domingo, 13 de julio de 2014
Blas Piñar - La Realeza de Cristo, presentado por Rafael Gambra
Conferencia de Blas Piñar "La Realeza de Cristo", presentado por don Rafael Gambra, quien nos invita a escuchar al orador "con la admiración y fervor que se merece".
- Hasta minuto 11:45 - Presentación de Rafael Gambra.
- Del minuto 11:45 hasta el final, conferencia de Blas Piñar.
viernes, 11 de julio de 2014
UN OLVIDO DE LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA
La Comunión Tradicionalista y sus órganos oficiales
(Agencia Faro, carlismo.es, …) han tenido un olvido. Leo que el 22 de Junio
rescataron y publicaron un documento extraordinario y muy interesante: “El
Carlismo y la Unidad Católica”, del 23 de Mayo de 1963, en torno a la cuestión
tan dañina, especialmente para España, de la “Libertad Religiosa”, debatida por
entonces en el Concilio Vaticano II y aprobada en la declaración “Dignitatis Humanae”. El texto oficial
que presenta el mencionado documento, narra la defensa del principio de la
“Unidad Católica” rechazando, por incompatibilidad, la “Libertad Religiosa”,
cuyo proyecto de ley se debatió y aprobó en 1967 modificando el artículo 6º del
Fuero de los Españoles. Puede leerse aquí http://www.carlismo.es/?p=3971
Esa defensa de la Unidad Católica fue ejercida por
una veintena de procuradores en Cortes cuya máxima figura fue Blas Piñar. Blas Piñar
convocó a la veintena de procuradores en Cortes que debían presentar las
enmiendas en el debate sobre la Ley de Libertad Religiosa, cuyo “nihil obstat” había dado ya la
Conferencia Episcopal, aunque sin unanimidad entre los obispos. Uno de los
prelados que defendía la “Unidad Católica” fue el Arzobispo de Valencia, don
Marcelino Olaechea, que junto a Blas Piñar trazó el plan de dotar al grupo de
procuradores de argumentos para presentar las distintas enmiendas a los
artículos de la ley. Para ello, don Marcelino constituyó una Comisión de
Expertos en la materia que ejercerían de gabinete técnico a disposición de los
procuradores. Esa Comisión de expertos fueron dos padres dominicos, Victorino
Rodríguez y Alonso Lobo; dos jesuítas, Eustaquio Guerrero y Baltasar Pérez
Argos; un pasionista, Bernardo Monsegú, y un sacerdote secular, Enrique
Valcarce Alfayate.
Blas Piñar fue el primero de los procuradores en
firmar las enmiendas y, por tanto, obligarse en el debate a defenderlas. Fue
presionado para que se retirara del debate. Las presiones vinieron por parte de
varios obispos e incluso del Ministro de Justicia Antonio María de Oriol y
Urquijo, amén de innumerables amenazas e insultos por parte del progresismo. La
bandera no podía arriarse y Blas Piñar la mantuvo ondeando al viento. Basta con
acudir a las hemerotecas y ver las crónicas de aquel debate. Absolutamente
todas se centran en Blas Piñar, desde las de ABC por parte de José María Ruíz
Gallardón o Torcuato Luca de Tena, a las del Diario Ya, Pueblo, Informaciones o
Arriba. Lideró con su preparación, sus conocimientos y su oratoria a aquel
grupo de hombres que, tenazmente, y contra viento y marea, seguían defendiendo
la doctrina tradicional de la Iglesia en el campo civil, jurídico y político.
Aquel debate fue tan tenso y tuvo tanta repercusión
que, como bien cita la crónica de la Comunión Tradicionalista, se convocó una
cena homenaje en el Restaurante “El Bosque” a los procuradores don Ramón Albístur, don Agustín de Asís
Garrote, don Agustín de Bárcena, barón de Cárcer, don José María Codón, don
Luis Coronel de Palma, don Miguel Fagoaga, don Luís Gómez de Aranda, don Fermín
Izurdiaga, don Jesús López Medel, don Lucas María de Oriol (se desmarcó del
homenaje), don Blas Piñar y don Fermín Sanz Orrio. Ocuparon la presidencia en
la cena, aparte de los procuradores, el marqués de Valdeiglesias, Roberto
Reyes, el Padre Oltra y Rafael Gambra.
Rafael Gambra se encargó de homenajear a los
procuradores con una intervención que fue coronada por una gran ovación y
aplausos prolongados. Contestó, por parte de los homenajeados, Blas Piñar.
Fueron los dos protagonistas de aquella cena que reunió, según las crónicas, a
seiscientas personas. Hubo altercados durante la misma, siendo atacado el
restaurante desde fuera rompiendo los cristales del salón con piedras y objetos
contundentes.
Se adhirieron a la cena-homenaje Los Círculos
Vázquez de Mella y las Hermandades de Ex Combatientes de los Tercios de
Requetés, el Consejo Nacional de la Comunión Tradicionalista, el general Díaz
de Villegas, Ignacio Romero Raizabal, los señores Lizarza, José Sequeiros,
Ramón Tatay, María Amparo Munilla, González Quevedo, Pascual Agramunt, Abelardo
de Carlos, Francisco A. Patiño Valero y el Arzobispo de Valencia, doctor
Olaechea.
La crónica de la Comunión Tradicionalista no sólo omite el nombre de
Blas Piñar, protagonista sin duda de aquellos años y de aquellos hechos, sino
que llega a afirmar que el “Carlismo se
había quedado solo en la defensa del principio de la Unidad Católica”. Los
párrafos anteriores demuestran que esa afirmación no es cierta.
No, no se puede hablar de la tensión en España entre la “Unidad
Católica” y la “Libertad Religiosa” sin citar a Blas Piñar. Añado, además, que
si se es partidario de lo primero y no de lo segundo, hay que hablar de Blas
Piñar con profundo agradecimiento. Agradecimiento que, al menos, desde los
órganos oficiales de la Comunión Tradicionalista, brilla por su ausencia.
La Comunión Tradicionalista, en su crónica, se
pregunta, ¿qué es la “Unidad Católica”? Y responde con palabras de dos autores:
el padre Victorino Rodríguez y Rafael Gambra. Yo también me pregunto: ¿Por qué
citar a Blas Piñar al hablar de la Unidad Católica de España? Y me contesto a
mí mismo escuchando decir a don Rafael Gambra: “Blas Piñar fue la gran figura
de aquellos procuradores que supieron defender la Unidad Religiosa. Bien
conocéis su gran lucha, la gran pelea que ha sostenido todos estos años. Vamos
ahora a escucharle con la admiración y el fervor que se merece”. O leyendo la
carta que el padre Victorino Rodríguez envió a Blas Piñar el 13 de Mayo de 1967
tras el debate de la “Ley de Libertad Religiosa”:
<<Querido amigo: Después del magnífico tratamiento del Proyecto de Ley sobre libertad religiosa en las Cortes, llevado tan principalmente y a tanta altura por Vd., le felicitamos y le damos las gracias, un servidor y otros muchos Profesores de esta Facultad Teológica (P. Arturo Alonso Lobo, P. Santiago Ramírez, P. G. Fraile, P. B. Marina, etc.) que hemos comentado en común sus intervenciones en los debates: con una fe tan sana y valiente, con tanta inteligencia y agudeza dialéctica, con tanto sentido de la responsabilidad católica y española. El futuro católico de España se lo agradecerá. Dios se lo pague. Un abrazo muy fuerte. P. Victorino Rodríguez. OP>>.
No sirvan estas letras para enfrentar o menguar
nuestras filas, ya casi
irreductibles por su disminuido tamaño. Las hago públicas en honor a la verdad y
con base en la justifica y, sobre todo, en el agradecimiento hacia la figura de
Blas Piñar. Yo sí quiero formar en las escuadras de ese futuro católico de
España del que habla el gran Victorino Rodríguez. Queden adjuntadas estas
palabras a la crónica de la Comunión Tradicionalista para suplir el mencionado
olvido.
Miguel Menéndez Piñar
viernes, 13 de diciembre de 2013
UNIDAD NACIONAL Y CONSTITUCIÓN.
La Constitución Española del 78 reconoce el principio de nacionalidad,
entre otras, para Cataluña. Si Cataluña es una nacionalidad –es decir,
una nación- tendrá que tener un estado. O, ¿alguien conoce alguna nación
sin estado?
Si quieres defender la Unidad de España no puedes hacerlo amparado en la Constitución. Si eres un nacionalista, la Constitución te protege. Si eres un patriota, la Constitución te apesta.
¡Abajo la Constitución! ¡Arriba la Unidad de España!
Si quieres defender la Unidad de España no puedes hacerlo amparado en la Constitución. Si eres un nacionalista, la Constitución te protege. Si eres un patriota, la Constitución te apesta.
¡Abajo la Constitución! ¡Arriba la Unidad de España!
miércoles, 24 de abril de 2013
110 ANIVERSARIO
José Antonio, ¡Maestro!... ¿En qué lucero,
en qué sol, en qué estrella peregrina
montas la guardia? Cuando a la divina
bóveda miro, tu respuesta espero.
Toda belleza fue tu vida clara.
Sublime entendimiento, ánimo fuerte,
y en pleno ardor triunfal, temprana muerte
... porque la juventud no te faltara.
Háblanos tú… de tu perfecta gloria
hoy nos enturbia la lección el llanto;
mas ya el sagrado nimbo te acompaña
y en la portada de su nueva historia
la Patria inscribe ya tu nombre santo…
¡José Antonio! ¡Presente! ¡Arriba España!
Manuel Machado
en qué sol, en qué estrella peregrina
montas la guardia? Cuando a la divina
bóveda miro, tu respuesta espero.
Toda belleza fue tu vida clara.
Sublime entendimiento, ánimo fuerte,
y en pleno ardor triunfal, temprana muerte
... porque la juventud no te faltara.
Háblanos tú… de tu perfecta gloria
hoy nos enturbia la lección el llanto;
mas ya el sagrado nimbo te acompaña
y en la portada de su nueva historia
la Patria inscribe ya tu nombre santo…
¡José Antonio! ¡Presente! ¡Arriba España!
Manuel Machado
domingo, 31 de marzo de 2013
LA JUVENTUD EN LA PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE ESPAÑA
Se conjugan varias
circunstancias, en estos tiempos, que me han llevado a elegir el tema de la
juventud, inmersa en la crisis de España.
Hubo un tiempo en que la juventud
fue un don preciado para la Patria. Los pueblos grandes, que han escrito con
letras de oro el libro eterno de la Historia, jamás lo hubieran hecho sin la
fuerza de una juventud sana, comprometida y militante. Puede decirse, sin
errar, que la grandeza de un pueblo se mide según la juventud que posee. A
medida que la juventud degenera, al mismo tiempo los pueblos se ven condenados
a las crisis más profundas.
Nuestra Patria, que ha atravesado
innumerables problemas a lo largo de su historia, jamás se encontró con un
calvario tan penoso como el sufrido en los últimos 40 años. Es por ello, que me
referiré a la Pasión de España vivida en el periodo final del régimen de
Francisco Franco y el que va desde su muerte hasta nuestros días. No hace falta
enumerar aquí las leyes aberrantes que imperan, aborto y homosexualidad de por
medio. Ni nombrar los hechos bochornosos que hicieron templar a la Nación,
como, últimamente, la puesta en libertad del asesino Ignacio de Juana Chaos,
por méritos de peso. Recordemos, únicamente, la situación de nuestra Patria
antes de enfermar, mortalmente, como más tarde veremos.
Para no abundar demasiado en el
contexto histórico, de sobra conocido en esta casa, me limitaré a recordar
algunos puntos que creo necesarios.
- España venía de andar, por el
siglo XIX, sin dirección alguna. A una gesta tan gloriosa como la del 2 de Mayo
de 1808, le sucedió a nuestro pueblo un sin fin de cambios políticos, sociales
y culturales. Cambios que no hicieron otra cosa que desestabilizar aún más
nuestra situación y mermar nuestra potencia y recuperación. La penetración de
las corrientes liberales-francesas, combatidas heroicamente en las tres guerras
carlistas, sacudieron los cimientos de las Españas, cayendo, uno a uno, los
pilares que la sustentaban. Sí, desde la independencia de Chile o Argentina,
hasta la de Cuba o Filipinas, fueron terremotos que asolaron nuestro pueblo,
pues todas y cada una de las emancipaciones territoriales no fueron sino un
robo ilegítimo a España. Porque pese a quien pese, Argentina o Chile, Colombia
o el Ecuador, Panamá o Guatemala, Cuba o Puerto Rico, fueron, son y serán
España. A la pérdida de nuestros territorios de ultramar, se unió,
paralelamente, la inestabilidad política producida por la desaparición de la
monarquía católica, social, tradicional y representativa.
- Entró la Patria, descuartizada,
en el siglo XX con una profunda decadencia. Pero la verdadera agitación social
estaba por llegar. Tras las justas protestas del obrero, las garras marxistas
tomaron posiciones. Las revueltas extranjeras pronto se esparcieron por las
ciudades españolas. El liberalismo, emergente en aquellas penosas cortes de
Cádiz, entraba de la mano del comunismo en los años treinta con la proclamación
de la Segunda República. La mitad de nuestros hermanos, engañados por las
sucias promesas izquierdistas, decidieron repudiar a su patria y pisotear, sin
escrúpulos, la Cruz de Cristo y la Enseña Nacional. Era la antiEspaña, que
aglutinó, con ideas forasteras, las persecuciones más atroces jamás conocidas
en la historia reciente. Pregunten en Aravaca, Pozuelo o Paracuellos del
Jarama. Pregunten a los 12 obispos o a los cerca de siete mil sacerdotes y
religiosos asesinados por odio a la Fe. Pregunten, en fin, a uno de los
ejecutores, Santiago Carrillo, doctor
honoris causa, quien después de tantos años sigue empapado por la sangre de
nuestros mártires.
Pero frente a la vorágine antitea
y frente a la tempestad antiespañola, las columnas de nuestra Patria seguían
erguidas: la Iglesia, pilar esencial de nuestra historia; el ejército, brazo
armado de la Patria; y el pueblo, bastión de futuro. La Iglesia, el Ejército y
el Pueblo, emprendieron el 18 de Julio de 1936, una Cruzada de liberación
Nacional. Una Cruzada, no me cansaré de repetirlo, en la que luchó, murió y
venció la mejor generación española de todos los tiempos.
Venció España, un primero de
abril de 1939, no lo olvidemos, con las armas en la mano y la cruz en el pecho.
Se inició, entonces, la reconstrucción espiritual, moral y material de nuestro
pueblo.
- La juventud
ante la pasión de España.
“Ganamos la guerra pero perdimos
la paz”. Quien esto sostiene no anda muy equivocado. El tiempo le ha dado la
razón. Mientras se mantuvo, como insignia y bandera, el espíritu de la cruzada,
profesando, pública y oficialmente, los principios emanados del 18 de Julio, España marchó al frente de las grandes
conquistas. La Patria grande y libre, el estado nuevo y fuerte, la sociedad más
justa y armonizada. Todo el éxito de esta empresa se llevó a cabo con la
adversidad del aislamiento internacional y los bloqueos diplomáticos. Pero
sobre todo, con la infiltración de los enemigos en los tejidos vitales de la
Patria, uniformados perfectamente y ocupando puestos de suma relevancia. Ellos
se encargaron de enfriar la sangre martirial, derramada en la Cruzada, de
olvidar las gestas heroicas y de borrar los aniversarios de la victoria para
convertirlos en festejos de la paz. Y poco a poco fueron minando a la sociedad.
Desde posiciones ocultas, se ordenaba destruir cualquier atisbo que recordara
el sacrificio, la sangre vertida y los esfuerzos sumados por tener una España
mejor.
Siempre hay traidores, camuflados
entre los mejores hombres. Ya pasó hace dos mil años. Uno entre doce fue el
capitalista que renunció al Maestro por treinta monedas. El que lo entregó al
verdugo con un beso en la mejilla. España sufrió la misma traición que Nuestro
Señor. Es como un cáncer, difícil de pronosticar. Una enfermedad, que con el
tiempo se convierte en mortal y acaba por sesgar la vida del que la padece. Suele
atacar al núcleo de la sociedad, a la esencia de futuro de cualquier pueblo: la
juventud.
Por eso, los vencidos en la
guerra, que habían jurado vengarse, tomaron posición en las cátedras de las
universidades, en los colegios y en todas aquellas instituciones encargadas de
velar por la educación de las juventudes de España. Fueron los años sesenta y setenta, los años
del aperturismo, de la tecnocracia y de los ministros católico-demócratas. Nuevamente,
el gaseamiento liberal adormecía a un pueblo que veinticinco años antes se
había puesto en pie, por Dios y por la Patria, contra la tiranía marxista. Era
el año sesenta y seis, y sólo habían pasado treinta, cuando Fuerza Nueva
comenzó su actividad, precisamente denunciando las traiciones, desde dentro del
régimen de Francisco Franco, a quien Blas Piñar ya había dicho: “Mi general, lo
que le puedo asegurar es que estamos en 1957 y no acierto a imaginar lo que
puede suceder en el futuro político de España, pero tenga la seguridad de que
cuando llegue el momento difícil, y haya muchos que le abandonen y deserten,
yo, al menos, estaré a su lado”.
Se iniciaba en España una época
crucial en su historia. Las columnas antes mencionadas, comenzaron su
autodestrucción. La Iglesia, que había convocado el Concilio Vaticano II, entre
otras cosas, para reafirmar el principio Ecclesia
semper reformanda, no cumplió con las expectativas. Antes, al contrario, se
anunció por la más Alta Jerarquía, que el “humo de Satanás había penetrado en
la Iglesia” contribuyendo, con ello, a la virtual descristianización de España.
Fue el mismo Vaticano, el que instó a Francisco Franco para que se modificara
el artículo 6º del Fuero de los Españoles con el respaldo conciliar de la
declaración Dignitatis Humanae. Así,
se trató de hacer compatible el estado confesionalmente católico con la
libertad de cultos para cuantas religiones faltas o sectas quisieran esparcir
sus errores entre nuestra gente, especialmente los jóvenes. Parece que la
Iglesia oficiosa ha olvidado la doctrina tradicional y dogmática que sostuvo
siempre. Recuérdese lo que dijo don Marcelino Menéndez y Pelayo: “en la unidad
católica descansa nuestra unidad política, porque no tenemos otra”. Sin olvidar
las frases evangélicas que nos instan a construir, sobre la Verdad, la
auténtica Verdad, la ansiada unidad. La unidad de “un solo rebaño y un solo
pastor”, la de “un solo Señor, un solo bautismo y una sola Fe”. Trágicamente
volvía a repetirse aquello de: “España, ha dejado de ser católica”.
Lo cierto es que con estos
cambios funestos dentro de la Iglesia, los pastores fueron arrinconados por los
lobos. Si ya eran malos los tiempos que corrían, años setenta, se agravaban aún
más por la Jerarquía que encabezaba la Iglesia en España. Ni más ni menos que
Vicente Enrique y Tarancón llegó a ser Cardenal Primado de España. El de los
abrazos públicos con la masonería o el mismo que abiertamente deseaba para
España su paso al socialismo. Al final de sus días no sabemos si era más
antifranquista, más antiespañol o más hereje. Lo que si sabemos son los
escándalos permanentes que despertó en sus ovejas y que Blas Piñar denunció,
algunos de ellos, en su libro “Mi réplica al Cardenal Tarancón”.
Tanto daño hicieron en la
feligresía, que baste este dato que recoge Guerra Campos, el último obispo
santo y valiente de España, en una pastoral diocesana: “entre 1964 y 1978 el
número de militantes de Acción Católica desciende en un 95 por 100”.
Escalofriante, si tenemos en cuenta que la Acción Católica contribuyó con
cientos de mártires y combatientes durante el periodo de nuestra cruzada. Ejemplo
de ello fue Antonio Rivera, el ángel del Alcázar, paradigma del joven
combatiente católico, el que arengaba con el “tirad, pero tirad sin odio”.
Fue la primera transición, la
eclesiástica, la que contaminó al resto de la sociedad. “Mas vale tener la grey
sin pastor, que tener por pastor a un lobo”, escribió San Ignacio de Loyola.
Con ello, acabaron con la edificación espiritual de la juventud.
Desfiguraron los cimientos de la
Fe para que ésta no pueda ser asentada en el pueblo. Desde entonces, se viene
predicando a un Cristo, cuando menos, en facetas siempre parciales, incompleto.
La humanidad que está hambrienta de Fe, bien lo sabemos, anda moribunda,
desfallecida, al no encontrar el verdadero alimento. Parece que la figura del
Redentor se la esté camuflando, escondiéndola entre las malezas de este mundo.
Así, se nos presenta a Jesús como un pusilánime, hecho de ternura y beata
sensiblería, cuya debilidad era utilizada como forma de seducción. Jesús, según
se nos dice, es la más pura expresión de tolerancia. Nosotros sabemos que eso
no es cierto. A Cristo, ciertamente, le sobraban fuerzas para hablar sin
eufemismos y ni elipsis, conociendo los riesgos que corría y que finalmente lo
llevaron a la muerte. Llamó a las cosas por sus nombres, evitando rodeos,
denunciando uno a uno a los traidores e infames. Qué hombre débil y blando
podría proclamar en las colinas de Galilea “Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida”. Qué personaje alicaído y gris podía deshacer el Sanedrín en pleno y a la
decadencia romana, diciéndoles claramente, “Ego sum Rex”, “Yo soy Rey; para eso
nací y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la Verdad”. Qué espíritu
laxo podía predicar, entre el egoísmo de los fariseos, la consigna única de la
Cruz. ¿Dudaba acaso Cristo, negociaba o pactaba? ¿Buscaba refugio en las
palabras vanas, cuando llamó a los judíos “sepulcros blanqueados” (Mt. 23:27),
“raza de víboras”? Cristo tiene todo el poder, en el Cielo y en la tierra. Él,
ejemplo de vida en todo, modelo para los católicos, nos enseñó con su vida, a
conducir la nuestra. Pero ¿cómo iban los jóvenes a seguirlo si no podían
conocerlo? Les fue arrebatada la Fe al desfigurar la verdad que debían abrazar.
Caía también la segunda columna
de la sociedad, el ejército. Pasó de ser ejército victorioso a ejército
víctima, ejército humillado, ejército impotente. Se fueron aniquilando las
Fuerzas Armadas, física y moralmente. Acabaron con la vida de sus miembros, caídos
por la metralla antiespañola de ETA, que por la espalda asesinaba con la
complicidad claudicante de los gobiernos. Y cuando sus compañeros de armas
protestaban y clamaban justicia eran silenciados por los altos mandos. Al
menos, aún quedaban hombres de valor para contestar que “por encima de la
disciplina, está el honor”. Los generales eran elegidos con sumo cuidado para
hacer sucumbir al ejército y descartar cualquier tipo de salvación para España.
Así entregó la victoria de primero de abril Gutiérrez Mellado, como dejó
constancia Luis Villamea en un libro espléndido. Fue el General Gutiérrez
Mellado, el militar más nefasto que han conocido los cuarteles, promotor y
ejecutor de la destrucción del Ejército Español.
Anulada cualquier participación
del Ejército, en posibles movilizaciones para impedir la muerte de España, se
consiguió, más tarde, desprestigiar al brazo armado de la Patria hasta
convertirlo en enemigo directo de la libertad y la democracia. Fueron los
tiempos de la operación Galaxia, el 23-F o los arrestos a oficiales que no se
amoldaban a las directrices insidiosas de quienes ostentaban los galones más
altos. El ejército se batió en retirada, arriando la bandera hasta nueva orden.
Nadie se acuerda ya del juramento a esa misma bandera, escupida, pisoteada y
rasgada día tras día con total impunidad.
La erosión no tardó en aparecer
en las organizaciones juveniles del Movimiento. Se preparaba el tránsito a un
sistema liberal, no ya sólo políticamente, sino espiritual, moral y
militarmente.
Sobre la juventud ya no
descansaban aquellos ideales, de amor y de guerra, que eran la base sólida de
la nueva España. La Fe y la Milicia, castas esenciales para la forja de
juventudes, desaparecieron de los centros de enseñanza y formación. Con ello,
aniquilaron la militancia juvenil, olvidando la sentencia de Job en el Texto
Sagrado: “vita super terram militiae est”, la vida del hombre sobre la tierra
es milicia. La Patria dejó de ser Madre para lo españoles y se convirtió en
país. El orgullo patrio pronto vino a ser desprecio por nuestras tradiciones,
por nuestra historia, aun la más heroica, y por nuestra cultura.
Aquí encontramos a la juventud.
Sumergida en la crisis española más profunda de su historia. Pero no fue capaz
de reaccionar. Era imposible. Hacía falta el espíritu de cruzada, de heroísmo.
Recordar los tiempos pasados, echar la vista atrás y mirar a sus padres a los
ojos, combatientes por Dios y por España. Pero el relevo generacional no llegó.
Fue rechazada la herencia gloriosa y épica para asumir las nuevas sendas del
hedonismo, el nihilismo o el consumismo. De una juventud como esta (foto abuelo Camilo, requeté con 15 años)
se cambió a la juventud pasota, anárquica y rebelde contra lo que sus padres
habían representado. Por eso no es de extrañar, que hijos e hijas de heroicos
españoles sean hoy los abanderados del socialismo, del aborto o de las parejas
de invertidos, operados o no con fondos públicos.
Se trataba de una juventud
profundamente enferma, acomodada por el bienestar y asentada en la explosión
económica. Conformista y materialista, que no era capaz de realizar un
diagnóstico de la enfermedad de España porque ni siquiera la amaban. Una
juventud huidiza, inepta en el enfrentamiento de los problemas, aborregada por
el sistema tecnócrata y burgués.
España sufría. España se
desangraba. España padecía y no se veía en el horizonte otra cosa que las
garras del enemigo, junto a la hoz y el martillo, que resurgían cada vez con
más fuerzas. Las revueltas estudiantiles, la reorganización de los sindicatos y
la actuación de los partidos, en paralelo al régimen del Caudillo Franco,
hacían presagiar el peor de los destinos. A ello se fueron sumando las
metástasis que el adversario aprovechó para debilitar, aun más, la Nación. El
afloramiento de los nacionalismos, la aparición de ETA y el GRAPO, fueron los
clavos imposibles de soportar.
- La juventud
ante la muerte de España
Ante la muerte inminente de la
Patria, se impuso, al espíritu martirial y heroico de la juventud anterior, el
espíritu del bikini, del porro y de la movida madrileña. Espíritu que, por
desgracia, predomina hoy. Ahí fuera andan nuestros jóvenes, de botellón en
botellón, esperando la llegada del fin de semana para emborracharse o drogarse.
“No saldrá de las discotecas la salvación de España”, nos decía el padre Alba.
Tenía razón, porque toda aceptación
implica una renuncia. Aceptar la vida fácil, de las aspiraciones económicas y
la homologación con esta sociedad, trae inseparablemente la renuncia a nuestros
Ideales y a las virtudes que lo sustentan. El sacrificio, el honor, la lealtad,
la camaradería... todo ello es incompatible con la pusilanimidad, la tibieza y
las medias tintas de aquellos que siendo un tiempo de los nuestros, se
entregaron, con los brazos abiertos, a la democracia, el liberalismo y la
disolución de los valores permanentes. Y si por el contrario el hombre abraza
el Ideal de la Patria, gastando y desgastando la vida por ella, no tiene más
remedio que despojarse de las ataduras de este mundo, de sus seducciones
materiales y sociales, para poner todo al servicio de España.
Y volvió a suceder como en el
Evangelio. España, traicionada por aquellos que la habían adulado y entregada a
manos de sus enemigos declarados, fue tomada rehén en la oscuridad de la noche.
Judas, esta vez, se presentó en el huerto de los olivos, acompañado por un
siniestro hombre que regresaba a España con peluquín. Y tras la victoria del
Partido Comunista, un Viernes Santo, día de su legalización, se decidió,
democráticamente, la muerte de España. Fue Juan Carlos de Borbón, a quien yo no
reconozco como rey y si como traidor, perjuro y usurpador, el que permitió que
el pueblo eligiera entre Barrabás o Jesucristo, entre esta banda de ladrones
que nos gobierna o la España una, grande y libre del 18 de Julio. Y el pueblo,
noqueado y manipulado por los medios de comunicación, votó asesinar a España. “¡Que
crucifiquen a España!”, se oía retumbar de norte a sur en nuestro solar Patrio.
Izquierdas y derechas estaban de acuerdo, izquierdas y derechas así lo
decidieron, izquierdas y derechas exigieron que cayera la sangre de España
sobre ellos y su descendencia.
En ese momento, quedó aprobada la
constitución de 1978 al amparo de la cual se asesinan miles de niños inocentes,
encuentran cobijo los maricones y se amontonan los nacionalistas. Eso sí,
protege tanto al Jefe del Estado que no se le puede exigir responsabilidades
por sus actos. Supongo que será el motivo de tener, en vez de un rey, un bufón.
Muerta la Patria, la juventud
quedó huérfana. Ciertamente hubo movimientos que recogieron esa orfandad e
iniciaron un camino de reconquista y resurrección del pueblo. Esta casa, Fuerza
Nueva, fue y es ejemplo de ello. Se hicieron presentes reacciones esporádicas,
aglutinantes o individuales, que terminaron por difuminarse. Gracias a la
perseverancia de los pocos jóvenes combatientes de aquellos años, estamos
nosotros aquí. Hablando de España. Soñando en España. Doliéndonos por España. Urge
recoger la herencia recibida para cimentarla, otra vez, en las nuevas
juventudes. No se puede caer en el mismo error de cortar el camino de la
tradición, del relevo generacional de cuanto nuestra Patria significa y
representa.
- La juventud
ante la resurrección de España.
¡Hay esperanza! Una vez más, las
escenas del Evangelio han de servirnos de meditación. La esperanza se encuentra
al pie de la Cruz, expectante ante la muerte de España. Está María Santísima,
patrona y protectora de España, hincada de rodillas ante la Salvación del
hombre. Ella comanda nuestras tropas. Ella aplastará la cabeza del Maligno. Y
junto a Santa María se encuentra el apóstol San Juan, el discípulo más querido.
Es san Juan la imagen del joven militante. Él es el menor de los doce apóstoles
y sin embargo el único en acompañar a Cristo durante Su Pasión. Cuando todos,
encerrados por temor a ser vistos, acobardados por las dificultades, abandonan
al Maestro, San Juan, armado de valor se dirige al Gólgota. Sólo él testificó
con su presencia en el Calvario la filiación cristiana recibida. Él, desafiando
a las tropas romanas y a las huestes judías, proclamó que Cristo es Rey y que
ha de reinar, por siempre, hasta poner a Sus enemigos como estrado de Sus pies.
Certificó el inicio de la salvación al ver brotar, de las heridas martiriales
de Cristo, la sangre redentora.
España está, en estos momentos,
corporalmente muerta. Azotada y flagelada hasta el extremo, agotada por la vía hacia
la Cruz que la hizo expirar. Yace caída por la desintegración de sus miembros,
por la infección de sus órganos vitales. Mas no así su espíritu, que es
inmortal y eterno. Óiganlo los rojos y los liberales, los de la izquierda y la
derecha, los borbones y los burgueses: Que España esté postrada en el sepulcro
no significa que hayan pasado sus días. Pues yo afirmo, que el alma de España
reside en las juventudes de sus escuadras, pertrechadas con las armas morales
para la contienda.
Es, por ello, el tiempo de armar
a la juventud, en el sentido más amplio de la expresión. Volver a reconstruir
esas escuadras dotándolas de los valores supremos que antaño defendieron. Será
necesario:
-
Primeramente, la edificación espiritual de las
juventudes, a fin de poseer, individual y colectivamente, una Fe
inquebrantable, apasionada y firme. La misma Fe católica, la española y
verdadera, que juramos defender desde la pila bautismal hasta el fin de nuestra
vida. Ya lo dijo el gran León Degrelle: “sin Fe el mundo se está asesinando así
mismo”. Y con palabras del Capitán Codreanu, de la Legión de San Miguel
Arcángel, afirmamos que “marchar sin Fe no podemos, porque es la Fe la que nos
ha dado todo nuestro empuje en la lucha”. Más tarde diría el Capitán Codreanu a
sus juventudes rumanas: “antes que nuestros cuerpos se consuman y se agote
nuestra sangre, es preferible morir en los montes peleando por nuestra Fe”. Sabiendo,
con el requeté, que “ante Dios no hay héroe anónimo” porque “morir por Él es
vivir eternamente”.
Dicho sea de
paso: hay que rechazar la Fe del católico acomplejado, liberal y derechoide que
despreciamos. Esa Fe es heterodoxa y falsa y no nos sirve. Nosotros buscamos y
anhelamos la Fe íntegra, la Fe tradicional, la Fe de siempre. Entendemos la Fe como
una milicia y la milicia como servicio a la Fe.
-
En segundo lugar, “implantar en el alma de las
juventudes la alegría y el orgullo de la Patria”. No se puede luchar por algo
que no se ama. Y no se puede amar algo desconocido. Por eso hay que afirmar
nuestra historia, la verdadera, resistiendo al revisionismo izquierdoso. Sólo
así amaremos a España, aspirando a la perfección, a pesar de que no nos guste. Deben
las juventudes formarse en el amor a la Patria y montar guardia vigorosa al
servicio de su grandeza. Cuando los corazones juveniles sientan palpitar la
Patria en su interior, podremos decir que la resurrección de España es posible.
El patriotismo, virtud imperiosa para esta lucha, obligatoriamente tiene que
estar ligada a la Fe como la unidad esencial de nuestra vida.
-
Tercero: armonizar las virtudes del joven combatiente,
para forjar en él una voluntad férrea e imperturbable. La misma que tenía el
requeté cuando decía: “¿corresponde? Si corresponde me atrevo”. De lo anterior
se desprende que no es necesario, para esta batalla, centrarse en el número de
nuestras juventudes. Menos eran los hermanos Macabeos y derrotaron al ejército apóstata
de Israel. Menos y rodeados fueron los cadetes que resistieron en el Alcázar de
Toledo, protagonizando unas de las gestas más gloriosas de la historia militar
contemporánea. Formación y voluntad,
acción, decisión y valor son las coordenadas del movimiento juvenil que
necesita España para resucitar.
Desterrados nos encontramos en
nuestro suelo, pero jamás vencidos. Dios es nuestra fuerza; España nuestro
sueño. Marchemos como el Señor, adelante con los suyos, creando dos bandos
diferenciados. El que no está con Cristo, contra Él se vuelve (Mt. 12,
30). Es la contienda beligerante entre las dos ciudades de San Agustín, o las
dos banderas de San Ignacio. Es, en suma, la guerra del Cielo, entre San Miguel
y Satanás, la espada de la Verdad y el príncipe de la mentira, que ha pasado a
la tierra. Ha llegado otra vez el día del enfrentamiento entre España y la anti
España. Por eso, en esta batalla, no le es lícito al joven camuflarse con el
mundo, negando cualquier testificación pública de la Fe o defensa de la Patria.
Ante esta contienda hay que saber
lo siguiente: ahora, parece, que se están preparando
los procesos de beatificación de cientos de mártires más de nuestra Cruzada.
Esa sangre será públicamente venerada por la Iglesia, pues fue derramada por
Dios y por España. Hoy, en cambio, el enemigo, revestido de democracia, ya no
mata por odio a la Religión o la Patria. Ha sido más útil corromper las
conciencias y arrancar la Fe al pueblo. La palma de martirio, en una época muy
parecida, es imposible. Por lo menos el martirio de sangre, por el cual son
reconocidos estos santos de Dios. Pero, he aquí, que hay otros muchos,
apartados de los procesos de beatificación, porque hicieron uso del legítimo
recurso del enfrentamiento armado. Y fueron santos y mártires al mismo nivel.
Antonio Mollé Lazo, por ejemplo, que derramó su sangre testificando a Cristo,
pero que también, arma al brazo, salió de su casa para luchar por Dios y por
España en las trincheras españolas. Elevemos la súplica por su beatificación,
ya que encontraríamos entre los santos recientes el ejemplo para dar la vida
por Cristo si fuera preciso, pero hallaríamos, también, la fuerza y la valentía
para la contienda que se avecina.
Ejerciten, así, los jóvenes, para
la batalla pendiente, la virtud de la clarividencia, para detectar el error y
someterlo, con la Verdad, a la presión que ahogue sus perversos objetivos. No
podemos, para ello, abandonar uno sólo de los principios que conforman nuestros
sagrados Ideales. Es la lucha contra la corriente pública que los moderados,
los falsos prudentes y los cómplices de la omisión no están dispuestos a
emprender. Quédense ellos como el joven rico del Evangelio, entre las joyas de
su palabrería vana y la plata de la seguridad humana. Nuestro tesoro está en el
Cielo, esperando ser ganado por nuestro testimonio en el seguimiento del
Crucificado y la custodia de la España católica, fuerte y justa.
Jóvenes, a vosotros os lo digo,
presentes aquí esta tarde. Jóvenes.
Soldados todos de una Causa entregada, traicionada y asesinada. Militantes de
la Patria sangrante y despedazada. Hijos de la España inmortal. Porque sois y
debéis ser el futuro del que dependa el amanecer arrollador de la nueva
primavera, habréis de aceptar que nuestras vidas están contra la comodidad. Y
decimos con José Antonio, que “queremos un paraíso difícil, vertical e
implacable, donde no se descanse nunca y que tenga, junto a las jambas de las
puertas, ángeles con espadas”.
Recordad la consigna de Claudel:
“la juventud no fue hecha para el placer, sino para el heroísmo”. Para ello, vertebrar
vuestras acciones sobre eje hispanocatólico de la vida y volverán a sonar las
mejores estrofas de canto universal y español de nuestra historia.
Que se cumplan los versos,
nuevamente, del himno de las juventudes católicas de España:
Ser apóstol o mártir acaso,
mis banderas me enseñan a ser
Esta es la misión que la
Providencia nos encomienda: dotar a las juventudes del impulso necesario para
que vuelvan a ser, como quería José Antonio, mitad monjes, mitad soldados.
Y se alzarán entonces las
juventudes, enérgicas, militantes y combativas. Y no habrá quien pueda acallar
sus voces, que gritarán por todos los rincones de la Patria resucitada:
¡Viva Cristo Rey!
¡Arriba España!
Miguel Menéndez Piñar
Conferencia en el Aula Cultural de Fuerza Nueva
8 de Marzo de 2007
miércoles, 20 de marzo de 2013
RECEN POR MÍ. A PROPÓSITO DEL NUEVO PONTIFICADO
Dios primero y mi hogar después, son testigos de la cantidad innúmera de personas que me solicitan alguna opinión orientadora sobre lo que acaba de suceder en la Iglesia. Esos requerimientos, en algunos, toman el modo de una dolorosísima y apremiante necesidad de discernir cuanto ocurre y de obrar en consecuencia. En otros bordea la desesperanza y la angustia, desaconsejables compañías si las hay. Y aunque en todos los casos he recomendado oración, espera silenciosa, vigilia cauta y fortaleza –y sobre todo, aguardar con paciencia el curso de los primeros tiempos del nuevo pontificado- tanto desasosiego junto percibido en unos y en otros me obligan a hablar, siquiera provisoriamente y sin mengua de futuros retoques a cuanto ahora escribimos.
Sé bien que la razón principal de esta demanda amistosa de la que soy objeto, no se debe a ninguna especial facultad mía, ni a contarme yo entre los especialistas en la disciplinas propias de los clérigos; sino al hecho por todos conocido de haberme visto obligado a mantener con el Cardenal Bergoglio un doloroso y sistemático disenso, dejando documentadas mis acusaciones a sus múltiples desvaríos y yerros en un libro editado en Buenos Aires, en el año 2010, bajo el título La Iglesia Traicionada. Si ésta es la causa singular por la que puede revestir algún interés que haga públicas mis primeras reflexiones, queden asentadas a continuación.
ººº
1º) Será tarea de los teólogos de la historia más eminentes, discernir con solvencia si el Cónclave que eligió al Papa Francisco estuvo iluminado y movido por la inspiración del Espíritu Santo, como la fe nos lo señala; o si por alguna razón que ahora ignoramos, los Cardenales electores fueron engañados, resultaron objeto de alguna extraña manipulación, o cerraron su entendimiento a la lumbre del Paráclito. “La nube cubrió el Tabernáculo de la Reunión, y la gloria de Yahvé llenó la Morada”, dice el Libro del Éxodo (40,34). Pero esa nube sólo puede ser vista cuando los ojos son el espejo que reflejan “el fuego de la noche” que pone en marcha a los creyentes fieles.La Nube, según la metáfora veterotestamentaria, puede hacerse visible, pero no todos los ojos pueden tener la misma visibilidad.
San Ignacio de Antioquía ve a la Iglesia como una casa, en la cual, el maderamen que la sostiene es la Cruz de Cristo, y el Espíritu Santo como la maroma que la alza (Carta a Éfeso, IX,1). Mas para contemplar dócilmente a la maroma –dulcis hospes animae- el alma debe estar a la escucha (1 Sam 3,10), existiendo la dramática posibilidad de que no se perciban las cosas del Espíritu, como lo notó San Pablo en el capítulo segundo de la Primera Carta a los Corintios. Son, pues, cosas diversas las que conviene distinguir desde el comienzo. Una la presencia del Espíritu Santo, que no osaríamos negar. Otra la recepción del mismo por parte de los electores, que pudo haber estado parcialmente eclipsada, por los motivos que la misma Escritura advierte. Por eso Malachi Martin, desde los renglones iniciales de su obra El Cónclave Final,advierte con el Libro de la Sabiduría (9,14-17), que si no se está atento al Espíritu, “las deliberaciones de los hombres son indecisas y sus resoluciones precarias”.
Entiéndase que la duda aquí planteada –que bien quisiéramos que no fuera duda alguna- tiene su razón de ser, no en el cuestionamiento de la asistencia de la Tercera Persona Trinitaria en el Cónclave,ni en la valía moral de quienes se aprontaban a ser movidos por Él, sino en la incertidumbre sobre la ciencia, la serenidad y la prudencia de este específico Cardenalato para signar a la persona indicada. Humanamente consideradas las cosas –y no es ilegítima esta consideración- la conducta de los electores estuvo condicionada por la circunstancia inédita y atípica de tener vivo al Papa al que había que reemplazar. Y reemplazar tras una decisión abdicatoria que aún hoy siembra inquietudes, suspicacias e interrogantes. Ponerle fin a la vacancia de la sede, con un Papa honorario o emérito que orando vigila y aguarda, no es ni ha sido hasta hoy el clima habitual de los Cónclaves.
Al tiempo que escribimos estas líneas, el 15 de marzo, el Papa Francisco le ha dicho a los miembros del Colegio Cardenalicio en la Sala Clementina: “Es curioso: yo pienso que el Paráclito da todas las diferencias en las Iglesias y parece como si fuera un apóstol de Babel”. Estremece tamaña denotación y referencia al Paráclito, a escasas horas de una acción directa del mismo sobre el cuerpo colegiado que lo invistió sucesor de Pedro. Si cabe la posibilidad de que algunos o muchos perciban a la Tercera Persona como apóstol de Babel, no se pecaría de audacia concluyendo en que, entonces, algo soterrado y anómalo pudo suceder en este Cónclave. Permita el Señor que muy pronto tengamos que disipar este dilema con la certidumbre de que no hubo yerro alguno entre los Cardenales. Lo permita el Señor,trayendo frutos benditos de este nuevo pontificado, pero no cerremos los ojos los hombres porque la realidad sea dura de contemplar. Negarse a una lectura parusíaca de lo que acaba de suceder, por temor a quedar como un orate de exégesis privadas, puede conllevar el riesgo de negar la existencia misma de los Ultimos Tiempos, y de los sucesos especiales que los caracterizarían.
2º) Haga lo que hiciere a partir de este momento el Papa Francisco –y esperamos que todo lo santo y sabio sepa hacer- es imposible omitir o ignorar que el hombre que acaba de llegar a la silla petrina arrastra concretos, abultados y probadísimos antecedentes que lo sindican como un enemigo de la Tradición Católica, un propulsor obsesivo de la herejía judeocristiana, un perseguidor de la ortodoxia y un adherente activo a todas las formas de sincretismo, irenismo y pseudoecumenismo crecidas al calor de la llamada mentalidad posconciliar.
Si a quienes no han tenido ocasión de verificar estos graves cargos –sumables a otros, largos de enunciar- lo antedicho pareciera desmesura o apriorismo, sirvan de inocultables pruebas a posteriori las adhesiones a su pontificado llegadas en estos mismos días desde los cabezales del Modernismo, desde las altas y siniestras logias hebreas, como la B’Nai Brith, o desde el templo mayor de la masonería argentina. Documento único en su género este último, en el que la sede local de la Sinagoga de Satanás, con la firma del Gran Maestre Ángel Jorge Clavero, y fechando lo dicho el 13 de marzo, por primera vez se congratula con el nombramiento de un Obispo de Roma. Que rabinos, cabalistas y masones estén de parabienes, y hasta compitan en prontitud por hacer llegar sus adhesiones al nuevo Pontífice, es un aval indeseable que debería preocupar a todo bautizado fiel.Tampoco es una señal tranquilizadora que ministros del culto israelita llamen “mi Rabino” al Papa Francisco, mientras reconocidos representantes del progresismo religioso más radicalizado –como Küng o Boff- ofrezcan su beneplácito en forma ostensible. Si la complacencia o el silencio de Roma es la única respuesta a este sinfín de adhesiones tenebrosas, la responsabilidad no está sólo en quien respalda sino en quien se deja respaldar.
En consecuencia, no se necesita acudir a ninguna teoría conspirativa para dar como hipótesis razonablemente válida que estas fuerzas, sempiternamente comprometidas en la disolución de la Fe Verdadera, pudieron haber tenido algún papel protagónico, tanto en la abdicación de Benedicto XVI, primero, como en la elección del Cardenal Bergoglio, después. De hecho, durante su largo ministerio como Pastor de la Argentina, dichas fuerzas antagonistas de la Cristiandad fueron sus públicas y visibles amistades, a la par que se marginaba, menospreciaba y castigaba a la filas defensoras de la ortodoxia católica. La comprensible debilidad humana hará que muchos de estos perseguidos y damnificados por el Cardenal Bergoglio, callen ahora; o algo más serio: simulen congratulaciones. En esto, al menos, nosotros no podemos callar ni fingir. Otros dirán que nada se gana con recordar ahora las muchas inconductas pasadas del prelado en cuestión. No es cierto. En su Introducción a la monumental Historia de los Papas, Ludovico Pastor, enseña con la autoridad que le compete, que “no hay conflicto con la ley de la fama, al escribir[sobre los Pontífices] las cosas malas pero verdaderas que en su tiempo fueron públicas”, mientras se sostenga “con suficiente causa, a saber, en cuanto lo requiere la integridad de la historia”.
3º) Si como bien se ha repetido en estos días, el Cardenal Bergoglio ha muerto para dar paso al Vicario de Cristo, llamado escuetamente Francisco; si Dios opera el milagro –tantas veces mentado- de sacar agua de las piedras y de convertir, una vez más en la historia, a Mastai Ferreti en el insigne Pío IX; si el Señor sabe escribir derecho con renglones torcidos; pues todo esto lo creemos, esperamos y rogamos, sin ceder a tentaciones extremosas ni a posturas eclesiológicas extravagantes. Todo esto lo pedimos con fe inquebrantable, puesto que el milagro y el misterio están en la vida misma de la Barca. Nosotros creemos en el milagro. Pío IX, renunciando virilmente al escandaloso daño que hizo en sus primeros tres años de pontificado, supo al fin forjar “una página de historia escrita a los pies del Crucifijo”, según sintetizó Jacques Crétineau-Joly. No hay porqué suponer que Dios declaró clausa esta posibilidad histórica.
Pero también es católico leer el Libro del Apocalipsis. Y en el capítulo trece se describe a dos fieras, del mar la una, de la tierra la otra, que a su turno, y desde ámbitos distintos aunque complementarios, coadyuvan al triunfo del Anticristo. Contestes están los hermeneutas, y citamos por lo pronto a Straubinger –quien a su vez remite a los Padres- en que esta fiera terrena tiene mucha semejanza con el pastor insensato del que habla Zacarías (Zac.11,15); en que podría tratarse de “un gran impostor que aparece con la mansedumbre de un cordero”; en que no sería otra cosa, al fin, más que un falso profeta al servicio de la Bestia.
Pieper dice que esta fiera representa la Propaganda Sacerdotal del Anticristo; y de sobra es sabido que el padre Castellani sostiene que tiene un carácter religioso, sin excluir la dolorosa posibilidad de que se trate de un personaje individual mitrado, un Pseudoprofeta de una Religión Adulterada. Recientemente, y entre nosotros, fue Federico Mihura Seeber el que le dedicó pensadas páginas a escudriñar la naturaleza de esta Fiera, considerándola como aquella que le sirve de profeta, o propagandista o maestro de ceremonias, o Sacerdote o Pontífice de El Anticristo. Está dicho en su libro homónimo, que tuvimos ocasión de presentar durante al año 2012.
Expliquémonos sin elipsis en tema tan arduo. No estamos diciendo ni sugiriendo que el Papa Francisco sea la Fiera Terrena que columbró San Juan. Estamos diciendo que tan católico es confiar en que la Divina Providencia puede hacer de un heterodoxo al Papa del Syllabus, como tener en cuenta que, alguna vez, un Falso Profeta puede acarrear a la perdición desde un alto sitial religioso. Y que ese “alguna vez” no puede excluir nuestro presente, sólo porque nos aterre la sola idea de protagonizar el final. Quienes quieran confiar en la conversión del Cardenal Bergoglio, y consecuentemente a la rehabilitación de la Esposa, tan maltrecha hoy, nos encontrarán entre los suplicantes confiados y firmes. Es más, si como es deseable y previsible,tal conversión se probara por los frutos, nos encontrarán entonces al servicio incondicional y gozoso de Francisco. Pero si los frutos trajeran la desgarradora noticia contraria, no habremos dejado de ser católicos por recordar la profecía joánica, y obrar en consecuencia, resistiendo al mal desde el pequeño rebaño. Como no dejó de ser católico el Padre Julio Meinvielle cuando, en su obra La Iglesia y el Mundo Moderno, retrató los pasos de la Revolución Anticristina dentro de la Iglesia, anunciando su penetración en las obras y el pensamiento, hasta provocar una verdadera dislocación interior.
Tanto se peca contra la mirada sub specie aeternitatis si nos negamos a considerar que la gracia de estado puede hacer prodigios, aún en un hombre contrahecho; como si nos negamos a considerar que la revelación divina contenida en el Apocalipsis es tema que no nos compete aquí y ahora. Por eso nos sobresaltó tanto una noticia menor, aparecida en la página segunda del periódico La Nación, del día 16 de marzo. Según el relato, Francisco llamó a la Curia de Buenos Aires para cumplir con algunas salutaciones y recados pendientes. Atendido por la secretaria habitual, y anonadada la misma, le preguntó perpleja cómo habría de llamarlo. “Llámeme Padre Bergoglio”, fue la respuesta. El primero que debe creer y aceptar que Bergoglio ha muerto para dar lugar al Santo Padre Francisco, es el mismo Cardenal Jorge Mario Bergoglio. La Gracia también supone la gracia.
4º) Más de una vez hemos distinguido con García Morente, entre el estilo y las maneras. Propio del caballero, aquél; impropias del mismo éstas últimas. Aplicando a lo que ahora incumbe, no debe confundirse la virtud de la humildad con su parodia, ni el estilo genuinamente humilde –que brota del señorío interior- con las maneras sobreactuadas de la modestia. Una cosa es la posesión de un estilo y otra distinta el amaneramiento. En nada se analogan el abajamiento ascético y el plebeyismo gestual. Y si es cierto que la captación del primero supone un espíritu entrenado, mientras el segundo es fácilmente captable por las masas, mal camino elegimos si en vez de propender la elevación y el afinamiento de las almas hacemos ademanes gratos a las tribunas aplaudidoras. Sobre todo, si entre esas tribunas se haya la prensa internacional,culpable en grado sumo de las agresiones más viles contra la Iglesia.
Lo primero que debería hacer un hombre auténticamente humilde es impedir que el mundo entero cantara loas a su humildad. O por lo menos, protestar que tales encomios violentan su carácter. Si como bien enseña Santo Tomás (Sum.Th,II,IIae,q.113), no se debe cometer un pecado para evitar otro, en mucho ha de cuidarse el que no quiera incurrir en soberbia, de faltar a la caridad hacia el prójimo, obrando por contraste, de modo tal, que dicho prójimo pudiera ser tildado de presuntuoso. Calzar por humildad zapatos ordinarios de calle, cuando hasta ayer se usaron otros en consonancia con los colores litúrgicos y la dignidad del Divino Peregrino a quien esos pies representan en la tierra, es ofender,o al menos poner en duda, precisamente por contraste, la humildad de quien hasta hace instantes calzó de ese modo. Es inexplicable –por no cargar los adjetivos- que a la par que se alaba a Benedicto XVI públicamente, no se quiera columbrar el destrato que se le inflige con estas promovidas comparaciones patéticas.
Ejemplo nimio, se dirá; pero se potencia hasta el extremo cuando se dice –como lo ha hecho Francisco el sábado 16 de marzo- que él bien “quisiera ver una Iglesia pobre y para los pobres”, como si hasta hoy ambos bienes le hubieran resultado ajenos u hostiles a la Esposa del Redentor. Como si no hubiera existido, por caso, un San Pío X, venerado por el pueblo llano, sin necesidad de bajarse de su trono. Extraña humildad la de tenerse por axis mundi de una iglesia que recién con uno mismo tomaría conciencia del bien de la pobreza; y extraña paradoja la de optar por los pobres pero contar con las fervorosas adhesiones de masones y judíos, que amén de lo más grave –su condición de cristofóbicos- son los titulares de la usura internacional. Incluyendo al gran Rabino de Roma, a quien invocando el Concilio Vaticano II, invitó expresamente a “la misa solemne de inauguración de mi Pontificado”, pero no a donar sus finanzas para los más necesitados.
Tampoco debe confundirse el siempre necesario homenaje a la investidura, y en este caso, nada menos, que a la del Vicario de Cristo, con la superflua pleitesía a la persona o al funcionario. Bien estará que eliminemos todo signo exterior de servilismo a la persona, aún el que pueda tener cierto arraigo o acostumbramiento por el mero paso de los años. Pero no estará bien suprimir el ceremonial tradicional y digno, con sus signos, sus gestos, sus pasos demarcados y significativos, porque dicha supresión no comporta incremento de la humildad sino abolición de los ritos y de los símbolos. La Iglesia no es la limusina ni los uniformes de los guardias suizos. Pero bien ha explicado Guardini la pervivencia del espíritu eclesial en los signos sagrados. Si en nombre de la austeridad quedasen abolidas o relegadas todas aquellas hierofanías que comporta el canto, la museta, la estola o la bendición melismática, el Papado no habrá ganado en pobreza evangélica. Se habrá vaciado de mytos, como diría el fraile Diego de Jesús. Se habrá inmanentizado y rebajado, para hablar sin metáforas.
Mucho nos tememos, por lo que ya llevamos visto, que el Papa Francisco esté en tamaño terreno tan completamente desprovisto de un recto criterio, como transido de malos hábitos porteños, fanatismos futboleros incluidos. El franciscanismo del Poverello de Asís es garantía de santidad probada; el de Paolo Farinella, con su novela Habemus Papam, apenas si conduce a la risotada zafia. Pero hay un franciscanismo aún peor que registra con llanto la historia de la Iglesia. Es aquel que bajo cierta influencia gnóstica de Joaquín del Fiore produjo reformas eclesiales que adulteraron la mismísima doctrina católica, incurriendo, entre otras, en la amenaza del utopismo, la herejía perenne, según recordada definición de Molnar. Capítulo extraño éste del descalzismo o de la descalcez extraviada en la vida de la Iglesia, que ha sido estudiado,entre otros, por Fidel de Lejarza, José Antonio Maravall o Georges Baudot. Por eso, bien recuerda el fraile Miguel Padilla que la pobreza de San Francisco es de índole teologal, no sociológica; y que expresamente dispensaba de la pobreza lo tocante a la Sagrada Liturgia y a la Santa Misa. “Los Vasos Sagrados, los Ornamentos y los Libros donde están las Palabras de Jesús deben ser esmeradamente cuidados."
Hagamos votos para que el franciscanismo del Papa Francisco, en las antípodas de toda corriente desviada, signifique el retorno a aquella desnudez que alegorizara Juan Ramón Jiménez: “desnudez malva de estrellas mojadas”, como “la túnica de una inocencia antigua”. Hagamos votos porque este franciscanismo restaure a la Nave, defenestrando de su seno a sodomitas y a fenicios, a los adúlteros espirituales y carnales, a todos cuanto el de Asís les enrostraba, “¡El Amor no es amado!”, porque se amaban ellos, henchidos de fariseísmo y de poderes carnales.
Que lo cuide Dios al Papa Francisco de no confundir el camino. Porque hay confusión cuando se hace bendecir por el pueblo; hay confusión al pedir “una gran fraternidad” omitiendo al Padre en que tal comunión fraterna se vuelve legítima; también la hay si hace prevalecer los supuestos derechos de las conciencias no creyentes al deber pontificio de bendecir cruz en ristre, como si esa cruz, trazada siquiera en el aire por la mano consagrada, pudiera ofender a los incrédulos. Confunde asimismo el proponer como modelo sacerdotal la figura inequívocamente progresista del padre Gonzalo Aemilius, como sucedió el domingo 16 de marzo. No; no son señales que puedan suscitar una especial tranquilidad.
Hay también otra confusión, que de extenderse fuera del campo acotado en que se manifestó, puede acarrear acciones gravemente desacertadas. Querer viajar a la Ciudad Eterna para postrarse ante el Vicario de Cristo, no es un dolo que deba reprimirse, dando el monto del pasaje a los pobres, sino una virtud llamada magnificencia: ponerse en gastos y esfuerzos, precisamente por aquello que es santo, sacro o heroico. Algo nos quiso decir el Señor al respecto, cuando no avaló al Iscariote que le pedía a María trocar el rico perfume con que adoraba al Divino Hijo, por su equivalente en metálico para ayudar a los necesitados (Jn.12,1-11).
Tampoco nos tranquiliza el cuasi unánime aplauso del mundo que, arrobado por su campechanía, ha dejado de tenerlo como piedra de escándalo y signo de contradicción. ¡Es uno más del mundo, como ellos y como todos!, festejan los multimedias. Pero el mundo no necesita que la Silla de Pedro esté ocupada por un austero fatigador de los transportes públicos, sino por un alter Christus vigoroso que, báculo en mano, entre en franca y aguerrida confrontación con él, amonestándolo y enmendándolo. Precisamente ésto enseñaba San Francisco, que la pobreza es el muro que nos separa del espíritu del mundo.
Cuidado -suplicamos contritos- con equivocar el camino.Pues haber recomendado la lectura del Cardenal Kasper –llamándolo “un teólogo in gamba”- en el Primer Angelus del V Domingo de Cuaresma, tampoco nos ayudará a recuperar la iglesia de los pobres. La evidencia se impone. Kasper –junto con el entonces Cardenal Bergoglio- es uno de los que en julio de 2004, en el lujoso hotel cinco estrellas Intercontinental de Buenos Aires, organizaron el Foro Judeo Católico, auspiciado por importantes organismos hebreos de la plutocracia americana y europea. En aquella ocasión, el ahora recomendado autor propuso lisa y llanamente la amalgama de las religiones judía y católica, porque “ambas son mesiánicas y el mesianismo tiene que ver con la esperanza”.
5º) Algunos, no sin razones, sostienen que lo bueno del Pontificado de Francisco es la impugnación que su figura representa del gobierno tiránico kirchnerista, indignándose con los rastreros ataques que le han propinado en estos días un puñado de sicarios del oficialismo. Va de suyo que asomarse a la pasquinería izquierdista causa repulsión y espanto. Y que al constatar la naturaleza teológica del odio a la Fe que esos miserables ejecutan, no se puede sino estrechar filas junto al Santo Padre. Callar toda reticencia y ponerse de su lado, codo a codo.
Pero también aquí el simplismo dialéctico puede jugarnos una mala pasada hermenéutica. Si Francisco hubiera querido diferenciarse del gobierno argentino, y confrontar abiertamente con los criminales marxistas que lo secundan por doquier, no sólo debió haberlos descalificados públicamente por sus múltiples aberraciones, que bien le constan han cometido y cometen, sino que era la precisa ocasión de proclamar urbi et orbi la falsificación sistemática de la historia reciente que se viene llevando a cabo, con el agravante inicuo de miles de personas cautivas, y centenares de ellas muertas en cautiverio, ofrecidas todas en el altar del revanchismo comunista. El mundo entero podría haberse enterado de la ignominia y de las muertes que, en nombre de los derechos humanos, se cometen hoy en nuestra desfigurada patria. El mundo entero podría haber conocido, por boca del Pastor Universal, que en la Argentina hubo mártires católicos, de la talla de Genta, Sacheri o Amelong, asesinados por los mismos que ahora ocupan el poder.
En lugar de eso, un comunicado oficial del Vaticano, firmado por el Padre Federico Lombardi, el 15 de marzo, aclaraba que “Jorge Mario Bergoglio hizo mucho para proteger a las personas durante la dictadura” y recordó que una vez nombrado arzobispo de Buenos Aires “pidió perdón en nombre de la Iglesia por no haber hecho bastante durante el período de la dictadura”. En vez de desmontar la falacia, la convalida elípticamente. Lo bueno del actual Pontífice, entonces, sería lo mismo que siendo Cardenal se ocupó de probar minuciosamente en su libro El Jesuita: su condición de colaboracionista de la guerrilla marxista y clero asociado, con diversos y creativos medios a su alcance. Lo reprobable, paralelamente, y por eso mismo objeto de su pedido de perdón, habría sido no poder cooperar más con aquellas “personas” que, sin motivo alguno, claro, un buen día las Fuerzas Armadas Argentinas se decidieron a combatir. Es la mentira de lo sub-implicado.
"Se trata de una campaña difamatoria, bien conocida", advirtió Lombardi. La difamación no consiste en tergiversar horrendamente los acontecimientos sucedidos en la década del ’70, sino en pretender que en aquellos turbulentos años, el Cardenal Bergoglio haya podido estar del lado de los represores del terrorismo rojo. Así, imprevistamente, la impostura basal de todas izquierdas vernáculas y mundiales, ha quedado convertida en versión canónica, con el aval de la Santa Sede. Y sellada con el pacto de cortesía recíproca que presidió el encuentro entre Francisco y la comitiva oficial del Gobierno Argentino, el mediodía romano del 18 de marzo. Ni Francisco condena la tiranía marxista que nos asfixia, ni Cristina avanza en su descalificación del reciente Obispo de Roma; antes bien descubre coincidencias y comparte regalos. Entente cordiale para todos y todas.
Algún día habrá que hallar una palabra exacta para rotular la conducta de la actual dirigencia política –oficialismo y oposición, presidenta y escoltas, lo mismo dá- que satánicamente hostiles a la Iglesia y al Papado hasta hace minutos, pugnan ahora por derrocharse en majaderías, remilgos y solícitas condescendencias. Pero si no hallamos esas palabras, repetiremos las de Pármeno a Calisto, en el acto cuarto de La Celestina, refiriéndose a la inmunda buscona: ¡puta vieja!. Y aunque lo nieguen, dice Pármeno, así lo repiten los ladridos y las aves, los ganados y las bestias, los herreros, los armeros, los caldereros y arcadores. Todos a una le gritan el mote infamante y redondamente verídico.
6º) Ante la renuncia de Benedicto XVI, escribimos una nota diciendo claramente que la misma nos dolía. Y tras explicar los motivos, asentamos, entre otros, el hecho de que, guste o disguste, la Iglesia, en la práctica, quedará sujeta a una bicefalía .Tanto más si, como está a la vista, el heredero del Cardenal Raztinger parece querer diferenciarse de él, y de sus predecesores, con una seguidilla intempestiva de actitudes externas que, o buscan presentarse como revolucionarias, o si no lo son, resultan pasibles de ser leídas así por el mundo. No creemos que se explicite ninguna hermenéutica de la ruptura, y tal vez todo acabe en la argentina teatralidad de los mocasines gastados. Más que no creerlo, no lo esperamos, pues confiamos en que la Divina Providencia resguarde a la Cátedra de la Unidad. Pero lo sucedido en estos escasos días pontificales de Francisco está siendo tomado y exigido por muchos como una ruptura, sin que hasta ahora se le haya puesto un freno severo y categórico a tamañas conjeturas. La homilía del día de la asunción formal del Pontificado era una ocasión propicia para ello. Se la utilizó en cambio para dar consejos píos sobre la ternura y el cuidado del medio ambiente.
Quienes se entusiasman hallando en Francisco muy buenas y oportunas expresiones de recio cuño católico, están en todo su derecho. Nos sumanos con renovada esperanza a tan honesto entusiasmo. Porque esas muy buenas expresiones, es cierto, las ha proferido. Pero muy avanzada está entonces la descomposición causada por la guerra semántica en la Iglesia –por ese pendularismo que denunciara Romano Amerio- si hemos llegado al punto en que la sorpresa gozosa de nosotros, los fieles, es escuchar a Pedro hablar como Pedro.
Aquella abdicación de Benedicto nos dolía, supimos decir. También nos duele esta designación. Es un dolor indescriptible y hondo, amasado en el recuerdo vivo y fresco del sinfín de actitudes opuestas a la Verdad que le vimos protagonizar cara a cara al entonces Jorge Mario Bergoglio. Es un dolor que no se parece a ningún otro, y que sólo puede cauterizar la espera esperanzadora y longánima de los frutos.
En esa espera tensa nos acompaña una promesa, un pedido y un ejemplo. La promesa es de Nuestro Señor Jesucristo. “Yo rezaré por tí para que no desfallezca tu fe”, le dijo a su primer vicario, y en él a todos sus sucesores. Si la Fe no le desfallece y la conversión lo reviste con su gracia, habrá un bien para la Barca y aún para la Argentina.
El pedido es el del mismo Papa Francisco, en su primera aparición; quien sin olvidar su clásico “recen por mi”, agregó además el recemos los unos por los otros. Oremus ad invicem. Éso hagamos. Recemos recíprocamente para sostenernos en estos tiempos, tal vez apocalípticos, sin el uso hiperbólico sino estricto de la palabra; y elevemos en común la plegaria a la Trinidad Santa para que nos permita discernir, sirviendo siempre a lo que es de Dios y combatiendo con ahínco cuanto se le oponga, proceda de donde procediera. Si fuera la hora de la luz, que nos dejemos envolver por ella, olvidándonos de las tenebrosidades del pasado. Si en cambio éstas persistieran, que no desertemos de la luz, como diría Thibon. No estamos llamando a la rebeldía ni a la desobediencia, ni a dar por nula la autoridad pontificia, sino al recto discernimiento. Sin palabras crípticas digámoslo ya todo: no podemos ni debemos seguir al Cardenal Bergoglio. Si transfigurado en cambio por la plenitud de la gracia de estado, ese pastor que conocimos se ha convertido ya en el dulce Jesús en la tierra, se nos conceda el privilegio de prosternarnos ante él.
Una promesa , un pedido y un ejemplo, decíamos. El ejemplo es el de San Francisco de Asís. Así lo contempló Anzoátegui, con su pluma señera:
“Juglar de Dios, rotoso
Príncipe y paje de Nuestra Señora,
¡Qué dulce, qué gozoso
aquel ritual que otrora
te abría las compuertas de la aurora!”
Imaginémoslo –como lo hizo Rubén Darío- saliendo a la búsqueda del lobo para quitarle el demonio del cuerpo. O mejor aún, como lo describe la hagiografía, recibiendo en el monte Alverna los estigmas de Jesucristo, después de lo cual quedó transido de un maravilloso fuego de amor.
No los halagos de los más perversos enemigos de la Cruz, que hoy forman fila para congratularse y encomiarlo, sean los adornos del Papa Francisco. Sino quellos rituales “que otrora abrían las compuertas de la aurora”. Y mejor aún: las señales cruentas, abiertas y sangrantes del Madero. Porque la única revolución que necesita la Iglesia es en la acepción que hiciera Chesterton de la odiosa palabra: dar la vuelta entera; que en este caso no sería otra cosa más que regresar a las fuentes vivas, primeras y fundantes de su Gloriosa Tradición.
Antonio Caponnetto
lunes, 21 de enero de 2013
ÁNGELA GUILLÉN DE DOMENECH
Llegó la noticia. Ángela se ha muerto. Después de cinco años, la enfermedad ha acabado con su vida mortal para dar paso inmediato a la vida eterna. Sólo los suyos, su familia, saben el sufrimiento y el dolor incesante que ha tenido y que a los demás nos ocultaron, su familia y ella, tras la sonrisa y la serenidad de quien lo acepta como un regalo. El ejemplo impresionante de Ángela con la enfermedad no ha extrañado a quien ya la conocíamos. Es cierto aquello de que “se muere como se vive” y por eso escribo mi escueto testimonio.
No es fácil el camino hacia la santidad y para que el marido de Ángela, Manuel María Domenech, no me responda que sí, agregaré que “o al menos escogerlo”. Ella, y él, lo escogieron en tiempos difíciles, en una época de confusión, de relajación, de deserciones y de traiciones. En mitad de una convulsión que hizo reventar “un pozo de donde salían humo y langostas”. Se exigía lealtad a la Fe y Ángela no dudó en mantenerla intacta, tras el Padre Alba, peregrinando sin descanso “por el triunfo del Reino de Cristo”. Ángela trabajó, toda su vida y en primera fila, para dar lo que había recibido y encontró un cobijo excepcional en la Unión Seglar desde su fundación, bastión de la integridad de la Fe, la Patria y la Familia. Pero ese bastión no fue una urna, una vitrina, donde conservar intacto lo recibido. Lo conservaron y lo entregaron. El padre Alba diseñó la tradición aplicada al momento vivido, al lugar habitado, a las almas encomendadas y a las familias congregadas. No sólo era imprescindible conservar la Fe y la Doctrina, sino que había que transmitirlas incansablemente como la Iglesia hace con la Gracia Divina. Han sido cientos de jóvenes, cientos de familias, cientos de vocaciones religiosas. Por sus frutos los conoceréis.
No hay manera de resumir las empresas en las que Ángela estuvo embarcada por la reedificación de la Cristiandad, capitaneadas por el padre Alba. Pero debo destacar dos de ellas, muy significativas, que reflejan perfectamente quién era Ángela y cómo vivió el compromiso del camino elegido.
El Campamento. Él, su marido, y ella, eran los Jefes del Campamento de la Unión Seglar. Lo fueron durante muchos años. Más de treinta, seguro. Ángela era “La Jefa” y así nos referíamos a ella. No hacía falta agregarle el nombre. Bajo su dirección se formaban cientos de jóvenes todos los veranos que, tras quince días de intensas vivencias, acumulaban las gracias, la formación y los propósitos necesarios para militar un nuevo curso bajo la Bandera de Cristo. Catecismo, magisterio, historia, dirección espiritual, sacramentos, deporte, diversión, excursiones… todo y durante tantos años gracias, en gran parte, a los desvelos de Ángela, al sacrificio de su tiempo, que era suyo y de los suyos. Ella cuidaba de todo y de todos, hasta el mínimo detalle, donde demostraba cumplir escrupulosamente una de las consignas que todos los años se repetía: vale quien sirve. El padre Alba combatía en muchos frentes y éste estaba bien custodiado. Ángela era una garantía. Como María, como la Iglesia, ella fue madre y maestra de miles de acampados.
La Procesión de Mayo. El último sábado del mes de María, Mayo, se realiza en Barcelona la procesión más grande, en número y devoción, de toda Cataluña. La Virgen de Fátima es paseada por las calles, a hombros, rodeada de miles de personas que, rezando su Santo Rosario, reparan su Dulce Corazón ofendido y dan testimonio público de su Fe Católica. Con el Himno Nacional se inicia la marcha, tocado por la Banda de Tambores y Cornetas de la Unión Seglar, de la que han formado parte importante los hijos de Ángela. Escuchar como retumba Himno Nacional, en pleno centro de Barcelona y con la Virgen de Fátima haciendo acto de presencia, es uno de los momentos más emocionantes que yo he vivido. Recuerdo, hace muchos años, que llevando la imagen y las andas de la Virgen a Barcelona, con el padre Alba, nos encontramos en la puerta de la iglesia a Ángela para preparar la procesión. Allí estaba ella, para adornar con flores y luces a Quién en unas horas iba a bendecir Barcelona con Su presencia. Y de velas, que instantes antes de empezar, repartía con una sonrisa a los que se agolpaban para iluminar a Nuestra Señora. Rindió, promovió y preparó el culto público a Nuestra Señora, algo que rechazaban los progresistas, porque querían acabar con la devoción a María y con el culto público. Cuarenta años lleva la Virgen procesionando, ininterrumpidamente, por Barcelona. Cuarenta años sonando el Himno Nacional, como tributo público de España a Quien es Soberana de esta tierra santa. Cuarenta años en que Ángela, a contracorriente, se mantuvo fiel a María y puso los medios para que otros muchos pudiéramos expresar la Fe de un pueblo que se resiste a morir.
Estos días finales de tu vida, Ángela, he rezado por ti. Ahora que puedo decir, con esperanza y conocimiento, que estás en el Cielo, intercede por nosotros. Y te doy, de todo corazón, públicamente las gracias por:
- Haber acompañado al padre Alba desde el principio hasta el final, ayudando y permitiendo que otros muchos pudiéramos hacer lo mismo.
- Ser un pilar y un ejemplo en la Unión Seglar, con tal vocación de servicio, que has dado valor incalculable a tu vida.
- Tener un hijo sacerdote, pues como decía el padre Ángel Garralda, ningún hombre merece serlo pero sí una santa madre tenerlo.
- Acogernos siempre, a mis padres y a mis hermanos, como miembros de tu familia.
- También, porque un magnífico amigo mío, en un momento de cambios en su vida, quise ayudarle diciéndole que nos fuésemos juntos a Roma a la Beatificación de los mártires de la Cruzada. Yo tenía el convencimiento de que mi amigo encontraría allí a su futura mujer. Y así fue. Era tu hija, Inmaculada, a la que conoció allí y con la que se casó en el Templo Nacional Expiatorio del Tibidabo años más tarde.
Te recordaremos siempre, Ángela, entre otras cosas, porque nos encomendaremos a ti para que podamos contribuir, como tú lo has hecho, a “luchar por el triunfo final de Cristo Rey” y adelantar “una nueva era de Gracia y Verdad”. Me quedo con tu imagen firme ante nuestras Banderas y la Cruz de los Mártires, con la boina blanca y la camisa caqui, al frente de una muchedumbre que ansía seguir tus pasos, los del padre Alba, los de la España de siempre, los del Evangelio.
Miguel Menéndez Piñar
lunes, 14 de enero de 2013
EN RECUERDO DE ION MOTA Y VASILE MARÍN: ESPÍRITU LEGIONARIO
Me han detenido, pero no era culpable. Debería ser arrestado quien hace daño a la propia Patria.
Al juez que me interrogaba respondí: "Luchamos movidos por la fe y por el amor de la Patria. Nos comprometemos a luchar hasta la victoria. Esta es mi última palabra".
Pensando en mi triste suerte, mi madre me había enviado el Himno de la Virgen, pidiéndome que lo leyera. Así lo hice. Me parecía entonces que los adversarios y los peligros habían desaparecido. Celebré la Pascua de Resurrección en la celda, y cuando las campanas comenzaron a repicar en todas las iglesias, me arrodillé y recé.
Vivía con el pensamiento y con la resolución de morir. Esta era la resolución de la victoria, que nos daba serenidad y fuerza para sonreir delante de cualquier enemigo.
Los jóvenes aman la diversión. A mí me ha sido negada ésta. Sobre mi juventud han pesado preocupaciones y dificultades que la han destruido. Lo que me ha quedado lo consumirán las paredes de esta estrecha y fría prisión; siento el frío húmedo del pavimento que se me sube por los huesos. Durante la detención, en los calabozos, hemos cantado continuamente los himnos de batalla.
Ninguna nación ha ganado nada de las diversiones y de la vida cómoda de sus ciudadanos. Siempre ha salido algo mejor para ellas del sufrimiento. Por esto nosotros también aceptamos la muerte. Corra también nuestra sangre, la sangre de todos los nuestros: será nuestra última gran llamada, la llamada inmortal dirigida al pueblo rumano.
Por otra parte, hay derrotas y muertes que despiertan una estirpe y a la vida. Y, por el contrario, hay victorias que la adormecen. Así, nuestra muerte podría ser más útil a la estirpe que todos los esfuerzos de toda nuestra vida. Nuestros verdugos no quedarán impunes. No pudiendo vencer venceremos muertos.
Al fin de mis batallas vuelvo mi pensamiento a mi madre, que me ha seguido, año tras año, hora tras hora, temblando, en todos los peligros a los que el destino me exponía. Honrando a mi madre pretendo honrar a todas las madres cuyos hijos han luchado, han sufrido y han caído por la Patria rumana, en cuyo triunfo, un día no lejano, todos resucitarán para confusión de sus verdugos.
No importa que hayamos caído: detrás de nosotros hay millares que piensan como nosotros.
Camaradas, a vosotros, en el momento del último adiós, a vosotros que sois calumniados, vilipendiados, martirizados, yo, que miro a la luz de Dios, os digo: "¡Pronto venceremos!”.
Cuando hemos sido recibidos con fuego, con fuego hemos respondido. Este es el libro del relato de mi juventud, desde los diecinueve a los treinta y cuatro años, con sus sentimientos, su fe, sus hechos y sus errores. El rezar es el elemento decisivo de la victoria
Cornelio Zelea Codranu, El Capitán
viernes, 11 de enero de 2013
MEDITANDO AL EMPEZAR EL AÑO SOBRE NUESTRO SIGLO
Jamás fue el universo tan rico, ni estuvo tan colmado de comodidades, gracias a una enorme y fecunda industrialización. Jamás hubo tanto oro.
Pero el oro está escondido en los cofres blindados, más seguro que en las más profundas cavernas. Los bienes materiales, monopolizados, sirven para matar a los hombres y no para socorrerles. Son una razón más para odiar. Han convertido en garras, las manos que los tocan, y en jaguares Los cuerpos humanos que los utilizan.
Sin amor, sin fe, el mundo se está asesinando a sí mismo. El siglo ha querido, ciego de orgullo, ser tan sólo el siglo de los hombres.
Este orgullo insensato le ha perdido. Ha creído que sus máquinas, sus "stocks". Sus lingotes de oro, le podrían dar la felicidad. Y sólo le han dado alegrías, pero no la alegría, no esa alegría que es como el sol, que nunca se apaga en los paisajes que antes ha llenado de ardiente esplendor. Las tristes alegrías de la posesión se han endurecido como púas y han herido a los que, creyéndolas flores, las acercaban a su rostro.
El corazón de los vencedores del siglo, vencedores de un día, está lleno de melancolía, de acritud, de una horrible pasión de apoderarse de todo, enseguida, de una cólera brutal, que se eriza frente a todos los obstáculos.
Millones y millones de hombres se han batido y se han odiado. Un huracán les arrastra, cada vez más desencadenado, a través de los aires encendidos. La lengua seca, frías las manos, adivinan ya, en medio de su delirio, el instante próximo en que su obra de locos será aniquilada. Desaparecerá, porque era contraria a las leyes del corazón y a las leyes de Dios.
Él solo, Dios, daba al mundo su equilibrio, dominaba las pasiones, señalaba el sentido de los días felices o desgraciados. ¿Para qué haber sido ambicioso, cuando el verdadero bien se ofrecía sin límites, generosamente, a todos los corazones puros y sinceros?
El mundo ha renegado de esta alegría, sublime y orgullosa, como los chorros de una fuente. Ha preferido hundirse en los pútridos mares del egoísmo, de la envidia y del odio. Se asfixia en la ciénaga. Se debate en medio de sus guerras, de sus crisis, en medio de los lazos resbaladizos de su egoísta pasión. Aunque se reúnan todas las conferencias del mundo y se agrupen los jefes de Estado y los expertos, nada podrán cambiar. La enfermedad no está en el cuerpo.
El cuerpo está enfermo porque lo está el alma. Es el alma la que tiene que curarse y purificarse. La verdaderamente grande y única revolución que está por hacerse es ésa: aun tan sólo las almas, llamadas por el amor del hombre y alimentadas por el amor de Dios podrán devolver al mundo el claro rostro y una mirada limpia a los ojos purificados por el agua serena de la entrega generosa.
No hay opción: o revolución espiritual, o fracaso del siglo. La salvación del mundo está en la voluntad de las almas que tienen fe.
León Degrelle
Almas Ardiendo
viernes, 23 de noviembre de 2012
EL PAPA BENEDICTO XVI, LA MULA Y EL BUEY
Frente a la manipulación de los medios de comunicación y la falta de rigurosidad periodística; frente a los que no quieren buscar la Verdad y simplemente abrazan el error, una vez y otra; frente a los hipócritas y fariseos que se echan las manos a la cabeza, que tratan de poner cara y gesto de escandalizados; frente a los pusilánimes, incapaces de tener juicio y criterio para llegar a lo profundo, por falta de luces y valor, y se ubican en la comodidad de lo superficial. Frente a todo, la Verdad.
En el caso de que los medios de desinbformación hubieran tenido razón, todavía queda decir en voz alta: Aquí nadie se escandalizó cuando Pablo VI cambió la misa, y eso sí que fue grave. Aquí nadie se echó las manos a la cabeza cuando Pablo VI retiro del escudo de San Pedro la tiara, símbolo de su poder temporal. Nadie protestó ni difundió la retirada de Juan Pablo II (creo que ya beato), no ya de unos animalitos que invitan a la devoción, si no del mismo Cristo, realmente vivo y presente en la Eucaristía, para ser sustituído por Buda sobre el altar de la Basílica de Asís. Tampoco se escuchó comentar a la gente, ni fue leído en los periódicos (salvo para aplaudirlo) el borrón en la condena de la masonería en el Código de Derecho Canónico del 85 (por cierto, que fue Ratzinger quién sí protestó con un documento anexo al Código de excomunión de la masonería). Y así una tras otra sin que "el mundo" se escandalice, porque el único signo de contradicción y escándalo para "el mundo" es la Verdad.
En el caso de que los medios de desinbformación hubieran tenido razón, todavía queda decir en voz alta: Aquí nadie se escandalizó cuando Pablo VI cambió la misa, y eso sí que fue grave. Aquí nadie se echó las manos a la cabeza cuando Pablo VI retiro del escudo de San Pedro la tiara, símbolo de su poder temporal. Nadie protestó ni difundió la retirada de Juan Pablo II (creo que ya beato), no ya de unos animalitos que invitan a la devoción, si no del mismo Cristo, realmente vivo y presente en la Eucaristía, para ser sustituído por Buda sobre el altar de la Basílica de Asís. Tampoco se escuchó comentar a la gente, ni fue leído en los periódicos (salvo para aplaudirlo) el borrón en la condena de la masonería en el Código de Derecho Canónico del 85 (por cierto, que fue Ratzinger quién sí protestó con un documento anexo al Código de excomunión de la masonería). Y así una tras otra sin que "el mundo" se escandalice, porque el único signo de contradicción y escándalo para "el mundo" es la Verdad.
domingo, 21 de octubre de 2012
CONTRACORRIENTE
El día 9 de septiembre, con motivo de la fiesta de la Madre de Dios del Claustre, patrona de la diócesis de Solsona, su joven obispo Monseñor Xavier Novell, predicó una homilía en la que pronunció estas palabras: “Estar a favor de la independencia de Cataluña es legítimo moralmente, y por tanto, los católicos pueden ser independentistas”.
Es verdad que se puede ser independentista y católico. Como también se puede ser ladrón y católico; adúltero y católico; asesino y católico… pero no se debe ser independentista, ni ladrón, ni adúltero, ni asesino, porque lo prohíbe la ley de Dios y la moral católica. El día 9 de septiembre de 1995, el beato Juan Pablo II les dijo a los jóvenes reunidos en el santuario de Loreto: “Queridos jóvenes: Rechazad las ideologías obtusas y violentas, manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exarcebado”.
Señor obispo, el independentismo catalanista –que no catalán- tiene mucho de ideología obtusa y exacerbada y es hijo de las ideologías anticristianas de la Revolución Francesa.
Hace más de 20 años leí la obra: “Otra historia de Cataluña”, del gerundense Marcelo Capdeferro. En 1967 había escrito “Historia de Cataluña”, inspirándose en las fuentes románticas y nacionalistas de la historiografía catalana. Pero años más tarde, siguiendo criterios extrictamente científicos, consideró un deber ante la Historia rectificar su primer libro, porque había tergiversaciones e inexactitudes fundamentales muy graves. Cataluña no puede ni debe separarse de España porque es un absurdo histórico: Cataluña siempre ha sido España. Capdeferro ha escrito una historia de la Cataluña auténtica, no al margen de España, sino la historia de Cataluña dentro de España. Un hecho histórico irrefutable.
El historiador catalán comienza el prólogo de la auténtica historia de Cataluña con estas palabras: “Historia es la relación verdadera de los acontecimientos pasados. Sus fuentes principales son los monumentos, los documentos, y la tradición; pero estas dos últimas fuentes, si no son cuidadosamente estudiadas, ponderadas y verificadas son susceptibles de fomentar mitos y leyendas”. Mitos y leyendas creados y difundidos por la historiografía catalanista romántica y mentirosa. Hay que volver a la “Tradició Catalana” del obispo Torras y Bages, cuya tesis e ideal es “Cataluña será cristiana o no será”. Para muchos de los independentistas modernos, Cataluña puede y debe ser cualquier cosa menos cristiana.
Sr. Obispo de Solsona: lea a Capdeferro; lea a Francisco Canals, catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona; lea al doctor Barraycoa, vicerrector de la universidad Abad Oliva, que acaba de publicar “Historias ocultadas del nacionalismo catalán”. Los tres son catalanes por los cuatro costados y católicos comprometidos. Y como ellos, son legión los catalanes que conocen y viven las auténticas tradiciones católicas de Cataluña. Lea la verdadera historia de Cataluña y sea patriota como enseña nuestra santa madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El Beato Juan Pablo II, en uno de sus viajes apostólicos a Polonia dijo: “Me siento un Papa que tiene el sacrosanto derecho de compartir los sentimientos de su propia nación”.
Volvamos a la Cataluña real, mosén Cinto Verdaguer, Sardá y Salvany, Jaime Balmes… Mi profesor de moral me enseñó que el patriotismo es amar a la patria. Las principales manifestaciones de amor a la patria nos decía que son: amor de predilección, respeto, honor, servicio y defensa. Todo bautizado, debe amar a su patria; conocer su historia, religión, tradiciones, geografía, idioma, cultura, bandera, himno. También debe amar las patrias de otros católicos. Un católico no debe incitar a nadie a luchar contra la integridad de su patria como tampoco se debe incitar a luchar contra la integridad de la familia, fomentando divorcios o abortos. Eso es pecado.
En este rincón de España que es Cataluña, han nacido una legión de santos y santas que entendieron el orden jerárquico del amor predicado por san Agustín: “Ama siempre a tus prójimos y más que a tus prójimos, a tus padres; y más que a tus padres, a tu patria; y más que a tu patria a Dios”. El dios de muchos separatistas es el mito romántico, la ambición política y la economía materialista. En Cataluña y en toda España, hacen falta santos, como fueron los catalanes san Antonio Mª Claret, san Enrique de Ossó, santa Joaquina Vedruna, santa Teresa Jornet, Beata María Rafols, heroína de la caridad en los sitios de Zaragoza, junto a otra catalana, Agustina de Aragón, y el Beato Pere Tarrés, quien el día 26 de enero de 1939 escribió en su diario de guerra: “Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora. Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca. Son las cuatro de la tarde. Vivimos momentos únicos. Momentos de emoción sublime. Saltaría de gozo, lloraría de alegría. Barcelona reconquistada para España y para Cristo. Barcelona liberada del infierno rojo. El marxismo, bajo todos los aspectos ha sufrido el golpe más decisivo. Cataluña, Cataluña está salvada. La entrada del ejército Nacional liberador de España en las Ramblas ha sido grandioso, a los grito de Arriba España y Viva Franco.”
“Nos abrazábamos por las calles… ¡Ha sufrido tanto Cataluña! Me he sentido profundamente español y nunca como hoy me sale del corazón un grito bien alto de ¡Viva España! ¡Viva Cataluña española! Virgen María continua velando por nuestra Patria”. “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España cristiana! ¡Viva Cataluña española!”
Ese es el camino
P. Manuel Martínez Cano mCR
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