viernes, 23 de noviembre de 2012

EL PAPA BENEDICTO XVI, LA MULA Y EL BUEY

Frente a la manipulación de los medios de comunicación y la falta de rigurosidad periodística; frente a los que no quieren buscar la Verdad y simplemente abrazan el error, una vez y otra; frente a los hipócritas y fariseos que se echan las manos a la cabeza, que tratan de poner cara y gesto de escandalizados; frente a los pusilánimes, incapaces de tener juicio y criterio para llegar a lo profundo, por falta de luces y valor, y se ubican en la comodidad de lo superficial. Frente a todo, la Verdad.


En el caso de que los medios de desinbformación hubieran tenido razón, todavía queda decir en voz alta: Aquí nadie se escandalizó cuando Pablo VI cambió la misa, y eso sí que fue grave. Aquí nadie se echó las manos a la cabeza cuando Pablo VI retiro del escudo de San Pedro la tiara, símbolo de su poder temporal. Nadie protestó ni difundió la retirada de Juan Pablo II (creo que ya beato), no ya de unos animalitos que invitan a la devoción, si no del mismo Cristo, realmente vivo y presente en la Eucaristía, para ser sustituído por Buda sobre el altar de la Basílica de Asís. Tampoco se escuchó comentar a la gente, ni fue leído en los periódicos (salvo para aplaudirlo) el borrón en la condena de la masonería en el Código de Derecho Canónico del 85 (por cierto, que fue Ratzinger quién sí protestó con un documento anexo al Código de excomunión de la masonería). Y así una tras otra sin que "el mundo" se escandalice, porque el único signo de contradicción y escándalo para "el mundo" es la Verdad.




domingo, 21 de octubre de 2012

CONTRACORRIENTE



El día 9 de septiembre, con motivo de la fiesta de la Madre de Dios del Claustre, patrona de la diócesis de Solsona, su joven obispo Monseñor Xavier Novell, predicó una homilía en la que pronunció estas palabras: “Estar a favor de la independencia de Cataluña es legítimo moralmente, y por tanto, los católicos pueden ser independentistas”.
Es verdad que se puede ser independentista y católico. Como también se puede ser  ladrón y católico; adúltero y católico; asesino y católico… pero no se debe ser independentista, ni ladrón, ni adúltero, ni asesino, porque lo prohíbe la ley de Dios y la moral católica. El día 9 de septiembre de 1995, el beato Juan Pablo II les dijo a los jóvenes reunidos en el santuario de Loreto: “Queridos jóvenes: Rechazad las ideologías obtusas y violentas, manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exarcebado”.
Señor obispo, el independentismo catalanista –que no catalán- tiene mucho de ideología obtusa y exacerbada y es hijo de las ideologías anticristianas de la Revolución Francesa.
Hace más de 20 años leí la obra: “Otra historia de Cataluña”, del gerundense Marcelo Capdeferro. En 1967 había escrito “Historia de Cataluña”, inspirándose en las fuentes románticas y nacionalistas de la historiografía catalana. Pero años más tarde, siguiendo criterios extrictamente científicos, consideró un deber ante la Historia rectificar su primer libro, porque había tergiversaciones e inexactitudes fundamentales muy graves. Cataluña no puede ni debe separarse de España porque es un absurdo histórico: Cataluña siempre ha sido España. Capdeferro ha escrito una historia de la Cataluña auténtica, no al margen de España, sino la historia de Cataluña dentro de España. Un hecho histórico irrefutable.
El historiador catalán comienza el prólogo de la auténtica historia de Cataluña con estas palabras: “Historia es la relación verdadera de los acontecimientos pasados. Sus fuentes principales son los monumentos, los documentos, y la tradición; pero estas dos últimas fuentes, si no son cuidadosamente estudiadas, ponderadas y verificadas son susceptibles de fomentar mitos y leyendas”.  Mitos y leyendas creados y difundidos por la historiografía catalanista romántica y mentirosa. Hay que volver a la “Tradició Catalana” del obispo Torras y Bages, cuya tesis e ideal es “Cataluña será cristiana o no será”. Para muchos de los independentistas modernos, Cataluña puede y debe ser cualquier cosa menos cristiana.
Sr. Obispo de Solsona: lea a Capdeferro; lea a Francisco Canals, catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona; lea al doctor Barraycoa, vicerrector de la universidad Abad Oliva, que acaba de publicar “Historias ocultadas del nacionalismo catalán”. Los tres son catalanes por los cuatro costados y católicos comprometidos.  Y como ellos, son legión los catalanes que conocen y viven las auténticas tradiciones católicas de Cataluña. Lea la verdadera historia de Cataluña y sea patriota como enseña nuestra santa madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El Beato Juan Pablo II, en uno de sus viajes apostólicos a Polonia dijo: “Me siento un Papa que tiene el sacrosanto derecho de compartir los sentimientos de su propia nación”.
Volvamos a la Cataluña real, mosén Cinto Verdaguer, Sardá y Salvany, Jaime Balmes…  Mi profesor de moral me enseñó que el patriotismo es amar a la patria. Las principales manifestaciones de amor a la patria nos decía que son: amor de predilección, respeto, honor, servicio y defensa. Todo bautizado, debe amar a su patria; conocer su historia, religión, tradiciones, geografía, idioma, cultura, bandera, himno. También debe amar las patrias de otros católicos. Un católico no debe incitar a nadie a luchar contra la integridad de su patria como tampoco se debe incitar a luchar contra la integridad de la familia, fomentando divorcios o  abortos. Eso es pecado.
En este rincón de España que es Cataluña, han nacido una legión de santos y santas que entendieron el orden jerárquico del amor predicado por san Agustín: “Ama siempre a tus prójimos y más que a tus prójimos, a tus padres; y más que a tus padres, a tu patria; y más que a tu patria a Dios”. El dios de muchos separatistas es el mito romántico,  la ambición política y la economía materialista.  En Cataluña y en toda España, hacen falta santos, como fueron los catalanes san Antonio Mª Claret, san Enrique de  Ossó, santa Joaquina Vedruna, santa Teresa Jornet, Beata María Rafols,  heroína de la caridad en los sitios de Zaragoza, junto a otra catalana, Agustina de Aragón, y el Beato Pere Tarrés, quien el día 26 de enero de 1939 escribió en su diario de guerra: “Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora. Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca. Son las cuatro de la tarde. Vivimos momentos únicos. Momentos de emoción sublime. Saltaría de gozo, lloraría de alegría. Barcelona reconquistada para España y para Cristo. Barcelona liberada del infierno rojo. El marxismo, bajo todos los aspectos ha sufrido el golpe más decisivo. Cataluña, Cataluña está salvada. La entrada del ejército Nacional liberador de España en las Ramblas ha sido grandioso,  a los grito de Arriba España y Viva Franco.”
“Nos abrazábamos por las calles… ¡Ha sufrido tanto Cataluña! Me he sentido profundamente español y nunca como hoy me sale del corazón un grito bien alto de ¡Viva España! ¡Viva Cataluña española! Virgen María continua velando por nuestra Patria”. “¡Viva Cristo Rey!  ¡Viva España cristiana! ¡Viva Cataluña española!”
Ese es el camino
P. Manuel Martínez Cano mCR

miércoles, 18 de julio de 2012

18 DE JULIO: DISCURSO EN EL PALACIO DE CONGRESOS

“Un pueblo amenazado o víctima de una agresión injusta, si quiere pensar y obrar cristianamente, no puede permanecer en una indiferencia pasiva”,nos dijo el Papa Pío XII a los españoles y nos sirve hoy para explicar el lema de este acto: “El Derecho al Alzamiento”.

Pero, ¿qué es el Derecho al Alzamiento? ¿Por qué el 18 de Julio de 1936 existió el derecho al alzamiento? Y, por último, ¿fue positivo ejercer el derecho al alzamiento el 18 de Julio?

El derecho al alzamiento es la facultad que tienen los pueblos para rebelarse contra una situación que atenta directamente contra la unidad, la esencia y la independencia de la Patria. Y este derecho queda consagrado a lo largo de los siglos de nuestra gloriosa historia donde el pueblo español supo actuar como tal. Queda consagrado también en la misión y destino de nuestros ejércitos. Pero queda consagrado, sobre todo, en la Doctrina Tradicional de la Iglesia que nosotros profesamos. Porque, sencillamente, nosotros, hombres de Fe, veneramos a los santos que nos dieron ejemplo de caridad, como la Madre Teresa de Calcuta; que nos dieron ejemplo de pobreza, como San Francisco de Asís; que nos aportan luz, como Santo Tomás de Aquino; que nos ayudan a confiar en la Providencia, como San Isidro. Pero también aquellos que se santificaron empuñando la espada para defender la Fe y la Patria, el Altar y el Hogar, como San Fernando, San Luis, Santa Juana de Arco o, recientemente, Antonio Rivera, “el Ángel del Alcázar”, que animaba a disparar diciendo “tirad, pero tirad sin odio”.

Pero, ¿qué pasó el 18 de Julio para que se pusiera en marcha un Alzamiento Nacional? Conviene repasar la historia y tener memoria de lo ocurrido, sobre todo en los tiempos de la calumnia y la mentira que nos ha tacado vivir. España venía de un proceso decadente de más de un siglo, desorientada y desubicada, sin encontrar su esencia. La Segunda República nos trajo un proceso revolucionario marxista para dilapidar definitivamente a España. Trataron de arrancar la Fe del pueblo, con la persecución religiosa más cruel de la historia de la Iglesia. Romper nuestra unidad, política y social, con los separatismos y la lucha de clases. Y regalar nuestra soberanía y nuestro oro al poder soviético. El Derecho al Alzamiento se ejerce el 18 de Julio de 1936 y la España auténtica se levanta en armas frente a la situación de caos y descontrol. El Alzamiento llevó hasta el extremo las cuatro virtudes esenciales del pueblo español: La Fe, el Patriotismo, el Valor y la Unidad.

- La primera de estas virtudes es la Fe, la Fe Católica de España. Fue, el 18 de Julio, el inicio de un Alzamiento bélico ajustado clarísimamente al derecho cristiano. Por eso, lo recuerde o no el pueblo, lo recuerde o no la jerarquía de la Iglesia, la guerra de 1936, fue una cruzada, una cruzada por Dios y por España, donde dio su vida la mejor generación española de todos los tiempos. Una Cruzada que fue precedida y compaginada por una persecución religiosa, asesinando por odio a la Fe a trece obispos y cerca de siete mil sacerdotes y religiosos. Miles de edificios eclesiásticos quemados, santuarios arrasados y hasta profanación de cementerios por las bestias rojas, hoy camufladas en sindicados subvencionados, asociaciones de los “deshechos” humanos, “plataformas contra la intolerancia” y abanderados de la democracia “de toda la vida”. A un lado, en 1936, los gritos blasfemos, de odio y de rencor contra el Cielo. En el otro, la Fe, la Fe Católica, la conjugación cristiana del amor y la guerra, vivando a Cristo Rey y confiando en las fuerzas que vienen de lo Alto. Frente a Santiago Carrillo y sus matanzas de Paracuellos del Jarama nos dejó José Antonio, en un párrafo de su testamento, el deseo de que su sangre “fuera la última que se vertiera en discordias civiles”.

- La segunda virtud que hizo posible el 18 de Julio fue el ejercicio práctico, constante, del Patriotismo. Un patriotismo llevado hasta el sacrificio supremo, porque en 1936 el pueblo español fue consciente del ataque perverso que desde el comunismo apátrida y la derecha liberal y burguesa se estaba llevando a cabo para la destrucción de la Patria. Y mientras en un lado, el oro de nuestro patrimonio nacional se entregó a Rusia o a Méjico, y que jamás nos devolvieron, en el otro, eran las gentes sencillas y humildes de España, quienes despojándose de sus pertenencias, entregaron, voluntariamente, lo poco que tenían para la Causa Nacional. Fue la encarnación viva de la consigna: ¡todo por la Patria!. Un patriotismo vertebrado en el amor más profundo por la estirpe, por la sangre, por la cultura, por la historia y por la religión de nuestro pueblo.

- El Valor demostrado en nuestra Cruzada Nacional, por aquellos hombres, paradigmas del valiente cruzado, es una virtud, no sólo de la guerra, sino también de la Victoria. “¿Dónde van estos locos? -se preguntaban los rojos hace hoy más de 75 años- si nosotros tenemos todos los medios, la aviación, la armada y el oro”. El Caudillo Franco, sólo supo decir: “lo tenéis todo menos la razón. Nosotros tenemos la Fe en la Victoria.” En aquellos años, las gestas intrépidas por la Causa Nacional se cuentan por miles. Quedan escritas en el libro de la historia, miles de épicos hechos y miles de héroes españoles. Por ejemplo, la victoria alcanzada por don Teodosio Herrera Fuente, requeté defensor del Santuario de Covadonga, que voluntariamente se enfrentó en solitario a quince milicianos en aquellas memorables montañas. O la defensa hasta la muerte del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza. O la hazaña inigualable del Alcázar de Toledo, donde el Coronel Moscardó, junto con sus hombres, resistió la embestida roja de fusiles, cañones, bombardeos y minas durante 70 días. Mientras los rojos huían al extranjero, el Coronel Moscardó arengaba a su hijo Luis para que tuviera el valor de morir por España.

- Junto a la Fe, al Patriotismo y al Valor, la Unidad. La unidad cierra el eje fundamental de las virtudes que nos sitúan en el Alzamiento Nacional del 18 de Julio. La unidad que bien se dice, hace la fuerza, se dio, con todo su esplendor, entre las tropas acaudilladas por Francisco Franco. Era el gran pueblo español quien se levantada bajo el liderazgo indiscutible de quién hoy aquí nos congrega. El Movimiento Nacional al que se unía el Caballero Legionario y el obrero de la fábrica, el falangista valeroso y el oficial del ejército, el carlista catalán, vasco o castellano y el Guardia Civil que muere pero jamás se rinde. En el caso de España, son válidas las palabras del Evangelio, “quien no está conmigo, está contra mí”. Qué bien sintetizó la unidad don Manuel de Góngora,


mientras España exista

y rece y jure en español su credo,

siempre habrá en Somosierra un falangista,

un requeté en Navarra y un cadete en Toledo.


Valió la pena, por supuesto, ejercer el derecho al Alzamiento. Se derrotó al comunismo, venció España a la antiespaña y se pudo reconstruir una Patria Grande y Libre. Fue Francisco Franco, no lo olvidemos, quien comandando a un pueblo de virtudes tan excelsas, logró en pocos años poner en marcha la agricultura y la ganadería, aprovechando el clima y la tierra productiva de España. Creó el Instituto Nacional de la Industria, para el fomento de un motor económico potente de empresas e industrias de primer nivel. Elaboró, reconoció y protegió al trabajador, ya en plena guerra, con unos derechos sociales únicos en el mundo. Fundó e implantó la Seguridad Social, teniendo todos los españoles una sanidad gratuita y de calidad con unas cotizaciones que fueron la envidia del mundo. Hizo que el pueblo de verdad estuviera representado, con la “Ley Constitutiva de las Cortes”, por cauces directos y naturales con los Consejeros Nacionales, los presidentes de altos organismos, los sindicatos verticales, por sectores y gremios, los representantes de la familia, los rectores de universidad, los presidentes de instituciones culturales, los presidentes de asociaciones y colegios profesionales. Mantuvo la paz y el orden durante cuarenta años, algo jamás repetido en la historia de España.

Y de todo eso hemos vivido hasta ahora, de las rentas del franquismo que se han acabado después de más de treinta años de estafa democrática. Lo estamos sufriendo en la España de hoy. No tenemos paz ni orden y sólo hay que mirar las noticias para darse cuenta. El pueblo no tiene ningún cauce de representación, salvo depositar cada cuatro años una papeleta en una cloaca. Con esa papeleta, se autoriza la corrupción, la mafia política de unos partidos que están enterrando todo lo que ganamos después de mucho esfuerzo y sufrimiento. ¿Qué decir de la Seguridad Social? Absolutamente quebrada, ya están en marcha las medidas para el copago, desestabilizando a las economías más humildes, y nadie tiene asegura su pensión. Los derechos sociales, la protección laboral, es ya historia. Ahora manda un capitalismo socialista, diseñado por este sistema democrático, retirando la paga extra de navidad y pronto, también, la del 18 de Julio que, todos, socialistas y liberales, quieren recibir aunque sean antifranquistas. ¿Y el Instituto Nacional de la Industria? ¿Dónde han quedado las empresas nacionales que creó Franco? Fueron privatizadas unas, vendidas otras a capitales extranjeros y algunas simplemente liquidadas: ENDESA, privatizada por Aznar, donde curiosamente ahora es consejero cobrando 300.000 euros al año. SEAT o PEGASO, vendidas por la democracia, o la liquidación de astilleros, empresas textiles o industrias pesadas. Sin hablar de la agricultura o la ganadería, deshechas a instancias de la Unión Europea, dejando nuestra tierra sin cultivar a cambio de un puñado de euros de subvención.

Ante la situación crítica de la España actual, la lealtad nos exige defender el 18 de Julio, la liberación nacional que supuso y la Victoria que nos trajo el Caudillo de España, Francisco Franco, la espada más limpia de Europa. Enarbolemos esa Bandera, la Bandera de la Lealdad y el Honor frente a la cobardía y la traición. Fue necesario el 18 de Julio. Fue obligatorio ejercer el Derecho al Alzamiento. Todos los españoles salimos ganando de aquella Victoria.

Juremos, como lo hicieron nuestros héroes y nuestros mártires del 18 de Julio, no abandonar jamás la Fe Católica, el Patriotismo, el Valor y la Unidad para reconquistar nuevamente nuestra Patria. Y pese a las mentiras de la memoria histórica, estemos orgullosos de nuestro Caudillo,

Francisco Franco, ¡presente! ¡Arriba España! ¡Viva Cristo Rey!

Miguel Menéndez Piñar
Más información del acto

jueves, 5 de julio de 2012

EL DERECHO AL ALZAMIENTO



No es una Alegoría, representación de una cosa o de una idea abstracta por medio de un objeto que tiene con ella cierta relación real.
La imagen de la Bandera de España; la que tremoló empuñada por heroicos soldados hacia la Victoria o la Muerte en innumerables guerras en defensa del ser sustantivo de España; la que surcó mares en lo más alto del mástil divisando tierras por conquistar para la Cristiandad y el derecho de los pueblos a una Civilización; la que contempló gestas y siglos de flamear indómito, sin desdoro en la tribulación; la que nunca fue arriada sin Honor, defendida sin valor o menospreciada sin dolor y castigo; el símbolo de una Patria imperial y civilizadora, la que cubrió en sudario a tantos muertos para ella inolvidables, ya fueran en combate abierto contra enemigos exteriores o en la emboscada terrorista de la sucia guerra moderna; ondeaba en el Ayuntamiento de San Sebastián, ese feudo de ignominia colectiva: vieja, sucia y deshilachada.
No es casualidad tal afrenta, el silencio cobarde, la complicidad abyecta. Es fruto de una enfermedad colectiva de fácil diagnóstico y difícil solución, por haberse gestado en muchos años de certera inoculación de virus letales para la Nación y pueblo español y también, sí, para la democracia real. Ello es posible por el suicidio controlado de un pueblo confiado, ignoto, manipulado y corrompido, al que se ha hecho creer y practica que “nada puede hacerse de útil y verdadero sin emanciparse de la historia”, Azaña dixit, convirtiendo nuestra fecunda herencia en mera propaganda tribal, sin asidero en la realidad, ni comportamiento superior. Así, el adocenamiento colectivo, más allá de las primarias necesidades y un nivel confortable de bienestar, esta servido.
La indignación refleja un estado de ánimo, es la primitiva reacción del “consciente” humano ante la adversidad incontrolada, similar al llanto de un niño cuando se le retrasa la comida, sin mayor consistencia, incluso fácilmente superable mediante el recurso de la distracción: Pan y circo, futbol y polémicas ficticias, gimnasia mediática y reality show. Nada consistente más allá de la algarada ocupacional de plazas públicas y la manipulación emocional de una injusticia sistémica. También los niños lloran cuando se les lava la cara, sin que ello perturbe la convivencia paterna.
Cosa distinta es la legítima rebelión contra un poder injusto, arbitrario, despótico y pervertidor del orden natural y del bien común de los ciudadanos.
Ello implica un estado superior a la indignación. Requiere de una conciencia del origen del Mal o de la perturbación que lo produce, sus raíces, manifestación del daño, consecuencias del mismo, y de una voluntad, primero individual y luego colectiva de atajarlo, de búsqueda de los medios lícitos para impedirlo, de rebelarse. Es la “justicia correctiva” o rectificadora, aquella que restaura una situación equitativa al revertir una ilegalidad. Es la Ética de Aristóteles que enseña y dirige a su hijo Nicómaco. La virtud moral hace bueno al ser humano. El arte sólo requiere conocimiento, pero la virtud requiere elección racional y ejercicio constante de la misma. Aristóteles divide los actos del hombre en voluntarios e involuntarios. El acto involuntario se debe a un primer principio extrínseco al hombre, como la fuerza o la ignorancia. El acto voluntario se hace por el deseo que es fruto de la deliberación. Se delibera algo que se puede hacer, sobre verdades y sobre las acciones de otros; se deliberan los medios y el fin. Se delibera sobre los fundamentos racionales del poder establecido y las consecuencias que sus actos y leyes tienen en la sociedad.
Entendido así el acto voluntario de la rebelión, los fundamentos de esa actitud racional vienen determinados por la ilegitimidad de un régimen que en su origen, o en su ejercicio, arruinan, tiranizan, abusan de la fuerza, violan el derecho y fomentan la injusticia del pueblo al que representan. Pensemos en la quiebra económica que nos asola; en la casta política endogámica, intervencionista y corruptora; en la justicia “ a la carta”; en la permisividad con el delincuente y la desprotección de las victimas; en la persecución del idioma español y la ofensa pública a sus símbolos; y en la indefensión del bien común y los intereses de la Nación. Ante todo ello, la rebelión ante esos abusos no es resistencia a la autoridad, es legítima oposición a la injusticia, es, pues resistencia lícita. El individuo, la familia y aún la sociedad misma tienen derechos anteriores y superiores al Poder Político. El derecho a ser gobernados de manera equitativa y justa, a que se defienda su vida y hacienda, a que sus derechos sean amparados y puedan ser defendidos, a que el gobierno cumpla con el mandato otorgado en las urnas de conformidad al programa presentado.
El último estadio o peldaño de la rebeldía lo ofrece “el Alzamiento” contra un poder ilegítimo. Entendida como “guerra justa” desde Santo Tomás, Francisco de Vitoria, el P. Suárez, hasta Hugo Grocio “De iure belle at pacis”, todos han coincidido en el derecho a la resistencia defensiva por la fuerza, cuando la sustancia de la legalidad es la injusticia.
No se puede ocultar que los cinco años de la II República concentraron toda la amalgama de frustraciones, odios, arbitrariedades, injusticias y demagogias existentes en España durante dos siglos de turnante Liberalismo, en sus variadas formas y gobiernos.
La ilegitimidad de la II República en su origen deviene de unas elecciones municipales, no plebiscitarias, en las que la opción monárquica/conservadora ganó en el computo global de España. La salida de Alfonso XIII y aquel documento que, al despedirse firmó, no tenía valor alguno al producirse mediante la amenaza y coacción de aquella revolución que rugía ya a las puertas del Palacio Real. Las elecciones del 29 de Junio de 1931 – llamadas "Constituyentes" -, lo mismo que las del 16 de Febrero de 1936, no fueron, en modo alguno, expresión auténtica de la voluntad popular, sino un ominoso conglomerado de intrigas, amaños, coacciones, violencias, injusticias y crímenes. La explotación vergonzosa del poder en provecho propio que hizo la izquierda en el llamado Frente Popular, unido a su deslealtad a la República y a las propias instituciones que habían creado en Octubre de 1934 (Revolución de Octubre), acreditan de modo incontrovertible su ilegitimidad, también, de ejercicio. Al final, el asesinato de Calvo Sotelo, preparado y encubierto por el Gobierno, y la espantosa revolución comunista, organizada también desde el poder y que habría de estallar pocos días después del 17 de Julio de 1936, señaló el momento culminante del Alzamiento contra el decretado “finis hispaniae”. Por cierto, ¿cuándo van a pedir perdón las izquierdas del frente popular o quienes se consideran sus herederos por toda la destrucción y crímenes cometidos?. Han tenido tiempo de hacer examen de conciencia histórica, suponiendo que la tengan individual.
Acertadas e intemporales son éstas palabras de Vázquez de Mella: “Cuando no se puede gobernar desde el Estado, con el deber, se gobierna desde fuera, desde la sociedad, con el Derecho. ¿Y cuándo no se puede gobernar con el Derecho sólo, porque el poder no lo reconoce?. Se apela a la Fuerza para mantener el Derecho y para imponerle. ¿Y cuando no existe la Fuerza?. Nunca falta en las naciones que no han abandonado totalmente a Dios, y menos en España. Pero, si llegara a faltar por la desorganización, ¿qué se hace? ¿transigir y ceder?. No, no. Entonces se va a recibirla a las catacumbas y al circo, pero no cae de rodillas, porque estén los ídolos en el Capitolio”. 
No menos proféticas y crudas fueron las predicciones de Menéndez y Pelayo referidas a 1.808, Guerra de la Independencia: “Para que rompiésemos aquel sopor, para que de nuevo resplandeciesen con majestad no usada las generosas condiciones de la raza, aletargadas, pero no extintas, por algo peor que la tiranía, por el acatamiento moral de gobernantes y gobernados y el olvido de volver los ojos a lo alto; para que tornara a henchir ampliamente nuestros pulmones el aire de la vida y de las grandes obras de la vida; para recobrar, en suma, la conciencia nacional, atrofiada largos días por el fetichismo covachuelista de Su Majestad, era preciso que un mar de sangre corriera desde Fuenterrabía hasta el seno gaditano, y que en esas rojas aguas nos regeneráramos…”.Frente a Napoleón, se escribía en Acción Española, “el pueblo y sus frailes ganaron la guerra; pero, frente a los afrancesados, perdieron la paz, que fue a estrellarse contra el engendro constitucional de Cádiz”.
Nada hay más funesto para las naciones que una embustera Paz. No puede existir sin Justicia. No la confundamos con tranquilidad. Y, sobre todo, no tratemos de comprarla a precio obardías. La Paz no se compra, se la impone por la lucha de la Justicia y el Bien común; es ésa lucha la que lleva en sí y depara los frutos de la verdadera Paz.
El Alzamiento, pues, era para España un derecho, si quería salvarse y salvar su Patrimonio histórico, su Honor y su vida civilizada. Derecho que constituye un deber. Sólo un pueblo de esclavos podía renunciar a las únicas vías justas y legítimas para derrotar la tiranía de la II República. Tanto los individuos como las sociedades, tienen derecho a su legítima defensa, que es sagrada porque es Ley de Naturaleza.
España tenía el derecho y el deber de alzarse en armas contra una autoridad prostituida y usurpadora, antinacional y anticristiana, tiránica y delincuente.
En fin, este mes de Julio se cumplen 76 años de aquel día glorioso en que se despertó, en el alma colectiva de España, el espíritu recio y heroico de su pasado. Y España se puso en pie, la Iglesia con rigor la llamó Cruzada y el progreso material y moral fecundó toda una época, de cuyas rentas aún hemos vivido hasta ahora, a pesar de la infidelidad de sus herederos.
Rendimos honor a ese valor esclarecido, hoy, a quienes hicieron posible esa gesta, entregando su vida, tanto en la Guerra como en la Paz, por Dios y por España.

domingo, 13 de mayo de 2012

CASTILLA. ¡EL CID CABALGA!

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas. 

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
el destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- , el Cid cabalga. 

Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa! 

A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.


“¡Buen Cid, pasad...! El rey nos dará muerte,
arruinará la casa,
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid no ganáis nada!”


Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita “¡En marcha!”


El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al desierto, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.

Manuel Machado 

viernes, 11 de mayo de 2012

EL SABOTAJE Y AFINES



De la cartas entrecruzadas entre tres de los obispos de la FSSPX (de Galarreta, Tissier de Mallerais y Williamson) al Consejo General de la misma, y de la respuesta del obispo Fellay y del resto del Consejo General a los tres obispos (ver todo aquí en nuestro post anterior), y suponiendo la autenticidad de las mismas, se deducen de ellas varias cuestiones.          

Por una parte, se infiere que el acuerdo romano está sellado, que es inminente el anuncio oficial de la regularización de la FSSPX por parte de Roma, y que la Fraternidad será una “prelatura personal”. ¿Se infiere también una ruptura de los tres obispos o de alguno de ellos con la FSSPX? No lo sabemos ni lo esperamos.

También se deducen varios principios rectores del llamado “acuerdo Roma-FSSPX”. Por ejemplo cuando Fellay les pregunta a los otros tres obispos: “Para ustedes Benedicto XVI ¿es Papa legítimo? Si lo es, ¿Jesucristo puede todavía hablar por su boca? Si el Papa expresa una voluntad legítima respecto a nosotros que es buena, que no da una orden en contra de los mandamientos de Dios ¿tenemos el derecho de desatenderlo, de devolver un revés a esta voluntad? Y si no ¿en qué principio se basan para actuar de este modo? ¿No creen ustedes que si Nuestro Señor lo ordena El nos dará los medios para continuar nuestra obra?” Como aclaración necesaria, vale decir que el gobierno de la FSSPX no está dividido entre sus obispos, sino que reside en su Superior General.
Por nuestra parte, lejos estamos de defender la autoridad ante lo ilegítimo: hace unos años, ante el “affaire Williamson”, en muchos posts defendimos al obispo inglés considerando que estaba siendo víctima de una falaz persecución, y criticamos entonces la actitud de Mons. Fellay y aún la del Papa, por no haberse pronunciado a favor de Williamson.

En ese mismo momento, muchos “tradis” (sino la mayoría) cerraba filas detrás de Mons. Fellay. Y aunque no estábamos de acuerdo con esa actitud, tal vez la comprendíamos, pues ante la tormenta mediática la grey defendía a su pastor, la Fraternidad se auto-preservaba en su Superior General.
Hoy, pasado el tiempo, la situación ha cambiado. Decíamos que la reacción de muchos de los fieles tradicionales, gente valiosísima si las hay, de estar en contra o de temer al acuerdo romano, parece ser la consecuencia natural de años, décadas de vivir excluidos por la Jerarquía, de ser tratados sin la más mínima caridad ni justicia, de estar públicamente bajo el mote odioso de cismáticos… Que vivir tanto tiempo de ese modo puede haber creado cierto hábito mental, cierto capillismo que tal vez demore cambiar.

Ese rechazo o temor no sólo puede divisarse en los “anti-acuerdistas” históricos, se ve también en el llamativo silencio de los más prudentes, y no sólo incluye a gran parte de los fieles, sino a sacerdotes, y nos enteramos todos hoy de que también a tres de los obispos de la FSSPX.

Nosotros, por el contrario creemos que la regularización oficial de la Fraternidad hará que muchas almas lleguen a la tradición, sin perjuicio de las que ya lo están. Y si opinamos en favor de un acuerdo es porque, aunque viles pecadores, nos urge la salvación de las almas. Y no por ello nos consideramos menos “combativos”, al contrario.

El rechazo de muchos fieles tradicionales al acuerdo romano puede provenir de infundados temores a la desaparición de la la tradición, cuando en realidad lo lógico es que aumente. Al decir de Mons. Fellay en la carta, “nos reprochan de ser ingenuos o de tener miedo, pero es su visión de la Iglesia la que es demasiado humana e incluso fatalista. Ustedes ven los peligros, los complots, las dificultades pero no ven la asistencia de la Gracia y del Espíritu Santo.” Aunque el futuro, en manos de la Providencia, nos depare haber cometido un “error”, ¿seremos imputados de haber confiado en la misma Providencia divina?

Esperamos que se esté lejos de creer que se posee la verdad por algún oculto mérito que inconscientemente se percibe como propio. Es cierto que estos sucesos no son iguales a otros sucesos, que la palabra Parusía se lee en estos acontecimientos, ya directa o ya indirectamente. Sin embargo, el estudio de las profecías no pueden ser motivo de abstenerse de la caridad, que si los indicios nos plantan cerca de la Parusía, no por ello estaremos dispensados de las obras de misericordia.

Citamos la carta de Mons. Fellay: “Pretender esperar a que todo se arregle para llegar a lo que ustedes llaman un acuerdo práctico, no es realista. Es muy probable, viendo como se desarrollan las cosas, que el fin de esta crisis tomará todavía decenas de años. Pero rehusar trabajar en el campo porque todavía haya mala hierba, con el riesgo de asfixiar, de estorbar la buena hierba, encuentra una curiosa lección bíblica; es Nuestro Señor que nos hace comprender por su parábola de la cizaña que siempre habrá, en una forma u otra, mala hierba a arrancar y combatir en su Iglesia.”

Estemos deseosos que todas las almas reciban de lo que también nosotros hemos recibido.

Constantino
Editorial de Santa Iglesia Militante  

lunes, 7 de mayo de 2012

A TUS ÓRDENES SEÑOR


A Tus órdenes, Señor.
Gracias te doy, Señor, Dios de los Ejércitos
Por esta vocación militar que me has concedido
Para Tu mejor servicio.

Te ofrezco todo el esfuerzo y fatiga de este día
Para conseguir mi más auténtica formación militar.
Ayúdame, Señor, hoy, en el combate
Para vencer las mentiras del mundo,
Los engaños del diablo,
Y las tentaciones de mi carne.

Hazme duro en el sacrificio,
sincero en la disciplina
y alegre en el compañerismo.

A tus pies Virgen María pongo mi espada.
No apartes nunca Madre 
tu mirada amorosa de tu último soldado.   

Oración de la Academia Preparatoria San Fernando

viernes, 4 de mayo de 2012

LA NUEVA CRISTIANDAD. (El padre Alba en Fátima)


Decir que en Fátima me acordé de orar por toda la Asociación, por todos vosotros, no sería exacto. No puedo orar en ningún sentido determinado porque os llevo siempre en mí mismo en la presencia de Dios. Sí, pedía insistentemente en mis pasos y oraciones que la Santísima Virgen os mantenga unidos y fieles en nuestra peregrinación a la verdadera Patria. Y firmes en la gran tribulación que vivimos y que proseguirá aún más, durante tiempo.

En Fátima se adivina, proféticamente, cómo será la imagen del nuevo mundo que anhelamos y que se alumbrará con la victoria del Corazón Inmaculado de María sobre las fuerzas del infierno. En primer lu­gar se percibe una Cristiandad nueva más purificada que la gloriosa Cristiandad que murió a manos de la traición protestante, racionalista y liberal. Una Cristiandad no con la presencia de una espada de Imperio protector de la Iglesia, sino con la presencia exclusiva y paternal de Pedro en medio de un conjunto fraterno de naciones renacidas, que tendrán en Pedro luz para sus leyes y principio de unión para sus pueblos. Naciones que serán de toda lengua, raza, estirpe y continente. Un verdadero ecúmene de todos los pueblos dentro de la Iglesia.

Será una Cristiandad moderna, con todas las gracias de la técnica y todos los adelantos de una praxis científica puesta al servicio del hombre, y a la par pobre y volcada a las necesidades y carencias huma­nas, en una sociedad de caridad y alegría espiritual. Todo será suma en los corazones de los hombres, enriquecimiento de las almas, al tratarse y conocerse los hombres de distintas tierras y lejanos países que emularán en dar gloria a la Virgen María, la Reina de toda la Cristiandad. El Señor se lo ha dicho a Sor Lucía: Él quiere que todo el mundo conozca y reconozca que todos los bienes vendrán del Corazón Inmaculado de su Madre. Dichosa época la que vivirán las generaciones inmediatas y los últimos flecos de la nuestra.

Los caminos de esa Cristiandad serán como nuevas rutas de Santiago, porque toda la tierra será una ciudad para contemplar en sus mil rincones las maravillas que Dios y la Virgen han obrado en favor de sus hijos. Rutas de Santiago en todas las direcciones de la Rosa de los Vientos, jalonadas de obras de misericordia, centros sociales, comunidades religiosas transidas de devoción, y muchos y santos sacer­dotes padres de las almas, sacrificados y apóstoles.

Todo en Fátima lo anuncia. Y hasta parece que el sonido de las campanas de la esbelta torre basilical miden con sus notas los nuevos tiempos que se avecinan. La inmensa explanada, vacía al amanecer o en la noche, se proyecta ya en la próxima plenitud de los tiempos. En Fátima se recapitula toda el ansia de la Iglesia de salir de esta tiranía del poder satánico, para entrar en los mejores capítulos de la historia de la salvación.

A vosotros os digo que vamos a decidirnos a vivir, desde ahora sin importarnos los obstáculos cada vez más formidables que se interponen en ese camino, a vivir, digo, con esa simiente depositada en nuestros corazones en el Santuario de Fátima, simiente de esa nueva Cristiandad esplendorosa. Una vida sencilla, con trasparencias de vedad, sin intenciones escondidas, en pobreza, alegre, más fraterna en­tre nosotros, para compensar a los que nos dan la espalda o se distancian, construyendo en la Asociación el vínculo de la caridad que va a ser la atadura más fuerte que anude la próxima Cristiandad. Seamos en nuestra Asociación heraldos de ella.

José Mª Alba Cereceda, S.J. + 
junio 1988

martes, 1 de mayo de 2012

GLORIAS DE LA NUEVA MILICIA A LOS CABALLEROS TEMPLARIOS

PRÓLOGO
             A Hugo, caballero de Cristo y maestre de su milicia, Ber­nardo de Claraval, abad sólo de nombre: lucha en noble combate.
            Una, y dos, y hasta tres veces, si mal no recuerdo, me has pedido, Hugo amadísimo, que escriba para ti y para tus com­pañeros un sermón exhortatorio. Como no puedo enristrar mi lanza contra la soberbia del enemigo, deseas que al menos haga blandir mi pluma, e insistes en que os ayudaría no poco, le­vantando vuestros ánimos, ya que no me es posible hacerlo con las armas.
            Hasta ahora lo he diferido, no por menospreciar tu peti­ción, sino para no ser tildado de precipitación y ligereza, por dejarme llevar de mis primeros impulsos. Pensaba también que otro más capaz que yo podría hacerlo mejor y que no debía entremeterme en un asunto de tanto interés y tan vital, para que al final saliera algo mucho menos provechoso. Pero des­pués de esperar en vano tanto tiempo, me decido a escribir lo que yo pueda. Si no, terminarías creyendo que ya no se trataba de incapacidad mía, sino de mala voluntad. Ahora el lector dirá si le he dejado satisfecho. Hice cuanto pude para colmar tus deseos; no será culpa mía si alguien lo tiene que rechazar totalmente o no encuentra lo que esperaba.
I. SERMÓN EXHORTATORIO A LOS CABALLEROS TEMPLARIOS
            1. Corrió por todo el mundo la noticia de que no ha mu­cho nació una nueva milicia precisamente en la misma tierra que un día visitó el Sol que nace de lo alto, haciéndose visible en la carne. En los mismos lugares donde él dispersó con bra­zo robusto a los jefes que dominan en las tinieblas, aspira esta milicia a exterminar ahora a los hijos de la infidelidad en sus satélites actuales, para dispersarlos con la violencia de su arrojo y liberar también a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David su siervo.
            Es nueva está milicia porque jamás se conoció otra igual, porque lucha sin descanso combatiendo a la vez en un doble frente: contra los hombres de carne y hueso, y contra las fuerzas espi­rituales del mal. Enfrentarse sólo con las armas a un enemigo poderoso, a mí no me parece tan original ni admirable. Tamp­oco tiene nada extraordinario ‑aunque no deja de ser laudab­le presentar batalla al mal y al diablo con la firmeza de la fe; así vemos por todo el mundo a muchos monjes que lo hacen por este medio. Pero que una misma persona se ciña la espada, valiente, y sobresalga por la nobleza de su lucha es­piritual, esto sí que es para admirarlo como algo totalmente insólito.
            El soldado que reviste su cuerpo con la armadura de acero y su espíritu con la coraza de la fe, ése es el verdadero valiente y puede luchar seguro en todo trance. Defendiéndose con esta doble armadura, no puede temer ni a los hombres ni a los demonios. Porque no se espanta ante la muerte el que la desea. Viva o muera, nada puede intimidarle a quien su vida es Cristo y su muerte una ganancia. Lucha generosamente y sin la me­nor zozobra por Cristo; pero también es verdad que desea morir y estar con Cristo porque le parece mejor.
            Marchad, pues, soldados, seguros al combate y cargad va­lientes contra los enemigos de la cruz de Cristo, ciertos de que ni la vida ni la muerte podrá privarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús, quien os acompaña en todo momento de peligro diciéndoos: Si vivimos, vivimos para el Señor, y si. morimos, morimos para el Señor. ¡Con cuánta gloria vuelven los que han vencido en una batalla! ¡Qué felices mueren los márti­res en el combate! Alégrate, valeroso atleta, si vives y vences en el Señor; pero salta de gozo y de gloria si mueres y te unes íntimamente con el Señor. Porque tu vida será fecunda y glo­riosa tu victoria; pero una muerte santa es mucho más apeteci­ble que todo eso. Si son dichosos los que mueren en el Señor, ¿no lo serán mucho más los que mueren por el Señor?
            2. Siempre tiene su valor delante del Señor la muerte de sus santos, tanto si mueren en el lecho como en el campo de batalla. Pero morir en la guerra vale mucho más, porque tam­bién es mayor la gloria que implica. ¡Qué seguro se vive con una conciencia tranquila! Sí; ¡qué serenidad se tiene cuando se espera la muerte sin miedo e incluso se la desea con amor y es acogida con devoción! Santa de verdad y de toda garantía es esta milicia, porque está exenta del doble peligro que amenaza casi siempre a la condición humana, cuando Ya causa que de­fiende una milicia no es la pura defensa de Cristo.
            Cuantas veces entras en combate, tú que militas en las filas de un ejército exclusivamente secular, deberían espantarte dos cosas: matar al enemigo corporalmente y matarte a ti mismo espiritualmente, o que él pueda matarte a ti en cuerpo y alma. Porque la derrota o victoria del cristiano no se mide por la suerte del combate, sino por los sentimientos del corazón. Si la causa de tu lucha es buena, no puede ser mala su victoria en la batalla; pero tampoco puede considerarse como un éxito su resultado final cuando su motivo no es recto ni justa su in­tención.
            Si tú deseas matar al otro y él te mata a ti, mueres como si fueras un homicida. Si ganas la batalla, pero matas a alguien con el deseo de humillarle o de vengarte, seguirás viviendo, pero quedas como un homicida, y ni muerto ni vivo, ni vence­dor ni vencido, merece la pena ser un homicida. Mezquina victoria la que, para vencer a otro hombre, te exige que su­cumbas antes frente a una inmoralidad; porque si te ha venci­do la soberbia o la ira, tontamente te ufanas de haber vencido a un hombre. Puede ser que haya que matar a otro por pura autodefensa, no por el ansia de vengarse ni por la arrogancia del triunfo. Pero yo diría que ni en ese caso sería perfecta la victoria, pues entre dos males, es preferible morir corporal­mente y no espiritualmente. No porque maten al cuerpo muere también el alma: sólo el alma que peca moriirá.
II. LA MILICIA SECULAR
             3. Entonces, ¿cuál puede ser el ideal o la eficacia de una milicia, a la que yo mejor llamaría malicia, si en ella el que mata no puede menos de pecar mortalmente y el que muere ha de perecer eternamente? Porque, usando palabras del Apóstol: El que ara tiene que arar con esperanza, y el que trilla con esperanza de obtener su parte.
           Vosotros, soldados, ¿cómo os habéis equivocado tan es­pantosamente, qué furia os ha arrebatado para veros en la necesidad de combatir hasta agotaros y con tanto dispendio, sin  más salarlo que el de la muerte o el del crimen? Cubrís vues­tros caballos con sedas; cuelgan de vuestras corazas telas bellí­simas; pintáis las picas, los escudos y las sillas; recargáis de oro, plata y pedrerías bridas y espuelas. Y con toda esta pom­pa os lanzáis a la muerte con ciego furor y necia insensatez. ¿Son éstos arreos militares o vanidades de mujer? ¿O crees que por el oro se va a amedrentar la espada enemiga para respetar a hermosura de las pedrerías y que no traspasará los tejidos de seda?
Vosotros sabéis muy bien por experiencia que son tres las cosas que más necesita el soldado en el combate: agilidad con reflejos y precaución para defenderse; total libertad de movi­mientos en su cuerpo para poder desplazarse continuamente; y decisión para atacar. Pero vosotros mimáis la cabeza como las damas, dejáis crecer el cabello hasta que os caiga sobre los ojos; os trabáis vuestros propios pies con largas y amplias ca­misolas; sepultáis vuestras blandas y afeminadas manos dentro de manoplas que las cubren por completo. Y lo que todavía es más grave, porque eso os lleva al combate con grandes ansie­dades de conciencia, es que unas guerras tan mortíferas se jus­tifican con razones muy engañosas y muy poco serias. Pues de ordinario lo que suele inducir a la guerra  ‑a no ser en vuestro caso‑  hasta provocar el combate es siempre pasión de iras incontroladas, el afán de vanagloria o la avaricia de conquistar territorios ajenos. Y estos motivos no son suficientes para poder matar o exponerse a la muerte con una conciencia tran­quila.
 III. LA NUEVA MILICIA
            4. Mas los soldados de Cristo combaten confiados en las batallas del Señor, sin temor alguno a pecar por ponerse en peligro de muerte y por matar al enemigo. Para ellos, morir o matar por Cristo ¿o implica criminalidad alguna y reporta una gran gloria. Además, consiguen dos cosas: muriendo sirven a Cristo, y matando, Cristo mismo se les entrega como premio. El acepta gustosamente como una venganza la muerte del ene­migo y más gustosamente aún se da como consuelo al soldado que muere por su causa. Es decir, el soldado de Cristo mata con seguridad de conciencia y muere con mayor seguridad aún.
            Si sucumbe, él sale ganador; y si vence, Cristo. Por algo lleva la espada; es el agente de Dios, el ejecutor de su reproba­ción contra el delincuente. No peca como homicida, sino ‑di­ría yo‑ como malicida, el que mata al pecador para defender a los buenos. Es considerado como defensor de los cristianos y vengador de Cristo en los malhechores. Y cuando le matan, sabernos que no ha perecido, sino que ha llegado a su meta. La muerte que él causa es un beneficio para Cristo. Y cuando se la infieren a él, lo es para sí mismo. La muerte del pagano es una gloria para el cristiano, pues por ella es glorificado Cristo. En la muerte del cristiano se despliega la liberalidad del Rey, que le lleva al soldado a recibir su galardón. Por este motivo se alegrará el justo al ver consumada la venganza. Y podrá decir: Hay premio para el Justo, hay un Dios que hace Justicia sobre la tierra. No es que necesariamente debamos matar a los paga­nos si hay otros medios para detener sus ofensivas y reprimir su violenta opresión sobre los fieles. Pero en las actuales circunstancias es preferible su muerte, para que no pese el cetro de los malvados sobre el lote de los justos, no sea que los justos extiendan su mano a la maldad.
            5. Si al cristiano nunca le fuese lícito herir con la espada, ¿cómo pudo el precursor del Salvador aconsejar a los soldados que no exigieran mayor soldada que la establecida y cómo no condenó absolutamente el servicio militar? Si es una profesión para los que Dios destinó a ella, por no estar llamados a otra más perfecta, me pregunto: ¿quiénes podrán ejercerla mejor que nuestros valientes caballeros?
            Porque gracias a sus armas tenemos una ciudad fuerte en Sión, baluarte para todos nosotros; y arrojados ya los enemi­gos de la ley de Dios, puede entrar en ella el pueblo justo que se mantiene fiel. Que se dispersen las naciones belicosas; ojalá sean arrancados todos los que os exasperan, para excluir de la ciudad de Dios a todos los malhechores, que intentan llevarse las incalculables riquezas acumuladas en Jerusalén por el pue­blo cristiano, profanando sus santuarios y tomando por here­dad suya los territorios de Dios. Hay que desenvainar la espa­da material y espiritual de los fieles contra los enemigos soli­viantados, para derribar todo torreón que se levante contra el conocimiento de Dios, que es la fe cristiana, no sea que digan las naciones: ¿Dónde está su Dios?
            6. Una vez expulsados los enemigos, volverá él a su casa y a su parcela. A esto se refería el Evangelio cuando decía: Vuestra casa se os quedará desierta. Y se lamenta con las pala­bras del profeta: He abandonado mi casa y desechado mi he­redad. Pero hará que se cumplan también estas otras profecías: El Señor redimió a su pueblo y lo rescató de una mano más poderosa. Vendrán entre aclamaciones a la altura de Sión y afluirán hacía los bienes del Señor, Alégrate ahora Jerusalén, y fíjate cómo ha llegado el día de tu salvación. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones. Doncella de Jerusal, ¿no habías caído y no tenías quien te levantara? Ponte en pie, sacúdete el polvo, Jeru­salén cautiva, hija de Sión. Ponte en pie, sube ala altura, mira el consuelo y la alegría que te trae tu Dios. Ya no te llamarán «abandonada», ni a tu tierra «devastada»; porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra será habitada. Levanta los ojos en torno y mira: Todos éstos se reúnen para venir a ti. Este es el auxilio que te envía desde el santuario.
Por medio de ellos se te está cumpliendo la antigua prome­sa: Te haré el orgullo de los siglos, la delicia de todas las eda­des; mamarás la leche de los pueblos, mamarás al pecho de los reyes. Y más abajo: Como a un niño a quien su madre consue­la, así os consolaré yo; en Jerusalén seréis consolados, Ya veis con qué testimonios tan antiguos y tan abundantes se aprueba esta nueva milicia y cómo lo que habíamos oído lo hemos visto en la ciudad de Di os, del Señor de los ejércitos.
Pero es importante, con todo, no darles a estos textos una interpretación literal que vaya contra su sentido espiritual. No sea que dejemos de esperar a que se realice plenamente en la eternidad lo que ahora aplicamos al tiempo presente por to­mar al pie de la letra las palabras de los profetas. Pues lo que ya estamos viendo haría evaporarse la fe que tenemos en lo que aún no vemos; la pobre realidad que ya poseemos nos haría desvalorar todo lo demás que esperamos, y la realidad de los bienes presentes nos haría olvidar la de los bienes futuros. Por lo demás, la gloria temporal de la ciudad terrena no des­truye la de los bienes celestiales, sino que la robustece, con tal de que no dudemos un momento que es sólo una figura de laotra Jerusalén que está en los cielos, nuestra Madre.
 IV. LA VIDA DE LOS CABALLEROS TEMPLARIOS
             7. Digamos ya brevemente algo sobre la vida y costum­bres de los caballeros de Cristo, para que les imiten o al menos se queden confundidos los de la milicia que no lucha exclusi­vamente para Dios, sino para el diablo; cómo viven cuando están en guerra o cuando permanecen en sus residencias. Así se verá claramente la gran diferencia que hay entre la milicia de Dios y la del mundo.
            Tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra, obser­van una gran disciplina y nunca falla la obediencia, porque, como dice la Escritura, el hijo indisciplinado perecerá: Pecado de adivinos es la rebeldía, crimen de idolatría es la obstinación; van y vienen a voluntad del que lo dispone, se visten con lo que les dan y no buscan comida ni vestido por otros medios. Se abstienen de todo lo superfluo y sólo se preocupan de lo imprescindible. Viven en común, llevan un tenor de vida siem­pre sobrio y alegre, sin mujeres y sin hijos. Y para aspirar a toda la perfección evangélica, habitan juntos en un mismo lugar sin poseer nada personal, esforzándose por mantener la unidad que crea el Espíritu, estrechándola con la paz. Diríase que es una multitud de personas en la que todos piensan y sienten lo mismo, de modo que nadie se deja llevar por la voluntad de su propio corazón, acogiendo lo que les mandan con toda sumisión.
            Nunca permanecen ociosos ni andan merodeando curiosa­mente. Cuando no van en marchas ‑lo cual es raro‑, para no comer su pan ociosamente se ocupan en reparar sus armas 0 coser sus ropas, arreglan los utensilios viejos, ordenan sus cosas y se dedican a lo que les mande su maestre inmediato o trabajan para el bien común. No hay entre ellos favoritismos; las deferencias son para el mejor, no para el más noble por su alcurnia. Se anticipan unos a otros en las señales de honor. Todos arriman el hombro a las cargas de los otros y con eso cumplen la ley de Cristo. Ni una palabra insolente, ni una obra inútil, ni una risa inmoderada, ni la más leve murmura­ción, ni el ruido más remiso queda sin reprensión en cuanto es descubierto.
            Están desterrados el juego de ajedrez o el de los dados. Detestan la caza, y tampoco se entretienen ‑como en otras partes‑ con a captura de aves al vuelo. Desechan y abominan a bufones, magos y juglares, canciones picarescas y espectáculos de pasatiempo, por considerarlos estúpidos y falsas locuras. Se tonsuran el cabello, porque saben por el Apóstol que al hombre le deshonra dejarse el pelo largo. Jamás se rizan la cabeza, se bañan muy rara vez, no se cuidan del peinado, van cubiertos de polvo, negros por el sol que les abrasa y la malla que les protege.

            8. Cuando es inminente la guerra, se arman en su interior con la fe y en su exterior con el acero sin dorado alguno; y armados, no adornados, infunden el miedo a sus enemigos sin provocar su avaricia. Cuidan mucho de llevar caballos fuertes y ligeros, pero no les preocupa el color de su pelo ni sus ricos aparejos. Van pensando en el combate, no en el lujo; anhelan la victoria, no la gloria; desean más ser temidos que admira­dos; nunca van en tropel, alocadamente, como precipitados por su ligereza, sino cada cual en su puesto, perfectamente organizados para la batalla, todo bien planeado previamente, con gran cautela y previsión, como se cuenta de los Padres.
            Los verdaderos israelitas marchaban serenos a la guerra. Y cuando ya habían entrado en la batalla, posponiendo su habi­tual mansedumbre, se decían para sí mismos: ¿No aborreceré, Señor, a los que te aborrecen; no me repugnarán los que se te rebelan? Y así se lanzan sobre el adversario como si fuesen ovejas los enemigos. Son poquísimos, pero no se acobardan ni por la bárbara crueldad de sus enemigos ni por su multitud incontable. Es que aprendieron muy bien a no fiarse de sus fuerzas, porque espe­ran la victoria del poder del Dios de los Ejércitos.
            Saben que a él le es facilísimo, en expresión de los Macabeos, que unos pocos envuelvan a muchos, pues a Dios lo mis­mo le cuesta salvar con unos pocos que con un gran contingente; la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo. Muchas veces pudieron contemplar cómo uno perseguía a mil, y dos pusieron en fuga a diez mil. Por esto, como milagrosamente, son a la vez más mansos que los corderos y más feroces que los leones. Tanto que yo no sé  cómo habría que llamarles, si monjes o soldados. Creo que para hablar con propiedad, sería mejor decir que son las dos cosas, porque saben compaginar la mansedumbre del monje con la intrepidez del soldado. Hemos de concluir que realmente es el Señor quien lo ha hecho y ha sido un milagro patente. Dios se los escogió para sí y los reunió de todos los confines de la tierra; son sus siervos entre los valientes de Israel, que  fieles y vigilantes, hacen guardia sobre el lecho del verdadero Salornón. Llevan al flanco la espada, veteranos de muchos combates.
San Bernardo de Claraval