En el día de San Ignacio, insigne español, paradigma del combatiente cristiano, mitad monje mitad soldado, traemos la oración a Santa María Reina que recitó el padre José María Alba Cereceda S.I., a los pies del Moncayo donde forjó su vocación sacerdotal.
SÚPLICA ANTE LA VIRGEN DE VERUELA
Ante el Moncayo blanco que al cielo sube erguido
está tu humilde trono de piedra y soledad
cercado de colinas y crestas militares,
hayedos, encinares y tierras de labrar.
Azules horizontes en las cumbres lejanas,
noches limpias, profundas, con estrellas sin fin,
marco espléndido y único de Virgen coronada,
Madre de juventudes que enseñaste a vivir.
Vivir para la gloria, la gloria de tu Hijo,
y extender por el mundo los campos del amor,
rotos los diques secos de humanos egoísmos,
sembrar hombro con hombro el Reino del Señor.
¿Qué torbellino ciego de odios y rencores,
de infamantes políticas, de traiciones a Ti
ha dispersado el ímpetu de los jóvenes ríos,
ha hecho yermo su paso, vano, incoloro, gris?
¡Oh Virgen de Veruela que fuiste Capitana
de aquella Compañía dispuesta a bien luchar,
hoy solitaria y lejos, distante de esta hora
de la moda burguesa y el cómodo yantar!
¡Oh Virgen de Veruela, diminuta en tu Alcázar,
que aquellos caballeros que quisiste formar,
mientras el frío azota los chopos del camino,
vuelvan su rostro al viento, dispuestos a empezar!
Dejen atrás lo viejo, cadáver insepulto
de mentiras actuales, modernas y de ayer.
Vivan nueva aventura de Compañía nueva,
pobre, graciosa, humilde, de verdad en su ser.
¡Oh virgen de Veruela, Reina desde de tu Alcázar
que enseñaste a tus hijos bravura y santa guerra,
haz que con las cruces que ungieron nuestros votos
volvamos con Ignacio a conquistar la tierra!
Y si por felonías farisaicas, hipócritas,
el humo del infierno ya envolvió tus majadas,
¡concédenos la sangre martirial que redima,
y que en manos de santos brillen cruces de espadas!
Padre José María Alba Cereceda S.I.
SÚPLICA ANTE LA VIRGEN DE VERUELA
Ante el Moncayo blanco que al cielo sube erguido
está tu humilde trono de piedra y soledad
cercado de colinas y crestas militares,
hayedos, encinares y tierras de labrar.
Azules horizontes en las cumbres lejanas,
noches limpias, profundas, con estrellas sin fin,
marco espléndido y único de Virgen coronada,
Madre de juventudes que enseñaste a vivir.
Vivir para la gloria, la gloria de tu Hijo,
y extender por el mundo los campos del amor,
rotos los diques secos de humanos egoísmos,
sembrar hombro con hombro el Reino del Señor.
¿Qué torbellino ciego de odios y rencores,
de infamantes políticas, de traiciones a Ti
ha dispersado el ímpetu de los jóvenes ríos,
ha hecho yermo su paso, vano, incoloro, gris?
¡Oh Virgen de Veruela que fuiste Capitana
de aquella Compañía dispuesta a bien luchar,
hoy solitaria y lejos, distante de esta hora
de la moda burguesa y el cómodo yantar!
¡Oh Virgen de Veruela, diminuta en tu Alcázar,
que aquellos caballeros que quisiste formar,
mientras el frío azota los chopos del camino,
vuelvan su rostro al viento, dispuestos a empezar!
Dejen atrás lo viejo, cadáver insepulto
de mentiras actuales, modernas y de ayer.
Vivan nueva aventura de Compañía nueva,
pobre, graciosa, humilde, de verdad en su ser.
¡Oh virgen de Veruela, Reina desde de tu Alcázar
que enseñaste a tus hijos bravura y santa guerra,
haz que con las cruces que ungieron nuestros votos
volvamos con Ignacio a conquistar la tierra!
Y si por felonías farisaicas, hipócritas,
el humo del infierno ya envolvió tus majadas,
¡concédenos la sangre martirial que redima,
y que en manos de santos brillen cruces de espadas!
Padre José María Alba Cereceda S.I.
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