sábado, 4 de julio de 2009

CASTELLANI (I): PELEÓ CON TODOS MENOS CON DIOS…

Reportaje al Padre Leonardo Castellani en revista Siete Días 1980 PRIMERA PARTE

Leonardo Castellani es un auténtico pensador. Combativo, sabio y lúcido, vive totalmente olvidado. Fuimos en busca de su palabra.

Ahora, por estos días de 1980, es un viejito muy viejito. Está vivo porque su cuerpo está vivo, y también porque sus cincuenta y tantos libros fueron hechos con el sudor de su frente, con el sudor de su sangre, con el sudor de su genio. Es un pensador. Un pensador encarnizado y peleador. Y solitario. Por esas cosas de la vida, por esas cosas de la moda. Por esas cosas.

Un pensador. ¿A cuántos hombres, habitantes de la Argentina de hoy y de ayer, se les puede decir eso, que son o que fueron pensadores? ¿A cuántos? Ahí están los dedos de las manos. Y seguramente, a la hora del recuento, nos resultarán demasiados.

El caso es que este hombre, que tiene tanto volumen intelectual, tanta erudición, tanta potencia idiomática como ese otro coloso llamado Jorge Luis Borges, transcurre sus días y sus noches perfectamente olvidado, por esas cosas que pasan, que nos pasan.

Y en medio de tanta orfandad, en medio de tanto decierto, esto es un lujo, un lujo parecido al suicidio, o parecido el crimen.

A veces disimulamos ese funesto lujo acudiendo a la excusa de la incompatibilidad de creencias o de ideas. Pero, para discrepar con las creencias o ideas de alguien, hay que tomarse el trabajo de tener otras creencias o ideas. Este detalle, muy frecuentemente, es omitido. Lo omitimos con el padre Leonardo Castellani (que es de quien estamos hablando) y lo omitimos con Jean Paul Sartre, que no viene al caso, pero viene al caso porque nos permite decir, en este minuto, que aunque se encuentran en veredas ideológicas muy diferentes; el padre Castellani y Sartre se parecen. Se parecen no en sus afirmaciones, pero sí en el fervor, en la actitud, en la manera frontal y familiar de encarar, hasta las últimas consecuencias, tanto los temas trascendentes como los temas inmediatos, los cotidianos.

Ahora está ahí, sentado, respirando a veces con alguna dificultad, con accesos de toa, caminando unos pasitos por día. Detrás de él hay casi ochenta y un años de vida que empezaron el 16 de noviembre de 1899, en el Chaco santafesino. Su abuelo paterno fue un arquitecto italiano que llego a la Argentina en una de las inmigraciones sarmientinas, en los alrededores de 1870. Su padre entonces tenía cinco años. El rumbo religioso del destino dé Leonardo Castellani quedé marcado en 1913, cuando ingresa como pupilo en el colegio “La Inmaculada”, de los padres jesuitas. En 1918 ingresa en el noviciado de la Compañía de Jesús. Junto con la carrera religiosa estudia Letras y Filosofía. En 1930 es ordenado sacerdote en Roma. Allí se doctora en teología, en la Gregoriana. Después estudia en la Sorbona. En 1935 regresa a la Argentina. Escribe fábulas, teatro, poesía, comentarios del Evangelio, del Apocalipsis, cuentos policiales, otra versión del Martín Fierro, sátiras, libros conmocionantes como “El evangelio de Jesucristo”, “De Kirkegord a Tomás de Aquino”, “El Apocalipsis”. Escribe y opina y pelea. Cuando opina, lo hace con sagacidad, con humor, con vehemencia, con la informal familiaridad que sólo se pueden permitir quienes tienen algo que decir.

Naturalmente, su vida de religioso y ciudadano no ha sido fácil. Tuvo serios enfrentamientos con la autoridad esciesiástica. Fue separado de la orden y recluido en Manresa, España. Su salud física sufrió estragos. Psíquicamente se asomó a la locura. En 1949, cuando regresa a la Argentina, no puede celebrar misa. Padece sucesivas cesantías. Vive penosamente del ejercicio de un periodismo siempre combativo, hasta que en 1966, durante el papado de Juan XXlll, se “le devuelve la misa”, se le restituye sin reservas el ministerio sacerdotal.

Y su vida continúa así hasta hoy, descifrando y haciendo libros. Peleando con todo menos con Dios, Estilando filosofía, teología, psicología, política, pero siempre, preocupado de lo que nos pasa aquí, en estas Viñas del Señor.

Ahora, este viejito tan viejito tiene 80 años. Transcurre el sosiego de tantas fatigas en un departamentito muy modesto, cerca de parque Lezama. Posee una cama mínima. Dos sillas. Un escritorio grande. En su departamentito no hace frío pese al invierno. Los muros son desde el piso al techo hileras de libros ingleses, franceses, italianos, alemanes, griegos, españoles y argentinos. Libros leídos. Libros con los cuales convivió y peleó a mano limpia.

En la actualidad, el padre Castellani come muy poquito, muy poquito. Eso es una suerte. Vive (lo de vive sí que es un decir) de una renta mensual de unos 38 millones de pesos viejos de su jubilación como periodista, y de otros 8 millones y medio que recibe por la pensión de eso que se llama, con alto sentido del humor negro, el premio de Consagración Nacional.

Estamos en su ámbito. Empezamos un diálogo que se prolongará por días. Muchas veces el padre Castallani, en vez de responder, hará un gesto levísimo, en dirección a esa hilera de libros suyos que hay en el último estante de su biblioteca. La profesora Irene Caminos, que desde hace unos veinte años lo atiende como una madre puede atender a un hijo, o como una hija puede atender a un padre, interpretará el gesto. Acudirá a un libro y pronto abrirá la página donde se encuentra el párrafo que será al final la respuesta.

-Padre Castellani, a los 80 años, ¿qué recuerda de su padre?

-No recuerdo mucho, porque mucho no lo conocí. Mi padre era periodista: en Reconquista tenia un diario que se llamaba El Independiente. Cierto día estaba sentado en su escritorio. Alguien desde la ventana lo asesinó, con un tiro por la espalda, seguramente porque había ofendido a alguna persona con poder. Entonces yo tenía siete años. No sufrí esa muerte. Mi padre se había muerto y se acabó recién a los trece años sentí mucho lo que había pasado pero de mis padres tengo pocos recuerdos y son recuerdos desagradables. De él me queda la sensación de los retos, una sensación de severidad. Mejores recuerdos tengo de mi padrastro: con él tuve una gran amistad, es un gran hombre, creo que vive, no he sabido que haya muerto. A mi madre la tengo bien presente, era muy despierta, inteligente. A veces suelo pensar en ella, me parece que hace unos días murió..., hay un momento en que todos nos acercamos y tenemos la misma edad. Yo creo que tengo la edad de mi madre...

-¿Y Dios? ¿Qué pasa ahora entre usted y Dios

-Dios es una presencia, está conmigo...

-¿No reconoce momentos de conflictos, en los que Dios se esfuma o se escapa?

-La idea y la sensación de Dios están ahora estabilizadas en mi... alguna vez tuve dudas pasajeras, pero más que dudas fueron situaciones de desánimo; esos desánimos se disiparon pronto, como se, disipan las nubes.

-Considerando que vamos a hablar muchas horas, ¿es temprano para hablar de la muerte?

-No pienso mucho en ella... pero a veces me pregunto cómo me va a venir...

-En esa pregunta, ¿hay miedo o curiosidad?

-Más curiosidad que miedo, aunque también reconozco cierto temor, es una cosa muy definitiva, la muerte, muy radical.

-¿Y después qué pasará con usted, se salvará?

-Me salvaré, sin ninguna duda. Tendré la posesión de Dios por toda la eternidad.

-¿Y eso no le parece aburrido?

-No, porque esa posesión no será algo pasivo.

-¿Y el infierno cómo cree que será?

-No tengo bastante imaginación para imaginarlo. Lo que sí pienso es que la mayoría no irá el infierno. Si el fin es la salvación no es posible que se fracase.

-¿Puede decir algo sobre el hombre y la famosa libertad?

-Los años me han puesto holgazán, puedo repetirle palabras que escribí...: el hombre es un esencial buscador de cadenas: juramentos de amor, contrato matrimonial, votos religiosos, promesas de fidelidad, apego a la tierra natal... donde quiera que el hombre pueda encontrar una cadena que lo libere de su cambiabilidad y contingencia allí se siente feliz y noble y lo más fenomenal es que se siente libre.

-Padre Castellani, si no me equivoco usted ahora tiene sueño. Antes de hacer una pausa, ¿puede decir algo que defina a esta Argentina?

-Es verdad, tengo algo de sueño, es la fatiga de los años. No he sido maula ni como teólogo, ni como sacerdote, ni como periodista. He sido perseguido ¡y cuánto!, casi hasta la muerte, por haber defendido denodadamente el derecho a predicar, enseñar y escribir. Estoy algo fatigado, pero no arrepentido. Pensando en hoy puedo repetirme y decir: la aguja pasa y queda el hilo. Lo político pasa y queda lo moral. Pero si la aguja no tiene hilo, la aguja pasa y no queda nada. ¡Qué macana!

El padre Castellani Inclina la cabeza. Y ya está durmiendo. Tiene derecho.

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