sábado, 4 de febrero de 2012

LA GRAN ESTAFA DE GARZÓN

Cuando Garzón llama en su auxilio a familiares de supuestas víctimas del franquismo, está no solo prevaricando sino estafando tanto a la justicia como al pueblo español en conjunto, porque

a) Un testimonio no puede ser admitido sin investigación previa que dé cuenta de su autenticidad, y los falsos testimonios en la “memoria histórica” están a la orden del día (recuérdese toda la campaña en torno al Valle de los Caídos, al barranco de Órgiva, etc.)

b) De entrada, un testigo que expresa tan alta emocionalidad por sucesos ocurridos hace setenta años, o está bastante mal psíquicamente, o no es fiable de entrada. Hay algo de obsceno en ello, máxime teniendo en cuenta las tremendas crueldades de su bando.

c) Estos testigos, no debe olvidarse, cobran considerables “indemnizaciones” (como los familiares de etarras) --que también podrían considerarse sobornos--, como supuestos familiares de víctimas. Son, literalmente, testigos pagados.

d) Otra falsificación político-histórica es la de presentar a aquellas víctimas como inocentes o defensoras de la democracia. Lo segundo es radicalmente falso, y lo primero tendría que demostrarse antes de dar curso a sus declaraciones.

e) Un juez debe exigir a los supuestos testigos-víctimas el nombre de los victimarios para proceder contra ellos, y no la abstracción del "franquismo". Pero si estos supuestos victimarios están muertos, como ocurre siempre o casi siempre, un juez no puede hacer nada al respecto. Es un asunto que queda para los historiadores, no para los jueces. Ello sin contar la anulación de responsabilidades decretada por el propio franquismo, la amnistía de la democracia y la prescripción de los delitos

f) El supuesto afán justiciero de Garzón podría ejercerse contra Carrillo, nonagenario responsable principal de la matanza de Paracuellos, la mayor documentada de la guerra.

Por todo ello, Garzón ni ha investigado ni puede investigar los supuestos crímenes. Está desarrollando una infame campaña política similar a la desatada por la izquierda después de su levantamiento de 1934, planeada como guerra civil. Entonces el PSOE montó unas masivas acusaciones por “la represión de Asturias” que me he molestado en analizar por primera vez en El derrumbe de la República, y que envenenó a la opinión pública, siendo responsable en gran medida del fracaso de las elecciones de febrero de 1936 y de la ferocidad con que se produjo la reanudación de la guerra unos meses después. Garzón actúa aquí como un profesional de la estafa y el envenenamiento políticos. Pero en la degradada España actual parece que la historia y la lógica carecen de cualquier utilidad.

Si la miserable izquierda que padecemos es capaz de lanzar enormes campañas de este estilo, solo unas contracampañas de la misma envergadura conseguirán aclarar a la opinión pública y dar su merecido político a los estafadores y envenenadores. Por desgracia, la reacción es mínima todavía.

Pío Moa