La crítica más acabada a “Encontrarás dragones” la hizo una niña de colegio al salir del cine: “No me he enterado de nada. No se sabe quiénes son los malos y quiénes son los buenos”. Y eso que el anuncio de la película da una pista cuando describe a Oriol, miliciano anarquista, como un luchador por la libertad. Es entonces cuando cabe preguntarse con Lenin: “¿Libertad para qué?”. Y responder con Lerroux: “Para levantar el velo de las novicias y elevarlas a la categoría de madres”.
No sé cuántos espectadores habrán picado en el anzuelo del buen libertario. Supongo que son más los que han acudido a las salas al reclamo de que Roland Joffé, director de “Encontrarás dragones”, lo fue también de “La misión”. Y, sin embargo, cuesta reconocer a aquel Joffé en este Joffé, que recuerda más al codirector de Super Mario Bros, película inspirada en el famoso videojuego y en la que Joffé debió de aprender la técnica de la caricatura, que en “Encontrarás dragones” aplica sin piedad.
Quien vaya a ver la película quizás se tope con monstruos mitológicos, pero difícilmente con un alzado en armas dotado de moral. Los combatientes en la margen derecha del Ebro son todos unos chulos engominados practicantes del método del paseo. En cambio, en las filas republicanas hay personajes de epopeya, diríase que sacados de uno de esos tomos azules de la Biblioteca Clásica Gredos.
Y ya que hablamos de héroes, decir que la heroína de la película es una brigadista internacional que, según confesión propia, la noche antes de cada combate se aplica, por compasión, a la descarga seminal del miliciano, episodio que encontraría su apoyatura historiográfica en aquel documento, personal e intransferible, fechado en septiembre de 1936 y con sello del Comité de Milicias y Defensa de Toledo: “Vale por seis ‘porvos’ con la Lola”.
Astracanadas aparte, “Encontrarás dragones” arranca de la idea de que durante la Guerra Civil se cometieron barbaridades en los dos bandos. Sin embargo, Joffé olvida aplicar un criterio corrector de tipo cuantitativo: que en un lado las atrocidades debieron de ser más que en el otro. Si no, no cobraría sentido la huida de Escrivá y sus muchachos; huida, que por cierto, no tuvo como destino final Andorra, hipotética capital de una tercera España, sino Burgos, donde Franco tenía su cuartel general.
Pero lo mejor de la película es que, a pesar de las torpezas narrativas de un Joffé en horas bajas, Escrivá logra abrirse camino con fuerza, y no solo gracias a que Charlie Cox borda el papel, sino, sobre todo, a que el personaje está basado en un hombre que vivió con heroicidad las virtudes. La cinta quizás quite la afición a alguno (para recuperarla, qué mejor que revisitar a Vázquez de Prada, biógrafo de Escrivá), pero no la devoción.
O sea, que son muchos los espectadores que seguirán llevando a Monseñor en el corazón. Lo que no volverán a llevar en la cartera será el dinero de la entrada; nada en comparación con lo que otros -los inversores- llevan gastado: más de treinta millones de dólares, lo que hace imperdonable que no se haya destinado una partida presupuestaria, por mínima que fuera, para contratar a un experto en la Guerra Civil. A lo largo de dos horas los errores son tantos y tan de bulto...
Pero esta es otra historia. Aquí hemos venido a advertir de los riesgos de jugar a la equidistancia: que sales de casa en busca de dragones y terminas abrazado al fantasma del general Escobar.
Gonzalo Altozano