Los promotores del aborto son ciegos guías de ciegos; fundamentalistas irracionales que niegan los datos más elementales de la ciencia. Algo de luciferino hay en estas campañas a favor del asesinato de niños inocentes. Y, como la Iglesia ha defendido siempre la vida humana, al ministro de Sanidad y Consumo no se le ocurre más que decir que el camino emprendido por la Conferencia Episcopal Española “es distinto del que sigue la sociedad”. Como argumento de autoridad, aporta las palabras del socialista y presidente de la Junta de Andalucía: “La cúpula de la Iglesia va en contra de los tiempos, del progreso de la sociedad”. Para el partido socialista, matar a niños inocentes es progreso, para mí, el aborto provocado es un crimen abominable.
El manifiesto de los mil intelectuales españoles apoyando la campaña a favor de la vida de los niños concebidos de la Conferencia Episcopal Española, afirma enérgicamente: “Existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la concepción. Un aborto no es solo la interrupción voluntaria del embarazo, sino un acto simple y cruel de interrupción de una vida humana.” Lo que el socialismo llama progreso de la sociedad no es más que el retroceso de volver a rendir culto al dios Moloc, sacrificándole niños inocentes.
Ninguna institución humana ha promovido más el progreso de la humanidad que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Ningún partido político de izquierdas o de derechas puede presentar una lista de afiliados científicos semejante a la lista de científicos cristianos. Como telón de fondo de las campañas abortistas aparece la soberbia humana enfrentada al Creador al que pretende arrancar el derecho a la vida y a la muerte. El “seréis como dioses” luciferino resuena sibilinamente en el oído de los proabortistas.
El reciente testimonio del Dr. Taberé Varour, presidente de Uruguay, que ha vetado la ley de despenalización del aborto ha puesto de manifiesto el quid de la cuestión. Estas son sus palabras: “La legislación no puede desconocer la realidad de la existencia humana en su etapa de gestación, tal como de manera evidente lo revela la ciencia. El verdadero grado de civilización (progreso) de una nación se mide por cómo protege a los más necesitados”. Y el más necesitado es el bebé en el vientre de su madre. Como ha dicho Mónica López Barahona, catedrática de Bioética “el embrión celular, el cigoto es vida humana y por tanto objeto de los mismos derechos que cualquier otro individuo de la especie.”
El primer derecho de toda persona humana es el derecho a la vida, derecho que niegan y combaten todas las legislaciones fundamentalistas demócratas. Ese es el quid de la cuestión. La ley del aborto es aberrante y perversa. La verdad y el bien no dependen de lo que digan los partidos políticos. Hay un orden natural establecido por Dios que deben acatar las personas y los partidos políticos. La vida personal, familiar, laboral, económica y política debe regirse por la ley Natural grabada por el Creador de todas las cosas en las personas. No. La democracia liberal-socialista no es el menos malo de los ordenamientos políticos, es el más salvaje porque está realizando el más terrible y monstruoso de los holocaustos de todos los tiempos: millones de personas inocentes son sacrificadas en los abortorios y laboratorios democráticos. Es un crimen que clama al Cielo. El espíritu fundamentalista democrático es una perversión del entendimiento. Establece leyes que permiten matar a personas inocentes y suprime la pena de muerte de asesinos culpables.
Los católicos tenemos el sagrado derecho y deber de luchar hasta conseguir un orden político fundamentado en la doctrina católica, un Estado católico que vele por el bien común de las naciones. Porque “no es la ley de Cristo la que debe acomodarse al mundo, sino el mundo el que hay que acomodar a la ley de Cristo” (Juan Pablo II). “Lograr que la ley divina quede gravada en la ciudad terrena” (Vaticano II).
P. Manuel Martínez Cano, mCR
Revista Meridiano Católico
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