[…]Sobre la fe en Dios genuina y pura se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: “No hay Dios” [Salmo 13, 1- ss] se encamina a la corrupción moral. Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que desterrando de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea clara y determinada, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, se recorren senderos de empobrecimiento y de decadencia moral. Ningún poder coercitivo del Estado, ningún ideal puramente terreno, por grande y noble que sea, podrá sustituir por mucho tiempo a los estímulos más profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo.
Si al que es llamado a las empresas más arduas, al sacrificio del pequeño “yo” en bien de la comunidad, se le quita el sostén moral que le viene de lo eterno y lo divino, de la fe ennoblecedora y consoladora en Aquel que premia todo bien y castiga todo mal, el resultado final para innumerables hombres no sería la adhesión al deber, sino más bien la deserción. La observancia concienzuda de los diez mandamientos de la ley de Dios y de los preceptos de la Iglesia, que no son, en definitiva, estos últimos, más que disposiciones derivadas de las normas del Evangelio, es para todo individuo una incomparable escuela de disciplina orgánica, de vigorización moral y de formación del carácter. Es una escuela que exige mucho, pero no más de lo que podemos. Dios misericordioso, cuando ordena como legislador: “Tú debes”, da con su gracia la posibilidad de ejecutar su mandato. El dejar, por consiguiente, inutilizadas energías morales de tan poderosa eficacia, o el obstruirles a sabiendas el camino en el campo de la instrucción popular, es obra de irresponsables, que tiende a producir deficiencia religiosa en el pueblo. El solidarizar la doctrina moral con opiniones humanas, subjetivas y mudables en el tiempo, en lugar de anclarlas en la santa voluntad de Dios eterno y en sus mandamientos, equivale a abrir de par en par las puertas a las fuerzas disolventes. Por tanto, fomentar el abandono de las directrices eternas de una doctrina moral para la formación de las conciencias y para el ennoblecimiento de la vida en todos sus planos y ordenamientos, es un atentado criminal contra el porvenir del pueblo, cuyos tristes frutos serán muy amargos en las generaciones futuras. […]
Fragmento de la Encíclica MIT BRENNENDER SORGE
S.S. PÍO XI
Marzo de 1937
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