lunes, 6 de julio de 2009

CASTELLANI (II): DIOS NO ES UN CANTOR DE TANGO

Reportaje al Padre Leonardo Castellani en revista Siete Días 1980 SEGUNDA PARTE

Opinar y a fondo, fue siempre un saludable hábito del padre Castellani. A los 80 años, mientras, como el dice, se prepara para morir, afronta todas las preguntas. No titubea en asumir los temas trascendentes y los más inmediatos, los referidos a la Argentina de hoy.

DE PROFESIÓN PENSADOR. A pocos se les puede decir eso. Al padre Castellani sí. En la foto, con SIETE DÍAS. “No es verdad que al pueblo haya que defenderlo aun contra su voluntad, como a los chicos. A los pueblos hay que enseñarles, en todo caso, a no ser chicos…”

No hay nada que hacerle: somos pedantes o ilusos. Cuando escribimos un reportaje en entregas, al final damos por hecho que el lector ya leyó lo anterior. Pero casi nunca es así. Por eso sacrificamos nuestra pedantería o nuestra ilusa ilusión y hacemos de cuenta lo más probable, que el lector pasó por alto lo anterior. Desandamos rápidamente lo andado.

El padre Leonardo Castellani tiene 80 años, casi 60 libros y una erudición, humor y espíritu crítico que muy pocos argentinos de este siglo han tenido. Peleó con todos, menos con Dios.

Padeció cesantías. Vivió desterrado, enfermo y al borde de la locura, por sus conflictos dentro de la Iglesia.

Juan XXIII le devolvió sus facultades sacerdotales y la celebración de la misa. Escribió cuentos policiales, teología, poesía, teatro, ensayos, periodismo. Aunque en veredas muy opuestas, lo comparamos por su volumen al mismísimo Borges, y por esa forma frontal de asumir todos los asuntos a su muy aborrecido Jean Paul Sartre. En la actualidad este pensador vive arrinconado. Es un enorme desconocido. Otro lujo que nos damos los argentinos, en medio del desierto y la chatura.

A la primera charla de esta serie el padre Castellani la cerró con una dulce frase, que nos viene muy al caso: "La aguja pasa y queda el hilo. Lo político pasa y queda lo moral. Pero si la aguja no tiene hilo, la aguja pasa y no queda nada."

De la segunda charla memorizamos otras dos frases. La primera: "Dado que el periodista tiene que decir algo, ¿por qué no dice la verdad de vez en cuando?" La segunda: "Si esto sigue así lo mejor que podemos hacer es entrar en la Sociedad Protectora de Animales no como protectores sino como protegidos." Después de esa "sugerencia" el padre Castellani hizo lo que varias veces durante nuestra entrevista: volcó la cabeza y se dispuso a dormir un rato.

El rato otra vez pasó. Y la charla prosigue con la palabra que viene de la voz o a veces de la palabra ya escrita del padre Castellani, que comete un delito que muy pocos pueden cometer: “se afana a sí mismo”.

-Usted, padre, ha hecho teología y periodismo, ¿cómo es posible?

-Yo creo, como Kirkegord, que el periodismo de hoy es una gran porquería, pero una porquería necesaria, buena. Yo depuse mi pedantería y prediqué el Evangelio mediante él. Pero sé que a medida que aumentan las noticias disminuyen las verdades y así se promueve una especie cada vez más difundida, la del lector analfabeto. No puedo negarlo, soy periodista y lo reconozco como una actividad tan frívola como febril y un poco sucia, aunque nada impide que un hombre honrado, ayudando a Dios, pueda ejercerla, eso sí, vestido de limpiachimeneas, o cloaquero de tercera clase.

-Como periodista o predicador del Evangelio, ¿usted qué cosas ha repiqueteado, qué conclusiones tiene a esta altura del siglo o del baile?

-Demasiada pregunta para mi cansancio, pero le respondo con lo que alguna vez escribí... somos una nación degradada, subvertida en sus valores, sin fundamento, sin asiento, sin seriedad... por causa de una educación que ni siquiera ha sido mala educación, nos hemos convertido en una sementera de tilingos, en el paraíso de los ladrones y, en ciertos momentos grotescos, en la polichinela del mundo. Muchas veces me pregunto si, para ser eso que progresivamente somos no hubiese sido mejor ser una colonia como Canadá. Digo esto por algo bien concreto y que sería maula callar los pueblos distorsionados y corrompidos no pueden ser independientes, ni les conviene tampoco.

-¿Usted no cree, padre, ni siquiera en eso que se llama “patriotismo”?

-Creo demasiado en el patriotismo, ¡pero cuidado con la endemoniada palabra! Es buen momento para recordar que no todo patriotismo es una virtud. Muchas veces puede ser un vicio o una alharaca. Hay preguntas para hacer: “sí no amas al prójimo, al que ves, ¿cómo amarás a la patria, a la que no ves?” Por otra parte tenemos que reconocer que a veces a la patria no se la puede amar, sólo se la puede compadecer. Creo que es legítimo preguntarse: cuando Jesucristo lloraba sobre Jerusalén, ¿lloraba porque la amaba? Yo digo que no: no podía amar a esa gran porquería en que se había convertido un estado que estaba bajo la dirección del hipócrita Caifás, el payaso Herodes y el poder efectivo de una potencia extranjera.

Se produce una pausa. El padre Castellani toma un té con una vainilla. Duerme unos diez minutos. Despierta.

-Padre Castellani, usted tiene "fama" de muchas cosas. Por ejemplo, fama de admirar a los dictadores. ¿Qué dice de eso?

-Tengo fama de cosas peores, pero no me aflige, Dios me está esperando. Le digo qué sí, pero con una leve advertencia para maulas de café... los nacionalistas y no nacionalistas muchas veces han querido imponer dictatorialmente la moral a toda esta nación, pero han fracasado. Porque no eran dictadores de verdad...

-¿Cómo debe ser un “dictador de verdad”?

-Es necesario que sea santo. “Porque el grado de violencia que un hombre tiene derecho de infligir a otros hombres corresponde, por lo menos, al grado de amor que les tiene. La violencia infligida por el odio es siempre contagiosa y volvedora: rebota sobre el violento.”

-Otras de sus famas, padre Castellani, es que usted, cosa rara en un intelectual, aprueba la pena de muerte.

-Sobre esto escribí, y me repito: bien mirada la pena de muerte es más “cristiana” que la prisión perpetua, que no hace sino pudrir al criminal y no lo convierte ni mejora. Jesucristo no reprobó la pena de muerte. Al fin y al cabo para un cristiano es preferible la salvación del alma del injusto que la conservación de su vida para que la pierda. Ahora bien, aquí ahora en la Argentina la pena de muerte me parece discutible y peligrosa. Puede servir para cualquier cosa. Para aplicarla hace falta poseer el sentido de lo sagrado, cosa disminuida y pereciente entre nosotros.

Pausa. Pero no para dormir, sino para caminar. Vamos hasta parque Lezama. Y allí caminamos unos metros con el padre Castellani. Caminamos muy lentamente. A pasitos. Después de los 40 metros, me dice casi implorando: “Las pantorrillas, me duelen las pantorrillas. ¿Nos podremos sentar?” Eso hacemos. La gente pasa. Nadie sabe quién es este anciano sacerdote, de gran capa. Evidentemente, el padre Castellani no tiene “rating”. Nadie lo conoce. Será porque, como dijimos, carga el estigma de no haber almorzado nunca por televisión. Y eso es más o menos como no haber nacido.

Pero este hombre, que, ahora tose y tose y acude al aire para doblegar a su creciente fatiga, este hombre nació, y vive, y vivirá porque ha escrito, y en castellano. Ha escrito por ejemplo: “Al pueblo hay que defenderlo aun contra su voluntad - dijo uno-, como a los chicos. No es verdad, a los pueblos hay que enseñarles, en todo caso, a no ser chicos.” Este hombre, que ahora ya ha sosegado su tos, cuenta que una vez su confesor le dijo: “Castellani, usted no piense más en el petróleo. Usted es religioso y debe pensar en Dios. Dios no come petróleo.” Y él le contestó: "Dios no come petróleo, pero el diablo sí." En el banco del parque el diálogo continúa, mientras afuera la vida y el país prosiguen, y los pajaritos cantan:

Lo que puede ver de nuestro presente, ¿qué le parece, padre Castellani?

-Yo no creo que todo tiempo pasado fue mejor, a mí me sigue pareciendo igual... igual de malo.
-¿De dónde proviene esto que califica así?

-De la escuela. No es lo peor de nuestra escuela que sea irreligiosa; lo peor es que sea ineficaz, no es escuela. Los argentinos no salimos del bachillerato maduros. La mayoría sale mentalmente averiado, predestinados para ser tilingos incurables. Así es que desembocamos en esta queja nacional, la de no tener clase dirigente. No la hay en ningún sector, no sólo en el sector político. Es una lamentable y llorable realidad. O irrealidad: es un vacío. Y como la naturaleza no. soporta el vacío, este vacío es llenado por una seudo clase dirigente. En cuanto a lo político, hay pocas vocaciones y las que hay se malogran. No hay cómo entrenarse de estadista. Los estadistas no nacen de los repollos.

-Y más allá o más acá de la clase dirigente, ¿qué ve?

-No veo al héroe que sea capaz de dar el golpe de timón, no veo los grupos unidos capaces de secundar al héroe; no veo ni siquiera la masa consciente por lo menos del mal... veo una comunidad satisfecha de su degeneración cuyo ideal sería una esclavitud confortable.

-Usted a Dios lo nombra como alguien corporal, ¿en este minuto puede decir algo sobre El?

-Que Dios está faltando, nos está faltando. Además, lo confundimos, Dios es un hidalgo, no es un cantor de tango.

Descamina muy lentamente lo caminado. Al llegar a su ámbito el padre CasteIlani sufre una descompostura, se recupera. Seguimos:

-¿Usted está lejos o cerca de la santidad?

-He conocido pocos santos, ninguno. En cuanto a mi, lejos estoy de serlo. Por lo demás, a mi no me van a canonizar, aunque lo quiera Jesucristo; en serio, porque la maquinaria canonizadora puede resistir a Jesucristo. A mi me han aporreado mucho, será por aquello de "porque te quiero, te aporreo. Mejor que no me quisieran tanto. Ahora aguardo, aguardo y procuro vivir con serenidad nuestra desesperanza, aunque siempre hay algo que se puede hacer. En fin, estoy viviendo una de las peores culpas que hay, que es la de ser viejo. Contra los años nadie es valiente.

-Usted está por comer, le hago la pregunta más tonta, la de siempre: ¿Quiere agregar algo más?

-Lo mismo que escribí cuando cerré la revista "Jauja". Si hay perdón para decir la verdad, aunque decirla sea peligroso, que Dios me perdone; pero ya con una pata en el sepulcro, ¿qué puedo hacer de provecho sino decir la verdad? Eso es para mí hacer penitencia. Así preparo una buena muerte.

El padre Castellani, en una mesita en la que sólo cabe un plato, empieza a comer. Ahí está el pensador. Ahí está el hombre que, por haber sido agraciado con el Gran Premio de Consagración Nacional, recibe una pensión mensual de ocho millones y medio de pesos viejos, muy viejos.
No, "en fin" no. Nos queda, muy pendiente, una pregunta inevitable: ¿Qué le pasa a un país que ignora y arrincona tan alevosamente a sus hombres que piensan?

“Ya con una pata en el sepulcro ¿qué puedo hacer de provecho si no decir la verdad? Así hago penitencia”

AÑO 1955. DE CIVIL. La foto, extraña, corresponde a un documento de identidad. Había sido cesanteado como profesor. Optó por el periodismo para comentar el Evangelio.

LA "MESA" DEL PENSADOR. El padre Castellani atendido por la profesora Caminos. Así almuerza. Come poquito. Esto es una suerte, ante sus magros ingresos.

Rodolfo E. Braceli.

1 comentario:

  1. Anónimo6/7/09 15:29

    "No veo al héroe que sea capaz de dar el golpe de timón, no veo los grupos unidos capaces de secundar al héroe; no veo ni siquiera la masa consciente por lo menos del mal... veo una comunidad satisfecha de su degeneración cuyo ideal sería una esclavitud confortable".

    Qué gran razón tiene, como siempre, el gran Castellani. Prueba de ello, el orgullo gay. Nadie protesta porque como dice Castellani "la comunidad está satisfecha de su degeneración"

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