Se conjugan varias
circunstancias, en estos tiempos, que me han llevado a elegir el tema de la
juventud, inmersa en la crisis de España.
Hubo un tiempo en que la juventud
fue un don preciado para la Patria. Los pueblos grandes, que han escrito con
letras de oro el libro eterno de la Historia, jamás lo hubieran hecho sin la
fuerza de una juventud sana, comprometida y militante. Puede decirse, sin
errar, que la grandeza de un pueblo se mide según la juventud que posee. A
medida que la juventud degenera, al mismo tiempo los pueblos se ven condenados
a las crisis más profundas.
Nuestra Patria, que ha atravesado
innumerables problemas a lo largo de su historia, jamás se encontró con un
calvario tan penoso como el sufrido en los últimos 40 años. Es por ello, que me
referiré a la Pasión de España vivida en el periodo final del régimen de
Francisco Franco y el que va desde su muerte hasta nuestros días. No hace falta
enumerar aquí las leyes aberrantes que imperan, aborto y homosexualidad de por
medio. Ni nombrar los hechos bochornosos que hicieron templar a la Nación,
como, últimamente, la puesta en libertad del asesino Ignacio de Juana Chaos,
por méritos de peso. Recordemos, únicamente, la situación de nuestra Patria
antes de enfermar, mortalmente, como más tarde veremos.
Para no abundar demasiado en el
contexto histórico, de sobra conocido en esta casa, me limitaré a recordar
algunos puntos que creo necesarios.
- España venía de andar, por el
siglo XIX, sin dirección alguna. A una gesta tan gloriosa como la del 2 de Mayo
de 1808, le sucedió a nuestro pueblo un sin fin de cambios políticos, sociales
y culturales. Cambios que no hicieron otra cosa que desestabilizar aún más
nuestra situación y mermar nuestra potencia y recuperación. La penetración de
las corrientes liberales-francesas, combatidas heroicamente en las tres guerras
carlistas, sacudieron los cimientos de las Españas, cayendo, uno a uno, los
pilares que la sustentaban. Sí, desde la independencia de Chile o Argentina,
hasta la de Cuba o Filipinas, fueron terremotos que asolaron nuestro pueblo,
pues todas y cada una de las emancipaciones territoriales no fueron sino un
robo ilegítimo a España. Porque pese a quien pese, Argentina o Chile, Colombia
o el Ecuador, Panamá o Guatemala, Cuba o Puerto Rico, fueron, son y serán
España. A la pérdida de nuestros territorios de ultramar, se unió,
paralelamente, la inestabilidad política producida por la desaparición de la
monarquía católica, social, tradicional y representativa.
- Entró la Patria, descuartizada,
en el siglo XX con una profunda decadencia. Pero la verdadera agitación social
estaba por llegar. Tras las justas protestas del obrero, las garras marxistas
tomaron posiciones. Las revueltas extranjeras pronto se esparcieron por las
ciudades españolas. El liberalismo, emergente en aquellas penosas cortes de
Cádiz, entraba de la mano del comunismo en los años treinta con la proclamación
de la Segunda República. La mitad de nuestros hermanos, engañados por las
sucias promesas izquierdistas, decidieron repudiar a su patria y pisotear, sin
escrúpulos, la Cruz de Cristo y la Enseña Nacional. Era la antiEspaña, que
aglutinó, con ideas forasteras, las persecuciones más atroces jamás conocidas
en la historia reciente. Pregunten en Aravaca, Pozuelo o Paracuellos del
Jarama. Pregunten a los 12 obispos o a los cerca de siete mil sacerdotes y
religiosos asesinados por odio a la Fe. Pregunten, en fin, a uno de los
ejecutores, Santiago Carrillo, doctor
honoris causa, quien después de tantos años sigue empapado por la sangre de
nuestros mártires.
Pero frente a la vorágine antitea
y frente a la tempestad antiespañola, las columnas de nuestra Patria seguían
erguidas: la Iglesia, pilar esencial de nuestra historia; el ejército, brazo
armado de la Patria; y el pueblo, bastión de futuro. La Iglesia, el Ejército y
el Pueblo, emprendieron el 18 de Julio de 1936, una Cruzada de liberación
Nacional. Una Cruzada, no me cansaré de repetirlo, en la que luchó, murió y
venció la mejor generación española de todos los tiempos.
Venció España, un primero de
abril de 1939, no lo olvidemos, con las armas en la mano y la cruz en el pecho.
Se inició, entonces, la reconstrucción espiritual, moral y material de nuestro
pueblo.
- La juventud
ante la pasión de España.
“Ganamos la guerra pero perdimos
la paz”. Quien esto sostiene no anda muy equivocado. El tiempo le ha dado la
razón. Mientras se mantuvo, como insignia y bandera, el espíritu de la cruzada,
profesando, pública y oficialmente, los principios emanados del 18 de Julio, España marchó al frente de las grandes
conquistas. La Patria grande y libre, el estado nuevo y fuerte, la sociedad más
justa y armonizada. Todo el éxito de esta empresa se llevó a cabo con la
adversidad del aislamiento internacional y los bloqueos diplomáticos. Pero
sobre todo, con la infiltración de los enemigos en los tejidos vitales de la
Patria, uniformados perfectamente y ocupando puestos de suma relevancia. Ellos
se encargaron de enfriar la sangre martirial, derramada en la Cruzada, de
olvidar las gestas heroicas y de borrar los aniversarios de la victoria para
convertirlos en festejos de la paz. Y poco a poco fueron minando a la sociedad.
Desde posiciones ocultas, se ordenaba destruir cualquier atisbo que recordara
el sacrificio, la sangre vertida y los esfuerzos sumados por tener una España
mejor.
Siempre hay traidores, camuflados
entre los mejores hombres. Ya pasó hace dos mil años. Uno entre doce fue el
capitalista que renunció al Maestro por treinta monedas. El que lo entregó al
verdugo con un beso en la mejilla. España sufrió la misma traición que Nuestro
Señor. Es como un cáncer, difícil de pronosticar. Una enfermedad, que con el
tiempo se convierte en mortal y acaba por sesgar la vida del que la padece. Suele
atacar al núcleo de la sociedad, a la esencia de futuro de cualquier pueblo: la
juventud.
Por eso, los vencidos en la
guerra, que habían jurado vengarse, tomaron posición en las cátedras de las
universidades, en los colegios y en todas aquellas instituciones encargadas de
velar por la educación de las juventudes de España. Fueron los años sesenta y setenta, los años
del aperturismo, de la tecnocracia y de los ministros católico-demócratas. Nuevamente,
el gaseamiento liberal adormecía a un pueblo que veinticinco años antes se
había puesto en pie, por Dios y por la Patria, contra la tiranía marxista. Era
el año sesenta y seis, y sólo habían pasado treinta, cuando Fuerza Nueva
comenzó su actividad, precisamente denunciando las traiciones, desde dentro del
régimen de Francisco Franco, a quien Blas Piñar ya había dicho: “Mi general, lo
que le puedo asegurar es que estamos en 1957 y no acierto a imaginar lo que
puede suceder en el futuro político de España, pero tenga la seguridad de que
cuando llegue el momento difícil, y haya muchos que le abandonen y deserten,
yo, al menos, estaré a su lado”.
Se iniciaba en España una época
crucial en su historia. Las columnas antes mencionadas, comenzaron su
autodestrucción. La Iglesia, que había convocado el Concilio Vaticano II, entre
otras cosas, para reafirmar el principio Ecclesia
semper reformanda, no cumplió con las expectativas. Antes, al contrario, se
anunció por la más Alta Jerarquía, que el “humo de Satanás había penetrado en
la Iglesia” contribuyendo, con ello, a la virtual descristianización de España.
Fue el mismo Vaticano, el que instó a Francisco Franco para que se modificara
el artículo 6º del Fuero de los Españoles con el respaldo conciliar de la
declaración Dignitatis Humanae. Así,
se trató de hacer compatible el estado confesionalmente católico con la
libertad de cultos para cuantas religiones faltas o sectas quisieran esparcir
sus errores entre nuestra gente, especialmente los jóvenes. Parece que la
Iglesia oficiosa ha olvidado la doctrina tradicional y dogmática que sostuvo
siempre. Recuérdese lo que dijo don Marcelino Menéndez y Pelayo: “en la unidad
católica descansa nuestra unidad política, porque no tenemos otra”. Sin olvidar
las frases evangélicas que nos instan a construir, sobre la Verdad, la
auténtica Verdad, la ansiada unidad. La unidad de “un solo rebaño y un solo
pastor”, la de “un solo Señor, un solo bautismo y una sola Fe”. Trágicamente
volvía a repetirse aquello de: “España, ha dejado de ser católica”.
Lo cierto es que con estos
cambios funestos dentro de la Iglesia, los pastores fueron arrinconados por los
lobos. Si ya eran malos los tiempos que corrían, años setenta, se agravaban aún
más por la Jerarquía que encabezaba la Iglesia en España. Ni más ni menos que
Vicente Enrique y Tarancón llegó a ser Cardenal Primado de España. El de los
abrazos públicos con la masonería o el mismo que abiertamente deseaba para
España su paso al socialismo. Al final de sus días no sabemos si era más
antifranquista, más antiespañol o más hereje. Lo que si sabemos son los
escándalos permanentes que despertó en sus ovejas y que Blas Piñar denunció,
algunos de ellos, en su libro “Mi réplica al Cardenal Tarancón”.
Tanto daño hicieron en la
feligresía, que baste este dato que recoge Guerra Campos, el último obispo
santo y valiente de España, en una pastoral diocesana: “entre 1964 y 1978 el
número de militantes de Acción Católica desciende en un 95 por 100”.
Escalofriante, si tenemos en cuenta que la Acción Católica contribuyó con
cientos de mártires y combatientes durante el periodo de nuestra cruzada. Ejemplo
de ello fue Antonio Rivera, el ángel del Alcázar, paradigma del joven
combatiente católico, el que arengaba con el “tirad, pero tirad sin odio”.
Fue la primera transición, la
eclesiástica, la que contaminó al resto de la sociedad. “Mas vale tener la grey
sin pastor, que tener por pastor a un lobo”, escribió San Ignacio de Loyola.
Con ello, acabaron con la edificación espiritual de la juventud.
Desfiguraron los cimientos de la
Fe para que ésta no pueda ser asentada en el pueblo. Desde entonces, se viene
predicando a un Cristo, cuando menos, en facetas siempre parciales, incompleto.
La humanidad que está hambrienta de Fe, bien lo sabemos, anda moribunda,
desfallecida, al no encontrar el verdadero alimento. Parece que la figura del
Redentor se la esté camuflando, escondiéndola entre las malezas de este mundo.
Así, se nos presenta a Jesús como un pusilánime, hecho de ternura y beata
sensiblería, cuya debilidad era utilizada como forma de seducción. Jesús, según
se nos dice, es la más pura expresión de tolerancia. Nosotros sabemos que eso
no es cierto. A Cristo, ciertamente, le sobraban fuerzas para hablar sin
eufemismos y ni elipsis, conociendo los riesgos que corría y que finalmente lo
llevaron a la muerte. Llamó a las cosas por sus nombres, evitando rodeos,
denunciando uno a uno a los traidores e infames. Qué hombre débil y blando
podría proclamar en las colinas de Galilea “Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida”. Qué personaje alicaído y gris podía deshacer el Sanedrín en pleno y a la
decadencia romana, diciéndoles claramente, “Ego sum Rex”, “Yo soy Rey; para eso
nací y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la Verdad”. Qué espíritu
laxo podía predicar, entre el egoísmo de los fariseos, la consigna única de la
Cruz. ¿Dudaba acaso Cristo, negociaba o pactaba? ¿Buscaba refugio en las
palabras vanas, cuando llamó a los judíos “sepulcros blanqueados” (Mt. 23:27),
“raza de víboras”? Cristo tiene todo el poder, en el Cielo y en la tierra. Él,
ejemplo de vida en todo, modelo para los católicos, nos enseñó con su vida, a
conducir la nuestra. Pero ¿cómo iban los jóvenes a seguirlo si no podían
conocerlo? Les fue arrebatada la Fe al desfigurar la verdad que debían abrazar.
Caía también la segunda columna
de la sociedad, el ejército. Pasó de ser ejército victorioso a ejército
víctima, ejército humillado, ejército impotente. Se fueron aniquilando las
Fuerzas Armadas, física y moralmente. Acabaron con la vida de sus miembros, caídos
por la metralla antiespañola de ETA, que por la espalda asesinaba con la
complicidad claudicante de los gobiernos. Y cuando sus compañeros de armas
protestaban y clamaban justicia eran silenciados por los altos mandos. Al
menos, aún quedaban hombres de valor para contestar que “por encima de la
disciplina, está el honor”. Los generales eran elegidos con sumo cuidado para
hacer sucumbir al ejército y descartar cualquier tipo de salvación para España.
Así entregó la victoria de primero de abril Gutiérrez Mellado, como dejó
constancia Luis Villamea en un libro espléndido. Fue el General Gutiérrez
Mellado, el militar más nefasto que han conocido los cuarteles, promotor y
ejecutor de la destrucción del Ejército Español.
Anulada cualquier participación
del Ejército, en posibles movilizaciones para impedir la muerte de España, se
consiguió, más tarde, desprestigiar al brazo armado de la Patria hasta
convertirlo en enemigo directo de la libertad y la democracia. Fueron los
tiempos de la operación Galaxia, el 23-F o los arrestos a oficiales que no se
amoldaban a las directrices insidiosas de quienes ostentaban los galones más
altos. El ejército se batió en retirada, arriando la bandera hasta nueva orden.
Nadie se acuerda ya del juramento a esa misma bandera, escupida, pisoteada y
rasgada día tras día con total impunidad.
La erosión no tardó en aparecer
en las organizaciones juveniles del Movimiento. Se preparaba el tránsito a un
sistema liberal, no ya sólo políticamente, sino espiritual, moral y
militarmente.
Sobre la juventud ya no
descansaban aquellos ideales, de amor y de guerra, que eran la base sólida de
la nueva España. La Fe y la Milicia, castas esenciales para la forja de
juventudes, desaparecieron de los centros de enseñanza y formación. Con ello,
aniquilaron la militancia juvenil, olvidando la sentencia de Job en el Texto
Sagrado: “vita super terram militiae est”, la vida del hombre sobre la tierra
es milicia. La Patria dejó de ser Madre para lo españoles y se convirtió en
país. El orgullo patrio pronto vino a ser desprecio por nuestras tradiciones,
por nuestra historia, aun la más heroica, y por nuestra cultura.
Aquí encontramos a la juventud.
Sumergida en la crisis española más profunda de su historia. Pero no fue capaz
de reaccionar. Era imposible. Hacía falta el espíritu de cruzada, de heroísmo.
Recordar los tiempos pasados, echar la vista atrás y mirar a sus padres a los
ojos, combatientes por Dios y por España. Pero el relevo generacional no llegó.
Fue rechazada la herencia gloriosa y épica para asumir las nuevas sendas del
hedonismo, el nihilismo o el consumismo. De una juventud como esta (foto abuelo Camilo, requeté con 15 años)
se cambió a la juventud pasota, anárquica y rebelde contra lo que sus padres
habían representado. Por eso no es de extrañar, que hijos e hijas de heroicos
españoles sean hoy los abanderados del socialismo, del aborto o de las parejas
de invertidos, operados o no con fondos públicos.
Se trataba de una juventud
profundamente enferma, acomodada por el bienestar y asentada en la explosión
económica. Conformista y materialista, que no era capaz de realizar un
diagnóstico de la enfermedad de España porque ni siquiera la amaban. Una
juventud huidiza, inepta en el enfrentamiento de los problemas, aborregada por
el sistema tecnócrata y burgués.
España sufría. España se
desangraba. España padecía y no se veía en el horizonte otra cosa que las
garras del enemigo, junto a la hoz y el martillo, que resurgían cada vez con
más fuerzas. Las revueltas estudiantiles, la reorganización de los sindicatos y
la actuación de los partidos, en paralelo al régimen del Caudillo Franco,
hacían presagiar el peor de los destinos. A ello se fueron sumando las
metástasis que el adversario aprovechó para debilitar, aun más, la Nación. El
afloramiento de los nacionalismos, la aparición de ETA y el GRAPO, fueron los
clavos imposibles de soportar.
- La juventud
ante la muerte de España
Ante la muerte inminente de la
Patria, se impuso, al espíritu martirial y heroico de la juventud anterior, el
espíritu del bikini, del porro y de la movida madrileña. Espíritu que, por
desgracia, predomina hoy. Ahí fuera andan nuestros jóvenes, de botellón en
botellón, esperando la llegada del fin de semana para emborracharse o drogarse.
“No saldrá de las discotecas la salvación de España”, nos decía el padre Alba.
Tenía razón, porque toda aceptación
implica una renuncia. Aceptar la vida fácil, de las aspiraciones económicas y
la homologación con esta sociedad, trae inseparablemente la renuncia a nuestros
Ideales y a las virtudes que lo sustentan. El sacrificio, el honor, la lealtad,
la camaradería... todo ello es incompatible con la pusilanimidad, la tibieza y
las medias tintas de aquellos que siendo un tiempo de los nuestros, se
entregaron, con los brazos abiertos, a la democracia, el liberalismo y la
disolución de los valores permanentes. Y si por el contrario el hombre abraza
el Ideal de la Patria, gastando y desgastando la vida por ella, no tiene más
remedio que despojarse de las ataduras de este mundo, de sus seducciones
materiales y sociales, para poner todo al servicio de España.
Y volvió a suceder como en el
Evangelio. España, traicionada por aquellos que la habían adulado y entregada a
manos de sus enemigos declarados, fue tomada rehén en la oscuridad de la noche.
Judas, esta vez, se presentó en el huerto de los olivos, acompañado por un
siniestro hombre que regresaba a España con peluquín. Y tras la victoria del
Partido Comunista, un Viernes Santo, día de su legalización, se decidió,
democráticamente, la muerte de España. Fue Juan Carlos de Borbón, a quien yo no
reconozco como rey y si como traidor, perjuro y usurpador, el que permitió que
el pueblo eligiera entre Barrabás o Jesucristo, entre esta banda de ladrones
que nos gobierna o la España una, grande y libre del 18 de Julio. Y el pueblo,
noqueado y manipulado por los medios de comunicación, votó asesinar a España. “¡Que
crucifiquen a España!”, se oía retumbar de norte a sur en nuestro solar Patrio.
Izquierdas y derechas estaban de acuerdo, izquierdas y derechas así lo
decidieron, izquierdas y derechas exigieron que cayera la sangre de España
sobre ellos y su descendencia.
En ese momento, quedó aprobada la
constitución de 1978 al amparo de la cual se asesinan miles de niños inocentes,
encuentran cobijo los maricones y se amontonan los nacionalistas. Eso sí,
protege tanto al Jefe del Estado que no se le puede exigir responsabilidades
por sus actos. Supongo que será el motivo de tener, en vez de un rey, un bufón.
Muerta la Patria, la juventud
quedó huérfana. Ciertamente hubo movimientos que recogieron esa orfandad e
iniciaron un camino de reconquista y resurrección del pueblo. Esta casa, Fuerza
Nueva, fue y es ejemplo de ello. Se hicieron presentes reacciones esporádicas,
aglutinantes o individuales, que terminaron por difuminarse. Gracias a la
perseverancia de los pocos jóvenes combatientes de aquellos años, estamos
nosotros aquí. Hablando de España. Soñando en España. Doliéndonos por España. Urge
recoger la herencia recibida para cimentarla, otra vez, en las nuevas
juventudes. No se puede caer en el mismo error de cortar el camino de la
tradición, del relevo generacional de cuanto nuestra Patria significa y
representa.
- La juventud
ante la resurrección de España.
¡Hay esperanza! Una vez más, las
escenas del Evangelio han de servirnos de meditación. La esperanza se encuentra
al pie de la Cruz, expectante ante la muerte de España. Está María Santísima,
patrona y protectora de España, hincada de rodillas ante la Salvación del
hombre. Ella comanda nuestras tropas. Ella aplastará la cabeza del Maligno. Y
junto a Santa María se encuentra el apóstol San Juan, el discípulo más querido.
Es san Juan la imagen del joven militante. Él es el menor de los doce apóstoles
y sin embargo el único en acompañar a Cristo durante Su Pasión. Cuando todos,
encerrados por temor a ser vistos, acobardados por las dificultades, abandonan
al Maestro, San Juan, armado de valor se dirige al Gólgota. Sólo él testificó
con su presencia en el Calvario la filiación cristiana recibida. Él, desafiando
a las tropas romanas y a las huestes judías, proclamó que Cristo es Rey y que
ha de reinar, por siempre, hasta poner a Sus enemigos como estrado de Sus pies.
Certificó el inicio de la salvación al ver brotar, de las heridas martiriales
de Cristo, la sangre redentora.
España está, en estos momentos,
corporalmente muerta. Azotada y flagelada hasta el extremo, agotada por la vía hacia
la Cruz que la hizo expirar. Yace caída por la desintegración de sus miembros,
por la infección de sus órganos vitales. Mas no así su espíritu, que es
inmortal y eterno. Óiganlo los rojos y los liberales, los de la izquierda y la
derecha, los borbones y los burgueses: Que España esté postrada en el sepulcro
no significa que hayan pasado sus días. Pues yo afirmo, que el alma de España
reside en las juventudes de sus escuadras, pertrechadas con las armas morales
para la contienda.
Es, por ello, el tiempo de armar
a la juventud, en el sentido más amplio de la expresión. Volver a reconstruir
esas escuadras dotándolas de los valores supremos que antaño defendieron. Será
necesario:
-
Primeramente, la edificación espiritual de las
juventudes, a fin de poseer, individual y colectivamente, una Fe
inquebrantable, apasionada y firme. La misma Fe católica, la española y
verdadera, que juramos defender desde la pila bautismal hasta el fin de nuestra
vida. Ya lo dijo el gran León Degrelle: “sin Fe el mundo se está asesinando así
mismo”. Y con palabras del Capitán Codreanu, de la Legión de San Miguel
Arcángel, afirmamos que “marchar sin Fe no podemos, porque es la Fe la que nos
ha dado todo nuestro empuje en la lucha”. Más tarde diría el Capitán Codreanu a
sus juventudes rumanas: “antes que nuestros cuerpos se consuman y se agote
nuestra sangre, es preferible morir en los montes peleando por nuestra Fe”. Sabiendo,
con el requeté, que “ante Dios no hay héroe anónimo” porque “morir por Él es
vivir eternamente”.
Dicho sea de
paso: hay que rechazar la Fe del católico acomplejado, liberal y derechoide que
despreciamos. Esa Fe es heterodoxa y falsa y no nos sirve. Nosotros buscamos y
anhelamos la Fe íntegra, la Fe tradicional, la Fe de siempre. Entendemos la Fe como
una milicia y la milicia como servicio a la Fe.
-
En segundo lugar, “implantar en el alma de las
juventudes la alegría y el orgullo de la Patria”. No se puede luchar por algo
que no se ama. Y no se puede amar algo desconocido. Por eso hay que afirmar
nuestra historia, la verdadera, resistiendo al revisionismo izquierdoso. Sólo
así amaremos a España, aspirando a la perfección, a pesar de que no nos guste. Deben
las juventudes formarse en el amor a la Patria y montar guardia vigorosa al
servicio de su grandeza. Cuando los corazones juveniles sientan palpitar la
Patria en su interior, podremos decir que la resurrección de España es posible.
El patriotismo, virtud imperiosa para esta lucha, obligatoriamente tiene que
estar ligada a la Fe como la unidad esencial de nuestra vida.
-
Tercero: armonizar las virtudes del joven combatiente,
para forjar en él una voluntad férrea e imperturbable. La misma que tenía el
requeté cuando decía: “¿corresponde? Si corresponde me atrevo”. De lo anterior
se desprende que no es necesario, para esta batalla, centrarse en el número de
nuestras juventudes. Menos eran los hermanos Macabeos y derrotaron al ejército apóstata
de Israel. Menos y rodeados fueron los cadetes que resistieron en el Alcázar de
Toledo, protagonizando unas de las gestas más gloriosas de la historia militar
contemporánea. Formación y voluntad,
acción, decisión y valor son las coordenadas del movimiento juvenil que
necesita España para resucitar.
Desterrados nos encontramos en
nuestro suelo, pero jamás vencidos. Dios es nuestra fuerza; España nuestro
sueño. Marchemos como el Señor, adelante con los suyos, creando dos bandos
diferenciados. El que no está con Cristo, contra Él se vuelve (Mt. 12,
30). Es la contienda beligerante entre las dos ciudades de San Agustín, o las
dos banderas de San Ignacio. Es, en suma, la guerra del Cielo, entre San Miguel
y Satanás, la espada de la Verdad y el príncipe de la mentira, que ha pasado a
la tierra. Ha llegado otra vez el día del enfrentamiento entre España y la anti
España. Por eso, en esta batalla, no le es lícito al joven camuflarse con el
mundo, negando cualquier testificación pública de la Fe o defensa de la Patria.
Ante esta contienda hay que saber
lo siguiente: ahora, parece, que se están preparando
los procesos de beatificación de cientos de mártires más de nuestra Cruzada.
Esa sangre será públicamente venerada por la Iglesia, pues fue derramada por
Dios y por España. Hoy, en cambio, el enemigo, revestido de democracia, ya no
mata por odio a la Religión o la Patria. Ha sido más útil corromper las
conciencias y arrancar la Fe al pueblo. La palma de martirio, en una época muy
parecida, es imposible. Por lo menos el martirio de sangre, por el cual son
reconocidos estos santos de Dios. Pero, he aquí, que hay otros muchos,
apartados de los procesos de beatificación, porque hicieron uso del legítimo
recurso del enfrentamiento armado. Y fueron santos y mártires al mismo nivel.
Antonio Mollé Lazo, por ejemplo, que derramó su sangre testificando a Cristo,
pero que también, arma al brazo, salió de su casa para luchar por Dios y por
España en las trincheras españolas. Elevemos la súplica por su beatificación,
ya que encontraríamos entre los santos recientes el ejemplo para dar la vida
por Cristo si fuera preciso, pero hallaríamos, también, la fuerza y la valentía
para la contienda que se avecina.
Ejerciten, así, los jóvenes, para
la batalla pendiente, la virtud de la clarividencia, para detectar el error y
someterlo, con la Verdad, a la presión que ahogue sus perversos objetivos. No
podemos, para ello, abandonar uno sólo de los principios que conforman nuestros
sagrados Ideales. Es la lucha contra la corriente pública que los moderados,
los falsos prudentes y los cómplices de la omisión no están dispuestos a
emprender. Quédense ellos como el joven rico del Evangelio, entre las joyas de
su palabrería vana y la plata de la seguridad humana. Nuestro tesoro está en el
Cielo, esperando ser ganado por nuestro testimonio en el seguimiento del
Crucificado y la custodia de la España católica, fuerte y justa.
Jóvenes, a vosotros os lo digo,
presentes aquí esta tarde. Jóvenes.
Soldados todos de una Causa entregada, traicionada y asesinada. Militantes de
la Patria sangrante y despedazada. Hijos de la España inmortal. Porque sois y
debéis ser el futuro del que dependa el amanecer arrollador de la nueva
primavera, habréis de aceptar que nuestras vidas están contra la comodidad. Y
decimos con José Antonio, que “queremos un paraíso difícil, vertical e
implacable, donde no se descanse nunca y que tenga, junto a las jambas de las
puertas, ángeles con espadas”.
Recordad la consigna de Claudel:
“la juventud no fue hecha para el placer, sino para el heroísmo”. Para ello, vertebrar
vuestras acciones sobre eje hispanocatólico de la vida y volverán a sonar las
mejores estrofas de canto universal y español de nuestra historia.
Que se cumplan los versos,
nuevamente, del himno de las juventudes católicas de España:
Ser apóstol o mártir acaso,
mis banderas me enseñan a ser
Esta es la misión que la
Providencia nos encomienda: dotar a las juventudes del impulso necesario para
que vuelvan a ser, como quería José Antonio, mitad monjes, mitad soldados.
Y se alzarán entonces las
juventudes, enérgicas, militantes y combativas. Y no habrá quien pueda acallar
sus voces, que gritarán por todos los rincones de la Patria resucitada:
¡Viva Cristo Rey!
¡Arriba España!
Miguel Menéndez Piñar
Conferencia en el Aula Cultural de Fuerza Nueva
8 de Marzo de 2007