinas. Urge custodiar la verdad, exaltarla y vitorearla, y denunciar la mentira y la manipulación de los bribones al servicio de sí mismos, costeados por todos y cada uno de los españoles.
Miguel Menéndez Piñar
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domingo, 8 de marzo de 2009
PRÉDICAS CATÓLICAS (1)
“Levántate, soldado de Cristo; levántate, sacúdete el polvo; vuélvete al campo de batalla, de donde huiste, a pelear con mayor fortaleza después de la fuga y a triunfar con mayor gloria. Muchos son los soldados que tiene Cristo, que comenzaron con coraje y perseveraron en él, y vencieron. Muchos menos se cuentan de los que, tras haberse declarado en fuga, volvieron al peligro antes temido e hicieron huir a los enemigos que antes los habían ahuyentado. Mas como todo lo raro es precioso, me alegro de que te cuentes entre aquellos que, cuanto más escasos son, tanto más gloriosos aparecerán. Por otra parte, si te sientes demasiado tímido, ¿a qué temer en donde no hay por qué, y no temer donde verdaderamente se ha de temer? ¿O piensas que porque te fugaste de la fortaleza, evadiste las acometidas de los enemigos? Con más furor te persigue el adversario si huyes que te combatirá si resistes; con mucha más audacia te atacará por la espalda que se resistirá de frente. Hoy, creyéndote seguro, prolongas tu sueño hasta entrada la mañana, cuando a la misma hora ya Jesús se había levantado del sepulcro en su resurrección. ¿E ignoras que estando desarmado, has de hallarte tú mismo más tímido y menos terrible a los enemigos? Tropa de gente armada ha rodeado tu casa, ¿y tú duermes? Ya escalan los muros, ya derriban las defensas, ya irrumpen por las brechas. ¿Y estarás más seguro si te toman solo que si estas con tus compañeros? ¿Valdrá más te sorprendan desnudo en cama que armado en el campo? Levántate, embraza las armas, júntate a los soldados que abandonaste en tu fuga. La misma cobardía que de ellos te separó, vuélvate con ellos a juntar. ¿Por qué rehusas la aspereza y el peso de las armas, cobarde soldado? El enemigo que ya tienes encima y las saetas voladoras que te rodean disparándote al corazón, te harán olvidar lo incómodo de la loriga, lo duro del casco, lo pesado del escudo. Ciertamente al que pasa de súbito de la sombra al sol o de la ociosidad al trabajo sin transición alguna, todo le parece pesado, porque comienza. pero cuando ya va olvidándose de aquello y haciéndose a esto, la misma costumbre quita la dificultad y ve fácil lo que juzgaba imposible. Aun los soldados más bravos tiemblan muchas veces al repentino son de trompeta, antes del combate; pero en llegando a las manos, la esperanza de la victoria y el temor de ser vencidos los hace intrépidos.
Mas ¿cómo tiemblas tú, rodeado de todos tus hermanos, que te ciñen cual muro defensivo, teniendo a los ángeles que asisten a tu lado y viendo caminar delante a Cristo que anima a los suyos a la victoria, diciendo: Confiad; yo he vencido al mundo? Si Cristo está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Seguro puedes pelear allí donde estas seguro de vencer. ¡Oh victoria segura por Cristo y con Cristo, de la que nadie puede defraudarte, ni herido, ni postrado, ni hollado, ni muerto, si posible fuere, mil veces. La única causa de no alcanzarla es la fuga. Huyendo puedes perderla, muriendo no puedes. Y feliz tú, si murieses luchando, porque al punto serías coronado, pero ¡ay de ti si, rehuyendo la pelea, perdieras juntamente la victoria y la corona! No lo consienta Aquel, hijo carísimo...”
San Bernardo Abad, doctor de la Iglesia.
CARTA A ESPAÑA
España, Patria mía, yo te quiero
y lo quiero decir con esta carta
que dicta el corazón en pobre verso
y lo dicta mi alma enamorada
pues, si viejo ya soy, la pasión tuya
me levanta, me quema y me arrebata.
Yo era un chico, un muchacho, casi un niño
Cuando oí el clarín de tu llamada
Y con miles de chicos estudiantes,
De la mar, de la tierra, de la fábrica
Acudí a las filas del Ejército
Y acudí a las filas de la Armada.
Boina Roja yo me puse en aquel Tercio
San marcial que tus glorias recordaba;
Peto azul yo me puse en aquel barco,
Primer barco, mi barco de mi alma.
Con Franco vencimos al marxismo
Y a quien te quiso rota y desmembrada.
La lucha fue cruel porque allí enfrente
También eran tus hijos y luchaban;
Ricardo Luén mi amigo el anarquista,
Mi amigo, que era hombre y que te amaba,
Allí enfrente murió porque era un hombre
De los tuyos, mi España, de tu raza.
También hubo reptiles y hubo hienas
Que mataban a placer en retaguardia
Y vive, sobreviven y bien viven
Palpando una Victoria no ganada,
Sino por ciertos perjuros y traidores
Sin ninguna razón casi entregada.
Mas falta el casi, España, Patria mía,
Aquí estamos, España, Vieja España,
Vieja nación y Joven siempre hermosa.
Si seres viles no te llaman Patria,
Barreremos los corros charlatanes,
Con un Cabo Pavía solo basta.
Ya no soy niño, ni chico, ni muchacho,
Ni lo son ya mis viejos camaradas,
Pero todos juramos tu Bandera
Y la juran los chicos de esta hornada
Que acuden a servirte, España mía,
En ejército, en el Aire y en la Armada
Y en las Fuerzas del Orden y en la Escuela
Y en el mar, en la tierra y en la fábrica.
Barreremos el viento de locura
Que pretende una España troceada.
Y, con menos política y más temple,
Lucharemos por Dios y por España.
España, Patria mía, yo te quiero
Y lo quiero decir en esta carta.
CAMILO MENÉNDEZ VIVES
Capitán de Navío. Requeté con quince años en la Cruzada.
y lo quiero decir con esta carta
que dicta el corazón en pobre verso
y lo dicta mi alma enamorada
pues, si viejo ya soy, la pasión tuya
me levanta, me quema y me arrebata.
Yo era un chico, un muchacho, casi un niño
Cuando oí el clarín de tu llamada
Y con miles de chicos estudiantes,
De la mar, de la tierra, de la fábrica
Acudí a las filas del Ejército
Y acudí a las filas de la Armada.
Boina Roja yo me puse en aquel Tercio
San marcial que tus glorias recordaba;
Peto azul yo me puse en aquel barco,
Primer barco, mi barco de mi alma.
Con Franco vencimos al marxismo
Y a quien te quiso rota y desmembrada.
La lucha fue cruel porque allí enfrente
También eran tus hijos y luchaban;
Ricardo Luén mi amigo el anarquista,
Mi amigo, que era hombre y que te amaba,
Allí enfrente murió porque era un hombre
De los tuyos, mi España, de tu raza.
También hubo reptiles y hubo hienas
Que mataban a placer en retaguardia
Y vive, sobreviven y bien viven
Palpando una Victoria no ganada,
Sino por ciertos perjuros y traidores
Sin ninguna razón casi entregada.
Mas falta el casi, España, Patria mía,
Aquí estamos, España, Vieja España,
Vieja nación y Joven siempre hermosa.
Si seres viles no te llaman Patria,
Barreremos los corros charlatanes,
Con un Cabo Pavía solo basta.
Ya no soy niño, ni chico, ni muchacho,
Ni lo son ya mis viejos camaradas,
Pero todos juramos tu Bandera
Y la juran los chicos de esta hornada
Que acuden a servirte, España mía,
En ejército, en el Aire y en la Armada
Y en las Fuerzas del Orden y en la Escuela
Y en el mar, en la tierra y en la fábrica.
Barreremos el viento de locura
Que pretende una España troceada.
Y, con menos política y más temple,
Lucharemos por Dios y por España.
España, Patria mía, yo te quiero
Y lo quiero decir en esta carta.
CAMILO MENÉNDEZ VIVES
Capitán de Navío. Requeté con quince años en la Cruzada.
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Camilo Menéndez Vives,
Oración
A LA CRUZ
Delante de la Cruz, los ojos míos
quédenseme, Señor, así mirando
y, sin ellos quererlo, estén llorando
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios, que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando
y, sin ellos quererlo, estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así, con la mirada en Vos prendida,
y así, con la palabra prisionera,
como la carne a vuestra Cruz asida,
quédeseme, Señor, el alma entera,
y así clavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera .
Rafael Sánchez Mazas
quédenseme, Señor, así mirando
y, sin ellos quererlo, estén llorando
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios, que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando
y, sin ellos quererlo, estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así, con la mirada en Vos prendida,
y así, con la palabra prisionera,
como la carne a vuestra Cruz asida,
quédeseme, Señor, el alma entera,
y así clavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera .
Rafael Sánchez Mazas
viernes, 6 de marzo de 2009
NUEVA LEY ASESINA DEL ABORTO EN ESPAÑA
"Los católicos tienen el deber y la obligación de impedir el aborto en España con todos los medios a su alcance".
Monseñor Guerra Campos, obispo santo y valiente de Cuenca.
lunes, 2 de marzo de 2009
UN OBISPO BUENO CON PALABRAS CLARAS
"Con frecuencia solemos expresar nuestro malestar con respecto a los contenidos que se nos ofrecen en las pantallas; pero, paradójicamente, lo hacemos sin apagar el televisor y sin desconectarnos de Internet. Esta misma contradicción es suficientemente indicativa de nuestra falta de libertad interior. Dentro del año paulino en el que nos encontramos, resuenan en nosotros las ardientes palabras del Apóstol: "Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud" (Ga 5, 1). Todo ello nos llevará a concluir: ¡Hay que ser libres para ayunar, pero también hay que ayunar para poder ser libres!"
Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de Palencia.
domingo, 1 de marzo de 2009
¿QUIÉN MATÓ A MARTA DEL CASTILLO?
Las víctimas de los monstruos lo son primero del clima social corrompido donde los monstruos se forman. En un clima moral donde se banalizan los afectos, donde se invita a los adolescentes a que traduzcan sus vivencias emotivas en «conducta sexual», donde se promueve la ruptura de los vínculos humanos, donde se combate la noción de autoridad familiar, donde los medios de comunicación exhortan a la promiscuidad festiva y los poderes públicos se erigen en dispensadores de una educación moral laxa, ¿cómo extrañarnos de que quienes padecen alguna tendencia fácilmente reprimible hacia lo anormal o aberrante se sientan inducidos a consumar tal tendencia? Si a un individuo con tendencias levemente torcidas lo educamos sin ninguna base espiritual y lo invitamos a pisotear todos los frenos sociales, ¿cómo extrañarnos de que, alcanzado por el hastío o por la ira, se incline cada vez más hacia el crimen? Más culpables que estos monstruos que asesinan niñas son quienes exacerban sus pasiones.
En estos días, vemos cómo se reclama la introducción de la cadena perpetua en nuestro sistema punitivo. Ante lo cual convendría realizar una reflexión sobre la naturaleza del castigo. Desde el momento en que se niega la autoridad de una ley suprema de justicia que no es dictada ni puede ser modificada por los hombres -lex divina-, el castigo sólo considera el perjuicio inferido a terceros. Pero existe, además de ese perjuicio, la ofensa a la ley suprema de justicia, y la retribución que se le debe. Mientras no admitamos como fundamento de todo derecho penal la existencia de una ley suprema de justicia a la que deben acomodarse todas las leyes que los hombres dictan, mientras se niegue la posibilidad de combatir el mal en sus fundamentos, los monstruos seguirán causando estragos. Y, cuando los monstruos causan estragos, el pueblo reacciona instintivamente demandando mayor severidad en el castigo. Si el pueblo estuviera persuadido de que la justicia humana sería el implacable brazo ejecutor de una ley suprema, no se entregaría a manifestaciones como las mencionadas. Pero el pueblo va perdiendo la confianza en una justicia que niega la autoridad de una ley suprema; y esa desconfianza se transforma en odio hacia los monstruos. Para acabar con esto, el clima moral que corrompe la sociedad debe ser atacado en sus raíces. Mientras la noción de ley suprema no lave el barrizal positivista que ha propiciado este clima moral corrompido, todo será arar sobre el mar.
No combatimos contra monstruos, sino contra un virus espiritual. Si a un hombre se le incita a pensar inmoralmente, terminará actuando inmoralmente. El escándalo montado en estos días por los medios de comunicación, cómplices activos en el sostenimiento de un clima social corrompido, es, por lo demás, de una hipocresía sórdida que no hace sino acrecentarlo. Allá en la Edad Media -la bárbara Edad Media, que diría un analfabeto-, se ocultaba el crimen y se hacía público el castigo, para corrección del culpable y enseñanza del pueblo. En nuestra época -tan civilizada, que diría un analfabeto- se oculta el castigo y se hace ostentación del crimen a través de los medios de comunicación; y el crimen, en alas de una publicidad macabra, se convierte en una imagen obsesivamente atractiva para el pueblo, o bien provoca en él un revoltijo de indignación y curiosidad morbosa, pasiones ciegas que no hacen sino convertir la sociedad en un manicomio donde florece el afán de venganza, en lugar de brindarle una gran lección de humanidad y justicia, como ocurría en aquella bárbara Edad Media. Que, a diferencia de esta edad tan civilizada, creía en la existencia de una ley suprema, y en la retribución que exige su ofensa.
Juan Manuel de Prada
En estos días, vemos cómo se reclama la introducción de la cadena perpetua en nuestro sistema punitivo. Ante lo cual convendría realizar una reflexión sobre la naturaleza del castigo. Desde el momento en que se niega la autoridad de una ley suprema de justicia que no es dictada ni puede ser modificada por los hombres -lex divina-, el castigo sólo considera el perjuicio inferido a terceros. Pero existe, además de ese perjuicio, la ofensa a la ley suprema de justicia, y la retribución que se le debe. Mientras no admitamos como fundamento de todo derecho penal la existencia de una ley suprema de justicia a la que deben acomodarse todas las leyes que los hombres dictan, mientras se niegue la posibilidad de combatir el mal en sus fundamentos, los monstruos seguirán causando estragos. Y, cuando los monstruos causan estragos, el pueblo reacciona instintivamente demandando mayor severidad en el castigo. Si el pueblo estuviera persuadido de que la justicia humana sería el implacable brazo ejecutor de una ley suprema, no se entregaría a manifestaciones como las mencionadas. Pero el pueblo va perdiendo la confianza en una justicia que niega la autoridad de una ley suprema; y esa desconfianza se transforma en odio hacia los monstruos. Para acabar con esto, el clima moral que corrompe la sociedad debe ser atacado en sus raíces. Mientras la noción de ley suprema no lave el barrizal positivista que ha propiciado este clima moral corrompido, todo será arar sobre el mar.
No combatimos contra monstruos, sino contra un virus espiritual. Si a un hombre se le incita a pensar inmoralmente, terminará actuando inmoralmente. El escándalo montado en estos días por los medios de comunicación, cómplices activos en el sostenimiento de un clima social corrompido, es, por lo demás, de una hipocresía sórdida que no hace sino acrecentarlo. Allá en la Edad Media -la bárbara Edad Media, que diría un analfabeto-, se ocultaba el crimen y se hacía público el castigo, para corrección del culpable y enseñanza del pueblo. En nuestra época -tan civilizada, que diría un analfabeto- se oculta el castigo y se hace ostentación del crimen a través de los medios de comunicación; y el crimen, en alas de una publicidad macabra, se convierte en una imagen obsesivamente atractiva para el pueblo, o bien provoca en él un revoltijo de indignación y curiosidad morbosa, pasiones ciegas que no hacen sino convertir la sociedad en un manicomio donde florece el afán de venganza, en lugar de brindarle una gran lección de humanidad y justicia, como ocurría en aquella bárbara Edad Media. Que, a diferencia de esta edad tan civilizada, creía en la existencia de una ley suprema, y en la retribución que exige su ofensa.
Juan Manuel de Prada
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