domingo, 31 de marzo de 2013

LA JUVENTUD EN LA PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE ESPAÑA



Se conjugan varias circunstancias, en estos tiempos, que me han llevado a elegir el tema de la juventud, inmersa en la crisis de España.

Hubo un tiempo en que la juventud fue un don preciado para la Patria. Los pueblos grandes, que han escrito con letras de oro el libro eterno de la Historia, jamás lo hubieran hecho sin la fuerza de una juventud sana, comprometida y militante. Puede decirse, sin errar, que la grandeza de un pueblo se mide según la juventud que posee. A medida que la juventud degenera, al mismo tiempo los pueblos se ven condenados a las crisis más profundas.

Nuestra Patria, que ha atravesado innumerables problemas a lo largo de su historia, jamás se encontró con un calvario tan penoso como el sufrido en los últimos 40 años. Es por ello, que me referiré a la Pasión de España vivida en el periodo final del régimen de Francisco Franco y el que va desde su muerte hasta nuestros días. No hace falta enumerar aquí las leyes aberrantes que imperan, aborto y homosexualidad de por medio. Ni nombrar los hechos bochornosos que hicieron templar a la Nación, como, últimamente, la puesta en libertad del asesino Ignacio de Juana Chaos, por méritos de peso. Recordemos, únicamente, la situación de nuestra Patria antes de enfermar, mortalmente, como más tarde veremos.

Para no abundar demasiado en el contexto histórico, de sobra conocido en esta casa, me limitaré a recordar algunos puntos que creo necesarios.

- España venía de andar, por el siglo XIX, sin dirección alguna. A una gesta tan gloriosa como la del 2 de Mayo de 1808, le sucedió a nuestro pueblo un sin fin de cambios políticos, sociales y culturales. Cambios que no hicieron otra cosa que desestabilizar aún más nuestra situación y mermar nuestra potencia y recuperación. La penetración de las corrientes liberales-francesas, combatidas heroicamente en las tres guerras carlistas, sacudieron los cimientos de las Españas, cayendo, uno a uno, los pilares que la sustentaban. Sí, desde la independencia de Chile o Argentina, hasta la de Cuba o Filipinas, fueron terremotos que asolaron nuestro pueblo, pues todas y cada una de las emancipaciones territoriales no fueron sino un robo ilegítimo a España. Porque pese a quien pese, Argentina o Chile, Colombia o el Ecuador, Panamá o Guatemala, Cuba o Puerto Rico, fueron, son y serán España. A la pérdida de nuestros territorios de ultramar, se unió, paralelamente, la inestabilidad política producida por la desaparición de la monarquía católica, social, tradicional y representativa.

- Entró la Patria, descuartizada, en el siglo XX con una profunda decadencia. Pero la verdadera agitación social estaba por llegar. Tras las justas protestas del obrero, las garras marxistas tomaron posiciones. Las revueltas extranjeras pronto se esparcieron por las ciudades españolas. El liberalismo, emergente en aquellas penosas cortes de Cádiz, entraba de la mano del comunismo en los años treinta con la proclamación de la Segunda República. La mitad de nuestros hermanos, engañados por las sucias promesas izquierdistas, decidieron repudiar a su patria y pisotear, sin escrúpulos, la Cruz de Cristo y la Enseña Nacional. Era la antiEspaña, que aglutinó, con ideas forasteras, las persecuciones más atroces jamás conocidas en la historia reciente. Pregunten en Aravaca, Pozuelo o Paracuellos del Jarama. Pregunten a los 12 obispos o a los cerca de siete mil sacerdotes y religiosos asesinados por odio a la Fe. Pregunten, en fin, a uno de los ejecutores, Santiago Carrillo, doctor honoris causa, quien después de tantos años sigue empapado por la sangre de nuestros mártires.

Pero frente a la vorágine antitea y frente a la tempestad antiespañola, las columnas de nuestra Patria seguían erguidas: la Iglesia, pilar esencial de nuestra historia; el ejército, brazo armado de la Patria; y el pueblo, bastión de futuro. La Iglesia, el Ejército y el Pueblo, emprendieron el 18 de Julio de 1936, una Cruzada de liberación Nacional. Una Cruzada, no me cansaré de repetirlo, en la que luchó, murió y venció la mejor generación española de todos los tiempos.

Venció España, un primero de abril de 1939, no lo olvidemos, con las armas en la mano y la cruz en el pecho. Se inició, entonces, la reconstrucción espiritual, moral y material de nuestro pueblo.


  • La juventud ante la pasión de España.

“Ganamos la guerra pero perdimos la paz”. Quien esto sostiene no anda muy equivocado. El tiempo le ha dado la razón. Mientras se mantuvo, como insignia y bandera, el espíritu de la cruzada, profesando, pública y oficialmente, los principios emanados del 18 de Julio,  España marchó al frente de las grandes conquistas. La Patria grande y libre, el estado nuevo y fuerte, la sociedad más justa y armonizada. Todo el éxito de esta empresa se llevó a cabo con la adversidad del aislamiento internacional y los bloqueos diplomáticos. Pero sobre todo, con la infiltración de los enemigos en los tejidos vitales de la Patria, uniformados perfectamente y ocupando puestos de suma relevancia. Ellos se encargaron de enfriar la sangre martirial, derramada en la Cruzada, de olvidar las gestas heroicas y de borrar los aniversarios de la victoria para convertirlos en festejos de la paz. Y poco a poco fueron minando a la sociedad. Desde posiciones ocultas, se ordenaba destruir cualquier atisbo que recordara el sacrificio, la sangre vertida y los esfuerzos sumados por tener una España mejor.

Siempre hay traidores, camuflados entre los mejores hombres. Ya pasó hace dos mil años. Uno entre doce fue el capitalista que renunció al Maestro por treinta monedas. El que lo entregó al verdugo con un beso en la mejilla. España sufrió la misma traición que Nuestro Señor. Es como un cáncer, difícil de pronosticar. Una enfermedad, que con el tiempo se convierte en mortal y acaba por sesgar la vida del que la padece. Suele atacar al núcleo de la sociedad, a la esencia de futuro de cualquier pueblo: la juventud.

Por eso, los vencidos en la guerra, que habían jurado vengarse, tomaron posición en las cátedras de las universidades, en los colegios y en todas aquellas instituciones encargadas de velar por la educación de las juventudes de España.  Fueron los años sesenta y setenta, los años del aperturismo, de la tecnocracia y de los ministros católico-demócratas. Nuevamente, el gaseamiento liberal adormecía a un pueblo que veinticinco años antes se había puesto en pie, por Dios y por la Patria, contra la tiranía marxista. Era el año sesenta y seis, y sólo habían pasado treinta, cuando Fuerza Nueva comenzó su actividad, precisamente denunciando las traiciones, desde dentro del régimen de Francisco Franco, a quien Blas Piñar ya había dicho: “Mi general, lo que le puedo asegurar es que estamos en 1957 y no acierto a imaginar lo que puede suceder en el futuro político de España, pero tenga la seguridad de que cuando llegue el momento difícil, y haya muchos que le abandonen y deserten, yo, al menos, estaré a su lado”.

Se iniciaba en España una época crucial en su historia. Las columnas antes mencionadas, comenzaron su autodestrucción. La Iglesia, que había convocado el Concilio Vaticano II, entre otras cosas, para reafirmar el principio Ecclesia semper reformanda, no cumplió con las expectativas. Antes, al contrario, se anunció por la más Alta Jerarquía, que el “humo de Satanás había penetrado en la Iglesia” contribuyendo, con ello, a la virtual descristianización de España. Fue el mismo Vaticano, el que instó a Francisco Franco para que se modificara el artículo 6º del Fuero de los Españoles con el respaldo conciliar de la declaración Dignitatis Humanae. Así, se trató de hacer compatible el estado confesionalmente católico con la libertad de cultos para cuantas religiones faltas o sectas quisieran esparcir sus errores entre nuestra gente, especialmente los jóvenes. Parece que la Iglesia oficiosa ha olvidado la doctrina tradicional y dogmática que sostuvo siempre. Recuérdese lo que dijo don Marcelino Menéndez y Pelayo: “en la unidad católica descansa nuestra unidad política, porque no tenemos otra”. Sin olvidar las frases evangélicas que nos instan a construir, sobre la Verdad, la auténtica Verdad, la ansiada unidad. La unidad de “un solo rebaño y un solo pastor”, la de “un solo Señor, un solo bautismo y una sola Fe”. Trágicamente volvía a repetirse aquello de: “España, ha dejado de ser católica”.

Lo cierto es que con estos cambios funestos dentro de la Iglesia, los pastores fueron arrinconados por los lobos. Si ya eran malos los tiempos que corrían, años setenta, se agravaban aún más por la Jerarquía que encabezaba la Iglesia en España. Ni más ni menos que Vicente Enrique y Tarancón llegó a ser Cardenal Primado de España. El de los abrazos públicos con la masonería o el mismo que abiertamente deseaba para España su paso al socialismo. Al final de sus días no sabemos si era más antifranquista, más antiespañol o más hereje. Lo que si sabemos son los escándalos permanentes que despertó en sus ovejas y que Blas Piñar denunció, algunos de ellos, en su libro “Mi réplica al Cardenal Tarancón”.

Tanto daño hicieron en la feligresía, que baste este dato que recoge Guerra Campos, el último obispo santo y valiente de España, en una pastoral diocesana: “entre 1964 y 1978 el número de militantes de Acción Católica desciende en un 95 por 100”. Escalofriante, si tenemos en cuenta que la Acción Católica contribuyó con cientos de mártires y combatientes durante el periodo de nuestra cruzada. Ejemplo de ello fue Antonio Rivera, el ángel del Alcázar, paradigma del joven combatiente católico, el que arengaba con el “tirad, pero tirad sin odio”.

Fue la primera transición, la eclesiástica, la que contaminó al resto de la sociedad. “Mas vale tener la grey sin pastor, que tener por pastor a un lobo”, escribió San Ignacio de Loyola. Con ello, acabaron con la edificación espiritual de la juventud.

Desfiguraron los cimientos de la Fe para que ésta no pueda ser asentada en el pueblo. Desde entonces, se viene predicando a un Cristo, cuando menos, en facetas siempre parciales, incompleto. La humanidad que está hambrienta de Fe, bien lo sabemos, anda moribunda, desfallecida, al no encontrar el verdadero alimento. Parece que la figura del Redentor se la esté camuflando, escondiéndola entre las malezas de este mundo. Así, se nos presenta a Jesús como un pusilánime, hecho de ternura y beata sensiblería, cuya debilidad era utilizada como forma de seducción. Jesús, según se nos dice, es la más pura expresión de tolerancia. Nosotros sabemos que eso no es cierto. A Cristo, ciertamente, le sobraban fuerzas para hablar sin eufemismos y ni elipsis, conociendo los riesgos que corría y que finalmente lo llevaron a la muerte. Llamó a las cosas por sus nombres, evitando rodeos, denunciando uno a uno a los traidores e infames. Qué hombre débil y blando podría proclamar en las colinas de Galilea “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Qué personaje alicaído y gris podía deshacer el Sanedrín en pleno y a la decadencia romana, diciéndoles claramente, “Ego sum Rex”, “Yo soy Rey; para eso nací y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la Verdad”. Qué espíritu laxo podía predicar, entre el egoísmo de los fariseos, la consigna única de la Cruz. ¿Dudaba acaso Cristo, negociaba o pactaba? ¿Buscaba refugio en las palabras vanas, cuando llamó a los judíos “sepulcros blanqueados” (Mt. 23:27), “raza de víboras”? Cristo tiene todo el poder, en el Cielo y en la tierra. Él, ejemplo de vida en todo, modelo para los católicos, nos enseñó con su vida, a conducir la nuestra. Pero ¿cómo iban los jóvenes a seguirlo si no podían conocerlo? Les fue arrebatada la Fe al desfigurar la verdad que debían abrazar.


Caía también la segunda columna de la sociedad, el ejército. Pasó de ser ejército victorioso a ejército víctima, ejército humillado, ejército impotente. Se fueron aniquilando las Fuerzas Armadas, física y moralmente. Acabaron con la vida de sus miembros, caídos por la metralla antiespañola de ETA, que por la espalda asesinaba con la complicidad claudicante de los gobiernos. Y cuando sus compañeros de armas protestaban y clamaban justicia eran silenciados por los altos mandos. Al menos, aún quedaban hombres de valor para contestar que “por encima de la disciplina, está el honor”. Los generales eran elegidos con sumo cuidado para hacer sucumbir al ejército y descartar cualquier tipo de salvación para España. Así entregó la victoria de primero de abril Gutiérrez Mellado, como dejó constancia Luis Villamea en un libro espléndido. Fue el General Gutiérrez Mellado, el militar más nefasto que han conocido los cuarteles, promotor y ejecutor de la destrucción del Ejército Español.

Anulada cualquier participación del Ejército, en posibles movilizaciones para impedir la muerte de España, se consiguió, más tarde, desprestigiar al brazo armado de la Patria hasta convertirlo en enemigo directo de la libertad y la democracia. Fueron los tiempos de la operación Galaxia, el 23-F o los arrestos a oficiales que no se amoldaban a las directrices insidiosas de quienes ostentaban los galones más altos. El ejército se batió en retirada, arriando la bandera hasta nueva orden. Nadie se acuerda ya del juramento a esa misma bandera, escupida, pisoteada y rasgada día tras día con total impunidad.

La erosión no tardó en aparecer en las organizaciones juveniles del Movimiento. Se preparaba el tránsito a un sistema liberal, no ya sólo políticamente, sino espiritual, moral y militarmente.

Sobre la juventud ya no descansaban aquellos ideales, de amor y de guerra, que eran la base sólida de la nueva España. La Fe y la Milicia, castas esenciales para la forja de juventudes, desaparecieron de los centros de enseñanza y formación. Con ello, aniquilaron la militancia juvenil, olvidando la sentencia de Job en el Texto Sagrado: “vita super terram militiae est”, la vida del hombre sobre la tierra es milicia. La Patria dejó de ser Madre para lo españoles y se convirtió en país. El orgullo patrio pronto vino a ser desprecio por nuestras tradiciones, por nuestra historia, aun la más heroica, y por nuestra cultura.

Aquí encontramos a la juventud. Sumergida en la crisis española más profunda de su historia. Pero no fue capaz de reaccionar. Era imposible. Hacía falta el espíritu de cruzada, de heroísmo. Recordar los tiempos pasados, echar la vista atrás y mirar a sus padres a los ojos, combatientes por Dios y por España. Pero el relevo generacional no llegó. Fue rechazada la herencia gloriosa y épica para asumir las nuevas sendas del hedonismo, el nihilismo o el consumismo. De una juventud como esta (foto abuelo Camilo, requeté con 15 años) se cambió a la juventud pasota, anárquica y rebelde contra lo que sus padres habían representado. Por eso no es de extrañar, que hijos e hijas de heroicos españoles sean hoy los abanderados del socialismo, del aborto o de las parejas de invertidos, operados o no con fondos públicos.

Se trataba de una juventud profundamente enferma, acomodada por el bienestar y asentada en la explosión económica. Conformista y materialista, que no era capaz de realizar un diagnóstico de la enfermedad de España porque ni siquiera la amaban. Una juventud huidiza, inepta en el enfrentamiento de los problemas, aborregada por el sistema tecnócrata y burgués.

España sufría. España se desangraba. España padecía y no se veía en el horizonte otra cosa que las garras del enemigo, junto a la hoz y el martillo, que resurgían cada vez con más fuerzas. Las revueltas estudiantiles, la reorganización de los sindicatos y la actuación de los partidos, en paralelo al régimen del Caudillo Franco, hacían presagiar el peor de los destinos. A ello se fueron sumando las metástasis que el adversario aprovechó para debilitar, aun más, la Nación. El afloramiento de los nacionalismos, la aparición de ETA y el GRAPO, fueron los clavos imposibles de soportar.


  • La juventud ante la muerte de España

Ante la muerte inminente de la Patria, se impuso, al espíritu martirial y heroico de la juventud anterior, el espíritu del bikini, del porro y de la movida madrileña. Espíritu que, por desgracia, predomina hoy. Ahí fuera andan nuestros jóvenes, de botellón en botellón, esperando la llegada del fin de semana para emborracharse o drogarse. “No saldrá de las discotecas la salvación de España”, nos decía el padre Alba. Tenía razón, porque toda aceptación implica una renuncia. Aceptar la vida fácil, de las aspiraciones económicas y la homologación con esta sociedad, trae inseparablemente la renuncia a nuestros Ideales y a las virtudes que lo sustentan. El sacrificio, el honor, la lealtad, la camaradería... todo ello es incompatible con la pusilanimidad, la tibieza y las medias tintas de aquellos que siendo un tiempo de los nuestros, se entregaron, con los brazos abiertos, a la democracia, el liberalismo y la disolución de los valores permanentes. Y si por el contrario el hombre abraza el Ideal de la Patria, gastando y desgastando la vida por ella, no tiene más remedio que despojarse de las ataduras de este mundo, de sus seducciones materiales y sociales, para poner todo al servicio de España.

Y volvió a suceder como en el Evangelio. España, traicionada por aquellos que la habían adulado y entregada a manos de sus enemigos declarados, fue tomada rehén en la oscuridad de la noche. Judas, esta vez, se presentó en el huerto de los olivos, acompañado por un siniestro hombre que regresaba a España con peluquín. Y tras la victoria del Partido Comunista, un Viernes Santo, día de su legalización, se decidió, democráticamente, la muerte de España. Fue Juan Carlos de Borbón, a quien yo no reconozco como rey y si como traidor, perjuro y usurpador, el que permitió que el pueblo eligiera entre Barrabás o Jesucristo, entre esta banda de ladrones que nos gobierna o la España una, grande y libre del 18 de Julio. Y el pueblo, noqueado y manipulado por los medios de comunicación, votó asesinar a España. “¡Que crucifiquen a España!”, se oía retumbar de norte a sur en nuestro solar Patrio. Izquierdas y derechas estaban de acuerdo, izquierdas y derechas así lo decidieron, izquierdas y derechas exigieron que cayera la sangre de España sobre ellos y su descendencia.

En ese momento, quedó aprobada la constitución de 1978 al amparo de la cual se asesinan miles de niños inocentes, encuentran cobijo los maricones y se amontonan los nacionalistas. Eso sí, protege tanto al Jefe del Estado que no se le puede exigir responsabilidades por sus actos. Supongo que será el motivo de tener, en vez de un rey, un bufón.

Muerta la Patria, la juventud quedó huérfana. Ciertamente hubo movimientos que recogieron esa orfandad e iniciaron un camino de reconquista y resurrección del pueblo. Esta casa, Fuerza Nueva, fue y es ejemplo de ello. Se hicieron presentes reacciones esporádicas, aglutinantes o individuales, que terminaron por difuminarse. Gracias a la perseverancia de los pocos jóvenes combatientes de aquellos años, estamos nosotros aquí. Hablando de España. Soñando en España. Doliéndonos por España. Urge recoger la herencia recibida para cimentarla, otra vez, en las nuevas juventudes. No se puede caer en el mismo error de cortar el camino de la tradición, del relevo generacional de cuanto nuestra Patria significa y representa.


  • La juventud ante la resurrección de España.

¡Hay esperanza! Una vez más, las escenas del Evangelio han de servirnos de meditación. La esperanza se encuentra al pie de la Cruz, expectante ante la muerte de España. Está María Santísima, patrona y protectora de España, hincada de rodillas ante la Salvación del hombre. Ella comanda nuestras tropas. Ella aplastará la cabeza del Maligno. Y junto a Santa María se encuentra el apóstol San Juan, el discípulo más querido. Es san Juan la imagen del joven militante. Él es el menor de los doce apóstoles y sin embargo el único en acompañar a Cristo durante Su Pasión. Cuando todos, encerrados por temor a ser vistos, acobardados por las dificultades, abandonan al Maestro, San Juan, armado de valor se dirige al Gólgota. Sólo él testificó con su presencia en el Calvario la filiación cristiana recibida. Él, desafiando a las tropas romanas y a las huestes judías, proclamó que Cristo es Rey y que ha de reinar, por siempre, hasta poner a Sus enemigos como estrado de Sus pies. Certificó el inicio de la salvación al ver brotar, de las heridas martiriales de Cristo, la sangre redentora.

España está, en estos momentos, corporalmente muerta. Azotada y flagelada hasta el extremo, agotada por la vía hacia la Cruz que la hizo expirar. Yace caída por la desintegración de sus miembros, por la infección de sus órganos vitales. Mas no así su espíritu, que es inmortal y eterno. Óiganlo los rojos y los liberales, los de la izquierda y la derecha, los borbones y los burgueses: Que España esté postrada en el sepulcro no significa que hayan pasado sus días. Pues yo afirmo, que el alma de España reside en las juventudes de sus escuadras, pertrechadas con las armas morales para la contienda.

Es, por ello, el tiempo de armar a la juventud, en el sentido más amplio de la expresión. Volver a reconstruir esas escuadras dotándolas de los valores supremos que antaño defendieron. Será necesario:

-          Primeramente, la edificación espiritual de las juventudes, a fin de poseer, individual y colectivamente, una Fe inquebrantable, apasionada y firme. La misma Fe católica, la española y verdadera, que juramos defender desde la pila bautismal hasta el fin de nuestra vida. Ya lo dijo el gran León Degrelle: “sin Fe el mundo se está asesinando así mismo”. Y con palabras del Capitán Codreanu, de la Legión de San Miguel Arcángel, afirmamos que “marchar sin Fe no podemos, porque es la Fe la que nos ha dado todo nuestro empuje en la lucha”. Más tarde diría el Capitán Codreanu a sus juventudes rumanas: “antes que nuestros cuerpos se consuman y se agote nuestra sangre, es preferible morir en los montes peleando por nuestra Fe”. Sabiendo, con el requeté, que “ante Dios no hay héroe anónimo” porque “morir por Él es vivir eternamente”.
Dicho sea de paso: hay que rechazar la Fe del católico acomplejado, liberal y derechoide que despreciamos. Esa Fe es heterodoxa y falsa y no nos sirve. Nosotros buscamos y anhelamos la Fe íntegra, la Fe tradicional, la Fe de siempre. Entendemos la Fe como una milicia y la milicia como servicio a la Fe.

-          En segundo lugar, “implantar en el alma de las juventudes la alegría y el orgullo de la Patria”. No se puede luchar por algo que no se ama. Y no se puede amar algo desconocido. Por eso hay que afirmar nuestra historia, la verdadera, resistiendo al revisionismo izquierdoso. Sólo así amaremos a España, aspirando a la perfección, a pesar de que no nos guste. Deben las juventudes formarse en el amor a la Patria y montar guardia vigorosa al servicio de su grandeza. Cuando los corazones juveniles sientan palpitar la Patria en su interior, podremos decir que la resurrección de España es posible. El patriotismo, virtud imperiosa para esta lucha, obligatoriamente tiene que estar ligada a la Fe como la unidad esencial de nuestra vida.

-          Tercero: armonizar las virtudes del joven combatiente, para forjar en él una voluntad férrea e imperturbable. La misma que tenía el requeté cuando decía: “¿corresponde? Si corresponde me atrevo”. De lo anterior se desprende que no es necesario, para esta batalla, centrarse en el número de nuestras juventudes. Menos eran los hermanos Macabeos y derrotaron al ejército apóstata de Israel. Menos y rodeados fueron los cadetes que resistieron en el Alcázar de Toledo, protagonizando unas de las gestas más gloriosas de la historia militar contemporánea.  Formación y voluntad, acción, decisión y valor son las coordenadas del movimiento juvenil que necesita España para resucitar.

Desterrados nos encontramos en nuestro suelo, pero jamás vencidos. Dios es nuestra fuerza; España nuestro sueño. Marchemos como el Señor, adelante con los suyos, creando dos bandos diferenciados. El que no está con Cristo, contra Él se vuelve (Mt. 12, 30). Es la contienda beligerante entre las dos ciudades de San Agustín, o las dos banderas de San Ignacio. Es, en suma, la guerra del Cielo, entre San Miguel y Satanás, la espada de la Verdad y el príncipe de la mentira, que ha pasado a la tierra. Ha llegado otra vez el día del enfrentamiento entre España y la anti España. Por eso, en esta batalla, no le es lícito al joven camuflarse con el mundo, negando cualquier testificación pública de la Fe o defensa de la Patria.

Ante esta contienda hay que saber lo siguiente: ahora, parece, que se están preparando los procesos de beatificación de cientos de mártires más de nuestra Cruzada. Esa sangre será públicamente venerada por la Iglesia, pues fue derramada por Dios y por España. Hoy, en cambio, el enemigo, revestido de democracia, ya no mata por odio a la Religión o la Patria. Ha sido más útil corromper las conciencias y arrancar la Fe al pueblo. La palma de martirio, en una época muy parecida, es imposible. Por lo menos el martirio de sangre, por el cual son reconocidos estos santos de Dios. Pero, he aquí, que hay otros muchos, apartados de los procesos de beatificación, porque hicieron uso del legítimo recurso del enfrentamiento armado. Y fueron santos y mártires al mismo nivel. Antonio Mollé Lazo, por ejemplo, que derramó su sangre testificando a Cristo, pero que también, arma al brazo, salió de su casa para luchar por Dios y por España en las trincheras españolas. Elevemos la súplica por su beatificación, ya que encontraríamos entre los santos recientes el ejemplo para dar la vida por Cristo si fuera preciso, pero hallaríamos, también, la fuerza y la valentía para la contienda  que se avecina.

Ejerciten, así, los jóvenes, para la batalla pendiente, la virtud de la clarividencia, para detectar el error y someterlo, con la Verdad, a la presión que ahogue sus perversos objetivos. No podemos, para ello, abandonar uno sólo de los principios que conforman nuestros sagrados Ideales. Es la lucha contra la corriente pública que los moderados, los falsos prudentes y los cómplices de la omisión no están dispuestos a emprender. Quédense ellos como el joven rico del Evangelio, entre las joyas de su palabrería vana y la plata de la seguridad humana. Nuestro tesoro está en el Cielo, esperando ser ganado por nuestro testimonio en el seguimiento del Crucificado y la custodia de la España católica, fuerte y justa.

Jóvenes, a vosotros os lo digo, presentes aquí esta tarde. Jóvenes. Soldados todos de una Causa entregada, traicionada y asesinada. Militantes de la Patria sangrante y despedazada. Hijos de la España inmortal. Porque sois y debéis ser el futuro del que dependa el amanecer arrollador de la nueva primavera, habréis de aceptar que nuestras vidas están contra la comodidad. Y decimos con José Antonio, que “queremos un paraíso difícil, vertical e implacable, donde no se descanse nunca y que tenga, junto a las jambas de las puertas, ángeles con espadas”. 

Recordad la consigna de Claudel: “la juventud no fue hecha para el placer, sino para el heroísmo”. Para ello, vertebrar vuestras acciones sobre eje hispanocatólico de la vida y volverán a sonar las mejores estrofas de canto universal y español de nuestra historia.

Que se cumplan los versos, nuevamente, del himno de las juventudes católicas de España:

Ser apóstol o mártir acaso,
mis banderas me enseñan a ser

Esta es la misión que la Providencia nos encomienda: dotar a las juventudes del impulso necesario para que vuelvan a ser, como quería José Antonio, mitad monjes, mitad soldados.
Y se alzarán entonces las juventudes, enérgicas, militantes y combativas. Y no habrá quien pueda acallar sus voces, que gritarán por todos los rincones de la Patria resucitada:

¡Viva Cristo Rey!
¡Arriba España!

Miguel Menéndez Piñar
Conferencia en el Aula Cultural de Fuerza Nueva
8 de Marzo de 2007

1 comentario:

  1. " ....pues todas y cada una de las emancipaciones territoriales no fueron sino un robo ilegítimo a España. Porque pese a quien pese, Argentina o Chile, Colombia o el Ecuador, Panamá o Guatemala, Cuba o Puerto Rico, fueron, son y serán España......"

    Se equivoca garrafalmente, es que acaso latinoamerica le pertenecia a Espana ? y eso desde cuando ? No puede haber robo si la propiedad de las tierras era de los latinoamericnos, no de los espanoles. El unico robo que hubo, fue el que cometireron los espanoles que se robaron los recursos como oro, esmeraldas, plata, etc. Es ud muy descarado, se le aplica -literalmente- el refran de: "tras de ladron, bufon". No solo vinieron a robar, traer enfermedades, someter y esclavizar, sino que encima de todo ahora los ladrones son los que se emanciparon y recobraron su territorio.

    La realidad es que ninguno de nuestros paises le pertenecian, pertenecen o perteneceran a Espana. Los espanoles llegaron a latinoamerica ( luego de andar perdidos en altamar por meses ) y fueron recibidos con afecto por los indigenas, quienes les ofrecieron alimento, y gran hospitalidad.

    Debido a su incultura y bajo coeficiente intelectual, sumado a su arrogancia, los espanoles no apreciaron esa hospitalidad que les ofrecieron los indigenas, ni apreciaron haber llegado al paraiso y en acto de terrible estupidez procedieron al pillaje, los robos, sometieron a los pueblos a la esclavitud, robaron sus recursos ( los cuales malgasto la corona ), trajeron enfermedades, malas costumbres, etc.

    Lo unico bueno que dejo Espana, despues de saquear nuestros paises y salir con el rabo entre las patas, lo unico bueno que dejo fue la lengua espanola y la religion Catolica. De resto solo desolacion, robo, enfermedades y malas costumbres.

    Despues de aquel horrendo robo y masacre, han sufrido el castigo divino, pues desde esos dias nunca pudieron volver a levantar cabeza, y vemos hoy dia como estan de mal y como son vistos por los europeos como alimanas y sanguijuelas.

    Eso les pasa por perezosos, brutos, ladrones, y encima de todo desagradecidos.

    Atte,
    RuyDiaz

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