Me han detenido, pero no era culpable. Debería ser arrestado quien hace daño a la propia Patria.
Al juez que me interrogaba respondí: "Luchamos movidos por la fe y por el amor de la Patria. Nos comprometemos a luchar hasta la victoria. Esta es mi última palabra".
Pensando en mi triste suerte, mi madre me había enviado el Himno de la Virgen, pidiéndome que lo leyera. Así lo hice. Me parecía entonces que los adversarios y los peligros habían desaparecido. Celebré la Pascua de Resurrección en la celda, y cuando las campanas comenzaron a repicar en todas las iglesias, me arrodillé y recé.
Vivía con el pensamiento y con la resolución de morir. Esta era la resolución de la victoria, que nos daba serenidad y fuerza para sonreir delante de cualquier enemigo.
Los jóvenes aman la diversión. A mí me ha sido negada ésta. Sobre mi juventud han pesado preocupaciones y dificultades que la han destruido. Lo que me ha quedado lo consumirán las paredes de esta estrecha y fría prisión; siento el frío húmedo del pavimento que se me sube por los huesos. Durante la detención, en los calabozos, hemos cantado continuamente los himnos de batalla.
Ninguna nación ha ganado nada de las diversiones y de la vida cómoda de sus ciudadanos. Siempre ha salido algo mejor para ellas del sufrimiento. Por esto nosotros también aceptamos la muerte. Corra también nuestra sangre, la sangre de todos los nuestros: será nuestra última gran llamada, la llamada inmortal dirigida al pueblo rumano.
Por otra parte, hay derrotas y muertes que despiertan una estirpe y a la vida. Y, por el contrario, hay victorias que la adormecen. Así, nuestra muerte podría ser más útil a la estirpe que todos los esfuerzos de toda nuestra vida. Nuestros verdugos no quedarán impunes. No pudiendo vencer venceremos muertos.
Al fin de mis batallas vuelvo mi pensamiento a mi madre, que me ha seguido, año tras año, hora tras hora, temblando, en todos los peligros a los que el destino me exponía. Honrando a mi madre pretendo honrar a todas las madres cuyos hijos han luchado, han sufrido y han caído por la Patria rumana, en cuyo triunfo, un día no lejano, todos resucitarán para confusión de sus verdugos.
No importa que hayamos caído: detrás de nosotros hay millares que piensan como nosotros.
Camaradas, a vosotros, en el momento del último adiós, a vosotros que sois calumniados, vilipendiados, martirizados, yo, que miro a la luz de Dios, os digo: "¡Pronto venceremos!”.
Cuando hemos sido recibidos con fuego, con fuego hemos respondido. Este es el libro del relato de mi juventud, desde los diecinueve a los treinta y cuatro años, con sus sentimientos, su fe, sus hechos y sus errores. El rezar es el elemento decisivo de la victoria
Cornelio Zelea Codranu, El Capitán
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